lunes, 28 de febrero de 2022

El lector

 


Michael Berg tiene apenas 15 años cuando se convierte en amante clandestino de Hanna Schmitz, una cobradora de tranvía de 36. A ella le gusta la candidez tierna de Michael; y le gusta también que, antes de hacer el amor, le lea pasajes de libros célebres: desde Homero hasta los más recientes autores. Al principio, todos los fogonazos de la perplejidad y del deseo embriagan al joven, que disfruta el privilegio de haber sido elegido por una mujer tan sensual; pero pronto irá descubriendo que en ella se esconden extrañas reacciones (celos casi patológicos, algunos golpes, silencios oscuros) que él no acierta a explicarse. Un día, Hanna desaparece de su vida y de la ciudad. Y no volverá a verla hasta que, unos años más tarde, siendo estudiante de Derecho, asista al juzgado en el que Hanna está siendo, como extrabajadora de un campo de concentración nazi, sometida a juicio.

Con esta novela densa, lírica y desgarrada, Schlink se adentra no solamente en las mieles deslumbrantes del amor juvenil, sino también en los laberintos de la culpa (colectiva e individual). ¿Cómo afrontó Alemania la vergüenza terrible por los crímenes del pasado? ¿Cómo se sintieron sus ciudadanos cuando, destapados los horrores del nazismo, hubo que mirarse en el espejo y decidir qué grado de infamia correspondía a cada uno de ellos, por ceguera, por connivencia, por silencio temeroso, por gregarismo? Y, además, ¿cómo debe sentirse (se pregunta el joven Michael) la persona que se ha vinculado por amor y por sexo con un ser como Hanna, fautora de atrocidades? ¿Cómo se explica que, durante los años que vienen después, todo, absolutamente todo en su existencia, quede impregnado por la figura de Hanna: su matrimonio con Gertrud, su rápido divorcio, las cintas de casete que graba durante meses para mandar a la prisión, la necesidad de ayudarla cuando al cabo de casi veinte años se le permita salir?

Dos libros he leído hasta ahora del escritor de Bielefeld y ambos me han parecido soberbios. Creo que voy a continuar explorando sus demás historias.

sábado, 26 de febrero de 2022

La señorita de Trevélez

 


Recuerdo perfectamente cómo llegué hasta este libro de Carlos Arniches: viendo en televisión, allá por 1984, la adaptación de la obra a cargo de actores como José Bódalo, Alicia Hermida, Luis Varela o José María Caffarel. Me fascinó. Y no lo hizo solamente por el excelente trabajo interpretativo de todo el elenco (cómo odié a Antonio Medina, insuperable en su papel de Tito Guiloya), sino porque el lenguaje de la obra me cautivó: qué belleza de frases, qué ingenio continuo en las réplicas, qué versatilidad de vocabulario. Así que me fui de inmediato al libro; y entonces me convertí en trevelista para los restos. Es la tercera vez que leo la obra y no tardaré en acudir, por cuarta o quinta vez, a la versión televisiva de Gabriel Ibáñez.

Si Arniches se hubiera limitado a concebir y plasmar una infame broma de mal gusto, que elige como víctima a la pobre Flora de Trevélez, quizá este drama no sería tan impresionante y tan imperecedero. Pero supo convertirlo en una obra maestra, en una reflexión sobre la crueldad del ser humano, sobre la estupidez que se deriva de los ambientes más sórdidamente pueblerinos y sobre el amor (el que acaricia don Gonzalo por su poco agraciada hermana). Leyéndola se oscila entre la sonrisa (las escenas donde Numeriano Galán se ve asediado por la romántica Florita, enamorada por primera vez) y la tristeza (cuando escuchamos la confesión amarga de don Gonzalo sobre el motivo por el que se tiñe el pelo y se viste de forma impropia para su edad), sin que el estilo de Arniches flaquee en ningún momento. Con un lenguaje que se paladea, que suena delicioso en estos burgueses de casino y terno impoluto; con una trama que se enreda de forma lenta y creíble; con unas entradas y salidas escénicas siempre bien pautadas; con un ritmo que no admite crítica ni mejora, La señorita de Trevélez es, temática y literariamente, un monumento de la dramaturgia española del siglo XX.

viernes, 25 de febrero de 2022

Se ha borrado el mundo

 


He leído algunos textos escritos con motivo de la pandemia de covid que nos ha golpeado desde principios de 2020, y reconozco que, admirado por algunos de ellos (Muñoz Molina) y decepcionado por otros (aquí permítanme que omita nombres), sentía curiosidad por ver cuál era la reacción literaria de algunas personas de mi entorno más cercano. Una de esas personas es Juan Francisco Vivo, poeta de Pliego, del que acabo de terminar su breve volumen Se ha borrado el mundo (Aliar Ediciones), una obra donde mezcla prosa y verso y donde se enfrenta a los grandes interrogantes de la vida, el tiempo y el ser humano. Ave enjaulada, el poeta se aferra a las argollas de la poesía (Gelman, Valente, Blas de Otero), de la prosa (Pizarnik, Kerouac, Cervantes), del teatro (Calderón), de la música (Aute, jazz); pero también a otras argollas mucho más próximas, como su mujer o su hijo, como el espacio cálido de su hogar, como el silencio hondo de la reflexión.

