lunes, 30 de octubre de 2017

El enano



Leo una novela del premio Nobel Pär Lagerkvist, en la traducción (sospechosa) de Fausto de Tezanos Pinto (Emecé Editores, Buenos Aires, 1963). Se trata de El enano. Y digo que la traducción se antoja sospechosa porque aunque declara que el título original en sueco es “Dvärgen”, hay algunas pistas muy ostentosas que permiten concluir que está trabajando sobre una versión francesa. Por ejemplo, en la página 61 del libro se dice que unos personajes “estaban en tren de inspeccionar...”. Cosas así.
¿Que qué me ha parecido? Pues solamente correcta. Creo que el punto de partida (un enano de la Corte, en la línea satírica e intrigante de un Francesillo de Zúñiga) daba para mucho más. Me sorprende (y no sé si es invento de Lagerkvist o idea mítica) que los enanos se consideren una raza aparte, antigua y sabia. ¡Ah, bueno, sí! Hay un fallo técnico-novelesco clamoroso: Lagerkvist hace decir al enano que odia al príncipe León por querer firmar la paz con sus enemigos. Y, de repente, cuando esos enemigos han llegado y van a cenar, el enano afirma que su señor le ha comunicado un secreto, y que lo idolatra por lo gran príncipe que es (p.128). Es decir, que ha urdido una emboscada traicionera. Esto me parece una torpeza del autor, porque nos hace “estar esperando” lo que sabemos que va a ocurrir. Novela mediana que podría haber sido estupenda.

“Todos saben lo que realmente es el amor y por eso convienen en que un poema que lo disfrace tiene que ser una bella poesía”.

sábado, 28 de octubre de 2017

Vampiros y otros relatos



La mayor parte de los críticos literarios aplauden con fervor los volúmenes de relatos donde domina una cierta homogeneidad temática o estilística. Y entre los ditirambos que les dedican suele ocupar un lugar preponderante su condición de obras compactas u “orgánicas”. En mi caso sucede, he de reconocer, lo contrario. Una de las virtudes que más valoro en un libro de cuentos es, precisamente, lo variado de su carácter. Es decir, la capacidad que muestre el autor para concebir, edificar y llenar de brillo argumentos que resulten muy diferentes entre sí, porque me parece que tal despliegue evidencia su esfuerzo, su voluntad de mostrarse creativo en diversos ámbitos (y no sólo en su zona cómoda).
En ese sentido, Vampiros y otros relatos, de Mariano Sanz constituye un ejemplo modélico del tipo de obras que me gustan. Al principio, el lector puede formarse una idea equivocada del tomo, porque los primeros textos lo introducen de lleno en la temática vampírica; pero pronto descubre que hay muchas más cosas entre las páginas excelentes de esta obra: homenajes literarios a Enrique Vila-Matas y Jorge Luis Borges (“La desaparición del doctor Pasavento”); relatos de aparente crueldad que se resuelven en clave humorística (“Leo”); emotivas historias de perros adoptados (“Broc”); narraciones de gran fuerza, en las que los diferentes protagonistas arrastran sus propias historias íntimas, dominadas por el sexo, la ambición o el odio (“Una historia de playa”); inesperadas aventuras galantes (“Don Gerías”); entusiastas de la obra cervantina que demuestran su fervor de la manera más inesperada (“El Quijote tatuado”); hermosas reflexiones sobre la dignidad humana y las conexiones entre vida y literatura (“El médano del loro”); y, en fin, maravillosos apuntes costumbristas donde, con formato de viñeta, se nos ponen ante los ojos las vidas de los esquiladores, los viejos vehículos tirados con tracción animal, las barberías de antaño o el mercado que se situaba junto al puente de los Peligros.

Dotado de una gran elegancia y de una gran fluidez a la hora de contar, Mariano Sanz Navarro consigue en las ciento sesenta páginas de este libro provocar nuestra curiosidad, nuestro miedo, nuestra ternura, nuestra sonrisa y nuestro asombro. Pero, por encima de cualquier otra emoción, consigue nuestro aplauso como lectores. Es, siempre, el mejor de los triunfos.

