lunes, 29 de agosto de 2011

Los muertos, los vivos



La escritora Beatriz Olivenza (Madrid, 1964) se ha ido fraguando, página a página, una sólida reputación dentro del mundo de las letras españolas, logrando premios de incontestable prestigio (Gabriel Miró, Ana María Matute, Rincón de la Victoria, etc.). En nuestra región la conocen y admiran en algunos certámenes de solera, que le han concedido los premios del Casino (Lorca) o el Castillo-Puche (Yecla). Y ahora, por fin, llega uno de sus libros hasta mis manos: la admirable colección de cuentos Los muertos, los vivos, editado por Torremozas.
Reunidos nos dibuja una ambientación muy especial. Es Nochebuena, y la nieta de una anciana que vive aislada en medio de la nieve decide hacerle una visita por sorpresa. Cuando descubre que está preparando cena para varios invitados, la chica se sorprende (la mujer no suele recibir a nadie) y luego se alarma (cuando la abuela le dice que espera a su marido y a otros personajes fallecidos). Pero no han acabado ahí las sorpresas… Un pupitre al fondo del aula tiene como protagonista a un profesor que está a punto de jubilarse y cuya esposa se encuentra inmovilizada por un espantoso alzheimer desde hace años. Un asombroso detalle lo convierte en una persona peculiar: sigue viendo al fondo del aula, año tras año, a Daniel, uno de sus antiguos alumnos, que se mató en un accidente. ¿Qué va a ocurrir ahora, cuando ya no pueda acudir a clase? ¿Qué hará ese espíritu fiel o inquietante? El hombre de piedra nos pone ante los ojos a una niña que acompaña a su abuela hasta la iglesia. Allí tiene ocasión de contemplar el sepulcro antiguo, de piedra, de un enigmático personaje del que nadie quiere hablar. La niña reza una plegaria a las ánimas del Purgatorio para que el alma de su ocupante sea liberada y alcance la paz. A partir de ahí comienza a notar, incluso cuando llega a la madurez, que el espíritu de ese misterioso hombre la visita continuamente. Y que llegará más lejos aún… Érase un niño que jugaba plantea una idea sorprendente y de gran jugo literario: ¿qué es lo que ocurriría si, al adquirir juguetes antiguos, enciclopedias viejas y otros enseres de ese jaez, las personas que los manejaban en vida acudieran a nuestra casa en forma espectral? ¿Cómo reaccionaríamos? ¿De qué modo se vería alterada nuestra existencia con esas presencias anómalas, intensas y absorbentes? Olvido tras el cristal nos habla de una pobre niña cuya madre está atrapada por los tentáculos del cáncer. Una hija suya, Olvido, también murió hace tiempo; pero su espíritu no ha abandonado la casa. Al contrario, su hermanita sobreviviente ve cómo el fantasma de la criatura hace esfuerzos, desde el otro lado de los cristales, para acompañar a su madre en este trance. La niña, para apoyar ese fin caritativo, abre la ventana, sin saber muy bien qué va a ocurrir… Hay alguien en la habitación del niño nos habla de una anciana, antigua maestra, cuyo hijo Miguel fue asesinado a la edad de 9 años. Ahora, en su vejez, ella comienza a escuchar ruidos inexplicables dentro de la habitación de su hijo, como puertas que se cierran misteriosamente solas.
Éstas son solamente algunas de las propuestas que nos lanza la profesora y escritora madrileña, pero les aseguro que las demás no desmerecen en absoluto de las aquí resumidas. Y es que se equivocará mucho quien piense que estamos ante un libro de cuentos de fantasmas y ya está. Ramón Gómez de la Serna escribió en su Diario póstumo que en cuanto nos demos cuenta de que quieren pegarnos una etiqueta en la espalda huyamos corriendo: nos quieren simplificar y clasificar… Beatriz Olivenza, eludiendo con pericia esas marcas reductoras, ha conseguido la difícil proeza de soslayar la inmensa mayoría de los tópicos del género y fraguar, gracias a la brillantez de su pluma, un libro sólido, notable y de agradable lectura, que sorprende a los lectores en cada final y que no recurre a los detalles escabrosos, efectistas o tremebundos. La apunto a partir de hoy mismo en la breve columna de autores a quienes estoy interesado en seguir. Jugar al borde de los acantilados y salir airosa revela valentía y calidad.