Toda la tensión, toda la incertidumbre, todos los gritos, todas las lágrimas de aquellos (de estos) meses terribles, inesperados y agrios quedan convertidos aquí en palabras para el futuro, en preguntas líricas donde se quiebra la voz, pero no el tono.

Éste era el libro que esperábamos de Juan Francisco Vivo. Ya lo tenemos.

jueves, 24 de febrero de 2022

Las islas extraordinarias

 


Me acerco hasta las páginas del libro Las islas extraordinarias, del gallego Gonzalo Torrente Ballester, obra desenvuelta y amena que, en mi opinión, daba mucho más de sí. Torrente se ha reducido en muchas de sus secuencias a meras exposiciones teóricas, bien trazadas, pero de poca consistencia novelesca, que malbaratan su argumento y estropean el placer lector. Las reflexiones que ayunta sobre el poder absoluto son de una lucidez asombrosa, y resultan a la postre lo mejor del texto, junto con su final enigmático. No diría que el tomo resulte en su conjunto desdeñable, pero sí que me ha parecido tan sólo la calderilla de un buen prosista.

Dos frases para la reflexión: “La tesis de la igualdad de los hombres es el arma de los mediocres para triunfar en el mundo y en la sociedad”. “La capacidad de amar es incompatible con la de admirar”.

Es todo cuanto he anotado del volumen.

miércoles, 23 de febrero de 2022

Historia secreta del mundo

 


He sostenido muchas veces (y más que lo haré en el futuro) que los dos aspectos que más me gustan de un escritor son su exactitud semántica y su forma de mirar. Con el primero me hago una idea bastante aproximada de su rigor expresivo, de su autoexigencia verbal, de su desdén por el lenguaje descuidado; con el segundo, compruebo desde dónde me hace contemplar los hechos que está narrando, qué perspectiva adopta a la hora de relatar y con qué ritmo lo hace. Esos dos intereses han quedado plenamente satisfechos durante la lectura de Historia secreta del mundo, de Emilio Gavilanes (Ediciones de La Discreta, 2015), que me ha parecido una colección excelente de microrrelatos.

La intención que mueve al escritor madrileño es elaborar una historia alternativa (o secreta, como él dice) del mundo, donde queden cobijados los sucesos que apenas han sobrevivido a la amnesia colectiva y donde los grandes protagonistas y los grandes nombres (Garcilaso de la Vega, Hölderlin, Lincoln, Mallory, Hitler) comparezcan desde otro ángulo. Logra así viñetas, diapositivas, estampas de una belleza estremecedora, que provocan en el lector un amplio abanico de emociones (sorpresa, ira, ternura, conmoción, repulsa). Me impresionó la metáfora que extrae de “El hombre de la turbera” (el conocido Hombre de Lindow). Me causó deslumbramiento la brillantez conceptual de “Huida a Egipto”. Me hizo pensar en “San Pedro”. Me provocó sonrisas con “La poesía viaja al noroeste”, donde se nos cuenta cómo Basho compone el primer haiku de la jornada. Erizó la piel de mis brazos con el último párrafo de “Viaje por una provincia del interior”. Me conmovió casi dickensianamente con “La pequeña deshollinadora”. Y, en fin, me hizo tragar saliva con frases como la que contiene el relato “Otro héroe” (“Durante su vida nadie alabó nunca su lucha heroica para no vengarse, una hazaña pasiva”).

No tardaré en volver a este autor.

lunes, 21 de febrero de 2022

Lo que queda

 


Leo un libro asfixiante que se titula Lo que queda y del que es autora Christa Wolf. Lo traduce del alemán Ana María de la Fuente. Es un tomito breve, en el que la conocida narradora nos resume a sus lectores un día, un solo día agobiada por la tenaz represión de los servicios secretos comunistas; y le bastan estas pocas páginas para transmitirnos con eficacia su agobio, su inquietud y su constante desasosiego. Sin duda, interesante. Sobre todo, porque, como bien dice la autora, la única manera de vencer al miedo es enfrentándose a él y encarándolo con valor (“Cómo se libra uno de los pensamientos. Pensándolos”).

No hay que olvidar los desmanes, sean cuales sean los colores de la bandera bajo la que se perpetran. Este libro es un buen ejemplo.

domingo, 20 de febrero de 2022

El arte de la resurrección

 


