lunes, 20 de marzo de 2023

A cara de perro

 


Para quienes tuvieron el buen gusto de leer, para sí o para sus hijos, la refrescante y divertida novela El Club de las Cuatro Emes (que fue galardonada con el XXIX Premio Edebé de Literatura Infantil en 2021), las librerías ofrecen desde el mes de febrero una espléndida continuación: El Club de las Cuatro Emes: A cara de perro. En esta ocasión, el placentino Juan Ramón Santos nos conduce a través de una historia donde los animales se convierten en piedra angular del relato: desde que observan los curiosos parecidos entre los dueños de los perros y sus mascotas hasta que terminan saliendo en el periódico, por la resolución de un nuevo caso. Matilde, Manuel y las dos Marías contarán esta vez con la colaboración de varias personas de Pomares (Peluqui, Giménez y Jiménez, etc), pero quisiera llamar la atención de forma particular sobre una de ellas: el extraño profesor de instituto que ya aparecía en El síndrome de Diógenes, un magnífico relato con el que Juan Ramón Santos obtuvo el premio Felipe Trigo. Ahora, este personaje vuelve a aparecer con su asombrosa capacidad para entender el lenguaje de los perros; y desempeña un papel divertido y crucial en la narración.

Espero no equivocarme cuando auguro una larga vida a este grupo de inquietos investigadores urbanos. Y espero no hacerlo, sobre todo, porque el autor extremeño ha conseguido equilibrar en sus historias una mezcla fascinante de humor, reflexión y valores que, servida con una prosa muy agradable, logrará que muchísimos lectores iniciales se conviertan en lectores perennes. Es una facultad que se encuentra al alcance de un pequeño grupo de escritores, y que completa con su estupendo trabajo la ilustradora Lara Pickle.

Háganme caso y sumérjanse en estas páginas, para conocer el comercio “Leotardos da Vinci”, acercarse a la vida de su fundador (Exiquio Rupérez) y descubrir qué se esconde en el sótano mal iluminado de un antiguo almacén en ruinas. Me lo agradecerán.

sábado, 18 de marzo de 2023

Ana el once de marzo

 


Ana, Ana y Ana.

Ana se encuentra en una residencia para mayores, a la cual ha llegado la noticia del brutal atentado de la estación de Atocha. Ella sabe que su hijo Ángel utiliza diariamente ese servicio ferroviario, pero ignora si se encontraba a bordo de alguno de los vagones afectados. Hoy, además, se cumplen cuarenta años del día en que su marido, abandonado por la amante de turno, la dejó embarazada.

Ana, con la angustia pintada en el rostro y la tensión agarrotando sus músculos, espera noticias sobre Ángel, su esposo. Las autoridades le han entregado una bolsa de plástico con su chaqueta y le han pedido que tenga paciencia y aguarde novedades. Apenas tiene fuerzas para llorar. Su matrimonio está afectado por algunas grietas (sabe que Ángel se ve con una amante), pero ella continúa muy enamorada. En la bolsa suenan constantemente los mensajes que inundan el móvil de Ángel: debe de ser la otra, preocupada.

Ana, sin poder preguntar de forma directa por Ángel (no es familia), se desahoga enviando mensajes de voz a su móvil. Qué podría hacer, si no. Está inquieta y teme que la esposa legítima pueda escuchar esas comunicaciones, pero no acierta a descubrir otro modo de saber de él. La noche anterior se separaron enfadados y pretende que vuelvan a verse, para que un abrazo borre las lágrimas.

Tres mujeres de nombre idéntico, alrededor de un ángel de barro. Y Paloma Pedrero, dramaturga excelsa, logrando que la suma de sus voces construya una sinfonía triste, intensa, arácnida, por la que nos sentimos atrapados. Mujeres que aman y no son amadas con la misma nobleza; mujeres que suplican y no son escuchadas; mujeres que lloran en silencio.

Todas las mujeres, la mujer.

jueves, 16 de marzo de 2023

Simplemente perfecto

 


Descubrir que tu muerte está próxima y que el proceso que te llevará hasta ella no será amable, sino degenerativo, humillante y gravoso para quienes te rodean ha de ser un golpe cuyas dimensiones no me atrevo ni siquiera a imaginar. Pero Jostein Gaarder, realizando un esfuerzo y tragando saliva, impone ese destino a su personaje Albert, un profesor noruego de instituto que, mientras su esposa permanece en un congreso científico en Melbourne, es informado por su doctora del resultado final de las pruebas que se le han practicado en las últimas semanas: padece esclerosis lateral amiotrófica. Irá perdiendo movilidad, irá perdiendo el control de sus brazos y piernas, irá perdiendo el control de sus pulmones (será conectado a un respirador)… Encerrado en la pequeña cabaña que la familia posee junto a una laguna, Albert se ha dado un plazo de veinticuatro horas para poner por escrito sus emociones y para “decidir si voy a seguir vivo o no mañana por la noche” (p.49). Sabe que su organismo está “a punto de ser refundido” (p.90); sabe que en nuestra existencia cada rato de felicidad está “envuelto en una mortaja” (p.104); y sabe también que las personas creyentes “tienen, casi como los niños, una inteligencia que es simplemente perfecta para la alegría de vivir” (p.106). Por eso, mientras reflexiona sobre la vida y la muerte, sobre los códigos impenetrables que han originado el universo, sobre los enigmas del amor y de la finitud, sobre una traición amorosa que perpetró contra su mujer (y que ahora se le antoja ridículo seguir ocultando), Albert se dirige por escrito a los miembros de su familia y les pide “permiso para acabar mi vida con dignidad mientras aún sea capaz de ello” (p.109).

La idea de sumergirse en la laguna helada y no emerger lo tienta con una fuerza arrolladora, pero la inesperada visita de un personaje al que al principio no logra reconocer dará un vuelco a sus intenciones.

Una novela breve, dura y desasosegante, en la que Gaarder esquiva con notoria habilidad las tentaciones del melodrama, de la moraleja religiosa, del ternurismo y de las salidas previsibles. Se lee con tanta conmoción como respeto.


martes, 14 de marzo de 2023

Bruma sobre los cielos de Ítaca

 


Hay ocasiones (algunas, pocas, maravillosas) en las que el tiempo, el amor y la paciencia se alían para conformar un producto espléndido, que queda y brilla. Es el caso de Bruma sobre los cielos de Ítaca, una recopilación de poemas, dibujos y canciones donde José Antonio Abellán (Murcia, 1956) nos muestra una parte de su producción creativa. Nos habla de la forma dulce con la que sueña los besos aún no recibidos de su amada; de su convicción acerca de que “amanecer junto a ti es mi milagro” (p.25) y que es precisamente su esposa (Mercedes) quien le pone las cuerdas mejores a su guitarra (p.33). A ella le dedica, “desde el balcón del alma” (p.75), infinidad de versos a lo largo de varias décadas, demostrando que el amor puede ser una emoción longeva, purísima, que no se ve erosionada por el paso de los años y que mantiene la intensidad de su llama “después, siempre, ahora” (p.40). Pero también nos habla de las ilusiones que habitan fuera del amor, como ejes complementarios de la vida: el afán revolucionario de buscar un mundo mejor, el combate contra las injusticias, la observación meticulosa de los paisajes urbanos, la búsqueda de la amistad, los paraísos sucesivos que la vida nos va mostrando.

Y qué decir de las magníficas canciones de José Antonio Abellán, que en este tomo no solamente pueden ser leídas, sino también escuchadas, gracias a unos códigos QR que pueden ser convertidos, gracias al móvil, en deliciosas melodías.

