Álvaro es un abogado que, pese a su titulación profesional,
concentra todos sus intereses vitales en el mundo de la literatura, en el que
quiere triunfar con la composición de una obra magna, sublime, imperecedera.
Para lograrla, dedica sus tardes al trabajo (es asesor jurídico de una
gestoría) y las mañanas al cultivo de las letras, a las que se consagra
siguiendo el alto ejemplo de Flaubert, cuyo magisterio no declina ni palidece
con el paso de los años.
La semilla argumental que tiene Álvaro para su novela es
sencilla y contundente: un escritor compone una obra utilizando a los vecinos
de su inmueble como protagonistas involuntarios, y en ella se urde un crimen en
el que un matrimonio del edificio se erige en verdugo y un anciano solitario en
víctima... Huérfano de imaginación (esa lacra no se menciona, pero las páginas
de Javier Cercas son inequívocas al respecto), Álvaro decide utilizar a sus
propios vecinos como marionetas de su guiñol novelístico, y se dedica a
manipular sus vidas con el fin de observar de sus reacciones (que espía a
través de las ventanas e incluso graba en un magnetófono) y trasladarlas a las
páginas. Sólo tras modelar la realidad se siente con fuerzas para componer los
capítulos que la traduzcan al mundo de la fantasía literaria.
En resumidas cuentas, nos
encontramos ante una estructura abismática o de matrioskas que, pese a su
condición forzada y algo previsible, está escrita de un modo suelto y
agradable. No constituye un libro de primera línea en la producción de escritor
extremeño, pero sí que se lee con agrado.
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