Dos figuras principales (y un paisaje) constituyen la médula de El arte de la resurrección, la novela con la que el chileno Hernán Rivera Letelier obtuvo el premio Alfaguara del año 2010. La primera es Domingo Zárate Vega, un alunado estrafalario que, después de la muerte de su madre, dio en considerarse la nueva encarnación de Cristo en la Tierra y, en virtud de esa convicción, comenzó un largo apostolado por los diversos pueblos del país, donde pregonaba su palabra divina, ofrecía consejos sobre todo tipo de hierbas medicinales, esparcía aforismos ñoños o mentecatos y entregaba folletos con sus irrisorias sandeces. Ese fervor místico no impide que se declare profundamente afecto a las “ancas mundanales” de las hembras dadivosas y que, en su ausencia, recurra a feroces masturbaciones en plena naturaleza. De forma casi unánime se lo conoce como El Cristo de Elqui. La segunda figura protagonista es Magalena Mercado, una mujer hermosa que ejerce la prostitución en la salitrera conocida como La Piojo, un lugar dejado de la mano de Dios, donde las cabezas hierven bajo los rayos solares y donde nadie entiende muy bien que desempeñe su oficio justo al lado de una talla de la Virgen María. Esta mujer de fe inquebrantable y largueza carnal tiene que ir apuntando sus servicios en una libretita, dada la escasez de dinero de los pobres trabajadores de la zona. Y el tercer protagonista, como arriba he señalado, es el paisaje: el puro y duro desierto chileno, la inmisericordia de sus días infernales y de sus noches gélidas, la vegetación casi inexistente, la avaricia de unos empresarios gringos que han convertido aquel secarral en una fuente de la que esperan extraer hasta la última gota de riqueza, las aves carroñeras que sobrevuelan su extensión pobre.

Ahora, con esos tres elementos bien presentes, imaginen que el desquiciado predicador (que existió en la vida real) concibe la peregrina idea de convencer a la prostituta para que se convierta en su María Magdalena, y parta con él en su tarea evangelizadora. Ni corto ni perezoso, cruza el desierto para encontrarse con ella en la salitrera y explicarle su plan. Derrotado por las asechanzas de un entorno hostil, asaeteado por las incomprensiones y las burlas, el Cristo de Elqui llegará a la triste conclusión de que “este mundo estaba al borde de la perdición cuando los malos servían de ejemplo y los buenos de mofa” (p.165).

El arte de la resurrección es una novela de gran fuerza expresiva y desarrollo perfecto, que se tiñe al final con los colores siempre amargos del fracaso y de la melancolía; y que absorbe magistralmente las influencias literarias de Juan Rulfo o Mario Vargas Llosa. Espléndida.

viernes, 18 de febrero de 2022

No entres dócilmente en esa noche quieta

 


No me resisto a copiar un párrafo de la página 116 de esta excepcional obra de Ricardo Menéndez Salmón: “Comencé este libro queriendo hablar acerca de mi padre, pero comprendo que, al hacerlo, he hablado (estoy hablando) de cosas que están más allá, por encima o incluso antes de él. Que estoy hablando de mis temores y temblores, de mis logros, de mis recelos, de mis propias invisibilidades y de mis propios venenos. Si el parto promete traer al mundo más de una criatura, debo congratularme por ello, pues clarificar el origen de uno mismo es una de las escasas pesquisas que merece la pena abordar. Dirimir en la página quién fue mi padre me permite afrontar los diálogos que nos faltaron, vencer la sordera que nos atenazó, acatar el exilio que nos recluyó en un recíproco destierro. Supone, de paso, alumbrarme a mí mismo”. Con esa luz como norte, es fácil comprender que este libro no constituye medularmente un ajuste de cuentas, en el sentido banal del sintagma (Menéndez Salmón no se dedica en estas páginas a enhebrar recriminaciones, apilar rencores y anotar con escrúpulo mezquino los fallos de su progenitor), sino un ejercicio honesto de búsqueda, una exploración emocional y biográfica en la que intenta “insuflar vida a una estatua”, como tan gráficamente define en la página 157 la tarea del escritor auténtico. Es una empresa condenada al fracaso, porque nadie está capacitado para conocer y entender del todo a ningún otro ser humano, pero que ejecuta con fervor digno de admiración.

Aquí están los traumas del niño que vivió rodeado por la enfermedad paterna, por el alcoholismo, por las servidumbres de un hogar asfixiante; aquí están las más serenas intenciones frente al ejercicio de la escritura (“Podría parecer que por momentos es la cólera la que guía mi mano, pero creo hallarme lejos de su imperio mientras escribo”, p.43); aquí están los viajes del hombre que ha conseguido el reconocimiento nacional e internacional por sus novelas; aquí están sus juicios literarios (dice que Escuela de mandarines, de Miguel Espinosa, es “la novela en mi opinión más extraordinaria escrita en España durante la segunda mitad del siglo pasado”, p.144); aquí está, en fin, la prosa admirable, rica, fastuosa, de uno de los estilistas más completos del panorama actual.

Un volumen lleno de dureza, de firmeza analítica, de mandíbulas enclavijadas, de ojos humedecidos, de rectitud moral y de introspección, que se lee tragando saliva a cada página.

jueves, 17 de febrero de 2022

El 19 de marzo y el 2 de mayo (Episodios nacionales, 3)

 


Desde la atalaya reflexiva de sus 82 años, Gabriel de Araceli nos cuenta que a los 17 se encontraba trabajando como cajista en una imprenta, sin que de la mente se le hubiera evaporado la idea de contraer matrimonio con Inés en cuanto las circunstancias económicas les fueran un poco más favorables. Pero un terrible inconveniente vino a presentarse ante ellos: don Mauro (mezquino comerciante y tío de la joven), acompañado por su hermana Restituta, presionaron para que la chica les fuera entregada y viviera con ellos en Madrid. Como es natural, no tarda mucho nuestro protagonista en instalarse también en la Villa, para lograr rescatarla de las manos ambiciosas de sus parientes, que únicamente se muestran interesados en Inés desde que la saben hija ilegítima de una noble dama de rico patrimonio.

