La abultada correspondencia del filósofo Friedrich
Nietzsche (1844-1890), que recopilan el sello Trotta y la Fundación Goethe
en una monumental edición en seis tomos (los cuales iré reseñando gradualmente),
se abre con la etapa que va desde 1850 a 1869. El traductor de este primer
volumen es Luis Enrique de Santiago Guervós, quien incorpora 1373 enjundiosas notas
eruditas a las 633 cartas del pensador alemán.
Nos enteramos en estas páginas, por ejemplo, de que
un jovencísimo Friedrich, apenas llegado a la pubertad, ya estaba dándole
vueltas a la confección de su biografía (carta 18); o descubrimos contrastes
igualmente juveniles, donde a la noticia más terrible sucede una petición
nimia, casi irrespetuosa (“Aquí en Pforta, el viernes, ha muerto un alumno tras
largos y atroces dolores. Le darán sepultura el domingo. Enviadme también una
cucharita de café de plata; seguro que no se perderá, me hace muchísima falta
para cuando tomo mi leche”, carta 27); o nos iremos enterando de las precoces
molestias físicas del filósofo, que se ceban con sus pies (carta 50), su
vientre (carta 59), su garganta (carta 205), su cuello (carta 209), su pecho
(carta 350), su oído (carta 355), sus muelas (carta 458), su reumatismo (carta
469) ... y sobre todo su cabeza, que lo tiene martirizado durante largos
períodos de tiempo. Notable fue también el enojoso accidente que tuvo durante
su servicio militar: tras caerse de un caballo y golpearse con fuerza en el
pecho se provocó una herida muy profunda, y le extrajeron de allí “cuatro o cinco
tazas de pus” (carta 565). Fue un quebranto de salud que le duró meses.
También comprobaremos cómo, estudiante alejado de
la casa familiar, Friedrich Nietzsche se ve impelido a enviar de continuo ropa
sucia a casa, pedir que le compren comida, libros y utensilios de escritura, o
interesarse por la salud de los diferentes parientes. El apartado sin duda más
molesto (y su incomodidad va aumentando conforme pasan los meses) es la
cuestión económica: a pesar de no ser dispendioso y de vigilar con escrúpulo sus
gastos, Nietzsche se ve obligado a pedir constantemente dinero a su madre.
Sus inquietudes intelectuales son también precoces
e intensas: nos habla de sus lecturas latinas, del interés por los más selectos
músicos (Bach, Mozart) y por los libros mejores (al cumplir 15 años pide que le
regalen Don Quijote de la Mancha , según consta en
la carta 87), y también del temor que siente a la hora de tener que
especializarse en el futuro en alguna disciplina, quitándole tiempo y
entusiasmo a otras. En esa atmósfera intelectual es decisivo el momento en que
conoce a Richard Wagner, en noviembre de 1868. Desde el principio se le antoja
“la más evidente ilustración de lo que Schopenhauer llama un genio” (carta
604). Y también resulta significativo el momento en que Nietzsche, tan
concentrado siempre en la exquisitez y el estudio, se queja del ambiente
universitario que vivía en Bonn (“Me disgustaba profundamente una vida ociosa
entre hombres penosamente groseros”, carta 523).
Como anécdota curiosa se registra la primera
borrachera del filósofo, que se produjo en abril de 1863 y de la que dio cuenta
a su madre en la carta 350, con líneas abochornadas. Y como detalle revelador,
una confesión de índole íntima: en la carta 478 nos deja bien claro uno de los
ejes que constituyen su vivir: “Mi principio de no abandonarme a las cosas y a
los hombres más tiempo de lo que sea necesario para conocerlos”.
Buen e ilustrador arranque. Veremos qué nos deparan
los siguientes volúmenes.