Música, colores, fotografías (firmadas por Mercedes Abellán), versos que abarcan desde los años 70 del siglo XX hasta la actualidad… Estamos ante un compendio de belleza que embriaga los sentidos y nos permite sentirnos más cerca de un artista versátil al que les recomiendo que se acerquen.

domingo, 12 de marzo de 2023

El amor de lejos

 


La Historia (también la Historia de la Literatura) está llena de episodios amorosos que, reales o ficticios, han alcanzado la fortuna de quedar en la memoria de los seres humanos, generación tras generación. Bastará con invocar los nombres de Romeo y Julieta, Dante y Beatriz, Paris y Helena, Hamlet y Ofelia o Elisabeth y Darcy. Pero existe una historia que, no menos impresionante (aunque sí algo menos célebre), conmocionó al escritor libanés Amin Maalouf y lo llevó a escribir El amor de lejos. Se trata del amor legendario y purísimo que prendió en el pecho del trovador medieval Jaufré Rudel de Blaye y que tenía como objeto de su adoración a la condesa de Trípoli, de la cual se enamoró sin haberla visto nunca: tan sólo por las descripciones que sobre ella le habían llegado. Preso de un éxtasis idealizado, compuso en su honor los más encendidos y platónicos poemas; y, alborotado por la posibilidad de contemplar su rostro antes de morir, partió hacia Tierra Santa con el objetivo de postrarse ante ella.

En esta delicada recreación de Maalouf, la dama es “graciosa y modesta y virtuosa y dulce, valerosa y tímida, resistente y frágil” (p.31); además de “hermosa, sin la arrogancia de la hermosura; noble, sin la arrogancia de la nobleza; piadosa, sin la arrogancia de la piedad” (p.33). Y Jaufré, rendido a la ensoñación, construye con esos elementos imaginarios el dibujo de una mujer insuperable, que constituye su “amor de lejos” y a la que rinde honores de diosa. Pero, ay, una debilidad de rango humano le sugerirá la conveniencia de embarcarse para ir a conocerla; y en ese instante comienza a abrirse la semilla de su desgracia, porque a los ideales no conviene contemplarlos de cerca, porque la realidad siempre es menos grata que la fantasía; y porque el corazón, cuando es sometido a tensiones demasiado altas, termina por quebrarse.

Un libro elegante, de aroma teatral y color lírico, que se lee con emoción y que me confirma la elevadísima estatura literaria de Maalouf.

viernes, 10 de marzo de 2023

Cuentos a los cuarenta

 


Termino en un par de días el volumen de relatos Cuentos a los cuarenta, de Laura Freixas (Destino, 2001), que me ha dejado unas sensaciones contradictorias. El arranque (ese humor agridulce que impregna “Las puertas”; esa honda reflexión sobre la deriva de escritores y críticos que nutre “La entrevista”; esa meditación sobre el paso del tiempo, sus erosiones y renuncias que se encuentra en la raíz de “La visita”) me hizo sonreír y respirar complacido, porque pensaba que había encontrado a una nueva autora de mi gusto. Pero, después, esa sensación (ay) se fue desinflando a toda prisa, con relatos donde se intenta el humor y no siempre se consigue, donde se inyecta un batiburrillo de imágenes que desconcierta a los lectores y donde los finales quedan, en mi opinión, desvaídos, malogrados, torpes. Quizá se podría salvar, ya casi al final del libro, “Las ventanas”, cuyo espíritu es espléndido; pero no muchas páginas más.

No sé.

Ni quiero ensañarme, ni quiero detallar los elementos que me han parecido inhábiles o flojos. Tal vez sería injusto si procediese de esa manera. Nunca me ha gustado que mis juicios terminen convirtiéndose en hachas. Quién soy yo para arrogarse los atributos de un juez. He ido avanzando por la obra (les doy mi palabra) queriendo que me gustase; pero no ha podido ser.

No descarto acudir dentro de un tiempo a otra obra de Laura Freixas. Ojalá tenga mejor suerte.

miércoles, 8 de marzo de 2023

Helena de Esparta

 


Creo que no será necesario explicar con demasiados detalles quién fue Helena de Troya. O, dicho con más rigor, Helena de Esparta. Será suficiente con mencionar que fue la esposa de Menelao, la cual, seducida o raptada por Paris, pasó años en la ciudad amurallada de Troya. En La Ilíada se nos detalla el proceso. Y si he anotado la fórmula “seducida o raptada” es porque los estudiosos de la literatura y de la mitología no se han puesto nunca de acuerdo en ese punto. ¿Se enamoró Helena de Paris y decidió acompañarlo a su ciudad dorada, para vivir allí la intensidad de su pasión? ¿O quizá fue tan sólo secuestrada por su extrema belleza o por motivos políticos?

La escritora Loreta Minutilli ha tenido la feliz idea de recrear la historia, dejando que sea la propia Helena quien nos cuente lo sucedido; y, traducido por Ramón Buenaventura, el libro lo publica el sello Alianza (2020).

En este ejercicio de introspección, la autora tenía que moverse con cautela, porque era evidente que el volumen iba a caminar por el borde de un acantilado: tanta es la literatura urdida alrededor de Helena, tantos los riesgos que corría (convertirla en un personaje increíble: en una pelandusca o en una feminista avant la lettre), tanto el cuidado que tenía que aplicar al vocabulario y las ideas esgrimidas por la protagonista, que cualquier resbalón, por mínimo que fuese, la precipitaría sin remedio al abismo. Pero la jovencísima autora barinesa sale muy bien parada del experimento y consigue una narración sólida, convincente y de espléndido desarrollo, en la que Helena nos explica que la gran inquietud de su vida siempre ha sido afirmarse, descubrir dónde estaban los límites, calibrar qué actuaciones se le permitían (y cuáles no) por el simple hecho de ser mujer en un mundo dominado por los varones. “Quería elegir, quería arriesgar, quería ver qué ocurriría si hacía un movimiento distinto del que se esperaba de mí como esposa, como mujer, como madre”, nos dice en la página 63. “Vine a Troya porque sentía curiosidad. Curiosidad, sí, por este extraño pueblo que vivía en un mundo de ensueño en que las mujeres podían escoger marido y los países no entraban en guerra porque una muchacha decidiera marcharse de casa”, añade en la página 166. Y luego, mirando a los ojos a su marido Menelao, que la ha “rescatado” del cautiverio, terminará de perfilar su postura: “Quería [viajar] sin tener que pedirte permiso. Quería sentir a otro hombre dentro de mí y descubrir si era culpa tuya el hecho de que no lograse experimentar el menor placer en la cama, y no es así. Quería sentir remordimiento, angustia, miedo, soledad, quería estar desorientada, sentirme perdida, estudiar lenguas, costumbres, personas, pensar en un modo de sobrevivir sola. Quería esperar y temblar y beberme cada momento de mi vida de modo caótico y desordenado, y no había otra manera de hacerlo, ¿comprendes? […] Decidí que tenía necesidad de experimentar también la otra mitad de mi vida, y lo hice” (p.182). No se puede añadir más.