La llegada a Madrid permite a Gabriel comprobar cómo está de enrarecida la atmósfera: se habla del exilio de los reyes, de la proclamación de Fernando VII, de la invasión evidente que Napoleón está perpetrando sobre España y de la forma en que el poderoso Manuel Godoy está siendo traicionado, incluso por sus más cercanos amigos (“La ingratitud, el más canalla de todos los vicios”, cap.IX). No resulta extraño que, con esos ingredientes agitándose, el pueblo estalle y se levante en armas: a veces con actuaciones execrables (“Era aquélla la primera vez que veía yo al pueblo haciendo justicia por sí mismo, y desde entonces lo aborrezco como juez”); pero otras veces dando muestras de un heroísmo, un orgullo y un valor asombrosos, con centenares de madrileños enfrentándose con palos, piedras y navajas a las bayonetas y cañones que los franceses utilizaron de forma avasalladora.

Todos conocemos los sucesos del 2 de mayo por los libros de Historia y por algún cuadro célebre (imposible no pensar en Goya), pero Galdós nos da en esta tercera entrega de la serie la descripción detallada, los gritos de La Primorosa, el violento rojo de la sangre, los estallidos de las deflagraciones, el olor del miedo. Vemos la lucha, porque el canario consigue con sus palabras y con su ritmo narrativo que se nos acelere el pulso y que contemplemos las imágenes de heridas, barricadas, vientres abiertos, rostros ennegrecidos por la pólvora o niños interrumpidos.

Cuando en la escena final advertimos cómo los franceses se llevan a Inés y cómo Gabriel cae inconsciente tras los disparos de sus verdugos, lo tenemos claro: urge buscar el cuarto volumen de la serie para continuar recibiendo los detalles de esta historia.

martes, 15 de febrero de 2022

El viaje del gusano Susano

 


Conocido es, por todos sus amigos y lectores, el cariño que Paco López Mengual siente por los gusanos de seda, cuya crianza y difusión se empeña en fomentar año tras año, regalando ejemplares a niños y adultos. Así que era cuestión de tiempo que redactase una historia tan entrañable, tan bonita y tan simpática como El viaje del gusano Susano, que publica el sello Alfaqueque e ilustra con brillantez Francisco Javier García Hernández.

En estas páginas, de hermosas letras gigantescas (que harán las delicias de los lectores iniciales, pero también la de los lectores mayores, cuya vista se encuentre cansada) descubrimos la relación de cariño y comunicación que nace entre Elena y uno de los gusanitos que guarda en la caja, que le resume de forma graciosa la manera en que sus antepasados fueron sacados de la antigua China, de donde eran originarios. Con su prosa siempre llena de gracia, ternura y humor, Paco López Mengual consigue que desde las primeras líneas la persona que está leyendo se vea inmersa en una narración encantadora y dulce, que invita a reflexionar sobre el sentido cíclico de la vida y sobre el poder de la amistad.

Apropiadísima para regalar a niños de 7 a 10 años.

lunes, 14 de febrero de 2022

Viento del exilio

 


Después de un tiempo sin pasearme por sus páginas, vuelvo a un libro de Mario Benedetti: el flaco poemario Viento del exilio, que no es una de sus obras mejores, a mi entender. Los poemas “Pasatiempo”, “Cada vez que alguien muere” y “Happy Birthday” han sido los que de verdad me han gustado, en un conjunto de versos algo irregular.

En este tomo pueden encontrarse, eso sí, espléndidas reflexiones de formulación sencilla (“Cada siempre lleva / su hueso de jamás”), predicciones que sin duda se cumplirán (“El futuro no es / una página en blanco / es una fe / de erratas”), versos que conmueven por los recuerdos que nos traen (“Mi padre / se fue mudando lentamente / de buen viejo en poca cosa / de poca cosa en queja inmóvil / de queja inmóvil en despojo”), meditaciones sobre la finitud inapelable que nos rige (“La muerte está esperándome / ella sabe en qué invierno / aunque yo no lo sepa”), advertencias sociales (“Ya sabemos cómo es sin las respuestas / mas ¿cómo será el mundo sin preguntas?”), vindicaciones de la queja insobornable (“Poco a poco se fueron convenciendo / de que habían convencido / pero el silente dijo no”) o palabras que no dibujan precisamente de color rosa el porvenir (“Ser digno / resultará más arduo cada día”).

Insistiré pronto con otro Benedetti.

sábado, 12 de febrero de 2022

Los colores del adiós

 


Muchas de las personas que leemos (ignoro si todas) vamos buscando a través de los libros una voz que nos cautive. En ocasiones, descubrimos autores que nos dan un sonido agradable, o una estrofa musical bella, o una canción hermosa; pero nuestro empeño principal consiste, al menos en mi caso, en advertir y apresar (o ser apresado por) una voz, un modo de decir que nos resulte mágico, seductor, irrenunciable. Ese descubrimiento no siempre es absoluto, porque puede verse desmoronado cuando nos adentremos en la siguiente obra del autor; pero en ocasiones (cuánto esplendor entonces) acaece el milagro. Mis milagros se llaman Borges, Cortázar, Shakespeare, Galdós, Muñoz Molina, Menéndez Salmón y alguno más. No son demasiados, pero son siempres.

