domingo, 25 de marzo de 2012

Un ángel impuro




Al abrir la caja fuerte de su difunto marido para depositar allí una cierta cantidad de dinero, Hanna Vaz descubre un bloc en blanco y acaricia la posibilidad de convertir sus páginas en un almacén para su memoria. Jamás ha llevado un diario y ésta es, por qué no, una magnífica oportunidad para empezar a hacerlo. Hanna Vaz (que antes se llamaba Hanna Lundmark, y antes aún Hanna Renström, y que después sería Ana Branca, aunque no llegaría a convertirse en Ana Negra), tiene, ciertamente, muchas cosas para consignar en él, porque su vida ha estado llena de acontecimientos singulares.
Puede contar cómo nació en un pequeño pueblecito de Suecia, rodeado por la nieve. Allí vivió su infancia en un hogar donde las dificultades económicas eran tan grandes que su madre optó por enviarla fuera, encomendándola a un hombre llamado Jonathan Forsman, quien le acaba consiguiendo trabajo de cocinera en un barco que pronto zarpará rumbo a Australia. El cambio que se dibuja en el horizonte de su vida es radical, pero Hanna Renström desconoce la parálisis del miedo: quien nada tiene, nada arriesga. Y quien nada arriesga, nada puede ganar. En ese barco le espera una persona que se convertirá en alguien muy importante en su vida: el oficial Lars Johan Jakob Antonius Lundmark, un hombre de pocas palabras pero nobles intenciones que se terminará convirtiendo, poco tiempo después, en su primer marido. Pero el Destino no tiene reservados demasiados muelles ni demasiadas bahías para Hanna Renström, así que la felicidad no la enjoyará durante mucho tiempo.
Por azares que tendrán que descubrir los lectores, la joven acabará alojada en un lujoso hotel de Lourenço Marques (actual Maputo, en Mozambique) que, bajo su apariencia honorable, encubre en realidad un burdel de pujante fama. Durante los primeros días, Hanna es atendida allí de su fiebre y de su delicado estado de salud. Y cuando se recupera comprueba lo extraño que resulta hospedarse en un sitio así: un dueño de origen portugués; multitud de prostitutas de raza negra; un ambiente de lo más desagradable para ella (los clientes blancos entienden que las personas de raza negra son inferiores y no merecen consideración de ningún tipo: ni siquiera las que se tendrían con los animales); un singular hombrecillo llamado Zé, que lleva años afinando el mismo piano, con lentitud y terquedad incansables; y un mono llamado Carlos, que adopta ademanes de ser humano y al que incluso visten con chaquetilla. Más adelante, Hanna conocerá a otros personajes fundamentales en su vida, como Pedro Pimenta (que cohabita con la negra Isabel, de la que tiene dos hijos), el abogado Andrade (el encargado de llevar las cuentas del burdel) o Moses (un minero de gran fortaleza física y que cree en la magia).
Pero lo más singular de la historia, siéndolo todo, es que Henning Mankell explica en una nota situada al término del libro que su novela tiene un trasfondo histórico real: gracias a una conversación que mantuvo con el africanista Tor Sällström se enteró de que una misteriosa mujer sueca regentó a finales del siglo XIX y comienzos del XX uno de los prostíbulos más famosos de aquella zona; que cotizó enormes cantidades de dinero a la hacienda pública; y que finalmente desapareció sin dejar el mejor rastro. ¿Cómo no sentirse impulsado a investigar un suceso así? Poca información pudo obtener, pero su fantasía de novelista se puso de inmediato en funcionamiento para edificar esta narración, que ahora presenta en España la editorial Tusquets, con traducción de Carmen Montes. En sus páginas descubrimos la robusta personalidad de una mujer a la que las circunstancias vapulearon repetidas veces durante su existencia, pero que supo sobreponerse con energía; una mujer que viajó desde los hielos boreales hasta los calores mozambiqueños y cuya pista se terminó esfumando entre la niebla; una mujer pobre que terminó siendo enormemente rica; una mujer blanca que tuvo que adaptarse a una sociedad que no entendía, donde los blancos oprimían y vejaban a los negros sin ningún tipo de rubor o humanidad; una mujer, en fin, que resultará inolvidable para los lectores, incluso cuando haya pasado mucho después de haber cerrado la novela. Henning Mankell lo ha vuelto a lograr.