jueves, 26 de octubre de 2017

Libro de la orden de caballería



Concluyo el Libro de la orden de caballería, de Ramon Llull, en la traducción de Luis Alberto de Cuenca (Alianza Editorial, Madrid, 1996). Y, pese a las expectativas (esperaba algo más brillante desde el punto de vista literario, y algo más místico desde el punto de vista ideológico), me ha defraudado.
El sistema de “razonamientos” que Llull enarbola para justificar los atributos que han de ser observados por el caballero es pesadísimo y enojoso, porque siempre procede por la “vía contraria”: si fuera no-X lo lógico en un caballero, la caballería sería absurda; luego ha de ser X. Dicho una vez, resulta llamativo; pero usado con la profusión agobiante y tediosa con que Llull lo emplea, cansa y disgusta. Además, resulta frustrante comprobar cómo, a pesar de los disfraces que se le quieran poner, la caballería es concebida como un ejercicio elitista y reaccionario, cuya función es mantener el sistema. Así, en la 2ª parte, epígrafe 8, cuando califica de “malvado” al caballero que se pone al lado del pueblo contra la autoridad del poderoso (¿y si éste es un déspota?). Entretanto, la gente de ese mismo pueblo debe trabajar los campos para alimentar copiosamente al caballero (1ª parte, 9). La monda. Es inconcebible que saliesen muchos don Quijotes de este acúmulo de melindres tendenciosos, clasistas y pseudorreligiosos.

“El hombre por su naturaleza se halla en mejor disposición de tener noble corazón y de ser bueno que la mujer”. “Sería conveniente cosa que se hiciese escuela de la orden de caballería”. “Poco sabe de encomendar quien a lobo hambriento encomienda sus ovejas”. “Antes debe el caballero ser herido y llagado y muerto que los hombres que le están encomendados”.

martes, 24 de octubre de 2017

La llamada de Lauren...



Pedro tiene unos treinta años. Trabaja como administrativo e imparte clases, porque necesita un dinero extra para mantener el hogar que comparte con Rosa. Pero, a pesar de todas las apariencias de normalidad con las que intenta moverse por el mundo, no ha terminado aún de comprender (o de aceptar) quién es. Tras varios años de relación con su pareja, y aprovechando que es día de carnaval, ha decidido dar rienda suelta a un viejo deseo que le palpita en lo más íntimo de su ser: se coloca un sujetador con relleno, se apropia de unas bragas ajenas, se calza unos zapatos de tacón vertiginoso y comienza a contonearse al son de la música. Cuando Rosa entra en casa, él perfecciona su operación de travestismo pidiéndole que se coloque un traje masculino, se ponga un bigote, trate de impostar la voz y “la” seduzca como lo haría Humphrey Bogart. Pedro, obviamente, es la felina Lauren Bacall.
Al principio, la mujer se avendrá a este juego, pero pronto comienza a inquietarse: Pedro se está comportando de una forma demasiado agresiva, demasiado extraña, demasiado turbadora. ¿Qué se esconde detrás de su actitud? Cuando él comience a desgranar ante la mujer algunos de los episodios de su infancia, ella comprenderá más nítidamente a qué situación se enfrenta.
Esta breve pieza de Paloma Pedrero nos adentra en el mundo de los deseos ocultos o reprimidos, en la trastienda anímica que muchas personas esconden o sobrellevan. Y lo hace con una delicadeza fiereza, con una cruda ternura, que se resuelve en la significativa escena final.

Eficaz, como siempre, la dramaturga madrileña consigue colocar ante nuestros ojos una situación tan incómoda como necesaria. Un espejo oscuro en el que muchos rostros se mirarán con desasosiego.

domingo, 22 de octubre de 2017

Un mundo feliz



Aunque supongo que mitigado por las versiones previas orales y cinematográficas que ya conocía, aún me conmueve el impacto de la novela Un mundo feliz, de Aldous Huxley, que me traduce Ramón Hernández (Plaza & Janés, Barcelona, 1969).
Horripila, bien es cierto, esa asepsia maquinista, fríamente acerada, que el mundo de Mustafá Mond propone: seres clónicos tarados producidos para trabajar; la droga llamada “soma” como alivio para los momentos duros de la vida; el “condicionamiento” psicológico al que son sometidos desde que nacen; etc. Pero también me horripila (lo diré todo) la ñoñería catecúmena del Salvaje, quien, como purgación frente a ese mundo horrible cuyas tesis no comparte, se transforma en un eremita, se flagela con un látigo y abraza ortigas para diluir sus deseos sexuales.
Me ha llamado también la atención que el Dios de este nuevo mundo sea Henry Ford; que en la cremación de cadáveres se aproveche el fósforo (un kilo y medio por cada adulto); que hayan eliminado moscas y mosquitos de su mundo; etc. Una obra dura, inquietante, inteligentemente planteada, en la que quizá sobra (es mi opinión, y no me resisto a formularla) el exceso de moralina teológica de sus páginas finales.

