martes, 30 de agosto de 2022

Sol de brujas

 


Cuando se tiene talento narrativo (y Félix G. Modroño lo tiene), lo natural es que los libros que nos ofrece el autor se conviertan de inmediato en un imán potente e irresistible, al que te adhieres de forma gustosa y que te acompañan durante doscientas, trescientas páginas, sin que jamás te parezcan bastantes. Lo descubrí desde la primera de sus novelas (La sangre de los crucificados) y esa sensación no me ha abandonado en ninguna de las incursiones que he practicado después en su bibliografía. Ahora me sumerjo en Sol de brujas (Destino, 2022) y la corroboro. En esta historia de ambientación negra conocemos al inspector Alonso Ceballos (santanderino, 44 años, casi dos metros de altura y un cierto sobrepeso) y a la subinspectora Silvia Martín (palentina, 32 años y con un pasado anoréxico), quienes se encuentran de pronto con una situación tan brutal como inesperada: una adolescente ha aparecido colgada de la Grúa de Piedra en la bahía de Santander. Lo que podría parecer un aparatoso suicidio o un crimen exhibicionista se complica cuando descubren que le han amputado dos dedos y que su boca está cosida con sedal. Alguien se ha tomado muchas molestias (y ha sido concienzudamente macabro) a la hora de ejecutar a la chica y de exponerla ante curiosos y policías. Pero es que la muchacha, para más complicación, es hija de Humberto Marulanda, un presunto narco colombiano al que jamás se ha podido procesar por falta de pruebas, que atesora una hacienda multimillonaria y que manifiesta sin tapujos su voluntad de adelantarse a la policía y encargarse personalmente de quien ha asesinado a su adorada Sandra Milena.

A partir de ese momento se pone en marcha una maquinaria que dispone de todos los ingredientes necesarios para absorber la atención de los lectores: un colegio de pago que esconde o maquilla episodios de acoso escolar; un pederasta en cuyo ordenador se encuentran docenas de miles de fotos y vídeos nauseabundos; oscuros secretos del pasado que vuelven para enfangar la investigación y llenar de desasosiego a sus protagonistas; una figura narradora muy original, con la que Modroño juega inteligentemente; unos pistoleros rusos a bordo de un SUV, con el gatillo fácil y el corazón de hielo; un policía que coquetea con la corrupción; unas espléndidas descripciones del ambiente santanderino de la obra; y, como guinda del pastel, una ambigua y juguetona relación erótica entre dos de las mujeres protagonistas que, créanme, pone una electricidad muy llamativa en algunas de las páginas.

En suma, todo lo que se necesita para convertir una novela en una historia magnífica e inolvidable.

Yo, en su caso, probaría a acercarme.

lunes, 29 de agosto de 2022

La amistad de dos gigantes

 


Siempre me han gustado los volúmenes donde se recoge la correspondencia de un autor al que admiro, porque me produce la sensación de estar junto a él en su despacho, mientras confiesa intimidades, emite lamentos, desvela sus fobias y filias sin tapujos, reconoce admiraciones o se deja llevar por la vanidad, el odio o el amor. Es decir, me permite sentirme cerca de la persona que permanece oculta tras el personaje. Casi siempre (por qué decir otra cosa), ese descubrimiento actúa como decepción, pues me revela miserias o destapa fisuras evidentes en quien yo consideraba inmaculado; pero eso nunca me preocupó: humaniza al escritor, lo que (paradójicamente) me permite admirarlo de una forma más rigurosa. En el caso de hoy, además, se trata de la correspondencia cruzada entre dos monstruos a los que admiro de forma absoluta, en posición de firmes, con las manos rojas de aplaudir: Miguel Delibes y Francisco Umbral. El volumen ha recibido el título de La amistad de dos gigantes, ha sido prologado por Santos Sanz Villanueva y recoge las cartas, tarjetas y telegramas que se enviaron entre 1960 y 2007.

Delibes, en su etapa como hombre fuerte del periódico El Norte de Castilla, quiso contar con la presencia de algunos jóvenes escritores que comenzaban a llenar sus primeras páginas; y tuvo el acierto de seleccionar a Umbral entre ellos. Desde entonces, la relación de literatura y amistad entre ellos fue constante, como bien se puede observar en este libro. El “hermano mayor” (Miguel) siente el orgullo y la felicidad de ver cómo el “hermano menor” (Paco) consolida su escritura y va obteniendo premios, cosechando triunfos y recibiendo homenajes. Ambos se leen y se comentan sus obras; ambos se aplauden y, también, anotan discrepancias (la sinceridad también es un modo de admiración, cuando es sana y la rigen las buenas intenciones); ambos se citan, se elogian, se apoyan; ambos se cuentan sus pejigueras de enfermos; ambos se admiran y se respetan.

Como es normal, quien lee estas páginas también se encuentra con ciertas aristas menos amables, sobre todo por parte de Umbral: quejas por no recibir premios, lamentos porque “a mí no me han hecho justicia en España” (p.413), irritaciones porque un editor lleva unos meses sin contestarle al envío de una novela, etc. Pero insisto en que esas vanidades o esos pataleos megalómanos no emborronan su papel principalísimo e indiscutible en las letras españolas, y mucho menos las obras, sino que actúan como envés de las mismas, permitiéndonos comprender que están compuestas por seres humanos: es decir, por seres a quienes afectan todo tipo de emociones, desde las sublimes hasta las mezquinas.