Ahora acabo de descubrir a Bernhard Schlink, e intuyo que podría incorporarse a la lista, si otros libros suyos me resultan tan embriagadores como lo ha sido Los colores del adiós, recién traducido por Juan de Sola y publicado por el sello Anagrama. Son nueve relatos donde se nos dibuja con una infinita belleza otras tantas ceremonias de despedida: el amigo que murió sin saber que el narrador lo había traicionado, por una causa conmovedora; la niña que crece y desprecia con absurda saña al hombre que la ha educado; el moribundo que desea entregar un objeto a su exmujer, antes de que la muerte lo diluya; el desconcertado esposo que se ve actualizando la historia de Lot; la mujer que, durante un veraneo, mantiene un idilio extraconyugal; el escritor mayor que comprende que la joven compañía de su amante no será eterna, porque el fluir del tiempo los separará… Magistral en la elección de los tonos y de los procedimientos narrativos, Schlink acaricia sus argumentos y los convierte en hermosas ánforas, donde la belleza brilla en cada línea, en cada palabra, en cada silencio.

“Cuando se ama, se necesita al otro para ser feliz, no para seguir viviendo”, nos dice en la página 213. Yo, aún con la emoción reciente de sus historias, me declaro conmovido por la literatura de este autor alemán, al que voy a seguir leyendo sin más tardanza.

jueves, 10 de febrero de 2022

Las cosas del tiempo


En ocasiones, la plenitud puede manifestarse en acciones tan pequeñas, tan leves y diminutas, que expresarlas con palabras resulta complicado. Pero entonces se manifiesta el poeta, y nos dice que fuera, en el jardín, se expande el intenso aroma del galán de noche; que es suficiente con salir, respirar su pureza y después volver a entrar en casa, cerrando despacio la puerta. ¿Se dan cuenta? Ya está. En esa escena de elemental simplicidad se esconde (y reina) el esplendor del sentir poético. Y quien nos lo dice, en una de las composiciones iniciales de su libro Las cosas del tiempo, es Antonio Parra Pujante.

De su mano podemos caminar por este huerto de instantes, por este paisaje de primaveras e inviernos, donde la luna es un gajo maduro de naranja, el té humea en la mesa, la música exterior se atenúa y finalmente se duerme, Penélope espera sin esperanza a Ulises en un zaguán sombreado de Mikonos, la amada barnizada de años ignora que sus arrugas son tiempo hermoso y vivo, y un Gil de Biedma crepuscular observa o imagina el viejo Cadillac rojo de sus padres. Después cae la tarde sobre la herrumbre de la historia.

Poeta de silencios insinuados y de insinuaciones casi silenciosas, Antonio Parra nos deja entre los dedos del corazón estos poemas pequeños, gorrionales, que nos dejan meditando sobre el tiempo, esa marejada que nos sacude, ese viento que nos zarandea, esa niebla que nos empapa y que finalmente nos borra. Y junto a esa guadaña fugitiva se yergue el espectador sereno, que bebe, observa, reflexiona y ama: cuatro escudos inexpugnables.

Un libro tenue y bellísimo.

miércoles, 9 de febrero de 2022

El húsar

 


Frederic Glüntz, hijo de un rico burgués, se encuentra destinado en España en el año 1808 como subteniente de húsares del ejército napoleónico. En su mente (y en la de su amigo Michel de Bourmont, de noble cuna) burbujean las ansias de entrar en combate, porque entienden la guerra como un ejercicio de honor, valor, patriotismo y caballerosidad, idóneo para adquirir fama y gloria. De ahí que se encuentren impacientes por entrar en combate contra los españoles, quienes, en opinión de Michel, combaten como auténtica chusma, con trabucos, navajas y emboscadas, en lugar de hacerlo al modo ordenado, impecable y marcial que los húsares exhiben. Pero todo ese falso mundo de chalecos impolutos, botones brillantes, armas brillantes y formación ordenada se vendrá abajo cuando comience la lucha y descubran con infinito estupor la verdad que quizá los veteranos ya conocían y ocultaban: que la guerra es “mierda, barro y sangre”, que el frío, el dolor y el miedo son sus únicas banderas, y que la pérdida de la vida nada tiene de honorable, sino de estúpida inmolación para que otros, alegremente, disfruten luego de los beneficios de la masacre.

Arturo Pérez-Reverte nos dibuja en esta obra una amarga reflexión sobre el sinsentido de la guerra, sobre la facilidad con la que los espíritus jóvenes e ingenuos son embaucados para inmolarse en ella, y también sobre algunos tipos humanos (estoy pensando sobre todo en el anciano patriota don Antonio de Vigal, que aparece en el capítulo 4, y en el derrotado húsar que, en el capítulo 7, consciente de que sus minutos están contados, pide que Frederic la cargue la pistola y lo deje solo) que sobrecogen literariamente y dejan una indeleble huella emocional en el lector.