domingo, 18 de marzo de 2012

El síndrome de Mowgli




Muchas personas aseguran, convencidas y acaso orgullosas, que su vida es una auténtica novela; y que si la contaran conseguirían una obra de primer orden. Pero yerran. Nada es una novela... salvo una novela. Toda vida, por definición y salvo raras excepciones, es una curva gris. Dibuja su trayectoria en un eje de coordenadas y ya está. No hay más esplendor. No hay más grandeza. Pero, como bien saben los matemáticos, las curvas funcionales presentan a veces puntos de inflexión, instantes en que su trayectoria se altera y modifica. Es probable que ahí, en esos giros bruscos, se encuentren las claves para convertir una vida en una novela: detectando esos cambios, explicándolos, exprimiéndolos, dándoles valor simbólico, emocional y biográfico. Sólo una mirada estética genera buena literatura.

Andrés Pérez Domínguez supo aprovechar maravillosamente ese concepto en su obra El síndrome de Mowgli, con la que obtuvo el XVII Premio de Novela Luis Berenguer y que ahora reedita el sello Algaida en formato de bolsillo. Su gran protagonista es Rafael Montalbán, un antiguo boxeador de peso superwelter que ha llegado a la madurez sobreviviendo como portero de garitos infames, como guardaespaldas ocasional y, sobre todo, como matón por cuenta ajena al servicio de prestamistas hartos de no cobrar su dinero, de divorciadas que quieren apretar las tuercas a sus exmaridos para que les pasen la pensión fijada por el juez y de tipos que lo utilizan como brazo ejecutor para sus venganzas y ajustes de cuentas. Ahora, harto del rumbo que ha tomado su vida, Rafael decide darle un giro acudiendo a un programa de radio nocturno. Lo que no puede sospechar es que dicho programa se va a convertir en uno de los puntos de inflexión de su existencia, porque le va a permitir retomar el contacto con Lola, una mujer crucial de su pasado. Con ella se vio envuelto, dieciocho años atrás, en una rocambolesca aventura en la que estafó al Gordo (su mentor y la única persona que lo trató con respeto y cariño), se perdió el respeto a sí mismo y viajó inútilmente hasta Lisboa, para descubrir tan sólo que no se puede confiar en determinadas personas y que la meta no suele estar pintada de rosa en nuestras vidas.
Rafael Montalbán lleva mucho tiempo convencido de que al final siempre está «tan solo como Mowgli, el cachorro de hombre que los lobos encuentran en la selva» (pp.100-101) y que esa desubicación, esa orfandad absoluta, es la metáfora que mejor lo define: alguien que no encaja en ningún sitio y que, pese a su deseo, debe vivir en completa soledad, lobo entre los hombres y hombre entre los lobos. Sin más refugio en el que ampararse. Sus últimos veinte años de vida han resultado ser un cúmulo de traiciones, mezquindades, bochornos y claudicaciones, en los que no se ha sentido feliz consigo mismo y en los que ha descubierto que una victoria puede ser una derrota (la que él experimentó cuando tuvo que enfrentarse con el Vendaval de Marsella en el ring) y que, por la misma regla de tres, una derrota (que un antiguo amigo te ofrezca un cheque para que desaparezcas de su vida, o que te mande a sus matones para que te tundan el cuerpo a base de golpes) puede dibujar en el aire los jeribeques de una efímera victoria. Volver a Lisboa no constituye sino un modo de perfeccionar la melancolía.

Andrés Pérez Domínguez (Sevilla, 1969) es uno de esos novelistas de los que se espera, con justicia y con fundados motivos, una trayectoria impecable. Por ahora, su quehacer literario ha sido refrendado con galardones como el Ateneo de Sevilla, el Luis Berenguer o el Max Aub; pero no hablamos (y esto conviene subrayarlo con energía) de un novelista y cuentista al que se pueda reducir enumerando la cabalgata de sus premios. Andrés Pérez Domínguez es un escritor auténtico, un narrador de los de siempre, un fabulador de raza, un estilista de primera magnitud. Abrir uno cualquiera de sus libros es siempre aventurarse en un territorio de tinta donde las bellezas terminan embriagándote. Si se adentran ustedes en El síndrome de Mowgli seguro que lo convierten en uno de sus autores de cabecera.