Una experiencia lectora magnífica y muy recomendable.

domingo, 28 de agosto de 2022

Mendel el de los libros


Para refugiarse de la lluvia que ha comenzado a caer sobre Viena, el narrador se refugia en el café Gluck; y sólo cuando está dentro recuerda que allí conoció al viejo Mendel, un librero que “leía como otros rezan, como juegan los jugadores, tal y como los borrachos, aturdidos, se quedan con la mirada perdida en el vacío. Leía con un ensimismamiento tan impresionante que desde entonces cualquier otra persona a la que yo haya visto leyendo me ha parecido siempre un profano”. A él recurrió cuando, años atrás, necesitó libros para su investigación sobre Mesmer. Descubrió a un sacerdote de los libros, un anacoreta que no vivía más que para la letra impresa, al que incluso la universidad de Princeton había intentado en vano contratar como consejero para la adquisición de obras. Aquel hombre le hizo comprender que “todo lo que de extraordinario y más poderoso se produce en nuestra existencia se logra sólo a través de la concentración interior, a través de una monomanía sublime, sagradamente emparentada con la locura”. Por sorpresa, Mendel ya no está (como estuvo durante décadas) en su mesa, leyendo con sus gafas pobres. ¿Qué ha ocurrido con él? ¿Dónde se encuentra? ¿Continúa vivo? El narrador de la historia experimenta una sensación desagradable con esa ignorancia (“Sentí un regusto amargo en los labios. El regusto de la fugacidad. ¿Para qué vivimos, si el viento tras nuestros zapatos ya se está llevando nuestras últimas huellas?”), pero pronto encontrará a la única persona que tiene contestación para esos interrogantes: la vieja señora Sporschil, que se ocupaba de la limpieza de los aseos del café.

Bellísima narración triste (traducida por Berta Vias Mahou para Acantilado) donde Stefan Zweig reflexiona sobre la pureza de las almas, sobre la dedicación absoluta a una vocación, sobre la ingratitud y, también, sobre la crueldad que los seres humanos somos capaces de desarrollar en circunstancias aciagas.

Delicatessen.

viernes, 26 de agosto de 2022

Pío Baroja

 


Me paseo con interés por un estudio de Eduardo Tijeras que se titula Pío Baroja, en el que me salen al paso numerosas anécdotas de la magnífica Generación del 98 (¡tengo que leer muchos más libros de esos autores!). Alguna de ellas, por su especial textura gamberra, me ha provocado una amplia sonrisa: cuando dice con respecto a Baroja que “Ramón María del Valle Inclán lo convenció para que asistiera con un grupo de revoltosos al estreno de la zarzuela ‘La tempranica’. Armaron tal escándalo que fueron detenidos y llevados a la comisaría, donde Valle-Inclán lució su extraordinario ingenio declarándose coronel general de los ejércitos mejicanos”. Muy propio del excéntrico gallego (y también, dicho sea de paso, muy inesperado en el caso de Baroja: me ha costado trabajo imaginármelo con modales de enfant terrible y dejándose llevar por pasiones brutoides). Igual de sorprendente me ha resultado la noticia de que el escritor y diplomático guatemalteco Enrique Gómez Carrillo (cuyo nombre real se prestaba a demasiadas bromas y juegos de palabras: Enrique Gómez Tible) desafió a duelo a Baroja en 1913, aunque éste, por fortuna para todos, no llegó a celebrarse.

Más llamativa es la apreciación que se lee en la página 67, cuando define a Baroja como “un narrador proteico que no le cambió nunca la tela a su cedazo y que noveló hasta la saciedad con el resultado”. En fin. Si la frase quería plantearse como un elogio, está grismente formulada; si pretendía ser una crítica, me parece idiota: el creador no tiene por qué ser un saltimbanqui que hace de cada salto un ejercicio nuevo y mortal. Buenos estaríamos entonces.

En todo caso, este libro me ha dejado un buen sabor de boca, que agradezco a su autor.

miércoles, 24 de agosto de 2022

Cenizas

 


Cuando la hoguera del amor concluye, de forma abrupta o erosionada por el paso del tiempo, suele dejar un rastro de dolor (esa “última forma de amar”, como escribió el gran poeta Pedro Salinas), que finalmente se resuelve y condensa en un montoncito de cenizas. Aproximarse a esas cenizas, contemplarlas con piedad e incluso osar removerlas con un palito, es la función que realizan los nueve espléndidos relatos que conforman este volumen firmado por Juana Cortés Amunarriz, que se alzó con el XXXI premio Tiflos de cuento y que la editorial Edhasa publicó bellamente en abril del año 2021. En cada historia, el color y la temperatura de esas cenizas son distintos, porque distintos son los protagonistas (parejas heterosexuales, parejas homosexuales, tríos, amigos) que entran en combustión en sus páginas; pero el lector se aproxima a todas con el mismo deslumbramiento y busca la belleza de los perfiles: en “Ada” descubrirá a una chica que acompaña a su pareja por un cementerio de Roma, sabiendo que tras el viaje y el retorno a España romperá su relación con él; en “Trincho” conoceremos a una mujer separada que experimenta la desazón casi rencorosa de que su ex mantuviese una vida feliz al lado del gato común, con el cual se quedó; en “Donde crece la hierba” abriremos los ojos hasta la exoftalmia, impresionados por un argumento amoroso que vulnera los límites de la muerte; en “Carne” veremos cómo un alimento tan cotidiano como las albóndigas puede convertirse en una triste metáfora y en un símbolo triste de una cancelación inesperada; y en “Roma” (el volumen tiene esta humorada-epanadiplosis: el primer cuento se ambienta en Roma y el último tiene como protagonista a una gata con ese nombre) veremos cómo la naturaleza puede ser cruel con sus azares anatómicos.

