lunes, 31 de agosto de 2020

Mariluz y sus extrañas aventuras




Cuando mis hijos pequeños me pusieron en las manos el siguiente libro para que les leyera por las noches, ni siquiera me fijé en la cubierta. “Se titula Mariluz y sus extrañas aventuras”, me resumió el mayor de mis menores. Y eso fue todo. A partir de ahí, me dediqué a leerles con voz campanuda (y con tonos teatrales) la historia de la pobre Mariluz, cuyo pueblo estaba sufriendo una misteriosa oleada de robos muy singular: el caco se llevaba solamente… ladrillos de las paredes de las casas. Y de nada servía tenderle trampas o vigilar con cautela para sorprender al delincuente en el momento del robo: jamás nadie conseguía descubrirlo con las manos en la masa. Una noche de insomnio, Mariluz observa cómo un ladrillo de su pared empieza a ser extraído y decide seguir los pasos de quien lo ha sacado del muro. De esa manera acabará por enterarse de quién es en realidad el autor de los robos; y, sobre todo, por qué los ha ejecutado.
Luego descubrí cómo acudía al pueblo de Mariluz un desaprensivo vendedor de alfombras voladoras, que pretendía vendérselas a los incautos habitantes por un precio aparatoso. Y por fin, para rematar el volumen, descubrí lo bien que se lo pasaba Mariluz acudiendo al museo del Prado y haciéndose amiga de una de las personas retratadas allí por Velázquez, a la que termina haciendo un regalo tan singular como llamativo.
Unos relatos muy sencillos y muy amables, firmados por Fernando Aramburu y adornados con las ilustraciones de Clara Luna, que han gustado a mis hijos y que, por tanto, me ha gustado a mí.

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