“Los que se sienten despreciados procuran aparecer despectivos”. “Una de las principales funciones de nuestros amigos estriba en sufrir (en formas más suaves y simbólicas) los castigos que querríamos infligir, y no podemos, a nuestros enemigos”. “La felicidad nunca tiene grandeza”.

sábado, 21 de octubre de 2017

La celada fuente



Hace algunos años, la narradora Fuensanta Muñoz Clares tuvo la generosa idea de compartir con los lectores tres textos monologados protagonizados por mujeres y la universidad de Murcia demostró su sensibilidad publicándolos en un delgado y exquisito volumen bajo el título de La celada fuente.
En el primero leíamos con emoción las reflexiones y tormentos de Corina de Tanagra, instructora y también mentora del poeta Píndaro, de quien se enamoró y por el que fue más tarde despreciada. Pasados los verdes años de la juventud, Corina recuerda la delicadeza de aquellos pretéritos amores, con palabras empapadas de melancolía (“A solas, me decía que mi amor era un arco tendido hacia los siglos… A los grandes espíritus les está negado el amor del momento, pues aman más allá”).
En el segundo de los monólogos descubríamos la figura de Christine de Pizan, una mujer fuerte, llena de decisión y arrojo, que escribe y que intelectualmente se ha adelantado a su tiempo.
Y en el tercero encontrábamos a la Virgen María, en Éfeso, exonerada de ilusiones por el curso de los años, con unos ojos que están “cansados de ver” y que “han llorado de sobra”. Su queja consiste en que ahora las personas de su entorno no la dejan languidecer y acabarse en paz. Al contrario, la acosan sin tregua acercándole a sus hijos para que los bendiga. Y ella teme impartir esas bendiciones, dado el precedente doloroso de su hijo (“Temo que mis dedos dejen en su piel la señal infame de los reos de muerte”). Lo único que quiere es morir y descansar.

Tres textos hermosos, elegantes, de desgarrada sinceridad, preñados de dolor, que nos mostraban a una exquisita escritora.

viernes, 20 de octubre de 2017

Los niños de Belzéc



Hace ya bastante tiempo que procuro no leer, por la saturación que me produjo atiborrarme de libros, películas, memorias y documentales para la escritura de mi novela El globo de Hitler, obras relacionadas con la Segunda Guerra Mundial o con el nazismo. Pero cuando llegó a mis manos el libro Los niños de Belzéc, de Víctor M. Mirete (Malbec Ediciones) entendí que no resultaba descabellado aceptar una excepción y me sumergí en sus páginas.
Tuve acceso entonces a la agencia FMP Investigadores, formada por Miguel, Patrick, Pascal y, sobre todo, Frédéric Poison. En esta ocasión (se trata de la segunda entrega de la saga, según indica la cubierta), el asunto que los pone en movimiento no puede ser más inquietante: tras la derrota de Hitler y el inicio del juicio de Nuremberg se están produciendo secuestros de antiguos nazis que tienen un nexo en común: todos estuvieron vinculados al campo de exterminio de Belzéc (situado al sudeste de Varsovia), donde más de cuatrocientos mil prisioneros encontraron la muerte. Pero a estos secuestros se unen los secuestros de sus hijos, que siembran de perplejidad a los investigadores. ¿Qué personas están ejecutando estas acciones? ¿Por qué dirigen su odio hacia unos niños que, en principio, ninguna culpa atesoran? ¿Quién es el misterioso “Juez” que parece encontrarse detrás de la operación?

Me van a permitir que lo deje en ese punto y que les invite a viajar hacia el período histórico que va desde 1942 hasta 1948, donde todas las hebras del relato se desarrollan y van relacionándose entre sí, para que lo descubran por ustedes mismos. Ya me dirán qué opinan, tras la lectura.

miércoles, 18 de octubre de 2017

Nazarín



Hermosa, muy hermosa novela ésta de Benito Pérez Galdós titulada Nazarín (Alianza Editorial, Madrid, 1986). Y muchas son las cosas que de ella quisiera anotar. La primera, sus inequívocas conexiones con la historia de don Quijote. Sirvan como ejemplo tres frases (“Huía, sí, de un mundo y de una vida que no cuadraban a su espíritu”, p.70; “Érale forzoso partir para dar cumplimiento a su peregrina y santa idea”, p.90; “No por santo le han de soltar, sino por loco; que ahora priva mucho la razón de la sinrazón”, p.201) y el planteamiento general de su proyecto: salir al mundo llevando a cuestas su ideal, aunque los otros lo juzguen perturbado o anacrónico. También es muy clara la filiación cristiana de la obra, con “calcos” de la vida de Jesús (la escena del prendimiento es idéntica a la de Cristo, incluso con la “espada” de Ándara por medio). Lo que ocurre es que don Nazario no es, pese a las apariencias (a veces, plastosillas), un santo; y Benito Pérez Galdós se preocupa de hacerlo pecar de soberbia, al insultar a Ándara, juzgándola sin tener por qué hacerlo (“corrompida” y “tú no eres buena”, le dice en la página 74, por ejemplo), y haciéndole que falte a la caridad (cuando se ríe del enano Ujo, en la página 147).
Es una novela sólida, llena de reflexiones, madura y atractiva. Creo que, aun habiendo leído ya bastantes obras de Galdós, lo leeré mucho más en el futuro, sobre todo para descubrirle lindezas estilísticas como las que consigue cuando habla de los “labios hemorroidales” de una mujer, o de las “dos alpargatas por orejas” que tiene un hombre. Grandioso el canario.

