Hay libros que te llegan a las manos sin
estridencias, sin el apoyo de grandes campañas publicitarias que los catapulten,
sin grandes nombres del mundo de la cultura que apuesten por ellos; pero que
terminan calando en tu ánimo y en tu inteligencia por una u otra razón, de
forma indeleble. Me ha ocurrido algunas veces durante los últimos treinta años
como lector y ha vuelto a suceder. Hablo de En
jardines ajenos, del suizo Peter Stamm, un volumen de cuentos que traduce al
español María Esperanza Romero y que publica la exquisita editorial Acantilado.
Once historias impregnadas por una serena belleza y por elevados toques de elegancia
que terminan por envolverte. No se busque en ellas ninguna sorpresa final (no
son cuentos cortazarianos), sino más bien un fluir donde se capturan segmentos
de vida, fotografías lánguidas, recuadros en los que la niebla se erige en
protagonista.
Tenemos a esa anciana viuda que, con sus hijos
desperdigados y la casa solitaria, recibe la visita de su nieta Martina, con su
novio (La visita);
tenemos a Henry, un tipo del este de Europa que trabaja como especialista en un
espectáculo de coches y que, después de llevar una vida bastante solitaria,
conoce a una camarera con la que quizá podría construir una vida en común (La pared en llamas); tenemos a una pobre
mujer que está ingresada en una clínica y que resulta dibujada desde la óptica
de una de sus vecinas, que le riega las plantas y mantiene en orden su hogar
vacío (En jardines ajenos); tenemos
la larga espera de un hombre, cuya pareja vuelve de un viaje y a la que quiere
comunicarle una decisión trascendente (Toda
la noche); tenemos una historia portuguesa, donde unas mujeres canadienses
algo más bebidas de lo razonable se encuentran con el protagonista de la narración y viven con él unas horas irrepetibles (Fado); tenemos a una sorprendente
pareja, que convierte el sexo en un mecanismo tan extraño como perturbador, a mitad de camino entre la perversión y la sociología (El experimento). Por no hablar de la
inquietante metáfora que se cobija en el interior del relato La parada, en el que tres jóvenes
observan cómo de un tren de enfermos que viajan hacia Lourdes es bajado un
cadáver, mientras que el resto (la vida misma) permanece inalterado.
Si tuviera que precisar por qué me gusta la forma
de estas historias tendría (lo confesaré) graves problemas; pero quede al menos
constancia de mi admiración y de mi sorpresa por haber encontrado a un escritor
como Peter Stamm, cuyo arte me gusta. No dudaré en leer otro libro suyo, si se coloca
ante mis ojos.