Helena de Esparta es una inteligente, honda y satisfactoria aproximación a los pasillos interiores de una de las almas femeninas más famosas de la Historia.

lunes, 6 de marzo de 2023

La aventura secreta de Cervantes

 


Cuando se encontraba trabajando con documentos antiguos para documentar su tesis doctoral, Leandro Sagristà tuvo la fortuna de toparse con las memorias de un personaje harto significativo: Antonio del Rincón, al que el célebre don Miguel de Cervantes inmortalizó en su novela corta Rinconete y Cortadillo. Una vez que hubo comprobado y ratificado su autenticidad, procede ahora a verter ese texto (actualizando un poco el lenguaje en algunos tramos) para que podamos leerlo los lectores actuales. A partir de ese punto, el escritor barcelonés compone una agradable novela juvenil, en la que no falta una buena porción de detalles sobre la vida de Cervantes, sobre la Hermandad de la Garduña (sobre la cual no existe unanimidad entre los historiadores: se ignora si existió o no) y sobre los usos del siglo XVII (vestimenta, comida, distribución urbana, etc). En ella se nos explica cómo dos pilluelos extremeños (Antonio del Rincón y Diego Velázquez), hartos de los malos tratos que les infligen sus padres y bien adiestrados en el manejo fraudulento de los naipes, emprenden viaje hacia Andalucía, donde esperan ser capaces de ganarse la vida gracias a sus trampas, fullerías e intrepidez. Tras un par de aventuras harto curiosas (Sagristà maneja con habilidad el recurso de las narraciones interpoladas, al modo quijotesco), terminan encontrando en Sevilla a un extraño personaje que los contrata para que roben a un comisario real de abastos que, provisto de buena bolsa, repite todos los días la misma rutina de movimientos, porque lo que resulta presa fácil. Incautos, aceptan el trabajo; y de esa forma terminan por conocer al maduro funcionario, que ha publicado algunas obras literarias y que recibe el nombre de Miguel de Cervantes Saavedra.

¿Quién es el misterioso personaje y por qué parece empeñado en terminar con la vida del inofensivo don Miguel? Eso, evidentemente, tendrá que descubrirlo cada persona acercándose a estas páginas, muy agradables de leer.

sábado, 4 de marzo de 2023

Lo que no se ve

 


Las manos de la abuela haciendo la cama, envueltas en el olor de un suavizante único. La anciana enferma de cáncer que encuentra su sosiego y su sentido dando de comer a los gatos callejeros, anónima y llena de amor. Un abuelo que cultiva su huerto con unción casi sacerdotal, con silencios y ternura, con dignidad. La “avería tozuda” que erosiona la mente de los locos, quienes son la piedra angular de su barrio, de su pueblo. El cáncer del hijo mayor, que obliga a la familia a vivir en la planta de oncología infantil durante dos años. La pandemia y su horroroso zarpazo sobre las relaciones humanas. Esa persona anciana que vive sus últimos tiempos, ignorando cuándo pasará “a la otra orilla de la respiración”. El desvío estúpido de nuestro mundo, que ha olvidado nuestra insoslayable caducidad y la esconde con gimnasios y teléfonos móviles, mientras expulsa la finitud hacia los hospitales y los tanatorios, para camuflarla o negarla (“Hace falta enseñar la mortalidad, devolver la agonía a un lecho rodeado de familiares”). El infarto de la abuela a los noventa y un años, que indica el final de un camino, el cambio de ciclo, un amanecer distinto.

Con frases cortas, musicales, sobrias y perfectas, el granadino Jesús Montiel conjuga todos esos elementos y los enhebra en un texto delicado, leve, que parece tejido con alas de mariposa o copos de nieve, en el que reflexiona sobre la vida y la muerte, sobre los errores de nuestro tiempo, sobre la dignidad de los ancianos y la plenitud pura de los niños, sobre el silencio.

Pocas veces me he sentido tan impresionado por un libro.

jueves, 2 de marzo de 2023

Cuando todos sean sombra

 


Mi sentido arácnido de lector (que no juzgo infalible, pero que me permito creer que tampoco es flojo) ya se disparó cuando leí las primeras páginas de Manuel Susarte, en el verano de 2021 (Atropia, se llamaba el libro). Me pareció detectar en ellas a un escritor sólido, notable y digno de atención, cuyos méritos corroboré recientemente en su trabajo Literatura mínima. Y ahora, después de pasearme durante una semana por el interior de Cuando todos sean sombra (Cosecha Negra Ediciones), amplío y asiento mi juicio: es un escritor muy sólido, muy notable y muy digno de atención. Ya lo tengo absolutamente claro: no fue una impresión equivocada.

El planteamiento de arranque de esta novela es perturbador: la policía comienza a descubrir cuerpos de suicidas que, pocas horas antes de poner fin a sus vidas, se tatuaron una imagen relacionada con el modo de su muerte: un faro (quien se ahoga en el mar), una locomotora (quien se lanza al paso de un tren), etc. ¿Qué diablos está ocurriendo? ¿Qué macabra conexión existe los dibujos y la manera de escapar del mundo? Y, sobre todo, ¿qué protocolos nauseabundos vinculan al tatuador responsable de las imágenes con el deseo de morir de sus clientes? El inspector Imanol Ugarte, que se encarga del caso, está tan confundido como nosotros; pero no dejará que la perplejidad lo bloquee. Ni siquiera cuando descubra que en 1943 ya se produjeron unos hechos similares en la ciudad (siete suicidas, tatuados con imágenes relacionadas con su muerte). Ni siquiera cuando descubra que en 1903 también se produjeron siete suicidios con el mismo e inquietante leitmotiv. ¿Un imitador? ¿Una cadena de homicidas que proceden según un ritual cíclico y truculento? Permítanme que no les dé más pistas: la genialidad de Manuel Susarte no merece que destripe su ingeniería novelesca. Pero les aseguro que si acometen la lectura de esta obra no la olvidarán fácilmente: ni por su lenguaje, ni por su estructura, ni por la sobrecogedora explicación final, ni por lo que ocurrirá años después de que acabe la novela.

No lo duden: Cuando todos sean sombra, de Manuel Susarte (Cosecha Negra). Están tardando.

martes, 28 de febrero de 2023

En la otra habitación

 


Una madre y una hija, frente a frente. Son (y se saben) muy distintas. La madre, Paula, es una mujer que ha saltado los cuarenta, es profesora de Arte Dramático y sigue siendo muy atractiva. La hija, Amanda, tiene exceso de peso, viste de una forma desaliñada y exhibe la hurañía de quien no es feliz, porque se minusvalora. Existen entre ellas viejas cuentas sin resolver, que la situación dramática de En la otra habitación pone de manifiesto desde sus primeras páginas: cuando Paula le confiesa a su hija que está esperando a un amante (el primero con el que piensa engañar a su esposo), Amanda mostrará su rechazo, su perplejidad y su ira, que se acrecienta cuando se entera de la identidad del chico: un alumno de tercero de Dirección. ¿Cómo es posible que su madre esté dispuesta a arriesgar la estabilidad de su matrimonio… por un gilipollas (es el sustantivo que la joven emplea)? En el diálogo, tenso, cortante, ofensivo, que se desarrolla entre ellas descubriremos los traumas de infancia de Amanda, su actual bulimia, el desprecio que siente por esos hombres que no ven más allá de lo físico; y también descubriremos cómo Paula ha ido tramando su relación con Mario, cómo se ha ido endureciendo desde el punto de vista personal y profesional para alcanzar el éxito en un mundo de hombres dominantes… Y en medio, como una bisagra, la presencia de Mario, que las vincula de un modo mucho más directo de lo que Paula podía imaginar al principio de la conversación.

Paloma Pedrero consigue, no solamente dibujar a la perfección dos maneras de enfrentarse a la existencia, sino dos temperamentos que, nutridos por la misma sangre, pero distintos (y distantes) en todo lo demás, se ven abocados al choque.