“Madrid, la ciudad (o villa) del sarcasmo y las mentiras maleantes”. “Llegará día en que sea tanto, tanto lo almacenado en las bibliotecas, que no habrá posibilidad material de guardarlo y sostenerlo”. “No tener ningún vicio, ninguno, lo que se dice ninguno, vicio también es”. “La soledad es una gran maestra para el alma”.

lunes, 16 de octubre de 2017

La relatividad del error



Me leo un libro de Isaac Asimov que se titula La relatividad del error (RBA Editores, Barcelona, 1994). Admito que algunas de las cosas que este científico explica no consigo entenderlas, porque mi preparación en estos terrenos del saber es más bien escasa. Pero como tengo curiosidad por acercarme a todo (bueno, tampoco me pasaré de pedante: a muchas cosas), creo que seguiré en esta línea de trabajo. De la parte “científica”, diré que me han llamado la atención varias cosas: la demostración de que la luna no tiene nada que ver en el ciclo menstrual de las mujeres (yo creía que sí, por informes leídos en revistas de divulgación); tener noticia de que el primer “marcador radiactivo” se utilizó por parte del químico húngaro Hevesy para descubrir si su patrona usaba restos de comida de unos días para servírselos en otros; que la velocidad de la luz no es (como me enseñaron en el instituto) un máximo insuperable; etc.
Pero me han llamado más la atención todavía las petulancias (no diré que estén injustificadas, pero sí que resultan chocantes) de Asimov. En general, éstas se desprenden de todas las “introducciones” que realiza para los distintos capítulos del libro; pero en ocasiones, hay frases sorprendentes por su soberbia. Así, tras proponer algunos vocablos científicos nuevos (en la página 138), afirma que ojalá los demás astrónomos adoptaran dichos términos, por ser una “propuesta eminentemente inteligente”. Otras veces, la jactancia se disfraza de humor... pero sigue siendo jactancia, indudablemente: “Ni siquiera un tonto lo es hasta el punto de que quiera renunciar a uno de mis libros cuando lo tiene en sus manos” (página 34). Supongo que son ínfulas que harían sonreír formuladas por otros, pero que se pueden perdonar a alguien como Isaac Asimov.

“Cuanto más sé, más plena es mi vida y mejor aprecio mi propia existencia”. “En mi opinión las mujeres han sido creadas para que las besen”. “La seudociencia de la astrología, que todavía impresiona a personas poco cultas (es decir, a la mayoría de la humanidad)”.

sábado, 14 de octubre de 2017

Miguel Hernández: en las lunas del perito



Catulo, el bravo poeta italiano, lo dijo imperecederamente en una de sus páginas: “Difficile est longum subito deponere amorem”. En efecto: es casi imposible abandonar de pronto un largo amor. Y como “amor” conviene definir, porque el sustantivo resulta exacto, el vínculo que el catedrático Francisco Javier Díez de Revenga ha establecido desde siempre con la figura y la obra del escritor oriolano Miguel Hernández, sobre quien ha compuesto y dictado lecciones imborrables.
De ese fervor se nutre el volumen Miguel Hernández: en las lunas del perito, que acaba de ver la luz en la Fundación oriolana que lleva el nombre del poeta. Allí, reunidos en feliz orden, encontramos un buen número de detalles sobre el “genial epígono” del 27 (Dámaso Alonso dixit), sobre “el sorprendente muchacho de Orihuela” (habla ahora Juan Ramón Jiménez) o, si nos ceñimos al fulgor de la poesía, sobre el autor de las “Nanas de la cebolla”, la “Elegía a Ramón Sijé” o los versos incandescentes de El rayo que no cesa.
Con el acostumbrado rigor que preside sus trabajos, el catedrático murciano se acerca a la historia de cómo Perito en lunas se fue conformando (con octavas descartadas, con rectificaciones textuales) y vio la luz en la colección Sudeste (se reproduce incluso el contrato de edición en la página 27); nos aproxima hasta los dialectalismos que aparecen en los versos juveniles de Hernández; nos sintetiza jugosas anécdotas sobre la amistad que lo unió a grandes periodistas murcianos, como José Ballester o Raimundo de los Reyes; nos informa sobre las colaboraciones de Miguel con la Universidad Popular de Cartagena; nos explica las vinculaciones literarias y amistosas que lo unieron a los componentes del 27; nos aporta explicaciones acerca de las deudas que la poesía de Hernández tiene con Góngora y Quevedo, con Lope y con Calderón de la Barca, con Rubén Darío… pero también con el fresco y sencillo venero de la poesía popular, que humedeció sus raíces líricas de principio a fin; nos habla de sus conexiones con el artista murciano Ramón Gaya (ambos nacieron en octubre de 1910, con veinte días de diferencia); o nos transcribe unos versos donde el malogrado poeta de Orihuela llega a sugerir y anhelar “nada menos que el trasvase del Tajo y del Ebro a las huertas de Levante” (p.298).
¿Un libro para profesores? Qué duda cabe. ¿Un libro para especialistas y críticos literarios? Por supuesto que sí. Pero, sobre todo y ante todo, un libro para lectores enamorados de Miguel Hernández, para quienes se hayan sentido conmovidos hasta las lágrimas con sus versos. Porque, por encima de su erudición y de su vasta sabiduría, eso es Francisco Javier Díez de Revenga: un lector de Hernández que nos ayuda a entender mejor muchas de sus composiciones.