Juana Cortés Amunarriz, que ya me gustó mucho en Queridos niños… o en Las batallas silenciosas, vuelve a hacerlo sin fisuras en esta obra magnífica, que les recomiendo vivamente.

lunes, 22 de agosto de 2022

Los años del miedo

 


Desde un punto de vista racional, yo no viví el franquismo, porque cuando el longevo dictador murió yo no había cumplido aún los diez años. Eso me permitió, como es lógico, no enterarme de nada de cuanto estaba pasando a mi alrededor durante aquel tiempo. Pero siempre me ha gustado leer ensayos, novelas e incluso memorias sobre la posguerra: fue el mundo en que vivieron mis padres y, como es lógico, me producía curiosidad. Había escuchado, eso sí, referencias al hambre y al clima enrarecido; y recuerdo palabras (“significarse”) que se seguían usando con temor reverencial. Mi abuela Esperanza contaba larguísimos viajes a pie para conseguir comida, el sabor infame que tenían las cortezas de habas o de patatas y el anecdotario de gentes a las que raparon, represaliaron o señalaron durante un tiempo infinito por sus ideas políticas. Tengo además un recuerdo personal muy nítido (nebulosamente perdido en la infancia, pero nítido) del cura de Blanca sentado en el salón de mi casa, merendando con mis padres y opinando sobre el nombre que se debía poner a uno de mis hermanos, a punto de venir al mundo. Yo no entendía por qué un hombre vestido de negro y con falda era consultado para algo que, en puridad, no le concernía.

Leo ahora Los años del miedo, de Juan Eslava Galán, y descubro o recupero aquel tiempo de cines cerrados en Semana Santa, bailes regionales organizados por la Sección Femenina, silencios gelatinosos, venganzas sañudas, altanería chulesca de los vencedores, la iglesia católica extendiendo su control a todos los ámbitos de la vida (literatura, televisión, teatro, arte, educación, sexo), monterías para lucimiento del dictador y, por supuesto, el elenco de personajes que siguen poniendo rostro a aquellos años: Perico Chicote como dios etílico, el rastrero Juan de Borbón y sus mil estrategias ansiosas (soberbia, adulación, alianzas con todo tipo de ideologías) para instalarse en el trono, el lánguido Manolete y su amor por Lupe Sino, el general Pétain devolviendo la Dama de Elche a Franco, el general Fleming convertido en héroe de los prostíbulos (su penicilina solventaba el horror de las enfermedades venéreas), la gira triunfal de Eva Perón por nuestro país (con la compañía rechinantemente envidiosa de la esmirriada Carmen Polo a su lado, luciendo menos que un pegote de barro junto al Taj Majal), Miguel de Molina y los insultos neandertales con los que era apedreado por jóvenes falangistas…

Conocía buena parte de estas realidades y anécdotas (no todas, claro está), pero descubrirlas ahora todas juntas, ordenadas cronológicamente, glosadas con rigor (el aparato bibliográfico del final del libro es amplio) y explicadas en su contexto histórico ha provocado en mí una enorme tristeza, un silencio compasivo: este fue el mundo que vivieron los españoles (y las españolas, aquí sí que es necesario añadir el femenino, porque sufrieron una dosis extra de represión) durante lo que un poeta llamó la “larga noche de piedra” del franquismo. Un mundo en el que se reglamentaba cuál era la ideología política obligatoria, la religión obligatoria, la moral obligatoria, la sexualidad obligatoria; un mundo donde se te decía quién era el bueno y quién era el malo, sin que pudieses discrepar o matizar; un mundo de obediencias, miradas sumisas, lágrimas impotentes, hijos hambrientos, piojo verde, mezquindad, vivafranco, arribaespaña y brillantina.

Cuánta pena. Cuánto asco. Cuánta vida destrozada.

sábado, 20 de agosto de 2022

Cartas desde mi celda

 


No tengo más remedio que desmentirme sobre algo que escribí a lápiz en 1984, al terminar el libro Cartas desde mi celda, de Gustavo Adolfo Bécquer: “No está mal, pero abusa de los adjetivos”. Hoy discrepo de aquel juicio juvenil, cuando releo la obra, porque el vuelo musical de la sintaxis diluye en mí esa sensación. La prosa del andaluz, que he vuelto a visitar este verano de 2022, me parece de una belleza extraordinaria, que exige ser leída en silencio y degustada con un profundo respeto, que quizá no tenía afinado a mis dieciocho años.

En la Carta primera, Bécquer nos cuenta que se ha instalado en la soledad del monasterio de Veruela para restablecerse de unos problemas de salud. Desde allí irá enviando al periódico sus escritos. En el que abre el ciclo nos relata su viaje en tren hasta Tudela (magnífica descripción de sus compañeros de ruta); luego el trayecto en ómnibus hasta Tarazona (soberbia descripción de la fonda); y, por fin, la culminación en mula hasta el monasterio.

En la Carta segunda anota con humor que, en ocasiones, se queda sin tema para su escritura (“Gracias a Dios que no tengo la perniciosa, cuanto fea costumbre, de morderme las uñas en caso de esterilidad, pues hasta tal punto me encuentro apurado e irresoluto en estos trances que ya sería cosa de haberme comido la primera falange de los dedos”). Y luego reflexiona sobre lo distante que juzga el mundo de la ciudad cuando se encuentra rodeado de las bellezas naturales de la zona de Veruela. Se siente, nos dice, como “el que mira un baile desde lejos”.