Absorbente y desasosegante.

domingo, 26 de febrero de 2023

La caída

 


Una amalgama de relatos de Thomas Mann conforma el volumen titulado La caída, que leo en la traducción de J. A. Bravo y J. Fontcuberta, publicada por Luis de Caralt (Barcelona, 1978). Y utilizo con plena conciencia el sustantivo “amalgama”, para aludir a la condición heterogénea de estas narraciones, que oscilan entre la solidez más embriagadora y la inanidad más desconcertante. Se me podrá argüir que tal desequilibro no resulta extraño en muchos tomos de este formato, y no seré yo quien lo desmienta; pero me permitiré recordar que nos encontramos ante un premio Nobel (1929) y que la diferencia entre las primeras y las segundas resulta demasiado aparatosa.

Me ceñiré, por una elemental cortesía (Mann se ganó mi respeto hace años y no lo van a erosionar algunas páginas fallidas), a aquellas producciones que se me antojan más logradas. Me refiero a “La caída” (donde se nos habla de un fervoroso enamoramiento, que termina estrellándose contra la grosería nauseabunda del sexo venal), “La muerte” (inquietante historia protagonizada por un conde viudo que se obsesiona con la certidumbre de que la muerte lo golpeará, sin falta y con exactitud, el 12 de octubre), “Voluntad de vivir” (la terca resistencia que un joven ofrece a las asechanzas de la enfermedad, porque dispone de un motivo amoroso y vengativo que lo sustenta), “Tobías Mindernickel” (que sorprende por su densa textura psicológica) o “Luisita” (donde sentimos una profunda lástima por el elefantiásico abogado Jacoby, al que su mujer veja de un modo inicuo, pese a la ternura constante de su amor).

Alejada de efusiones sentimentales y de adjetivaciones vistosas, la prosa de Mann despliega en estos relatos un alto poder de sugestión, que te lleva de la mano hasta su delta. Admirable.

viernes, 24 de febrero de 2023

Las Meninas

 


Nos situamos a mitades del siglo XVII, en la ciudad de Madrid. Una parte de la Corte de Felipe IV se encuentra agitada y molesta con don Diego Velázquez, pintor amado y protegido por el monarca, quien acaricia la idea de pintar un lienzo que muchos juzgan provocador, en el que una infanta quedará retratada junto a sus sirvientas, sus enanos (Mari Bárbola y Nicolasillo) y un perro. Los reyes, qué osadía, apenas serán visibles en la imagen borrosa de un espejo. Y el propio Velázquez quedará inmortalizado como figura notoria del cuadro. Para impedir esa indigna falta de respeto y esa evidente soberbia se movilizan todo tipo de figuras: pintores rivales que envidian su talento y su posición en la Corte (Angelo Nardi), familiares que buscan su descrédito para medrar (José Nieto), religiosos que no dudan en recordar su afición por pintar mujeres desnudas (un dominico) y hasta algunos nobles que lo consideran inadecuadamente cercano al rey (el marqués). Frente a todas esas asechanzas virulentas y codiciosas, don Diego apenas cuenta con el apoyo de la infanta María Teresa (que lo admira, pero que poco puede alzar la voz frente a la ceguera de su padre) y a la balbuciente fe de su esposa Juana (que lo quiere, pero que se encuentra zarandeada por la sospecha de que Diego le fue infiel en Italia con alguna de sus bellas modelos). Lo que está en juego es la creación (o prohibición) del futuro cuadro “Las Meninas”.

Con esta excepcional obra dramática, Antonio Buero Vallejo (Guadalajara, 1916) nos ofrece una visión profunda y descarnada de aquella España podrida, en la cual el rey se dedicaba al ejercicio de la caza y a engendrar hijos bastardos; sus consejeros desviaban o despilfarraban los caudales públicos para mantener una farsa de prosperidad; el pueblo moría de hambre, atosigado por crecientes impuestos, sin que le resultase permitida ni siquiera la protesta; los dignatarios eclesiásticos se solazaban en la impunidad y en el control de la vida moral del país; y el resto de Europa, descubiertas las fisuras del otrora gigante hispánico, comenzaban a tomar posiciones para suplantarlo en su lugar hegemónico. Pero también nos pasea por el alma y por los ojos de un pintor único, mostrándonos sus inquietudes, sus firmezas, sus temores, sus búsquedas estéticas (cuando Nardi le recrimina que una parte de sus retratos sea nítida y detallista, mientras que el resto queda un poco difuminado, Velázquez responde con una aguda precisión artística y oftalmológica: “Vos creéis que hay que pintar las cosas. Yo pinto el ver”).

Pintor y dibujante en sus inicios (y de notable técnica), Buero Vallejo realiza una brillante inmersión en el espíritu de Velázquez y nos regala un drama de altísimo valor, lleno de ternura y tragedia, que figura entre sus obras más notables.

miércoles, 22 de febrero de 2023

El lector del tren de las 6.27

 


Guibrando Viñol es un muchacho de 36 años que lleva toda la vida bajo la losa de su nombre ridículo, que se presta a todo tipo de deformaciones y juegos tontos de palabras. Habita en una pequeña vivienda, con la única compañía de un pez rojo (al que alimenta con cariño y al que le cuenta los detalles de su día a día). Trabaja en una fábrica y se ocupa de activar y mantener en funcionamiento una horrenda máquina Zerstor 500, que destruye libros con una eficacia y una voracidad aterradoras. Sus dos únicos amigos son Giuseppe (que perdió sus piernas en un grave accidente dentro de la Zerstor) e Yvon Grimbert (que recita siempre versos dodecasílabos, de alta sonoridad). Y su única distracción consiste en leer en voz alta, en el vagón de cercanías que utiliza para ir a la fábrica, las pobres páginas que consiste rescatar del interior de la Zerstor, milagrosamente intactas. Así es la vida de Guibrando: monótona, insatisfactoria, solitaria y mentirosa (su madre cree que trabaja en una imprenta, como auxiliar de publicaciones).

Pero basta un pendrive, un simple pendrive encontrado en el vagón de manera fortuita, para que la vida de Guibrando experimente un vuelco, porque la persona que lo ha perdido (que se identifica como Julie) ha almacenado en esa memoria USB setenta y dos archivos de texto donde consigna anécdotas de su vida como limpiadora de lavabos en unos grandes almacenes. Tras leerlos varias veces, el tímido Guibrando comienza a obsesionarse con esa chica, a la que le gustaría conocer: su amigo Giuseppe, postrado en una silla de ruedas y obsesionado a su vez con la adquisición de todos los ejemplares que existan del libro Jardines y huertos de antaño, de Jean-Eude Freyssinet (la razón tendrá que averiguarla quien lea la novela, y les aseguro que es fascinante y conmovedora), se dispone a ayudarlo en esa búsqueda.

Un relato dulce y bronco a la vez, ilusionado y amargo, El lector del tren de las 6.27 (que traduce Adolfo García Ortega para Seix Barral) es una obra que te lleva de la sonrisa a las lágrimas, de la emoción al desconcierto, y que al final se tiñe de ternura, en un tirabuzón quizá algo candoroso, pero de alta eficacia.

Léanla.

lunes, 20 de febrero de 2023

Las flores radiactivas

 


A mí, los libros de Agustín Fernández Paz me gustan mucho. Vaya esa declaración (tan aclaratoria como rotunda) por delante. Tres de ellos los he reseñado en mi blog: Tres pasos por el misterio (2009), Mi nombre es Skywalker (2020) y Las fronteras del miedo (también en 2020). Y algunos más pasaron por mis ojos antes de que dispusiera de este lugar en el que anoto mis comentarios. Así que cuando cayó por mis manos hace unos días la novela juvenil Las flores radiactivas no me lo pensé ni un minuto: tenía que leerla. Y así lo he hecho.