jueves, 12 de octubre de 2017

Máximas, pensamientos...



Anoto hoy la lectura de las Máximas, pensamientos, caracteres y anécdotas, de Chamfort, en la traducción de Antonio Martínez Sarrión (Península, Barcelona, 1999). Había leído en muchas ocasiones juicios sobre este autor francés, y hasta algunos de sus aforismos, pero no había entrado ampliamente en su obra. Lo hago ahora, y no me defrauda: tiene destellos de auténtica genialidad. Lo malo de este tipo de libros, para mí, es que adolecen de dos circunstancias enojosas; la primera, que me privan del soberano placer de descubrir por mí mismo las frases más bellas o memorables de una novela, de una obra teatral o de un poemario, aislándolas de su entorno, quizá más grisáceo; y la segunda, que pueden llegar a acumular tanta sabiduría y tanto tino expresivo… que lleguen a fatigar por acumulación. Pero en fin. Ya puedo decir que he leído, profunda y seriamente, a Chamfort.

“Temo morir sin haber vivido”. “Los éxitos hacen perder el tiempo”. “Un hombre honesto debe obtener la estima pública sin haberlo previsto y, por así decirlo, a pesar suyo. Quien se dedica a buscarla, revela su estatura”. “La pérdida de las ilusiones supone la muerte del alma”. “Se echa en falta la pereza de un malvado y el silencio de un tonto”. “La razón es un mal necesario”. “La ambición prende en las almas pequeñas con mayor facilidad que en las grandes”. “De todas las jornadas, la más desaprovechada es aquella en que no hemos reído”. “Existen dos cosas a las cuales hay que hacerse, so pena de encontrar la vida insoportable: las injurias del tiempo y las injusticias de los hombres”. “Es más fácil legalizar ciertas cosas que legitimarlas”. “La falsa modestia es la más decente de todas las mentiras”. “Cuando en el mundo se desea agradar, hay que resignarse a dejarse enseñar muchas cosas, que se saben, por personas que las ignoran”. “Goza y haz gozar, sin dañarte a ti o a los demás; a esto se reduce, creo yo, toda la moral”. “La mayor parte de los libros del presente tienen el aire de haber sido escritos en un día, con los libros leídos la víspera”. “Lo que comporta el éxito de buena cantidad de obras es la relación que se establece entre la mediocridad de las ideas del autor y la mediocridad de las ideas del público”. “Los éxitos producen éxitos, como el dinero, dinero”. “Los pobres son los negros de Europa”. “Se gobierna a los hombres con la cabeza. No se juega al ajedrez con buen corazón”. “El hombre desembarca novicio en cada edad de la vida”.