En la Carta tercera, el poeta llega hasta el recoleto cementerio de un pueblecito cercano, y allí medita sobre sus sueños de juventud y sobre su actual y progresivo desencanto (“Mi corazón, a semejanza de nuestro globo, era como una masa incandescente y líquida, que poco a poco se va enfriando y endureciendo. Todavía queda algo que arde allá en lo más profundo, pero rara vez sale a la superficie […] He aquí hoy por hoy todo lo que ambiciono. Ser un comparsa en la inmensa comedia de la humanidad; y concluido mi papel de hacer bulto, meterme entre bastidores, sin que me silben ni me aplaudan, sin que nadie se aperciba siquiera de mi salida”).

En la Carta cuarta manifiesta su fe en la modernidad y su ilusión por el porvenir, pero lamenta al mismo tiempo el abandono en que se está dejando el estudio de las tradiciones, costumbres, trajes y usos que, poco a poco, el tiempo irá royendo y abalanzando al saco del olvido.

En la Carta quinta, Bécquer reflexiona sobre las desigualdades sociales que se pueden observar en su tiempo, comparando a las mujeres trabajadoras de Añón (un pequeño pueblecito de la zona) con las grandes damas de la burguesía o la nobleza, que viven en una burbuja de confort sin mover un dedo.

En la Carta sexta reproduce la historia que le contó un pastor sobre una bruja (la tía Casca) a la que dieron muerte entre todos arrojándola por un precipicio. Tras redactar en sus papeles esa relación, la sirvienta que lo atiende le amplía datos sobre las brujas de Trasmoz.

En la Carta séptima, pese a prometer que va a contar la historia de las brujas, se detiene en detallar cómo, por arte mágico, fue creado en una sola noche el castillo de Trasmoz.

Y en la Carta octava, que cierra este hermoso volumen, nos cuenta el modo en que Dorotea, la joven y coqueta sobrina del bondadoso mosén Gil, es engatusada por una vieja bruja, que le ofrece riquezas sin fin con tal de que traicione la causa del bueno de su tío. Se inicia así una dinastía de brujas que hasta hoy (Bécquer dice haber visto a la actual y haberse sentido impresionado) se prolonga.

Un libro sencillamente delicioso, brillante, con una calidad literaria intemporal.

viernes, 19 de agosto de 2022

Toda la tierra

 


Termino un libro de literatura juvenil que lleva por título el de Toda la tierra y su autora es Berta Piñán (Acento Editorial, Madrid, 1998).

Es una obra que maneja bien todo lo relativo al registro coloquial, pero la mayor parte de los relatos se me han hecho enojosos por su insistencia en un humor cruel, negro, sardónico o prostibulario. Los que más me han gustado han sido “Amnesia” (trata de una mujer que, tras sufrir un shock traumático, recupera la memoria y prefiere no recordar al egoísta de su marido) y “El pindal” (bonita historia de disgusto y reconciliación póstuma). También resulta gracioso (aunque el mecanismo narrativo de ir eslabonando personajes ya lo leí en Camilo José Cela hace años) ese relato que se titula “El mundo es un pañuelo”.

Digamos que se trata de un tomo no especialmente memorable, pero sí distraído.

jueves, 18 de agosto de 2022

Náufragos del Océano Índigo

 


Termino, con tanto asombro como felicidad, el volumen de microrrelatos que Mar Horno ha publicado en febrero de este año 2022 en el sello Bululú, con ilustraciones de Dictinio de Castillo-Elejabeytia. Su título es Náufragos del Océano Índigo y contiene un elevado número de atractivos para los lectores: un gran manejo de la ironía, un considerable lirismo, espléndidos juegos de palabras, una fastuosa riqueza léxica y, sobre todo, un abanico de situaciones que cautivan a quien sostiene el libro entre sus manos.

Véanse, por ejemplo, los inquietantes ruidos misteriosos que se escuchan de noche en una fábrica de frigoríficos (“Retraso”); o los tintes asombrosos que adopta la muerte de una famosa entomóloga (“Metamorfosis”); o los avances inauditos de la moderna cirugía (“Traumatismo cardíaco”); o la sobrecogedora historia de una mujer perpetuamente congelada (“Frío”); o las sorprendentes intervenciones de san Judas cuando es invocado por sus fieles (“Idiosincrasia de los milagros”): o la triste consunción de las personas que amamos (“La vaina”); o la bellísima vindicación de la lectura que se encierra en los líneas de “La fuga”.

Mar Horno maneja con envidiable eficacia los resortes del relato y del idioma, lo que convierte este delicioso tomo de cuentos en un volumen memorable, que se puede leer y releer sin fatiga. Textos como “Empezar de cero” o “Somos” (por citar dos, aunque podría enumerar veinte) figurarían sin desdoro en cualquier antología del género.

miércoles, 17 de agosto de 2022

El ojo crítico

 


La vanidad que atesoramos los seres humanos nos engaña de continuo, sea cual sea el ámbito en el que ocupemos nuestro tiempo. Y uno de los mecanismos que utiliza para conseguir su propósito consiste en regalarnos petulancia: hacernos creer que nuestra verdad es la verdad. Y que, por tanto, podemos convertirnos en jueces “infalibles” de cuanto nos rodea, porque nuestra opinión estará esmaltada de sentido común, contundencia y espíritu axiomático. El editor Constantino Bértolo aplica esa idea al mundo de la crítica literaria, acopiando en su volumen El ojo crítico un catálogo de asertos que, emitidos con absoluta seriedad en su día, hoy resultan más bien risibles. Por ejemplo, las lamentaciones del padre Blanco García sobre las “porquerías, vulgarismos y cinismos” de La regenta; la consideración de Hamlet como “la obra de un salvaje borracho” (Voltaire); o la definición de Otelo como “puro melodrama” (G. B. Shaw).

