Michael
Berg tiene apenas 15 años cuando se convierte en amante clandestino de Hanna
Schmitz, una cobradora de tranvía de 36. A ella le gusta la candidez tierna de Michael;
y le gusta también que, antes de hacer el amor, le lea pasajes de libros
célebres: desde Homero hasta los más recientes autores. Al principio, todos los
fogonazos de la perplejidad y del deseo embriagan al joven, que disfruta el
privilegio de haber sido elegido por una mujer tan sensual; pero pronto irá
descubriendo que en ella se esconden extrañas reacciones (celos casi
patológicos, algunos golpes, silencios oscuros) que él no acierta a explicarse.
Un día, Hanna desaparece de su vida y de la ciudad. Y no volverá a verla hasta
que, unos años más tarde, siendo estudiante de Derecho, asista al juzgado en el
que Hanna está siendo, como extrabajadora de un campo de concentración nazi,
sometida a juicio.
Con
esta novela densa, lírica y desgarrada, Schlink se adentra no solamente en las
mieles deslumbrantes del amor juvenil, sino también en los laberintos de la
culpa (colectiva e individual). ¿Cómo afrontó Alemania la vergüenza terrible
por los crímenes del pasado? ¿Cómo se sintieron sus ciudadanos cuando,
destapados los horrores del nazismo, hubo que mirarse en el espejo y decidir
qué grado de infamia correspondía a cada uno de ellos, por ceguera, por
connivencia, por silencio temeroso, por gregarismo? Y, además, ¿cómo debe
sentirse (se pregunta el joven Michael) la persona que se ha vinculado por amor
y por sexo con un ser como Hanna, fautora de atrocidades? ¿Cómo se explica que,
durante los años que vienen después, todo, absolutamente todo en su existencia,
quede impregnado por la figura de Hanna: su matrimonio con Gertrud, su rápido
divorcio, las cintas de casete que graba durante meses para mandar a la
prisión, la necesidad de ayudarla cuando al cabo de casi veinte años se le
permita salir?
Dos libros he leído hasta ahora del escritor de Bielefeld y ambos me han parecido soberbios. Creo que voy a continuar explorando sus demás historias.