El problema es que, ay, me ha defraudado. Quizá porque se trataba (lo he descubierto después) de su primera publicación; quizá porque mis expectativas eran demasiado altas; quizá porque su ñoñería me ha resultado chirriante. No lo sabría precisar. Tal vez se trate de una mezcla de factores. La idea de partida era, para qué decir otra cosa, muy buena: la aparición de una extraña fosforescencia que llama la atención de las autoridades en una zona de alta mar donde, durante años, se han vertido centenares de bidones de productos radiactivos. ¿Acaso se han roto algunos de esos bidones y se ha producido un escape contaminante? ¿Es peligrosa esa luz que abrillanta el mar y es visible desde centenares de metros de distancia? Pescadores, ecologistas y hasta militares se encuentran nerviosos y se empeñan en descubrir (cada grupo a su manera) el origen y el alcance de esa inquietante fosforescencia, sobre la que se formulan todo tipo de suposiciones.

Hasta ahí, bien.

El problema es que el autor resuelve el enigma por la vía más absurda, indicando que se trata de una gran acumulación de flores, que absorben y neutralizan la radioactividad, pero que emiten un aroma embriagador, que produce un extraño cambio en quienes lo aspiran. En ese punto, la narración se le va de las manos a Fernández Paz, que se desliza hacia una fantasía adolescente de pocos quilates. Agradable, sí, pero de un candor que raya en la idiocia y de un maniqueísmo casi insultante: todos los militares son malos, perversos, retorcidos, crueles, sádicos y pretenden destrozar el mundo, mientras que todos los ecologistas son ángeles de bondad inmarcesible, honestos, inmaculados y rectísimos. El resultado es burdo, sobre todo porque la presunta justificación de que la novela está dirigida a un público de edad reducida no redime ni mejora un planteamiento simplista que, siendo a veces disculpable, peca aquí de excesivo.

sábado, 18 de febrero de 2023

Los ojos de la noche

 


A veces, cuando la desesperación alcanza su máxima altura dentro de nosotros y las lágrimas son tan abundantes y espesas que ni siquiera se deslizan por nuestra cara, elegimos un sendero turbulento o irreversible en el que adentrarnos; un camino que, a pesar de su condición ríspida, se nos figura el único viable. En esos instantes, nada tienen que decir el cerebro, la sensatez o la cordura, porque es el desgarro el que se apropia de la voluntad, es la desesperación la que enarbola sus banderas.

Una mujer madura y con buena posición económica, infeliz en su matrimonio y huérfana de afectos, ha decidido contratar a un muchacho ciego y se lo ha llevado a la habitación de un hotel. No busca la animalidad primaria del sexo, no quiere deslizarse por el grotesco tobogán del engaño. Quiere algo más: ser escuchada. Que un ser sin ojos, pero con oídos, se convierta en el recipiente sobre el que verter su frustración, su soledad, su desconcierto. Pero la ceremonia no va a celebrarse del modo en que ella previó, porque el muchacho, refractario a su condición pasiva o ancilar, le formulará preguntas, la obligará a explicarse, la observará. Así que el aterrador propósito que ella acariciaba en secreto para el final del día (y que descubrimos en las páginas postreras) sufrirá una mutación imprevista.

Dueña de una capacidad casi hipnótica para introducirse en el alma de sus personajes y desnudarlos ante nosotros (y ante sí mismos), la dramaturga madrileña Paloma Pedrero nos ofrece en esta intensa pieza una dura reflexión sobre el modo triste (y quizá inexorable) en que las ilusiones se marchitan y nos dejan como único regalo su niebla pegajosa. La mujer (quien simbólicamente se llama Lucía) ya no disfruta de un cuerpo terso y juvenil; y ha perdido, además, toda lujuria con respecto a su esposo, figura que adopta líneas de paisaje. Pero el muchacho (quien simbólicamente se llama Ángel) es capaz de atravesarla con sus ojos vacíos y revelarle pliegues escondidos y emociones larvadas que ella, sin saberlo, portaba en el alma. Es difícil escenificar con más brillantez el encuentro (combate y caricia) entre dos corazones.

Paloma Pedrero, siempre lúcida y memorable.

jueves, 16 de febrero de 2023

La traición

 


Finn, Sara, Anne y Miguel son unos jóvenes que viven en la isla Alegría, en pleno Trópico, desde que esta propiedad fue puesta en sus manos por el capitán Mandayville. Y la gran alteración de sus vidas se produce cuando a la costa llega un náufrago moribundo, cuyas últimas palabras aluden a un halcón de oro y piedras preciosas que perteneció al emperador Carlos V, que permanece desde hace décadas en paradero desconocido y que ahora puede ser recuperado. Como se puede observar, un planteamiento muy sugerente que sirve como arranque para esta novela juvenil que, con el título de La traición, firma Paul Thiès, traduce Ana Mª Navarrete Curberlo y publica Edelvives. Y ahí, me temo, se acaban los primores de la obra, porque el resto está desdibujado, resulta confuso, incurre en lo inverosímil o provoca el enarcado de cejas de los lectores. ¿Un muchachito que fue rescatado de su condición de esclavo y que ahora recita largos fragmentos poéticos de John Donne (p.22), prepara banquetes “dignos de Lúculo” (p.41) y cuando ve a la chica amada siente que “Shakespeare, Ronsard o Petrarca hablan en mi lugar” (p.83)? ¿Un muchachito que se fuga de un campamento de esclavos porque consiguió ocultar belladona en polvo entre su pelo, preparó un veneno para distraer a sus captores y luego encontró un oportuno objeto metálico en pleno manglar, con el que fabricó una sierra para separarse de sus cadenas? Se podrían aducir más ejemplos, pero estimo que incurriría en la saña.

Creo que la existencia de ese halcón legendario, ahora escondido en un lugar que dos manuscritos protegen, daba para más (para mucho más) de lo que Thiès logra en sus páginas, en las que se frena y se acelera sin medida, en las que todos sus personajes varían de textura emocional como dando brincos y en la que incluso el descubrimiento de la joya provoca bostezos en el lector, por la forma grisácea y desmañada con la que describe su recuperación. Es como si las películas de Indiana Jones las hubiera rodado Ed Wood.

No la olvidaré pronto: ya lo he hecho.

martes, 14 de febrero de 2023

Huye de mí, rubio

 


Sus padres (un ingeniero teutón que trabaja para una multinacional y una mujer snob que vive pendiente del lujo) están separados, pero los vínculos que Ismael mantiene con ellos no son, en ninguno de los dos casos, afectuosos. El padre es un hombre rígido que no le prodiga más que órdenes; la madre, distraída por la gastronomía y los amantes, lo hace sentirse un estorbo. A sus quince años, Ismael es un chico desnortado y huérfano de calor, que se refugia en el único sitio donde se siente libre y a salvo: su libreta, donde va dibujando y componiendo poemas. Pero una estancia con su padre, que está trabajando en la construcción de una presa en la República de Sierramagna (Centroamérica), dará un vuelco a su vida: tras algunas experiencias desagradables en forma de robos y agresiones, el chico será secuestrado por la guerrilla y se verá, tras un viaje infernal a través de la selva (a pie, maniatado, comido por los insectos y torturado por el hambre y la sed), en el interior de un campamento lleno de personas furibundas, que lo odian por la blancura de su piel y su condición de hijo de capitalista. Mantenerse vivo y que su familia acceda a pagar el rescate son las únicas fuerzas que le permiten seguir en pie, aunque las atrocidades que irá viendo a su alrededor vayan minando su alma.