martes, 13 de marzo de 2012

Polos opuestos




Que la novela sea el género predilecto por las masas lectoras desde mediados del siglo XIX no es sino un accidente histórico o una nimiedad. Durante siglos lo fue con no menor pujanza la poesía, y aun el teatro, sin que tampoco aquellas veleidades circunstanciales resultaran significativas. Pero sucede que el cuento, salvo en ciertos ámbitos y en períodos temporales muy concretos y más bien limitados, jamás ha sido el género que podríamos tildar de estrella. A pesar de su condición de lectura variada, breve, intensa e imaginativa, nunca los lectores lo han galardonado con su fervor máximo, aunque apellidos como Cortázar, Chéjov, Borges, Carver, Aldecoa o Poe permanezcan asociados de forma casi indisoluble a él. Podríamos resumir diciendo que el cuento reúne todos los requisitos para triunfar en un mundo tan acelerado e inestable como el nuestro, donde la atención lectora no puede ser mantenida en condiciones normales durante mucho tiempo (autobuses, metros, trabajos y gestiones nos atenazan), pero que jamás ha gozado de ese éxito que sin duda merecía.
Ahora, nadando a contracorriente, el escritor Antonio Parra Sanz acaba de condensar su indiscutible talento para los relatos en un libro que Ediciones Atlantis publica con el nombre de Polos opuestos, donde brillan la eficacia, la belleza formal, la sorpresa y la densidad estilística, hasta un punto que embriaga. Dueño de una musculatura narrativa de primer orden, este escritor madrileño (aunque reside en Cartagena desde hace ya algunos años) ha esculpido una veintena de historias donde toda suerte de personajes, situaciones y finales capturan nuestra atención de un modo exquisito e inapelable. Así, en el relato Palabra de honor nos ofrece una inteligente fabulación protagonizada por un escritor de libros de autoayuda que ha alcanzado el rango de bestseller y que responde al nombre de Giorgio Bucconi (aunque podría aventurarse una pronunciación argentina del nombre), quien comienza a ver tambalearse su carrera gracias a una lectora entusiasta, que le hace comprender (sin desearlo) que todo él es un bluff y que la sinceridad ya no anida en sus líneas. O en Ariadna, donde asistimos al desarrollo magistral de una historia deslumbrante de toros y sexo, en la cual somos testigos de la cruda venganza mítica, épica, casi telúrica, de una camarera que compartió una noche de orgasmos con el célebre torero Pedro del Puerto y que luego fue abandonada por éste. O en Caronte, donde conoceremos a Carmelo, auténtica leyenda dentro de los funerarios de Cataira (que es el nombre con el que Antonio Parra Sanz convierte en materia literaria a Cartagena). O en esa delicia estructural y compositiva que es Café solo, sobre un hombre sucesivamente torpedeado por las asechanzas de la adversidad... Muchas historias excelentes, donde Antonio Parra Sanz trabaja con los mimbres del humor (Polos opuestos), las reflexiones sobre la barbarie de las dictaduras (Ojitos de caramelo), el surrealismo (Alta fidelidad), las actualizaciones de mitos clásicos (Polifemo) o la metaliteratura (No hay jurado que se resista), sin que baje ni un milímetro el listón de la calidad. Después de que varios de estos relatos obtuviesen galardones de notable envergadura en certámenes de toda España, el autor se ha decidido a reunirlos en un volumen; y este detalle permite a los lectores descubrir, entre otras cosas, que algunos de los personajes de este tomo aparecen en dos o más cuentos (el fotógrafo Mariano Beltrán, el constructor Ginés Olivares, el donjuán Alfredo Santaolalla, el comisario Marquina); que el paisaje de Cataira empapa varios relatos; y que las conexiones argumentales de unos cuentos con respecto a otros son tan evidentes como significativas y constantes. En el fondo, se respira aquí el ambiente de una novela construida a la manera de un caleidoscopio: los cuentos del volumen se articulan entre sí por sinalefas delicadas pero ostensibles. Estamos, a mi entender, frente a un libro de primera categoría, que permite comprobar la gran magnitud literaria de Antonio Parra Sanz, de quien ya he hablado otras veces en esta misma página. Y puesto que mientras salía al mercado esta obra se estaba cociendo en las prensas su novela Apocalipsis 17,1, es más que probable que en las próximas semanas vuelva a traer su nombre y su firma a este blog. Con toda justicia.

