La escritora Beatriz Olivenza (Madrid, 1964) se ha ido fraguando, página a página, una sólida reputación dentro del mundo de las letras españolas, logrando premios de incontestable prestigio (Gabriel Miró, Ana María Matute, Rincón de la Victoria, etc.). En nuestra región la conocen y admiran en algunos certámenes de solera, que le han concedido los premios del Casino (Lorca) o el Castillo-Puche (Yecla). Y ahora, por fin, llega uno de sus libros hasta mis manos: la admirable colección de cuentos Los muertos, los vivos, editado por Torremozas.
Reunidos nos dibuja una ambientación muy especial. Es Nochebuena, y la nieta de una anciana que vive aislada en medio de la nieve decide hacerle una visita por sorpresa. Cuando descubre que está preparando cena para varios invitados, la chica se sorprende (la mujer no suele recibir a nadie) y luego se alarma (cuando la abuela le dice que espera a su marido y a otros personajes fallecidos). Pero no han acabado ahí las sorpresas… Un pupitre al fondo del aula tiene como protagonista a un profesor que está a punto de jubilarse y cuya esposa se encuentra inmovilizada por un espantoso alzheimer desde hace años. Un asombroso detalle lo convierte en una persona peculiar: sigue viendo al fondo del aula, año tras año, a Daniel, uno de sus antiguos alumnos, que se mató en un accidente. ¿Qué va a ocurrir ahora, cuando ya no pueda acudir a clase? ¿Qué hará ese espíritu fiel o inquietante? El hombre de piedra nos pone ante los ojos a una niña que acompaña a su abuela hasta la iglesia. Allí tiene ocasión de contemplar el sepulcro antiguo, de piedra, de un enigmático personaje del que nadie quiere hablar. La niña reza una plegaria a las ánimas del Purgatorio para que el alma de su ocupante sea liberada y alcance la paz. A partir de ahí comienza a notar, incluso cuando llega a la madurez, que el espíritu de ese misterioso hombre la visita continuamente. Y que llegará más lejos aún… Érase un niño que jugaba plantea una idea sorprendente y de gran jugo literario: ¿qué es lo que ocurriría si, al adquirir juguetes antiguos, enciclopedias viejas y otros enseres de ese jaez, las personas que los manejaban en vida acudieran a nuestra casa en forma espectral? ¿Cómo reaccionaríamos? ¿De qué modo se vería alterada nuestra existencia con esas presencias anómalas, intensas y absorbentes? Olvido tras el cristal nos habla de una pobre niña cuya madre está atrapada por los tentáculos del cáncer. Una hija suya, Olvido, también murió hace tiempo; pero su espíritu no ha abandonado la casa. Al contrario, su hermanita sobreviviente ve cómo el fantasma de la criatura hace esfuerzos, desde el otro lado de los cristales, para acompañar a su madre en este trance. La niña, para apoyar ese fin caritativo, abre la ventana, sin saber muy bien qué va a ocurrir… Hay alguien en la habitación del niño nos habla de una anciana, antigua maestra, cuyo hijo Miguel fue asesinado a la edad de 9 años. Ahora, en su vejez, ella comienza a escuchar ruidos inexplicables dentro de la habitación de su hijo, como puertas que se cierran misteriosamente solas.
Éstas son solamente algunas de las propuestas que nos lanza la profesora y escritora madrileña, pero les aseguro que las demás no desmerecen en absoluto de las aquí resumidas. Y es que se equivocará mucho quien piense que estamos ante un libro de cuentos de fantasmas y ya está. Ramón Gómez de la Serna escribió en su Diario póstumo que en cuanto nos demos cuenta de que quieren pegarnos una etiqueta en la espalda huyamos corriendo: nos quieren simplificar y clasificar… Beatriz Olivenza, eludiendo con pericia esas marcas reductoras, ha conseguido la difícil proeza de soslayar la inmensa mayoría de los tópicos del género y fraguar, gracias a la brillantez de su pluma, un libro sólido, notable y de agradable lectura, que sorprende a los lectores en cada final y que no recurre a los detalles escabrosos, efectistas o tremebundos. La apunto a partir de hoy mismo en la breve columna de autores a quienes estoy interesado en seguir. Jugar al borde de los acantilados y salir airosa revela valentía y calidad.