martes, 10 de octubre de 2017

Vida de los doce césares



Otra voluntad de lectura cumplida. Hace ya unos dos meses (más o menos) que había propuesto releer la Vida de los doce césares, de Suetonio. Y ahora lo hago en la traducción de Vicente López Soto (Juventud, Barcelona, 1990). 
Me han aburrido, de nuevo, las cabalgatas de nombres y cargos de la época romana, que nada me enseñan. Me han aburrido las truculencias reiteradas que acometían estos energúmenos para alzarse con el poder (aunque me han demostrado la podredumbre eterna del ser humano, que sólo cambia de modos, pero no en su esencia). Y, en cambio, he disfrutado como un cosaco con los detalles menudos, con el anecdotario imperial. Eso es lo que perdurará en mi memoria. Anoto, pues, estas cosas. 
Julio César sufría ataques epilépticos; se hacía depilar; se peinaba hacia adelante para disimular su más que avanzada calvicie; y murió de 23 puñaladas. Augusto gozaba desvirgando doncellas (y su propia esposa se las proporcionaba); usaba zapatos con alzas para simular más estatura de la que tenía; tuvo cálculos renales; y tenía faltas de ortografía. Tiberio presenciaba “numeritos eróticos” para excitarse, e incluso frecuentaba a los niños; y le aterrorizaban los truenos. Calígula mantuvo con todas sus hermanas relaciones incestuosas; pensó en destruir todas las obras de Homero, Virgilio y Tito Livio; padeció fuertes ataques de insomnio; y no sabía nadar. Claudio era llamado “aborto” por su madre; su hijo Druso murió en un juego: lanzó una pera al aire y, al recibirla con la boca abierta, se ahogó; le goteaba la nariz y tartamudeaba. Nerón cantó por primera vez en Nápoles, y se produjo un pequeño terremoto; era bisexual y muy promiscuo; jamás se puso dos veces el mismo vestido. Galba tenía deformados los pies y las manos por la gota. Otón usaba peluca. Vitelio era tan hambrón que comía “tres veces al día” (perplejidad de Suetonio); y no tenía problemas porque vomitaba con gran facilidad. Vespasiano, para mantener la salud, se ponía a dieta un día al mes. Tito dijo al morir que sólo se arrepentía de un acto en su vida (y no dijo cuál). Y Domiciano se acostumbró a torturar quemando los testículos. 
En fin. Lecciones asombrosas de la Historia, que siempre es interesante conocer.

domingo, 8 de octubre de 2017

La vida es sueño



Miguel de Unamuno le dedicó hace décadas a Pedro Calderón de la Barca algunos denuestos tan marmóreos (inflador de gaita, gongorino echado a perder, etc) que sólo existe una forma serena de desmentirlos intelectualmente: leer piezas como La vida es sueño. Porque sí, es cierto que su expresión a veces peca de complicada y que su contenido filosófico roza lo abstruso; pero no es menos verdad que el dramaturgo madrileño compensa esas dificultades (más aparatosas que insalvables) con una dicción prodigiosa, una música exquisita del verso y unas figuras literarias que llenan de luz sus páginas de principio a fin.
El argumento de la obra es tan conocido que se puede reducir a unas pocas líneas: el rey Basilio de Polonia, después de haber tenido un heredero (Segismundo) y haber sido informado sobre las futuras monstruosidades que éste cometerá, lo recluye durante años en una mazmorra, sin que le sea revelada su condición de príncipe. Años después y convertido en un mozo educado por Clotaldo, el rey decide someterlo a una prueba: lo adormecen con opio y beleño y es conducido a la corte, donde se le hace saber que es el legítimo heredero de la corona. Su reacción es de lo más inesperada: embriagado por la adquisición de este súbito poder, se muestra altanero con los demás nobles, desdeñoso con sus sirvientes (arroja a uno por el balcón cuando le hace observaciones muy juiciosas, pero que a él se le antojan inadmisibles: “Nada me parece justo / en siendo contra mi gusto”) y soez y libidinoso con Estrella, su prima. Horrorizado por esos desmanes, Basilio ordena que vuelvan a sedarlo y que lo depositen otra vez en su celda, donde Segismundo despierta confuso y triste: ha llegado a la conclusión de que la vida es un sueño, y que él ha soñado todo lo anterior.

El resto (es decir, la manera en que Calderón resuelve la trama) es mucho más banal, porque se construye con tópicos sensibleros y conservadores bastante previsibles. Pero el núcleo de la confusión y los juegos que propone o sugiere son tan brillantes, están tan impregnados de posibilidades (psicológicas, líricas, etc), que no se puede sino ponerse en pie y seguir considerando a Calderón uno de los autores imprescindibles de nuestro teatro.

viernes, 6 de octubre de 2017

La historia comienza



El escritor Amos Oz dispone de una trayectoria tan sólida y tan premiada que se ha erigido en uno de los iconos de la literatura actual: Caballero de la Legión de Honor (1997), premio Israel (1998), premio internacional Cataluña (2004), premio Goethe (2005), premio Príncipe de Asturias (2007), premio Franz Kafka (2013) y varias veces candidato para obtener el premio Nobel son algunas de las distinciones que ha merecido su obra.
Aún no había incorporado a este Librario ninguna obra suya, pero ha bastado que mi hermano Armando me regalase hace unas semanas el volumen La historia comienza (unos ensayos literarios que, traducidos por María Condor, publica Siruela) para que me animara de inmediato a hacerlo.
La idea que subyace en estos diez trabajos es tan sencilla como curiosa: Amos Oz entiende que los autores establecen en los primeros párrafos de sus obras un “contrato inicial” (así lo llama) con los lectores, facilitándoles pistas sobre el tono, la intención e incluso el rumbo que el texto tomará a partir de ahí. Del lenguaje, la perspectiva y el ritmo de esas secuencias iniciales podrá deducirse o intuirse lo que vendrá a continuación. Para ilustrar la tesis se acerca hasta las páginas de Franz Kafka, Gabriel García Márquez, Anton Chéjov y otros excelentes prosistas, que va diseccionando casi palabra a palabra, con finura de cirujano.
Un libro muy útil, también, por su prólogo y su epílogo, que contienen todo un ideario creativo y una declaración de intenciones literarias.