miércoles, 24 de agosto de 2011

Los amantes de silicona



Ramón M es un hombre que, contra viento y marea, se ha propuesto la trabajosa obligación de escribir una novela. Pero no una novela cualquiera, sino una de tema erótico. Y como no está muy convencido de la calidad del argumento, ni de su precisión a la hora de redactarla, ha optado por irle pasando los capítulos que compone a su amigo, el narrador de esta historia, que es distribuidor de frutos tropicales. Y éste, aparte de irnos transcribiendo las páginas de Ramón, las va adornando con comentarios jocosos sobre sus errores, su capacidad para emocionar o seducir al lector o la torpeza de su pluma literaria.
El argumento de la novela, desde luego, no puede ser más risiblemente estrambótico. Sus protagonistas son Basilio y Lupercia, un matrimonio que regenta una mercería de barrio y que han llegado a un punto tal de hastío en sus relaciones matrimoniales que duermen en habitaciones separadas, no practican sexo entre ellos y se dispersan en un agrio desamor. Pero como los cuerpos también tienen sus necesidades, he aquí que ambos han adquirido (de forma independiente) muñecos hinchables para vaciar su pasión genital. Basilio dispone de Marilyn, una muñeca voluptuosa y parlanchina, que tiene grabada una memoria electrónica con accesorios tan curiosos como frases en latín; y Lupercia se ha hecho con los servicios de Big John, un fogoso amante de silicona cuyo sexo desconoce la flojera y las vacaciones. Hasta ahí, todo bien. No obstante, los problemas comienzan de verdad cuando Marilyn, harta de las ridículas dimensiones del pene de Basilio, decide que Big John se convierta en su nuevo compañero de coitos. Enterados Basilio y Lupercia de la doble traición de sus amantes (pues los pillan in fraganti cuando vuelven de pasear), se decantan por una salida medianamente airosa: comprar nuevos compañeros de silicona. Lo que no calibran es lo que van a hacer, a continuación, Big John y su compañera Marilyn...
Javier Tomeo, tan eficaz y tan zumbón como siempre, consigue en este libro editado por Anagrama, una novela de vuelo irónico, con posible lectura en clave y hasta con reflexiones hondas sobre la textura del tiempo que vivimos; pero donde prima sobre todo la voluntad de trasladar a los lectores, con una prosa ágil, llena de refranes, modismos coloquiales y apelaciones al mundo cultural (cine, libros, música), un argumento sorprendente, que arranca sonrisas y elimina el aburrimiento.


domingo, 14 de agosto de 2011

El castillo de Otranto



Conrad, el enfermizo vástago del príncipe Manfred, está a punto de casarse con Isabella, una muchacha hermosísima que no siente amor alguno por él. Pero cuando la ceremonia nupcial está a punto de celebrarse un inverosímil y gigantesco yelmo cae desde el cielo y aplasta al joven, sin que nadie alcance a explicarse de dónde procede, ni cuál es el sentido de este fulminante milagro. Manfred, aturdido por el dolor (y anhelando un heredero que consolide su débil posesión del título de Otranto), acude a los aposentos de la desdichada Isabella y le explica que ahora será él, el padre, quien la despose. La muchacha, sobrecogida por la abominación que le plantea el príncipe, logra huir y se oculta en un pasadizo subterráneo. Allí encuentra la inesperada ayuda de Theodore, un campesino obsequioso que, con una tregua dilatoria, consigue retener a los perseguidores mientras Isabella llega hasta el convento del padre Jerome y se acoge a sagrado. Pero la trepidante acción, llena de enigmas, muertes y horrores, no ha hecho sino comenzar...
Horace Walpole (1717-1797) es el autor de esta novela dinámica y llena de misterios, que traduce, prologa y anota María Engracia Pujals para Alianza Editorial, que la incluye en su Biblioteca de Fantasía y Terror. La incorporación a este bloque temático es, desde luego, legítima, porque al misterio del yelmo gigante que inunda las primeras páginas de la novela se le van añadiendo después unos cuantos espeluznos ocurridos en los sótanos de la fortificación. Pero tampoco habría resultado impropio adscribirla a una cierta variante del género novelesco bizantino: amores contrariados, bodas forzosas, viajes, personajes que cambian de identidad en el transcurso de la narración, muertes, sorpresas... Hay, además, algunos segmentos donde los diálogos alcanzan una plenitud estilística y galante de difícil superación, como el que mantienen Matilda (hermana de Conrad) e Isabella entre las páginas 146 y 150, donde el pundonor de ambas, los celos más o menos encubiertos, la prudencia respetuosa, el arrebato pasional y el amor que ambas sienten por Theodore se conjugan de manera excelente.
Nos encontramos ante un volumen de lectura ágil y gratificante, que regala emociones en cada capítulo y que incorpora una serie de elementos surrealistas (y psicoanalíticos) bastante sorprendentes, sobre todo si nos fijamos en que la novela fue escrita en pleno siglo XVIII. Y si les convence (que seguro que lo hará) pueden prolongar el placer lector con sus Cuentos jeroglíficos, publicados igualmente por Alianza Editorial. Disfrutarán.


