El
poemario Viaje griego, de Santiago Delgado, está en mi biblioteca desde
que lo adquirí en la presentación de la obra, que tuvo lugar en el museo Ramón
Gaya de Murcia el día 24 de febrero de 2005, según apunté a lápiz en su
interior. Al frente del volumen se observa el dibujo de una cabeza de Apolo,
tomada del natural en el templo de Zeus (Olimpia) por la mujer del escritor,
Aurora Gil Bohórquez. Santiago demostraba una vez más que era (y que sigue
siendo) un inquieto y constante viajero, que en cada aventura que emprende se
trae el corazón y los ojos llenos de diapositivas (en prosa y en verso) para
trasladarlas al papel y que sus lectores podamos compartir las maravillas que
ha visto.
La
historia de Agamenón, el viejo rey de Micenas y de Argos, es bien conocida.
Tras haber dado muerte a Tántalo, se casa con su viuda, Clitemnestra, quien
concibe para él cuatro hijos, entre ellos Orestes e Ifigenia. Para atraerse la
ayuda de los dioses en la campaña contra Troya, el brutal Agamenón ofrece la
vida de su hija Ifigenia a los dioses; y luego parte al combate. Clitemnestra,
airada, toma entonces como amante a Egisto, mientras que su esposo, para
mitigar los ardores de su cuerpo mientras dura la campaña militar, se une a
Casandra, teniendo también varios hijos con ella. Vuelto a la patria por fin,
la dolida Clitemnestra y el ambicioso Egisto se confabulan para matar al viejo
rey. Partiendo de esa historia mitológica, Santiago Delgado concibe un
acercamiento muy interesante al tema, en el que Borges y Freud se alían, y al
que pone como título “El viento del sur visita a Agamenón”: el monarca está
dándose un baño tibio y, tras él, se dirige a su cama, donde observa con
indecible estupor su propio cuerpo degollado. Mientras tanto, los recientes
asesinos se preguntan cómo deshacerse del cadáver. El viento del sur,
descubierto todo, se lleva el espíritu de Agamenón al Hades. Asombra que, en un
poema no demasiado largo (55 versos), burbujee una polimetría tan notoria: el
lector puede encontrar allí versos de 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11, 12, 13 y 14 sílabas.
Toda una escalera cromática y musical que dota al texto de enorme frescura y de
ágiles variaciones.
“Mystras”
nos traslada volando hasta las ruinas de la fortaleza bizantina de Kastro, en
el monte Mystras (Peloponeso), cuyas formas son cantadas de manera humilde por
el autor. Santiago recuerda sobre todo la lenta majestad minuciosa con la que
la lluvia empapó a todos los amigos que, aquella jornada, subieron por sus
laderas húmedas.
“Atenas,
1687” dibuja un escenario más torturado y más simbólico. Se nos habla del
ataque que Venecia lanzó contra Atenas durante el año consignado en el título.
Un obús impactó lastimosamente sobre un depósito de pólvora turca, y la
explosión que sobrevino dañó la estructura del Partenón. Al mando de las tropas
venecianas se encontraba Francesco Morosini, que luego se convertiría en el
dogo 108 de la república un año después, y al que se le tributarían altísimos
honores en el senado veneciano por sus méritos de guerra. El autor del poema,
lejos de entrar en cuestiones políticas o en lamentaciones culturales, elige un
modo originalísimo de enfrentarse a la cuestión: analiza los pormenores del
ataque (un general italiano al mando, un cañón francés fabricado con hierro
alemán, etc) y concluye que, en realidad, se trató de un suicidio histórico. La
interpretación, como bien se puede observar, no puede ser más ingeniosa.
“Proporción”
es una sutil denuncia de la soberbia humana, que creyendo alzarse revela su
verdadera condición podre y estulta.
“Comida
en Loutro-Elenis” supone una celebración entre amigos, regada por
conversaciones inteligentes y auxiliada por un entorno paradisíaco, que sirve
como muestra (muestra perdurable en la memoria, además) de que la vida fue
hermosa. Y que mereció la pena vivirla.
“Nocturno”
celebra una noche en Olimpia, con intenso aroma a alhábegas, que cristaliza en
un poema deliciosamente construido sobre el rumor de la rima asonante.
“El mar
en Egina” nos muestra al poeta tomándose un ouzo (un licor que se elabora a
base de uvas maduradas y anís) mientras contempla el mar. Siente de forma
intensa la plenitud de estarse callado, simplemente dejando que sus sentidos se
embriaguen. Y lo inteligente de Santiago Delgado es que anuda y pone en juego
los cinco sentidos en su poema: la vista (los colores del mar y del puerto), el
oído (el rumor de idiomas que coloniza el lugar), el tacto (el suave y pequeño
recipiente que contiene el licor), el gusto (el sabor delicioso del ouzo) y el
olfato (la citada bebida huele hondamente a regaliz).
“Azul”
nos lleva a la conclusión de que es “el color de los dioses” (XV). Eso explica
que, si revisamos el cromatismo del volumen, advirtamos que el azul es sin duda
el color predominante, con siete menciones, seguido a mucha distancia por el
negro, con tres.
“Delfos”
nos hace viajar en barco hacia Brindisi, lo que sirve al autor para dibujar un
poema juguetón, eslabonado sobre asonancias musicales.
“Transbordador
en Naufpaktós” es un hermoso poema dedicado a la ilusión engañosa en la que
creyó vivir Cervantes tras la batalla de Lepanto, que es interpretada aquí como
un mero episodio de lucha económica. Santiago Delgado lo certifica en una nota
a pie de página: “El hidalgo de Alcalá creyó haber luchado por su fe, y, en
realidad, lo estaba haciendo para afianzar un mercado” (XVIII). Esta
interpretación añade a la figura del escritor una pátina de congoja, pues
barniza su entusiasmo con el triste esmalte de la credulidad.
Y “Ante
unas ruinas griegas” nos ofrece la imagen del autor que, mientras contempla
fragmentos de metopas, triglifos, columnas y basas, llega a la conclusión de
que, si esos templos y palacios fueran reconstruidos y conservaran su antigua
forma, no les otorgaríamos la admiración que sí les tributamos, gozosamente, en
su forma erosionada y maltrecha. Y todo ello en un poema de los más ágiles y
rítmicos del tomo, con dobles consonancias poderosas.
Ya
conocen ustedes mi debilidad por este escritor, así que no les digo más, salvo
invitarles a que entren en el mar lírico de Santiago Delgado: me agradecerán el
consejo.