Da igual que contemplemos mil amaneceres. Daría igual que fuesen un millón. Cada amanecer es, siempre, el amanecer. Su novedad pura y constante no incluye el tedio como ingrediente. De la misma manera, tampoco la obra literaria de los más grandes (y estimo que Francisco Sánchez Bautista es uno de los más grandes) incorpora nunca la fatiga de la repetición, o los colores apagados, o la sorpresa fotocopiada. Cada libro de un gran escritor es un hallazgo, la apertura de una ruta nueva para subir a la cima del Everest, una donación de luz que el poeta tiene la gentileza sublime de otorgarnos.
Francisco Sánchez Bautista publica Asklepios o La añorada infancia de Miguel Espinosa en la Real Academia Alfonso X el Sabio; y el volumen, que tiene mucho de “catálogo de fidelidades” (Miguel Espinosa, José Ballester, los clásicos grecolatinos, la huerta murciana, Párraga), nos sirve para enriquecer aún más la imagen literaria que de este autor imprescindible tenemos fraguada (aunque constantemente corregida y aquilatada) sus lectores.
En el primer tramo del libro se centra en Miguel Espinosa (“el más lúcido y genial escritor que ha dado Murcia durante todo el siglo XX”, como se pregona en la página 91), de cuya obra "Asklepios" realiza una lata y minuciosa paráfrasis, que completa con gran cantidad de citas, algunas bastante extensas. Luego, aborda dos textos bien diferentes entre sí, pero complementarios: en el primero (“Sobre la tierra calcinada”) nos traza su particular ruta del secano, donde va intercalando los versos que ha ido dedicando durante años a estos parajes de Fortuna, Abanilla o Archena; en el segundo (“Visión poética personal del mundo huertano”) eleva su atronador, emocionado, juicioso y entendido réquiem por los últimos coletazos de un mundo que se pierde (él lo sabe) sin remisión, bajo la crueldad del cemento. El poeta lo condensa en un párrafo magistral: “A toda persona responsable, habitante de las tierras y riberas de nuestro río, le duele saber que lo que soñó el romano, hizo el moro, cultivó el mudéjar y se repartió el cristiano, muere por falta de asistencia”, página 116.
Posteriormente, Francisco Sánchez Bautista realiza un repaso inteligente y mordaz a las mezquindades, paradojas y bochornos de nuestro tiempo, y lo hace acudiendo a los textos imperecederos de sus clásicos favoritos (Sócrates, Juvenal, Marcial, Horacio, Cicerón, Plutarco, Tácito…), que lo auxilian con el alto ejemplo de sus enseñanzas.
Y, como cierre del volumen, un fenomenal catálogo de homenajes que el autor tributa, y que incluye a personajes de la talla de Antonio de Hoyos, María Pilar López, Gabriel Miró o los pintores José María Párraga y Manuel Avellaneda. Pero quizá los dos textos más hermosos de esta coda sean los titulados “La brujería de Paco Sánchez Bautista”, de Salvador García Jiménez (tan genial como todo lo que escribe este ceheginero de diamante) y “Elogio del libro” (donde el poeta de Llano de Brujas nos refiere algunos de los pormenores de su escolarización precaria durante los años de la República).
Un libro maravilloso y memorable de Francisco Sánchez Bautista.
Otro amanecer.