Hasta aquí, todo bien.

Pero si evaluamos que a lo largo de la Historia se han emitido millones de opiniones sobre los libros que aparecen aquí convendremos en que el porcentaje de ridiculeces que Bértolo reúne es tan normal como insignificante. ¿Que resulta divertido comprobar lo torpe que fue Voltaire evaluando a Shakespeare? De acuerdo. ¿Que resulta asombroso que determinados críticos y editores no entendiesen la crucial importancia de tal o cual obra? Desde luego. Pero (y aquí el “pero” es básico) se trata de meras anécdotas, gotitas de agua en un océano.

Un trabajo gracioso, sí, pero más bien intrascendente.

lunes, 15 de agosto de 2022

Trayectorias

 


Ningún libro verdadero (y mucho menos un poemario verdadero) puede ser resumido atribuyéndole un sentido, un significado, un mensaje único. Ese tipo de etiquetas puede funcionar ocasionalmente con los volúmenes comerciales, pero no con la literatura que brota del corazón, del silencio, del desgarro, porque este tipo de obras se asemejan al estallido del Big Bang: generan una explosión en todas direcciones que resulta imposible de abarcar. Los ojos del lector (vale decir el ánimo del lector, el alma del lector, la inteligencia del lector) se posa sobre uno de los rayos y, creyéndolo revelador, lo explora de principio a fin. Su visión, desde luego, es auténtica, pero limitada, porque no ha sido capaz de seguir los rayos que, igualmente reveladores e igualmente auténticos, se expanden en las otras direcciones. El lector perfecto (el lector imposible) tendría que ser cuántico.

Paseándome por los versos de Trayectorias, primer volumen poético que publica Marisa Morata Hurtado (Nautilus Ediciones), he sentido que, cada vez que la iba acompañando en una dirección (temática o emocional), me distanciaba de otra posible dirección, seguro que igual de importante. No es algo que pueda ser evitado. Quizá por eso Trayectorias, esta hermosa entrega bilingüe en francés y español que prologa con majestad y sabiduría el poeta José Daniel Espejo, requiere ser leída varias veces, en momentos vitales distintos. Y con el conjunto de todas las lecturas ir fraguando “la lectura” (que, ay, siempre estará incompleta). “Callo varias veces al día / lo que quiero decir”, escribe la poeta en la página 85. Y tú sientes la necesidad imperiosa de descubrir cuál es la causa de ese silencio, cuáles sus dimensiones, qué significan los siete vasos sin vino que reposan en una barra, qué son las yeguas que galopan y quizá sean perseguidas por los lobos, qué mujeres caen desde cielo como piedras.

“Si se toca lo invisible” (escribe la autora en la página 57) “la tierra tiembla en los cimientos y llueven cenizas de lo alto”. Tengo la impresión, después de leer con calma y con admiración este libro, de que Marisa Morata ha tocado en efecto lo invisible, pero que la lluvia resultante de su proeza emocional no son cenizas, sino poemas. Poemas que giran alrededor del verso que, no sé cómo explicarlo, me ha parecido el centro de todo el volumen: “Yo tengo un peso de nieve en el corazón”. La Belleza puede ser liviana y, a la vez, durar para siempre. En este delicadísimo y maduro Trayectorias queda patente esa verdad cristalina.

domingo, 14 de agosto de 2022

La otra realidad

 


No podemos estar seguros (nunca podemos estar seguros) del porcentaje de verdad o de ocultación o de engaño que se oculta en los acontecimientos, noticias y personajes que nos rodean, bien en la vida cercana, bien en los medios de comunicación. ¿Es tan transparente y cumplidora esa empresa química como sus responsables de prensa nos quieren hacer creer? ¿Podemos otorgar crédito (o en qué medida) a las denuncias que los rivales emiten sobre un determinado político? ¿Qué se esconde tras la fachada aparentemente limpia de algunas de las personas a las que se aplaude o se entregan premios?

El madrileño Luis Berastain Diez reflexiona sobre esas cuestiones en el elegante y duro libro La otra realidad, publicado por el sello Baile del Sol en 2014, con ilustraciones de Enrique Juncosa Darder, donde se reúnen nueve pequeñas historias que giran alrededor de interrogantes angustiosos. Los protagonistas son marineros improvisados que se enfrentan a la furia del mar (“La Odisea”); jueces erosionados por la enfermedad que viven atormentados por un veredicto pasado que, ahora, se les antoja erróneo (“La cuadratura del círculo”); fotoperiodistas que viven en Marrakech y que esconden una vida privada menos honorable de lo que su “posición cultural” permitiría suponerles (“Al otro lado del espejo”); mujeres que se tienen que enfrentar con crudísimos episodios de violencia doméstica (“Al ras”); donantes de sangre que esconden propósitos ocultos (“La verdad”); o personajes que purgan donde deben sus insoportables fechorías (“La gota”).