Muy recomendable para lectores inteligentes y para escritores que empiezan en el laborioso mundo de la creación.

miércoles, 4 de octubre de 2017

Hot dogs



Sobrevivir al divorcio de unos padres no es tarea fácil, porque implica tener que buscar un nuevo orden interno. Pero cuando el progenitor termina rehaciendo su vida con una mujer inadecuada, caprichosa y superficial (la latina Blanca Estela) la situación bordea peligrosamente los límites de la catástrofe. 
Es lo que le ocurre a Elia en esta novela de temática juvenil que Care Santos publicó en el año 2003. Para ayudar a su equilibrio cuenta con su amiga Berta, con el amor algo cansino que le profesa Jan (un chico que tiene más entusiasmo que posibilidades), con la con la buena relación que sigue manteniendo con su madre (una pintora de éxito internacional), con la entrañable amistad que la va uniendo cada vez con más fuerza a la anciana señora Magakian y con su nueva tarea profesional, de la que obtiene algún dinero durante las vacaciones: pasear perros ajenos… Un día lee en una revista gratuita un extraño anuncio (“Hoy hay hot dogs fríos”) y comienzan a acumularse los problemas a su alrededor, porque se da cuenta de que tal frase en apariencia absurda es utilizada por los organizadores de peleas clandestinas de canes para convocar a los apostadores. Y estos problemas se agudizan cuando un perro muy querido para ella es robado de su casa. Por lo que puede comprobar, los responsables de organizar las peleas no se andan con chiquitas, y eso le provoca una serie de dudas bastante angustiosas. ¿Debe avisar a la policía para que intervengan? ¿Debe buscar alguna solución por sí misma? 
Equilibrando en todo momento los instantes de tensión, las reflexiones adolescentes y los quiebros argumentales, Care Santos vuelve a construir una elegante propuesta narrativa, en la que se pueden sentir perfectamente retratados muchos jóvenes y donde el amor a los animales, el sentido de la amistad y el desdén por las apariencias se unen a un argumento donde varias ramas adventicias (el fallecimiento de Calixto Magakian, las discutibles amistades del hermano de Elia, la curiosa relación que une a Jan y Berta cuando son presentados, etc) enriquecen y llenan de color las páginas del libro.