Sin duda, una hermosa, dura y sabia novela.

martes, 8 de febrero de 2022

Tiempo curvo en Krems

 


Existe en los libros (como imagino que ocurre también en la pintura, en la música y en otras artes) un ingrediente misterioso, imposible de premeditar, que nos los convierte en seductores o en anodinos, en sensualidad mágica o en banal grisura. De tal suerte que aquello que para ti se erige en manifestación de la excelencia o en prodigio inolvidable puede ser contemplado por los demás como bostezo o nadería. Y al revés.

Después de haber leído altos elogios dedicados a las obras de Claudio Magris, me sumerjo por fin en una de sus obras… y me deja frío. Los cinco cuentos agrupados bajo el título de Tiempo curvo en Krems (traduce Pilar González y edita el sello Anagrama) han desfilado por mis ojos sin que ninguno haya prendido en ellos y sin que ninguna admiración ni ningún aplauso me haya brotado en el corazón. Por descontado, acepto sin reticencias que se trate de un coloso de la literatura europea; faltaría más. No soy quién para discutirlo. Me limito a afirmar que, en mi caso, no ha encontrado al lector que posiblemente buscaba y merecía. Cuando me adentré en “El guardián” me encontré con la historia de un millonario que, en la senectud, opta por dedicar sus horas penúltimas a ejercer de portero en un edificio de su propiedad. Después de años como empresario de éxito, “aquella necesidad de mandar, de ganar, había terminado” (p.27); y se apresta a buscar la felicidad en esta tarea paradójica de subalterno. Tras esa lectura (que me gustó, sin entusiasmarme), paseé por las páginas de “Lecciones de música” y encontré a Salman Meierstein, antiguo profesor de conservatorio cuyo exalumno Vilardi es ahora un reputado violinista de fama continental. Tras esos dos relatos (correctos y elegantes, aunque no me generaran admiración), los tres restantes no lograron que cambiase mi percepción.

Intentaré acercarme a otra obra de Claudio Magris, por si hubiera errado en esta primera aventura. Quién sabe. Tal vez cambie mi opinión.

domingo, 6 de febrero de 2022

Libro de los árboles y los jardines

 


Dice Santiago Delgado, en la contracubierta de su última entrega (Libro de los árboles y los jardines), que se trata de un volumen “de humilde tirada para amigos. Nada más, y así está bien”. Tras leer esas palabras y comprobar que uno de los ejemplares ha sido depositado por el autor en mis manos, ¿qué sentir, sino una enorme gratitud y un escalofrío en la nuca? Pero es que, a renglón seguido, el escritor murciano añade: “Sin vanidad alguna y sin falsa humildad, diré que es un buen libro. Nada más, y ya está”. No puedo estar, acabada la lectura, más de acuerdo con él. Y no solamente por las palabras hermosas que el autor utiliza en sus páginas (tanto en verso como en prosa), sino por las miradas que es capaz de desplegar sobre el entorno vegetal que lo ha ido rodeando a lo largo de su vida; y también por los silencios que deposita al final de cada composición. Y digo bien: por los silencios. Porque Santiago Delgado describe, elogia, evoca, añora, detalla y enumera una conmovedora selección de árboles, flores, arbustos y plantas que ha ido encontrándose (cipreses majestuosos en la Toscana, tejos en Burgos, naranjos ateridos en el febrero murciano, higueras en Patiño, almendros florecidos en Cartagena, piñas fotografiadas por Pepe Beltrán, imponentes sequoias en La Sagra o las gardenias que Aurora trajo al hogar, en una sencilla maceta); pero tras esas palabras siempre conmovidas y siempre conmovedoras, extiende ante nuestros ojos un silencio de reflexión, de paz, de meditaciones y ternuras, de fervor agradecido.

Encontrará el lector muchos primores en estas hojas (que no son caducas, sino perennes): rimas de sutil vuelo, aromas culturales, romances antológicos, sonetos magníficos y hasta fórmulas que te arrancan una sonrisa (por ejemplo, cuando en la página 140 nos describe un atardecer hablando de un “solecillo en despedida”). Horas de literatura que nos recuerdan el descuido que dedicamos habitualmente al mundo vegetal y que, subsanado, puede otorgarnos una felicidad zen, minimalista o franciscana, de la que estamos tan faltos.

Léanlo.

sábado, 5 de febrero de 2022

La colina del árbol hueco

 


Podría decir que estoy tan maravillado como sorprendido, pero no sería verdad: de Manuel Moyano ya no me sorprende absolutamente nada. La primera acomodación al asombro se produjo cuando, tras admirarlo como cuentista, advertí que era también un excelente novelista; la segunda, cuando comprobé que igualmente se revelaba como un prodigioso microrrelatista; la tercera, el día en que lo descubrí ensayista; la cuarta (o la quinta, o la sexta, o la séptima, yo qué sé: perdí la cuenta), al encontrarme disfrutando sus libros de viajes, sus brillantes retratos antropológicos, sus versos. Y lo último ha sido comprobar que escribe para niños con la misma solvencia y con el mismo atractivo que despliega en sus páginas para adultos (inolvidables sus Aventuras del piloto Rufus). Lo acabo de refrendar leyendo esa pequeña joyita que lleva por título La colina del árbol hueco. Y a mí, qué quieren que les diga, me parece un abuso. Manuel Moyano debería tener la decencia discreta de hacer algo mal en el mundo de las letras, siquiera fuese por consideración hacia el resto de los restantes mamíferos que escriben. Digo yo.