Sin duda, este primer libro de relatos de Luis Berastain contiene jugosas páginas que ya perfilan al buen narrador que sin duda es. Acérquense a comprobarlo.

lunes, 8 de agosto de 2022

Te llamaré Tristeza

 


Es probable que muchas personas sigan recordando a Pinhead, ese personaje de ficción creado por Clive Barker y que en la versión cinematográfica (Hellraiser) interpretó Doug Bradley: un ser inquietante que tiene toda la cabeza atravesada por clavos. En ocasiones (y huelga decir que lo estoy diciendo como un elogio), yo me siento así cuando leo las páginas de mi admiradísimo Miguel Sánchez Robles. Su lucidez, sus observaciones líricas, sus reflexiones existenciales, sus imágenes de vigor poderoso y surrealista, sus aforismos definitivos son como clavos que se hunden en tu cerebro y lo convierten en un erizo literario. Me vuelve a ocurrir al recorrer durante tres días la impresionante narración Te llamaré Tristeza, que fue galardonada con el XXIV premio Tiflos de novela y que ha sido publicada por Edhasa (Castalia) en mayo de 2022.

La protagonista es una chica clarividente y desorientada, que lee algunos libros abandonados (sobre todo, de Cioran), toma pastillas que la conducen por viajes interiores, se acuerda constantemente de su padre (calcinado por sus adicciones a la droga) y busca con desesperación, desde que salió del instituto y se introdujo en el mundo del sexo mercenario, respuestas o caminos, ángeles o caricias, amaneceres y calor. A través de saltos hacia atrás y hacia adelante, y utilizando la técnica de pequeñas diapositivas que tan excelentes resultados le ha dado a Miguel Sánchez Robles en los últimos tiempos, los lectores recibimos un puzle diabólicamente atractivo y diabólicamente complejo que tendremos que armar con atención y paciencia, porque sirve para reconstruir el exterior y el interior de Tristeza, el espacio y el tiempo, las emociones y las esperanzas, sus compañías y sus soledades.

A nada se parece la narrativa de Miguel Sánchez Robles cuando escribe textos como Te llamaré Tristeza (invocar el viejo Oficio de tinieblas 5, de Camilo José Cela, resultaría oportuno, pero insuficiente), y eso implica que se ha adentrado por un camino personalísimo, fértil, inimitable, donde lirismo y brutalidad se dan la mano para llenarnos de luz y de inquietudes. Así que les propongo un reto o un experimento: acérquense al libro y ábranlo por cualquier sitio. Por cualquiera. Del principio o del final. Lean esas dos páginas. Dudo que sean capaces de resistir la tentación de empezar por la primera y devorar el volumen entero. Si no me creen, compruébenlo.

Nadie está literariamente por encima de Miguel Sánchez Robles en la literatura actual. Es mi opinión.

domingo, 7 de agosto de 2022

Maestro Azorín

 


Leo un breve trabajo de Alejandro Fernández Pombo que me ha parecido muy interesante y que lleva el título de Maestro Azorín. Y aunque las informaciones que proporciona en bastantes de sus páginas son curiosas y enriquecedoras (no solamente sobre Martínez Ruiz: explica, por ejemplo, que Caro Raggio fue cuñado de Baroja, y que por eso le publicaba de forma tan profusa), copiaré tan sólo las dos que, por desconocerlas y estar centradas en el escritor alicantino, me han llamado más la atención.

La primera es un juicio espléndido de Vázquez de Mella, quien aseguró una vez lo siguiente: “Donde los demás ponen coma, Azorín pone punto”. Así es. No creo que se pueda expresar con fórmula más simpática y exacta.

La segunda es una paradójica apreciación sobre la relación entre Azorín y el mundo dramático: “La peripecia teatral de Azorín es sencilla o compleja, según se quiera. Sencilla porque puede quedar reducida a una palabra: fracaso. Complicada porque es difícil saber la causa; porque los críticos no llegan a ponerse de acuerdo en la calidad teatral y literaria de sus comedias”. Recuerdo haber pensado en algo parecido hace unos años, cuando leí un par de piezas teatrales del monovero. ¿Es bueno? ¿Es malo? Yo tampoco acierto a darme una respuesta rigurosa. Quizá vuelva a ellas dentro de un tiempo para perfilar más detalladamente mi opinión.

sábado, 6 de agosto de 2022

Volar a casa

 


No necesito avanzar demasiadas páginas en un libro para saber si su autor es alguien, para mí, admirable. Lo detecto con cierta rapidez. No sabría explicarlo con demasiada objetividad o aduciendo razones comprensibles: es algo más bien químico, más bien sensorial, más bien arquitectónico. Quizá se deba (no lo sé) a mi educación literaria, a esas décadas que llevo degustando libros y separando el grano de la paja cada vez con mayor exactitud y velocidad. Pero supongo que es algo que le ocurrirá también a un melómano: no necesitas escuchar una sonata completa de Vivaldi para emocionarte: lo adviertes desde la primera página de la partitura. Cuando leí Manual de jardinería (para gente sin jardín) me dije, de forma casi inmediata: “Sí. Este es uno”. Y ahora que me sumerjo en Volar a casa confirmo la intuición: Daniel Monedero es un narrador que me gusta, que me encanta, que me fascina, que me convence. El ritmo de su prosa, su lirismo constante y eficaz, su tono, el vigor tenue y a la vez sólido de sus personajes se unen para construir unos relatos que, sin excepción, me producen la embriaguez feliz que siempre persigo en los libros. Y esa sensación no puede en modo alguno circunscribirse a un aspecto especial de sus cuentos, sino al conjunto armónico, orquestal, de todos ellos.