lunes, 2 de octubre de 2017

Nuestra casa en el árbol



Dejaré que sea Francisco Umbral (Mortal y rosa) quien lo diga: “Vives otras casas, las amueblas, las habitas, y algo te dice que no son tu casa. Entras y sales en ellas. Pero un día encuentras la casa, tu casa, la que te esperaba, ésa que teje en seguida en torno de ti su silencio, sus sombras, su polvo, su tiempo, y de la que ya no vas a salir nunca, a la que volverás siempre”. Lea Vélez nos plantea en este libro una variante creativa para esa búsqueda metafísica y feliz, que adorna y enriquece nuestra vida: construir dicha casa para sus hijos… 
La protagonista de la narración se llama Ana y es una joven viuda cuyos tres inteligentes hijos (Michael, Richard y María) no encuentran su sitio dentro del sistema educativo convencional, que constriñe su fantasía y se muestra incapacitado para adaptarse a sus necesidades. Así que adopta una decisión compleja pero necesaria: irse con ellos a Hamble-le-Rice, en el condado de Hampshire, donde se ubica un pequeño hostal que ha recibido como herencia. Se inicia así una aventura apasionante, en la que Ana tratará de conseguir que sus hijos crezcan en libertad y rodeados de todos los estímulos intelectuales que la escuela se resiste a ofrecerles. Desea que sus alas imaginativas no se atrofien y que las batan en todos los ámbitos de la existencia (“Quiero que uséis la inteligencia para lo prosaico porque lo prosaico es el noventa y nueve por ciento de la vida”, p.38); desea que escapen del esclerotizado ambiente académico que padecieron en España (donde sus profesoras “no eran profesoras como ese maestro que todos hemos tenido alguna vez y que nos cambió la vida. Ellas eran celadoras en la cárcel de las sonrisas, que es de lo que más abunda”, p.47); y desea, sobre todo y por encima de todo, que se sientan cómodos en el ámbito cálido de la familia, núcleo amniótico de la dicha (“La felicidad no se compra, la felicidad no se encuentra. La felicidad se transmite de padres a hijos”, p.94). 
En ese orden, la construcción de la casa en el roble se transmuta en sacerdocio, en dedicación exclusiva, en calor y en futuro. Ana desea ser feliz y que lo sean sus hijos; y para lograrlo convierte su vida en una sinfonía de risas, en un combate contra la mediocridad y el estúpido conformismo que les quieren inculcar desde fuera. Todas las líneas de esta novela rezuman ternura, firmeza y convicción. Todas sus acciones revelan el mismo fervor y se desarrollan con la misma intensidad: atornillar (“Un tornillo es una metáfora de la esperanza, porque un tornillo se puede desatornillar. Para construir una casa en el árbol conviene usar lentos, fuertes y penetrantes tornillos”, p.163), reír (“En la risa se olvida el mal. La risa es el brillo de las estrellas y somos una constelación cegadora”, p.268), criticar el sistema escolar (“El colegio solo les interesa a los adultos porque es la fábrica que se han inventado para hacer más adultos. A los adultos no les interesa que los niños seamos niños”, p.73) o extraer conclusiones inquietantes sobre la puntuación numérica que se adjudica a los niños en las aulas (“¿Quién es más inteligente, un niño que saca ceros en lengua y dieces en física o una niña que saca dieces en lengua y ceros en física? Quizá la niña es Virginia Woolf y el niño es Isaac Newton. Esa es la comparación que me interesa dejar clara, porque revela el problema”, p.346). Ana se verá acosada por docenas de dificultades para llevar a cabo su empeño, pero tiene un objetivo irrenunciable, saliniano: extraer de sus hijos su mejor versión, su más puro yo. El premio será descubrir que Michael, María y Richard llegarán a convertirse en adultos plenos y felices… 
Esta novela epistolar, memorialística, ensayística, divertida, sombría, aguerrida y lúcida llena los pulmones de aire fresco. Un magnífico texto para leer, pensar y releer.

domingo, 1 de octubre de 2017

Dos cuarenta y nueve



Imaginemos a una locutora llamada Elisa Montes. Su vida personal no está resultando en los últimos tiempos precisamente fácil: su marido y ella han roto relaciones; su madre se encuentra en un centro asistencial, con una enfermedad degenerativa; tuvo la abandonar la emisora donde trabajaba antes, por un incidente más bien desagradable; etc. Ahora dirige y presenta un programa nocturno de radio llamado La sonrisa de la luna, donde los múltiples habitantes de la noche (los insomnes, los solitarios, los tristes) exponen casi en susurros sus lamentos y sus amarguras... Imaginemos ahora a un muchacho llamado Marcos Galván, que tampoco ha tenido un pasado sencillo: unos padres que nunca han respondido a sus expectativas; una conflictiva cosmología sexual; una lectura constante, turbia y más bien sesgada de la Biblia, que le hace imaginarse que alguien (obviamente, él) deberá convertirse en el redentor moral del mundo... Imaginemos por último a un inspector de policía llamado Alonso Marquina, igualmente perforado por mil zozobras: una esposa que canceló su vida con la ayuda de la farmacopea; una hija que lo culpó de aquel horror y que desde entonces ha procurado amargarle al máximo para que jamás olvide sus tribulaciones; un compañero que, tras salvarlo en una situación comprometida, abusa de él como cobro por el favor...
Estos tres personajes se verán unidos gracias a un teléfono: el que utiliza Marcos Galván para llamar al programa de Elisa Montes y anunciarle, con un lenguaje apocalíptico, sereno, impasible, irónico e inquietante, que los inmundos han de ser flagelados, los pecadores destruidos y la mala simiente extraída de la faz de la Tierra. O dicho de un modo más sencillo: que comienza su cruzada contra el mal, de la que irá dándole anticipos en forma de llamadas telefónicas. Uno a uno aniquilará a los que quebranten la ley de Dios, de las formas más diversas: utilizando el fuego, el metal del cuchillo, el cojín que corta la respiración... Ningún obstáculo lo detendrá en este torbellino higiénico, que muy pronto se hará popular en los medios de comunicación de todo el país.

No contaré nada más del argumento, ni de su desarrollo, ni del final de la obra. No explicaré de qué truculentos medios se vale Marcos Galván para ejecutar sus atroces crímenes. No detallaré sus anonadantes y turbadoras experiencias sexuales. No desvelaré qué vínculos de recelo, amor y odio unen durante la obra a todos los protagonistas. Les dejo ese placer a ustedes.