Con esta novela dura y firme, Óscar Esquivias aborda temas aparentemente poco adecuados para un público juvenil (la obra se dirige a lectores a partir de catorce años), pero lo hace con tanta inteligencia y con tan buen tino que sin duda logra su objetivo: la brutalidad de ciertas ideas revolucionarias, la violencia de quienes en apariencia nada tienen que perder, la degradación y la venalidad de algunos periodistas, la crudeza de las políticas represivas… Conseguir que una novela en la que se producen fusilamientos, cortes con machetes, manos amputadas o ingesta de drogas resulte educativa y catártica es toda una proeza, así que les recomiendo que no se pierdan esta obra. Y no se pierdan tampoco, por favor, el giro inesperado que se produce en el párrafo final, que cambia un buen número de ideas preconcebidas que pudiéramos tener sobre las emociones que asaltan al protagonista.

Óscar Esquivias es un auténtico maestro. Escribiendo para adultos y escribiendo para jóvenes. Punto.

domingo, 12 de febrero de 2023

En el túnel un pájaro

 


Enrique Urdiales, un autor dramático de éxito que ahora se encuentra en una residencia de ancianos aquejado por un cáncer terminal, recibe la noticia de que su hermana Ambrosia (de la que no ha sabido nada desde que los separaron en la primerísima infancia) ha logrado dar con él a través de un programa televisivo y pretende el reencuentro. Furibundo, desconfiado y huraño, se niega al principio a mantener ese contacto, pero cuando finalmente sucumbe a la reunión descubre que entre ambos se ha establecido una extraña corriente íntima que los vincula. La sigue llamando “vieja” y fingiéndose loco, porque su orgullo es tan grande como su susceptibilidad, aunque comprende que la necesita a su lado; sobre todo, desde que ha decidido incluirla en la última obra teatral que quiere componer, antes de que la muerte lo neutralice. Margarita, la enfermera que cuida de él, le sugiere el título de En el túnel un pájaro, habida cuenta del amor que siempre ha sentido Enrique Urdiales por la figura de san Juan de la Cruz, el gran pájaro solitario. El problema es que no logra escribir el acto final que le dé sentido a la tragedia. Lo encontrará, no obstante, cuando Ambrosia llegue un día con un frasquito de licor muy especial y con unas palabras que susurra en el oído de Enrique: “Ahora se te pasará todo, todo lo malo. Lo he preparado yo para ti”. Luego, abrazándolo, dejará que él se duerma para siempre. Que vuele alto. Como el pájaro solitario.

Reflexión impresionante sobre la vejez, la decrepitud, la consunción, el dolor y la muerte, esta pieza de Paloma Pedrero (Madrid, 1957) mezcla con extrema eficacia el humor y la crueldad, el sexo y el sarcasmo, la compasión y la esperanza, y nos enfrenta con uno de los temas más duros de afrontar para el espíritu humano: la eutanasia por amor.

viernes, 10 de febrero de 2023

Las cosas de la vida

 


Acabo de leer el delicioso volumen Las cosas de la vida. Guía para perplejos, de Andrés Amorós (Fórcola, 2022). Y, contraviniendo mi costumbre de “devorar” las obras que consiguen capturar mi atención, he empleado en hacerlo todo un mes. La explicación es sencilla: tras deleitarme con los dos primeros capítulos, donde se nos habla de la culpa, del arrepentimiento y de la dificultad de conocerse a sí mismo, me di cuenta de que la textura del libro requería una lectura pausada, espaciada, lenta y reflexiva. No se trataba de recorrer el tomo, sino de permitir que él me recorriera a mí. De tal modo que opté por imponerme el freno de abordar cada jornada, solamente, un capítulo: ni más, ni menos. Leerlo con calma, sin ruidos ambientales, a ser posible de noche; y extraer de él toda su sabia savia. Valorar las innumerables citas que Andrés Amorós incorpora en cada uno de ellos y entender la conexión entre ellas y la oportunidad de su aducción.

Al fin, todos los cristalitos de colores forman una vidriera excepcional, donde los nombres egregios de Cervantes, Montaigne, Pascal, Shakespeare, san Agustín o Antonio Machado son invocados con inteligencia, permitiéndonos acceder a una crestomatía plural, densa y fértil, que nos adentra no solamente en el corazón de la sabiduría, sino también en el corazón mismo del autor. Porque la gran lección de este libro consiste en descubrir que Amorós ha necesitado toda su vida para recopilar, reflexionar y relacionar estas citas, que no actúan aquí como exhibiciones pedantes, ni como aforismos de relumbrón, sino como destilaciones lentas, cuyo objetivo es invitarnos a pensar y sentir la paz y el saber profundos de sus palabras. En cada una de las habitaciones de este castillo interior aprendemos algo sobre la vanidad, la memoria, la experiencia, el trabajo, el respeto, la excelencia, el orgullo o las afinidades electivas; y cuando todas las teselas nos han sido mostradas, el mosaico deslumbra.

Si me permiten el consejo, léanlo de la misma forma que yo: disfruten de cada página. No se apresuren. El alambique-Amorós se ha esforzado para entregarnos un licor deleitoso, que conviene paladear. Pruébenlo con los ojos abiertos; luego ciérrenlos y reflexionen. Verán qué maravilla.

miércoles, 8 de febrero de 2023

Oficios que no valen la pena

 


La primera vez que cayó en mis manos (o en mis ojos) un escrito de Enrique Gallud Jardiel fue en 2018: el estupendo prólogo que le puso a Gacetilla rimada, de su abuelo Enrique Jardiel Poncela. A partir de él conocí la labor extensa y polifacética de este valenciano, del que ahora me leo el volumen Oficios que no valen la pena, editado con el sello Dokusou, donde se nos habla de un buen número de profesiones sobre las cuales pende la sombra del descrédito, la mala fama y otras penalidades: los letrineros, los mercenarios, los inquisidores, los adivinos, los sexadores de pollos, los cineastas españoles o los carceleros. Y para abordar esas aproximaciones recurre tanto al verso como a la prosa, incluyendo en este último bloque unas divertidas secuencias teatrales cuyos protagonistas son personajes tan heterogéneos como Galileo Galilei, el Cid Campeador o el conde Olinos.

El peligro que suelen correr los autores que pretenden hacerse los graciosos no afecta ni de lejos, créanme, a Enrique Gallud, porque él sí que es chispeante, ingenioso, inteligente y versátil. Domina los registros del humor y los baraja con brillantez, pero igualmente es admirable a la hora de combinarlos con instantes donde prima la seriedad (léanse, por ejemplo, su feroz posición antitaurina; o su desdén indignado por las personas que eligen la caza como distracción; o su tristeza cuando constata el modo en que la televisión y el resto de medios nos manipulan para que permanezcamos en la peor de las ignorancias). Y qué quieren que les diga: a mí un libro que me hace sonreír y, a la vez, me hace pensar, ¿cómo no va a gustarme?

Una obra para pasar buenos ratos (en los labios y en el cerebro) y que satisface tener en la estantería para abrirla de vez en cuando, al azar, y dejar que nos vuelva su aroma.

lunes, 6 de febrero de 2023

Vuelo hacia dentro

 


Resulta difícil imaginar que pueda llegarse a la senectud (vital y literaria) con una majestad superior a la que despliega entre nosotros Dionisia García. Cada libro suyo es un pequeño diamante, bruñido y espléndido, que los lectores tenemos la inmensa suerte de disfrutar y conservar en nuestras estanterías. Da igual que sea en prosa o en verso; da igual que sean estrofas o máximas. Su palabra es siempre luz y agua fresca, sabiduría y novedad, columna jónica. Esta evidencia vuelve a quedar de manifiesto en Vuelo hacia dentro (Libros del Aire, 2022), volumen de aforismos que, como todos los suyos, procede de una larga acumulación y una larga decantación (las reflexiones que aquí se alinean comenzaron a fraguarse en marzo de 1999 y se prolongan hasta noviembre de 2018). Aquí se habla del ser humano, de Dios, de la libertad, de la muerte, de la necesidad de amar a nuestros semejantes, de los encuentros gozosos con poetas queridos, de voces que alegran desde el otro lado del teléfono, de la terca insensatez de las guerras, de la memoria, de Gutenberg y Steinbeck, de Borges y Montaigne, de música y de política, de la mentira y la verdad. La mirada ecuménica de Dionisia García planea sobre todo lo humano y lo divino, extrayendo para nosotros su gota pura de opinión o de saber, que deposita en nuestras pupilas.