Nos hablará de mujeres que se tatúan un pájaro por cada fracaso amoroso que almacenan en su corazón; de adolescentes que ocultan, tras su timidez silenciosa, un talento narrativo absolutamente luminoso; de ancianos que añoran a la esposa que falleció, y con la que esperan reunirse dentro de poco; de muchachas rebeldes que perdieron a su madre y que ahora afrontan una durísima enfermedad de su padre; de chicas ingenuas que se instalan en Nueva York para escribir allí el cuento perfecto; de lluvias misteriosas que no están formadas por gotas, sino por figuras de Kafka… Y, por si todo eso no resultara lo suficientemente atractivo, el escritor vallisoletano nos regala en “Alta literatura coreana” uno de los mejores finales de cuento que he leído en toda mi vida.

Inconmensurables: el autor y el libro.

Léanlo.

jueves, 4 de agosto de 2022

La hija de Rappaccini




He leído, durante mi vida, dos o tres libros de Octavio Paz, aunque reconozco que rara vez ha conseguido “entusiasmarme”. Para comprobar si mis sensaciones son distintas al abordar un género distinto, me adentro en una pieza teatral firmada por el mexicano y que lleva por título La hija de Rappaccini. En síntesis, podría decir que nos traslada la historia de Juan, un estudiante que se prenda de su hermosa vecina Beatriz, hija de un famoso y extravagante investigador. Muy pronto el protagonista va a descubrir con desagrado la condición maléfica del padre y la condición de experimento de la hija, que está envenenada en cuerpo y alma por su progenitor.

Lamentablemente, tampoco en esta ocasión me convence mi aproximación a la obra de Paz, sin duda por incapacidad mía para valorarlo. Esta pieza me parece pedante, verbosa y disminuida en su valor por su brevedad. Los personajes son puro humo de palabras; y creo que la artificiosidad es el más evidente de sus atributos.

Dado el prestigioso y los reconocimientos que rodean a este escritor, no descarto volver a él más adelante. Tengo su obra ensayística muy cerca de mí en la estantería.

miércoles, 3 de agosto de 2022

Elevación

 


Me gusta que los autores de los que espero X me entreguen, de vez en cuando, Z. Y me gusta, sobre todo, porque me permite ampliar el abanico de mi admiración y, de paso, romper los clichés que he podido formarme sobre ellos. Así que, tras la lectura de Elevación, de Stephen King (que leo en la traducción de José Óscar Hernández, publicada por Suma de Letras), emito un suspiro de felicidad y cierro el volumen con gratitud. ¿Se trata de un nuevo libro de terror del maestro norteamericano? No, en este caso no. El novelista de Portland nos acerca en sus páginas al caso de Scott Carey, un hombre de casi dos metros y más de cien kilos, que está experimentando un proceso extrañísimo de pérdida de peso, sin que su apariencia externa sufra mutaciones (la barriga sigue sepultando la correa de sus pantalones). Al principio, se sospecha de un posible caso de cáncer, pero la velocidad a la que baja la aguja en la báscula (casi un kilo al día) desconcierta a su amigo Bob Ellis, un médico ya jubilado que también vive en Castle Rock.

Pero cuando el lector piensa que la trama terminará girando hacia el terror o lo paranormal, King introduce en su novela a las vecinas de Scott, un matrimonio de lesbianas que despiertan todo tipo de prejuicios (cuando no abiertos desdenes) en la localidad… y la historia se desplaza en otra dirección: los empeños de Scott por lograr que se las respete en el pequeño e intransigente pueblecito.

¿Cómo se conjugan ambas líneas argumentales? ¿Qué papel juega en la obra una dura carrera pedestre, cuyo ganador se arroga el derecho de encender el árbol de Navidad de Castle Rock? ¿En qué punto se detendrá el peso de Scott Carey (resulta inconcebible que descienda eternamente)? Stephen King nos lleva de la mano a través de una novela intrigante, comprometida y eficaz, de intención muy probablemente simbólica, que consigue en sus páginas finales esquivar (no era fácil) el componente risible para adentrarse en la melancolía.

A mí me ha gustado.

martes, 2 de agosto de 2022

Susurros de la Muralla

 


El colectivo El Retén Literario, que desde hace años burbujea y se agita en Molina de Segura, acaba de hacer público su volumen colectivo Susurros de la Muralla, que edita el sello Tirano Banderas, donde encontramos una quincena de narraciones llenas de imaginación, creatividad y belleza, marcadas por los estilos (individuales, pero complementarios) de sus autores.

Victoriano García Guillén nos deja en los ojos las historias de la esclava Luna y de su hija Nasila, llenas de una belleza lánguida y terrible y salpicadas por una férrea maldición (“Una muralla de historias”).

José Miguel García Avilés logra que un viejo narrador nos encandile con la huida subterránea de varias personas, que terminan llegando a una playa e iniciando un azaroso viaje por mar (“Ibrahim, el cuentacuentos”).

Irel Faustina Bermejo dibuja con sus palabras la lírica relación imposible entre una muchacha criada como varón y el poderoso Ibn Mardanix, que se enamora de sus ojos oscuros (“El destino de una heroína”).

Conchi Andrés Ortega construye una historia (de final moderno y sorprendente) que tiene como protagonista a una muchacha que pierde a sus padres y que terminará viviendo bajo un disfraz masculino, hasta que el Destino le revele su auténtico futuro (“Zaida, la huérfana”).

Meri Martínez nos acerca hasta la antigua venganza de un marido musulmán, magníficamente descrita, que termina repercutiendo en los tiempos actuales mediante una serie de apariciones fantasmales (“La leyenda de la Muralla”).

José Gómez Larrosa, en la narración más larga del volumen, nos relata cómo   Ozmán desgrana para sus oyentes la historia de Muley, que atraviesa la peligrosa zona que controla el bandido Hakem con el objetivo de llegar hasta Mursiya, donde espera encontrar a Wali el Lisiado.