En esta propuesta (que ilustra Francisco Javier García Hernández y que publica el sello Alfaqueque) nos encontramos con un grupo de niños que, tras la aparatosa caída de un rayo sobre un árbol hueco, comienzan a vivir una anómala aventura en la que quedan separados de sus sombras. Pero que nadie sospeche que tales excentricidades han surgido de la mente del escritor cordobés. Ni mucho menos. Él se limita a poner palabras al relato oral (absolutamente verídico) que le hizo don Ismael Marmitón, una tarde de invierno, mientras bebía una taza humeante de té hindú en su casa. Permítanme que no les revele más detalles.

Si tienen hijos, léansela en voz alta por las noches (un capítulo cada día: es lo que yo estoy haciendo ahora con los míos). Si no los tienen, léansela a ustedes mismos y volverán a la infancia. Disfrutarán, se lo aseguro, como enanos.

jueves, 3 de febrero de 2022

El cazador de leones

 


Ha sido él quien ha llamado por teléfono a una mujer a quien no conoce; pero con labia incombustible está consiguiendo que los minutos pasen sin que ella llegue a colgar el aparato, aturdida o embaucada por su verborrea. Dice llamarse Armando Duvalier (imposible no pensar en el Armando Duval de La dama de las camelias), cazador de leones; y afirma que, recién regresado de su última cacería en África, se encuentra por unas horas en la ciudad y no ha querido desaprovechar la ocasión de llamarla, como hizo tres meses antes, para contarle cómo le ha ido. En su increíble y poliédrico monólogo (al que la mujer asiste poco menos que muda), se las ingenia para terminar conduciendo siempre el parlamento hacia temas directa o indirectamente sexuales (el tamaño del clítoris de las hienas, el león al que abatió mientras cubría a una hembra, sus “largas caricias solitarias” mientras es observado por los monos), que trata de barnizar siempre del más tronado de los romanticismos (considera que ella es una princesa que tal vez se encuentra anhelante ante la inminente aparición de un príncipe azul).

En un momento de debilidad, sinceridad o descuido, el cazador de leones alude a esos hombres gordos y con varices que viven en silla de ruedas y que alimentan su fantasía a base de libros, pero de inmediato se rehace diciéndole que él no es así, porque es rubio y le faltan unos milímetros para llegar a los dos metros, amén de ser un hombre que practica la equitación, a la que se aficionó de niño en el castillo de sus padres. No hay límites para su fantasía (pues dice haber renunciado “a ese veneno que se llama sentido común”), hasta que él reconoce sin pudor que, si ella quisiera, podría convertirse en la “única leona” a la que querría abatir. Y que si viviera con él comprendería la grandeza y la belleza de la imaginación… Llegados a ese punto del delirio, ella le pregunta si se droga y comienza a señalar algunas contradicciones en las que “Armando Duvalier” ha incurrido. Entonces, comienza a crecer la agresividad del hombre, quien le responde que “si usted cree que le estoy mintiendo y, a pesar de eso, continúa pegada al teléfono, no tendré más remedio que suponer que es usted una pobre mujer vencida por la soledad que no quiere dejar pasar la menor posibilidad para entablar relación con el primer hombre que le dirige la palabra… Supondré, incluso, que es una muchacha bastante entrada en años (al borde tal vez de la menopausia), que no ha tenido nunca la dicha de verse reflejada en los ojos de un hombre”. Y cuando comienza a revelarle detalles de sí mismo (como que fue un niño hiperprotegido o que tiene seis dedos en cada mano), el lector habitual de Javier Tomeo ya sabe con qué otra novela suya relacionar al protagonista.

Libro ameno, de intensas curvas de subida y bajada, donde descubrimos hasta qué punto la soledad y la incomunicación pueden conformar criaturas peculiares. Y, como siempre, la envolvente prosa del escritor aragonés. Para qué más.

miércoles, 2 de febrero de 2022

Donde uno cae

 


A quienes hayan tenido la feliz ocurrencia de transitar por algún libro de Lorenzo Silva resulta muy fácil explicarles qué van a encontrar en Donde uno cae: un millar de páginas en las que el escritor madrileño, con la prosa diáfana que lo caracteriza, posa su mirada y su inteligencia sobre mil y un temas del siglo XXI. Y el hecho de reunir ese conjunto de pequeñas historias (o diapositivas) permite que la mente del lector recuerde, comprenda, relacione y evalúe un suculento menú agridulce integrado por todas las memeces, atrocidades, esplendores, héroes, fantasmas, truculencias, ruindades, orgullos y decepciones que nos han rodeado durante estas dos décadas. Algunas siguen en primera línea de actualidad; otras comienzan a cubrirse con el polvo del olvido; y de otras, en fin, cuesta incluso un poco de trabajo acordarse. Pero todas han ido conformando nuestro mundo, nuestro presente, nuestra personalidad.