sábado, 6 de agosto de 2011

El tiempo de las palabras azules




A la escritora Marta Zafrilla se le ocurrió, hace aproximadamente un año, una singular leyenda que, por uno de los misteriosos azares que tiene la literatura, se ha ido cumpliendo punto por punto. Según ella, el meteorito que cayó en Molina de Segura durante la Nochebuena de 1858 (el más grande de la península ibérica, con 112 kilos) produjo unas radiaciones culturales que se están manifestando ahora en forma de una impresionante generación de escritores que, nacidos en la localidad o afincados en ella, están ganando premios y publicando en editoriales de auténtico prestigio nacional (Siruela, Temas de Hoy, Plaza & Janés, etc).
Pedro Brotini Villa (Murcia, 1967), quizá seducido por la magia irónica de esta leyenda, se animó a unirse a un grupo de escritores amigos de Molina y, de pronto, cuando apenas llega dos años dedicándose al cultivo de la literatura, he aquí que los organizadores del IV premio de novela que organizan al alimón la empresa automovilística Volkswagen y la revista Qué Leer, deciden convertirlo en ganador del mismo por la obra que hoy ocupa esta página. ¿Casualidad? A quienes se sientan tentados de afirmar que sí convendría recordarles que la convocatoria del año pasado tuvo como ganador a Pablo de Aguilar... también de Molina. ¿Dos casualidades en dos años?
El tiempo de las palabras azules es la historia de varios amores y de varias fidelidades. Su principal protagonista es Angélica, una mujer que ha quedado viuda de un hombre enamorado de los coches (Román), el cual dejó en el garaje, a falta de un buen montón de piezas y de retoques en la pintura y en el motor, el último de los adquiridos: un volkswagen modelo 3 antiguo. Atosigada por las dificultades económicas que la acechan desde el fallecimiento de su esposo, Angélica se ve en la dolorosa obligación de desprenderse de dicho vehículo, que para ella representa mucho más que un coche: es el símbolo del amor que la unió a Román. Pero antes deberá conseguir que alguien lo repare y lo ponga en condiciones de venta. Para ello, quién mejor que Abel, el muchacho que ayudaba a su marido en el taller como aprendiz. El problema es que el joven, ahora ya un treintañero que ha sufrido varios duros golpes en la vida, está desencantado de todo y se muestra reticente a colaborar en la empresa.
Partiendo de esta estructura general, Pedro Brotini incorpora a la novela, con lentitud inteligente y perfectamente modulada, a otros personajes, que la van enriqueciendo y llenando de ramificaciones: Martín (amigo íntimo de Angélica y Román, que desde su posición de abogado luchará por los derechos de la viuda), Lucía (la antigua novia de Abel, que se separó de él cuando se marchó para cursar sus estudios en los Estados Unidos), Tomás (un avispado negociador que intenta al principio estafar a la viuda pero terminará adoptando otra actitud con el paso de las páginas)... y hasta la divina soprano María Callas, que se incorpora al cuerpo de la obra de una manera mágica, que me guardaré mucho de desvelar para que sean ustedes quienes la descubran y aplaudan. Todos ellos, relacionados entre sí de una forma novelesca impecable, construyen una red que atrapa a los lectores, los va seduciendo palabra a palabra, línea a línea, capítulo a capítulo, y los traslada hasta el instante final, maravillados y agradecidos.He dicho antes que Pedro Brotini lleva apenas dos años (lo ha reconocido el propio autor) desenvolviéndose en el mundo de la literatura, pero nadie lo diría. El modo en que maneja los tiempos narrativos, la fluidez con que acomete los saltos temporales en la obra, la finura que despliega a la hora de sumergirse en el alma de sus personajes o la elección del vocabulario que utiliza, no son habilidades tributarias de un advenedizo, sino de alguien que accede al universo de la novela con armas bien engrasadas y con músicas muy bien aprendidas. No creo que este autor haya llegado a la literatura para entregar solamente una o dos producciones. Creo sinceramente que Pedro Brotini ha venido para quedarse. Y tras leer El tiempo de las palabras azules la verdad es que me alegra que sea así.