Anto Gambín reflexiona con inteligencia sobre la insensatez y el horror que fomentan todos los muros, que secan el aire y destruyen el espíritu humano allí donde se erigen (“Las otras murallas”).

María de la O Guillén compone un epistolario elegantemente arcaizante, que se extiende entre 1758 y 1804 y que nos cuenta desde varios puntos de vista una historia estrechamente relacionada con Molina la Seca (“La memoria del papel”).

Pilar García López nos habla de un misterioso túnel subterráneo, en cuyo interior no se esconde tanto un misterio ancestral como un peligro terrible, que está a punto de costar la vida a sus descubridores (“El pasadizo”).

Jose Moreno nos invita a participar en un delirante viaje en el tiempo, fruto de la imaginación o del Vega Sicilia, que nos permite conocer la situación inestable de la localidad en el pasado (“La muralla de Hins Mulina”).

Y Adelaida Romero Rodríguez, para completar el ciclo, deja que sea la propia muralla quien tome la palabra y nos cuente detalles sobre sus misterios y su construcción, con gracia sinóptica (“Mi destino”).

Y todavía quedan otras historias, que dejo para que los lectores las descubran por sí solos, si deciden (ojalá que sí) adentrarse en los laberintos de esta obra, llena de ilusión y de propuestas interesantes.

lunes, 1 de agosto de 2022

Mañana en la batalla piensa en mí

 


Hay un tipo de libros que postulan la infinitud de cualquier historia. O, dicho con otras palabras, la posibilidad de expandir, matizar, retornar, detallar, escudriñar y diseccionar una y mil veces los hechos narrativos o el carácter de los personajes con el fin de obtener una visión lo más profunda, lo más minuciosa, lo más densa que sea posible. Las cosas (parecen sugerirnos estos volúmenes) no son así, sino que debemos apurarlas por su haz y por su envés, con visión panorámica y con microscopio, con emoción y con cerebro, con fe y con escepticismo. Cualquier obra literaria que pueda venirnos a la memoria (desde La Ilíada hasta Cien años de soledad) admite un resumen argumental que cabe holgadamente en un folio: raros libros escapan a esa común característica. Pero la tarea del escritor, el esfuerzo del escritor, la proeza del escritor consiste en desplegar una mirada que sea a la vez macro y microscópica, próxima y lejana, afectiva y gélida, para que los lectores se sientan dentro de esa historia y sean capaces de observar, como los observa él, todos los pliegues, recovecos y ángulos (sean de luz o de sombra). El murciano Miguel Espinosa convirtió una anécdota sexual bastante anodina en un colosal tratado teológico al que puso por título Tríbada; y el madrileño Javier Marías, en Mañana en la batalla piensa en mí, actualiza ese procedimiento y lo convierte en una brillante obra literaria, que seduce, cautiva e imanta desde sus primeras líneas.

Víctor Francés es un guionista de televisión que acude a cenar a la vivienda de una mujer casada, cuyo marido se encuentra en viaje de negocios. Todo anuncia que el postre vendrá coronado por un encuentro sexual entre ellos; pero Marta muere súbitamente tumbada en la cama, antes de que lleguen a consumar la infidelidad. Aturdido, Víctor abandona la casa, dejando a la mujer fallecida y a su hijo de dos años durmiendo en su cuna. ¿Qué va a ocurrir a partir de entonces? ¿Cómo digerirá la situación que le ha tocado vivir? ¿Se sentirá sucio, responsable, intimidado? Lentamente, todos los protagonistas de la historia (Marta, Víctor, el esposo de Marta, su padre, su hermana, su hijo) irán desfilando frente a los ojos del lector, que comenzará a recibir página tras página una espiral de revelaciones traumáticas, en la que todos se irán cubriendo de fango y de luz, a partes iguales.

Pero lo más embriagador de esta novela (con serlo muchísimos detalles de la misma) es, desde luego, la prosa de Javier Marías. Podrá parecer morosa e incluso irritante las dos o tres primeras páginas, porque gira, se retuerce, escamotea y elude; pero tengan ustedes un poquito de paciencia: la recompensa es enorme. Se aprende sobre la indecisión, sobre el amor, sobre la soledad, sobre los extraños mecanismos de los que se vale el azar para golpearnos, sobre la muerte, sobre el olvido, sobre la traición y sobre mil tremedales más del corazón humano.

Apunto aquí algunas de las frases que he subrayado en el tomo: “Todo viaja lentamente hacia su difuminación en medio de nuestras aceleraciones inútiles y nuestros retrasos ficticios, y sólo la última vez es la última”. “Quién contará mi muerte”. “Nos avergonzamos de demasiadas cosas, de nuestro aspecto y creencias pasadas, de nuestra ingenuidad e ignorancia, de la sumisión o el orgullo que una vez mostramos, de la transigencia y la intransigencia, de tantas cosas propuestas o dichas sin convencimiento, de habernos enamorado de quien nos enamoramos y haber sido amigo de quienes lo fuimos, las vidas son a menudo traición y negación continuas de lo que hubo antes, se tergiversa y deforma todo según va pasando el tiempo, y sin embargo seguimos teniendo conciencia, por mucho que nos engañemos, de que guardamos secretos y encerramos misterios, aunque la mayoría sean triviales”. “A media que pasa el tiempo y nos hacemos viejos es menos lo que se oculta y más lo que recuperamos de lo que fue una vez suprimido”.

Uno de los más grandes trabajos del escritor madrileño, que ni pierde brillo ni interés ni potencia con el paso del tiempo.