domingo, 4 de marzo de 2012

Sueño de una noche de verano




Resulta curioso e ilustrativo preguntarse de quién nos enamoramos. ¿De la persona que exactamente estaba destinada para unirse a nosotros? ¿De alguien a quien conocemos de un modo casual y que se convierte en imprescindible en virtud de azares concatenados? Hay quien sostiene que la ceremonia del amor tiene mucho de mágica y poco de estratégica, pero no está de más formularse este interrogante a modo de ejemplo: si soy de Cuenca, ¿qué posibilidades hay de que el amor de mi vida sea de Melbourne; y cuántas de que sea conquense? O formulado de un modo más directo: ¿nos enamoramos o elegimos? ¿Se van nuestros ojos detrás de la persona única, perfecta y predestinada; o más bien escogemos la mejor opción, lo más seductor y apetecible... de cuanto vemos y nos rodea?
El inmenso, el genial, el prodigioso William Shakespeare, que algo sabía de amores y algo sabía también del espíritu humano, nos entregó en las páginas de Sueño de una noche de verano una interesante reflexión sobre estas cuestiones, que ahora refrescamos en la edición que el sello Cátedra acaba de publicar, en un magnífico volumen bilingüe que traducen con interesante aparato de notas los profesores Vicente Forés López, Jose Saiz Molina y Virginia Analía Soprano Manzo, habituales colaboradores de la Fundación Shakespeare de España. La pieza no es, desde luego (dejemos asentada esa premisa), una de las obras capitales del genio de Stratford; no forma parte de ese elenco sublime donde brillan con luces propias El rey Lear, Hamlet, Otelo o Macbeth. Pero tampoco conviene olvidar que incluso una comedia mediana de William Shakespeare atesora tal cúmulo de primores que su lectura es siempre enriquecedora y recomendable. Es lo que ocurre con este anómalo Sueño de una noche de verano. En sus páginas nos encontramos con la ira tremebunda de Oberon quien, a causa de una disputa pendiente de resolución con Titania (reina de las hadas del bosque), decide ejecutar una venganza más bien extrema y aparatosa: con la ayuda de Puck, su duende favorito, verterá cierto jugo de flores sobre los ojos de la reina y provocará que ella se enamore del primer ser con el que se encuentre a la hora de despertar. Al mismo tiempo, de forma paralela, se desarrollan otras líneas argumentales que confluyen con la anterior: la boda que va a celebrarse entre el duque Teseo e Hipólita; los ensayos teatrales, tan bienintencionados como ridículos, de unos lugareños que quieren representar la fábula de Píramo y Tisbe en dicha boda; las disputas de amor que se establecen entre Demetrio, Hermia, Lisandro y Helena; etc.
Como es lógico suponer, la mayor fuerza cómica de la pieza de William Shakespeare reside en los enredos que se derivan de la equivocación de Puck (el cual vierte el jugo mágico en los ojos de quien no debe) y en la hilarante circunstancia de que la altanera y hermosa reina Titania caiga rendida de amores ante un zopenco pueblerino que, además, lleva encasquetada en la cabeza una máscara de burro. Y la mayor intensidad lírica y literaria es posible localizarla en las conversaciones de amor y desamor que nutren los actos II y III, sobre todo con la actitud de Helena, que se humilla lastimosamente para merecer el cariño de un glacial Demetrio. Desde hace años, el Instituto Shakespeare, donde tiene papel principal el profesor Manuel Ángel Conejero, traduce, prologa, estudia y anota con admirables resultados las obras del dramaturgo inglés más brillante y enigmático de todos los tiempos. Fruto de esa dedicación han sido las ediciones de Otelo, Macbeth, Romeo y Julieta, El mercader de Venecia, Noche de Reyes o La tempestad, todas ellas editadas para el público español por el sello Cátedra, en volúmenes de escaso precio y altísimo primor. Hacerse con esta colección es una de las apuestas más inteligentes y fructíferas que podemos realizar de cara a nutrir nuestras bibliotecas. William Shakespeare estaría en cualquier listado de los diez mejores escritores de todos los tiempos. Incluso en un listado de los cinco mejores de todos los tiempos. De ahí que poseer y leer sus obras sea un privilegio, que con libros como éste es muy fácil lograr. No desperdicien la ocasión de comprobarlo.