Deseo sumarme a las celebraciones que se están
promoviendo en torno al centenario del más conocido poeta santomerano con la
lectura del volumen Julián Andúgar.
Pasión y expresión de un poeta, de Santiago Delgado. La obra fue publicada
en 1987 por la Academia Alfonso X el Sabio, y su intención principal (declarada
por el autor en la página 9 del volumen) era la de “dar voz al poeta
explicado”. De ahí que gran parte del estudio funcione como una especie de
antología comentada, con el objeto de que los usuarios del tomo se familiaricen
con un vate que atesoraba una voz primordial y que no merecía el descrédito del
anonimato.
El primer apartado del libro (“Autobiopoesía”) supone
un acercamiento a la vida y la obra del vate, que nació el 28 de septiembre de
1917 y que desde muy joven manifestó una ideología de izquierdas muy marcada, que
lo llevó a ingresar en prisión tras acabar la guerra civil de 1936 (“No es
impune perder una guerra, y menos siendo capitán del ejército de los vencidos”,
p.33). En el año 1949 aparece su primer libro en Alicante. Su título era Entre la piedra y Dios, y llevaba un
prólogo de José García Nieto. El tomo estaba formado por una estupenda
colección de sonetos, muy rítmicos y bien trazados, donde el autor alcanza, en
palabras de Santiago Delgado, “el alto honor de ser el más visible epígono del
poeta de Orihuela” (pp.44-45).
Su segundo libro, La
soledad y el encuentro (1952), logró el accésit del premio Adonais
(compartido con José Manuel Caballero Bonald). Esta obra supone, en palabras de
Francisco Javier Díez de Revenga, “un notable avance en la poesía de Andúgar,
en lo que al compromiso humano y político se refiere”.
Su siguiente producción literaria es combativa ya
desde el título: Denuncio por escrito
(1957), y enlaza con la poesía de testimonio, señalamiento y alineación que
muchos escritores llevaron a cabo en aquella década. Es fácil advertir ese
claro rumbo (Santiago dice que estamos ante una “poesía de carácter
comprometido, arquetípicamente social”, p.57), pero también resulta fácil
constatar el noble tono que Andúgar imprime a algunos de sus poemas, donde la
sinceridad se superpone a la mera denuncia efectista y donde el temblor humano
queda por encima de los truenos verbales. “Debo decirlo por si acaso un día”
es, en ese sentido, ejemplar.
El segundo apartado del libro (“Compromiso”) ya nos
explica, desde el propio título, la decisión del artista de ponerse “al
servicio de la denuncia y de la elevación cultural del pueblo” (p.80). Y
distingue dos etapas en este proceso, que fue clave en la actividad mental y
poética del santomerano. La primera engloba sus dos obras iniciales (Entre la piedra y Dios y La soledad y el encuentro), y es
rotulada por el analista como etapa de “compromiso larvado”; mientras, la
segunda se compone de sus dos siguientes producciones (Denuncio por escrito y A
bordo de España) y ha abierto su lenguaje a lo explícito, mereciendo el
nombre de “etapa de compromiso manifiesto” (p.80).
El tercer bloque del libro (“Agrarismo”) es bastante
más breve, y nos ayuda a comprender cómo para Andúgar fue primordial la
atención constante al mundo de la naturaleza. Para un hombre que procedía de
raíces campesinas, pegado a la tierra, enamorado del campo, de la huerta, de
sus labores, era inevitable que estos paisajes aparecieran una y otra vez en
sus versos, los adornasen de sequía, de flores y de frutales, de árboles y de
nubes que se demoran, de gentes que asperjan con su sudor los caballones, de
cosechas parvas y de caminos de polvo.
El cuarto bloque (“Conatividad”) incide más en los
aspectos extratextuales que en los puramente líricos. Nos viene a explicar
Santiago que los versos de Julián Andúgar no están sólo enunciados, no se
lanzan al albur, sino que están concebidos “direccionalmente”: buscan decirle
algo concreto a un oyente concreto, sea éste una persona o un objeto. Son
versos “dirigidos”, orientados de forma ansiosa (casi se diría que compulsiva)
hacia un oyente con el que pretende establecer comunicación y diálogo. Andúgar
no habla, sino que “habla a”.
En suma, un poeta inquieto, febril buscador de caminos
nuevos, que sólo tenía un objetivo: decirse mejor. Y Santiago Delgado,
estudiándolo y comentándolo, nos ayuda a entender con más profundidad la
importancia de su mensaje lírico.