Condensarlo es inútil, además de imposible, porque ningún color es más importante que otro en el arco iris. Pero no me resisto a dejar anotadas algunas de sus líneas, para que ustedes se hagan una idea de lo que encontrarán a raudales en este volumen mayestático: “Lo inquebrantable puede hacerse añicos”. “Vivimos de milagro y nos parece poco”. “Ruego: Quien sepa qué está pasando que ponga precio a su verdad”. “El no entender por qué estamos aquí es una penitencia de por vida”. “Quienes van a morir, buscan una mirada que los acoja”. “El lado triste de nuestra existencia lo vendemos, y tiene muchos compradores”. “Los poetas no mueren, se relevan”. “Para un ratito que estamos en este planeta, vaya revuelo que armamos”. “Los eminentes están arrinconados por tanto ruido”. “Cervantes, a la luz de una vela, creó un mundo perdurable. Quizá en esta época sobren resplandores”. “Cada noche me despido de mí, por si acaso”. “El último día no lo podremos contar…”.

sábado, 4 de febrero de 2023

El Goya del Titanic

 


No incurro en ninguna vileza ni en ningún spoiler (perdóneseme la palabra, tan usada últimamente en nuestro mundo de series televisivas) si adelanto algunos elementos argumentales que ya vienen insinuados en el título mismo de esta novela: Francisco de Goya, el sordo de Fuendetodos, pintó un retrato de Godoy, por encargo del ayuntamiento de Murcia, en los primeros años del siglo XIX. Y esa obra, por una serie de avatares asombrosos, casi rocambolescos, terminó en el camarote del capitán del Titanic, Edward John Smith; y, por tanto, se halla en el fondo del océano Atlántico desde el mes de abril de 1912. ¿Cómo se las organiza Santiago Delgado para introducir en esta trama seductora al conde de Floridablanca, a Antonete Gálvez, al marqués lorquino Pedro Rossique, al artista caravaqueño Rafael Tegeo, al duque de Wellington, al multimillonario John Jacob Astor IV (el hombre más rico del mundo en su día), al banquero Rothschild y a otros singulares personajes franceses, ingleses y norteamericanos entre 1800 y la actualidad? Pues oigan, se las organiza. Y lo hace (ningún asombro causará tal afirmación entre quienes conocen sus libros) con una desenvoltura y unos conocimientos históricos y artísticos que anonadan. Todos los detalles están milimétricamente calculados, todas las acciones se articulan de modo coherente, todos los emplazamientos resultan creíbles, todos los razonamientos (políticos, militares, económicos) se antojan impecables. El resultado es una novela de gran intensidad y marcado poder magnético, que la editorial MurciaLibro ha tenido la inteligencia de publicar y que nos ratifica algo que ya estaba clarísimo desde hace muchos años: que Santiago es uno de los creadores más firmes y poliédricos con los que cuenta la historia de la Región de Murcia.

Con este argumento, lleno de sorpresas, heroicidades, erotismo, argucias y viajes, un guionista avispado vertebraría una serie (hablaba de series al comienzo de mi comentario y quiero acabarla del mismo modo) de éxito asegurado. Lean ustedes la novela y seguro que me dan la razón.

jueves, 2 de febrero de 2023

La isla de los Pavos Reales

 


Con los detalles que el narrador va diseminando como pétalos tristes por esta novela podemos reconstruir, en parte, esa flor ahora tronchada que se llamó, en vida, Achternach. Trabajaba como experimentado fiscal en la Audiencia situada en la Witzlebenstrasse; y un día, para sorpresa de compañeros y familia, decidió defender a un acusado. A partir de entonces, malherido por una extraña melancolía, su temperamento se fue volviendo taciturno, silente, huraño. Se refugiaba de forma perpetua en el desván de la casa de su suegro, Fehrenmark, donde vivía con su esposa Gerda; y se volvió un hombre impenetrable y arisco. Lentamente, con la reiteración obstinada de su encierro, fue colmando la paciencia del octogenario Fehrenmark, quien llegó a pronunciar ante él unas terribles palabras (“El honor del nihilista, herr Achternach, consiste todavía en el suicidio”, p.87), las cuales no sirvieron más que para perfeccionar su abatimiento y su misantropía, hasta límites patológicos (“El desgarro existencial es incurable”, p.99). Un buen número de somníferos, disueltos en el café que le sirve su esposa, actuarán como drástica puerta de salida para su situación.

Pero su muerte acarrea para Gerda un trauma irresoluble, que la mujer mitiga por la vía más inesperada: actuando como si Achternach continuase vivo junto a ella. Así, le pone su plato y su copa a la hora de comer, habla en voz alta como si conversase con su esposo, mira el vacío como si él estuviera a su lado en la sala… Preocupado por la salud mental de su hija, Fehrenmark invita a la casa al médico Merten, antiguo amigo de Achternach y antiguo pretendiente de Gerda, con el objetivo de que la ayude en su recuperación emocional, quizá incluso casándose con ella. Pero la convivencia no va a resultar sencilla para ninguno de los tres. O de los cuatro.

La isla de los Pavos Reales, la novela de Hartmut Lange que Ana María de la Fuente tradujo y que fue publicada en 1988 por el sello Seix Barral, es un texto lánguido, donde la fatiga vital, el cansancio espiritual y unos paisajes moderados por la bruma consiguen aunarse para conformar un libro muy hermoso.

miércoles, 1 de febrero de 2023

Literatura mínima

 


Por influencia de la publicidad (o por otras razones que me imagino que serán tan variadas como respetables), hay ciertas personas que buscan sus lecturas entre los autores emergentes de Milwaukee, los fiordos escandinavos o la costa de Namibia. Yo, que soy más de andar por casa, suelo fijarme en escritores que tengo más cercanos: en Murcia, en Moratalla, en Alcantarilla, en Cartagena, en Molina de Segura, en Santomera. Imagino que no es ni mejor ni peor: es mi forma de ver las cosas. Y hoy, siguiendo esa línea, vuelvo a un interesante narrador de Mula al que conocí literariamente leyendo su volumen Atropia, que ya dejé anotado en este Librario íntimo. Mi nueva aproximación se ha centrado en la colección de cuentos titulada Literatura mínima, que el sello DobleCé Ediciones puso en circulación en 2022.

En estas nueve fabulaciones, Manuel Susarte Román nos deja pequeñas gotas melancólicas en la voz de un anciano (“Besos de membrillo”); historias que nos dejan sorprendidos en sus instantes últimos, con trallazos que nos hacen abrir los ojos (“Buscando el equilibrio” o “El monstruo”); regalos cuánticos sorprendentes que se instalan en el corazón y no lo abandonan nunca (“De cajas y gatos”); duras críticas a un mundillo literario que se basa en la mendacidad de unos y el candor de otros (“Incógnito”); e historias que traspasan la frontera de “lo real” para conducirnos a un territorio cenagoso y oscuro donde el espanto puede erizarnos la piel como se la eriza a los protagonistas (“Sombras”, “Campanas en la lluvia” o “Fotografías”).