Lorenzo Silva, notario minucioso, nos habla de la terrible crisis económica que nos golpea desde hace años; del terrorismo etarra (que no por concluido debe quedar olvidado); del modesto quehacer lleno de pundonor de los de abajo (que se niegan a sumarse a la desvergüenza de tantos de arriba); de la esclavitud sexual que sufren muchas personas por su pobreza, su ignorancia o el color de su piel; del ridículo culto personalista que construyó el ampuloso y egocéntrico Hugo Chávez; de las inmundicias inesperadas del caso Bárcenas; de la torpe obsesión por el fútbol, que nos lleva a convertir en ídolos a descarados defraudadores fiscales; del sacrificio callado y tan malamente recompensado de los soldados que cumplen misiones en el extranjero; del ventajismo cobarde de los antisistema, que atacan porque se saben protegidos por un ordenamiento jurídico garantista y amedrentado; de la triste situación de los saharauis, que se eterniza; del histrionismo payasesco de Gadafi; de la voracidad urbanística, que nada respeta y se extiende con clara vocación cancerígena; de la indignidad inaudita de que sea un partido que está en el gobierno el que se haya estado beneficiando de una caja B; del atroz suicidio de un anciano que se negaba a escarbar en la basura; de los derroches faraónicos de políticos desvergonzados; de los execrables abusos que Facebook perpetra sobre sus usuarios; de la sordidez irreversible y estúpida de los desahucios; del hermoso adiós agradecido al payaso Miliki; e incluso del asesinato de un mexicano con su mismo nombre y edad: Lorenzo Silva, nacido en 1966.

Aconsejo, eso sí, beberse la obra a sorbos lentos: diez, quince, veinte páginas al día. Es una dosis que quizá no convenga sobrepasar, si no se quiere sobrevolar los diferentes temas y personajes del libro con excesiva ligereza. Mejor ir despacio, pensar en lo leído y extraer conclusiones. Merece la pena.

martes, 1 de febrero de 2022

La Corte de Carlos IV (Episodios nacionales, 2)

 


Tras haber reseñado hace ya un tiempo el primero de los Episodios Nacionales del gran novelista canario Benito Pérez Galdós en este Librario íntimo (https://rubencastillo.blogspot.com/2019/10/trafalgar.html), me sumerjo en la segunda entrega de la serie con la intención de ir comentando las cuarenta y seis, gradualmente y sin permitir que pasen los años entre una y otra.

Vuelvo así a encontrarme con Gabriel de Araceli, quien a sus dieciséis años, “sin oficio ni beneficio, sin parientes ni habientes”, se encuentra en Madrid al servicio de la cómica Pepita González y enamorado de una modistilla llamada Inés. Por la capital circulan dos rumores sobre los que todo el mundo manifiesta una opinión: de un lado, el inminente paso de Napoleón Bonaparte por España, camino de Portugal, país que intenta anexionarse; del otro, las turbulentas relaciones que parecen tener los reyes españoles con el joven príncipe, rebelde, sumiso o traidor, según las fuentes consultadas. En ese mundo de poderes avariciosos y de torpes mandatarios insaciables (“Esa gente de arriba es muy ambiciosa, y hablando mucho del bien del reino, lo que quieren es mandar”, cap. X), Gabriel se verá envuelto en la sorda rivalidad entre Amarante y Lesbia, dos nobles que no se recatan a la hora de incurrir en bajezas, traiciones y celadas, con tal de afianzar su posición y eliminar, incluso físicamente, a la oponente. Amaranta, con astucia, consigue atraerse la voluntad de Gabriel, al que promete elevar social e incluso económicamente; pero cuando el infeliz muchacho deduce lo que de él se espera (que tribute hacia la dama una inquebrantable fidelidad perruna y que espíe para ella) abandona su servicio con prontitud, antes de embarrar su honor (“Cierto que quiero llegar a ser persona de provecho; pero de modo que mis acciones me enaltezcan ante los demás y al mismo tiempo ante mí, porque de nada vale que mil tontos me aplaudan, si yo mismo me desprecio”, cap. XIX). Y todo ello a pesar de que la poderosa dama (la cual “hizo que Goya la retratase desnuda”, según se nos dice en el cap. XXIII) le podría facilitar la vida.

Con la minuciosa atención de siempre, Galdós registra con todo detalle (y nos presenta con inigualable prosa) costumbres, calles, vestimentas, decoraciones palaciegas o suburbiales y protagonistas (grandes y pequeños) del siglo XIX español, ofreciéndonos un fresco multitudinario e impagable de la época. También reitera sus bien conocidos amores literarios por William Shakespeare (del que se representa la obra Otelo en la parte final de la novela, con un Isidoro Maiquez totalmente fuera de sí) y por Miguel de Cervantes (creador del singular personaje don Quijote de la Mancha, quien “tenía alas para volar, ¡pobrecillo!, lo que le faltaba era aire en que moverlas”).

Una novela amena, inolvidable, fresca todavía, llena de curiosidades y hallazgos, que me anima a seguir la serie.