En cada uno de estos viajes narrativos, Manuel Susarte resulta convincente y eficaz. Sabe perfectamente lo que está haciendo y, por eso, dispone sus materiales con alto sentido sobre las páginas. El resultado son nueve pequeñas maquinarias de gran belleza, sin fisuras, muy agradables de leer.

martes, 31 de enero de 2023

Desde el Asilo

 


De Mariano Sanz Navarro, el tuareg de la prosa murciana, me faltaba un libro por incorporar a mi Librario (su volumen Desde el Asilo, publicado en el año 2000). Hoy, gozosamente, relleno ese hueco. Y lo hago con una enorme felicidad, porque su lectura me ha encantado, con su equilibrada mezcla de humor, melancolía, costumbrismo, seriedad y crítica. Y esa diversidad tonal es la que facilita que los lectores nos mantengamos adheridos a las páginas del tomo, de principio a fin.

En unas ocasiones, nos hablará de las mutaciones urbanas (algunas de ellas, feístas) que los políticos activan sin solicitar ni considerar la opinión de los vecinos (“Aquellas plazas…”); en otras, nos dejará sus impresiones sobre el falso refinamiento tontucio de quienes fuerzan la -s final sin ser tal pronunciación natural en ellos e incurriendo de esa forma en el ridículo vergonzante (“Las seses”); en otras, nos resumirá un refinado y sorprendente juego erótico, trufado de picardía (“El impasible”); y en otras alzará su voz contra la impertinencia de quienes, juzgándose en posesión de la verdad, tratan con ademanes dictatoriales de imponerla a otros (“La intolerancia religiosa”). Mariano, versátil y chispeante, nos habla de los calvos, de personas que viajan en coche con perros demasiado proclives a la evacuación gaseosa, de accidentes acaecidos en Tetuán, de bonsáis, de los disparates continuos de Gabino, de don Obdulio (un médico que murió por un síncope de felicidad), de Ginés el Correo y su burro rijoso o de una educada conversación imposible con el escultor don José Planes.

Siempre ojo avizor, el prosista de San Antolín cartografía su entorno y lo plasma en páginas indelebles, de las cuales sería punto menos que imposible elegir la que más me ha gustado. Les recomendaría de forma especial la hermosa semblanza del lañaor, silencioso, solemne y eficaz (pp.103-106); la historia atribulada de un mariquita de pueblo, al que hicieron sufrir desde la infancia (pp. 137-139); y, por encima de todas, el escrito titulado “El hombre”, que cierra esta obra: uno de los mejores retratos literarios y emocionales que he leído en mi vida.

lunes, 30 de enero de 2023

Anoxia

 


Resulta imposible estipular de qué modo se cancela más eficazmente un período de dolor, de qué estrategias hay que valerse para superar la angustia, la soledad, el arrepentimiento. Es evidente que cada ser humano lo consigue de una manera distinta y a distinta velocidad. A veces, resulta suficiente con que transcurra un cierto lapso de días; a veces, el desgarro es más profundo y se requiere, ay, un tiempo mayor. No hay calendarios que sirvan para regular el vacío. Dolores Ayala, una de las grandes protagonistas de Anoxia, la última entrega novelística de Miguel Ángel Hernández (Anagrama, 2023), siente esa fractura íntima desde que su esposo Luis, una década antes, perdió la vida en un accidente de moto. Por circunstancias que el lector descubre gradualmente durante la lectura, ella no pudo cerrar el luto de un modo adecuado; y en su interior continúan habitando el desierto, la tristeza, la nada. Mente y cuerpo prosiguen con la tarea mecánica de existir, pero sin que ilusión alguna alborote su ánimo. Está desolada. Está hueca. Sobrevive. Y, de forma inopinada, una llamada de teléfono la pone en contacto con Clemente Artés, un anciano que ha vuelto de Francia para vivir en Murcia sus últimos años y que, con su peculiar forma de entender la fotografía (sobre todo, la fotografía mortuoria) y sus implicaciones emocionales, pronto se convertirá en un personaje clave para la recuperación de su espíritu y de su corazón.

Habilísimo a la hora de trazar la constelación de personajes que giran alrededor de Dolores (nombre altamente simbólico), Miguel Ángel Hernández construye un universo narrativo donde el hijo de la fotógrafa (Iván), su cuñada Teresa, el servicial Vasil, el intrigante Alfonso (director del Archivo Fotográfico regional) o la presencia poderosa y fantasmal del marido fallecido establecen una red muy poderosa de conexiones, que nos permitirán entender los vínculos entre las fotos mortuorias, los desastres medioambientales que han destrozado el Mar Menor y los huracanes íntimos que no permiten a la protagonista, zarandeada por la culpa, la oxigenación de su alma. Mientras no logre desprenderse de esa ciénaga íntima, seguirá siendo un ser vacío, errante y desconectado de la luz. El problema será descubrir cómo hacerlo.

Todos tenemos algún remordimiento o algún duelo (no necesariamente funeral) que nos sigue torturando, pese a que los años continúen su avance. Todos nos encontramos aquejados por algún trauma cuya extirpación se nos antoja punto menos que imposible. Anoxia se convierte, en ese sentido, en un canto de esperanza: la llave que nos permita cerrar la puerta puede llegarnos por los más inesperados conductos, siempre que seamos receptivos a su aparición.

Dejaré que cada persona que se acerque hasta la novela descubra por sí misma el delicado y sobrecogedor tema de los inquietos, sobre el que no quiero dejar aquí ninguna pista. Y dejaré, también, que cada persona reflexione sobre los matices riquísimos con los que MAHN construye la figura de Dolores, geoda que esconde un inmenso dolor invisible. En pocas novelas encontrará un análisis tan abisal sobre el sentir y el desgarro derivados de la ausencia.

Nos encontramos ante una novela madura, aplomada, mesetaria, llena de páginas inteligentes y de agudas sugerencias, donde las frases cortas actúan como alfileres sobre el lector, aguijoneándolo y desazonándolo. No se la pierdan.

miércoles, 25 de enero de 2023

Ahora tan lejos

 


Me acerco hoy hasta un volumen de relatos de un autor nuevo para mí: Javier Sagarna. La obra se titula Ahora tan lejos y apareció con el sello Menoscuarto en el año 2012. Salvo un par de relatos que quizá me han llamado menos la atención, el libro me ha parecido realmente bueno.

Convincente y sutil en la construcción de sus historias, Sagarna nos habla de la dureza con la que un niño maltratado por su padre calcina un grupo de hormigas, un alacrán y una culebra (“Bichos”); de la tristeza silenciosa de un hombre separado, cuya madre lo visita con la excusa de que su lavadora está rota (“Colada”); de los miedos de una niña, martirizada por el sadismo de su hermano mayor (“El vampiro en la baldosa”); de los jóvenes ilusionados que ocupan un descampado usado por drogadictos, el cual pretenden reconvertir en un oasis de árboles y sosiego (“Esto es un parke”); del padre miedoso que termina propinando un puñetazo a la persona equivocada en el lugar equivocado (“Bala de plata”); del recuerdo de aquella moneda que le daba el abuelo cuando, lleno de vergüenza, lo acompañaba a pasear por la orilla de la playa (“Oro robado”); del frutero pusilánime y abatido, que termina siendo abandonado por su esposa (“El tren”); o de los náufragos Olsson y Laplace, que sobreviven sobre un iceberg, que poco a poco se va derritiendo conforme la masa de hielo avanza por aguas cada vez menos frías (“El Ártico”).

Son relatos sólidos y bien construidos, con los que ha gozado de unas horas muy agradables de lectura. Repetiría con el autor.