sábado, 23 de septiembre de 2023

Los nuestros

 


Cuando se incurre en la osadía de dar a la imprenta un libro como este, lo más razonable y sensato que puede hacer el autor es vacunarse contra dos tipos de comentarios críticos que sin duda se le van a formular con cierta insistencia: uno, el de quienes están disconformes con lo que ha escrito (“Pero… ¿cómo es posible que diga eso de X? ¿Es que se ha vuelto loco?”); y otro, el de quienes le echarán en cara lo que no ha escrito (“¿A quién se le ocurre no mencionar a Y? ¡Cómo se le ve el plumero a este tío!”). Ambas objeciones son, desde luego, legítimas, porque todo lector tiene derecho a discrepar con el libro, quemarlo (como sugería Manuel Vázquez Montalbán), lanzarlo a la piscina (como era costumbre de Paco Umbral) o tirarlo por el balcón (como aconsejaba Julio Cortázar). Pero lo que tampoco conviene perder de vista es que el autor es muy libre de elegir quién figurará en ella o qué se aseverará en sus páginas.

Federico Jiménez Losantos, periodista adorado y denostado, Dios o Demonio (según versiones), aceptó el reto a la hora de escribir y publicar Los nuestros (Cien vidas en la historia de España), un libro “rabiosamente personal” donde ofrece un blanquísimo retrato del dictador Franco (cuyo único pecadillo imperdonable, según se deduce de la lectura del volumen, fue haber sido un poco quisquilloso con los liberales, facción política a la que se adhiere el autor del tomo) y una descripción satanizada de La Pasionaria, donde extrema las menudencias menos favorecedoras y donde sólo le falta pintarle cuernos y un rabo. Esa es (ya lo avisaba al principio) una de las posibles críticas: la elección subjetiva del tono y del contenido de las semblanzas. La otra (también lo advertí y también voy a sumergirme en ella) obedece a los criterios utilizados para seleccionar a quienes aparezcan en el trabajo. ¿Resulta razonable (ya he dicho que legítimo sí lo es) omitir en un volumen de estas características a escritores de la talla de Lope de Vega, filósofos del calibre de Ortega y Gasset o políticos de tan amplia repercusión como Pablo Iglesias? Que cada cual se conteste a sí mismo tal pregunta.

Por fortuna, el libro contiene también, junto a la frialdad logarítmica de los datos históricos, píldoras notables de humor, exabruptos destemplados y anécdotas singulares, inquietantes o reveladoras. Así, y por ayuntar algunos ejemplos sonrientes, nos explica que Viriato “murió por pactar, pero eso no lo acredita como centrista”; que Isabel II, aparte de furor uterino, “tenía unas faltas de ortografía inverosímiles, más propias del XXI que del XIX”; o que Fernando VII era un personaje “al que compararlo con las ratas sería un insulto a los roedores”. Y por lo que atañe al anecdotario, qué les podría decir: nos informa en estas páginas de que Nebrija fue un erotómano compulsivo; que el macabro inquisidor Torquemada acabó sus días contando batallitas por las tabernas; que un hijo del monarca Felipe II murió aquejado de anorexia; o que Santiago Ramón y Cajal, a los once años, utilizó pólvora para volarle la puerta a un vecino.

Una obra para aprender, para sonreír, para reflexionar y para indignarse.

¿Alguien da más?

jueves, 21 de septiembre de 2023

El comprador de aniversarios



Tengo 57 años, así que pronto alcanzaré el medio siglo como lector. Durante ese tiempo han pasado por mis manos todo tipo de obras: desde los inolvidables y delgados tebeos hasta los volúmenes más gruesos, desde la poesía hasta el ensayo, desde los autores grecolatinos hasta narradores que podrían ser ya, por edad, mis hijos. Con ese resumen pretendo reflejar que he acumulado una experiencia bastante importante, con varios miles de libros leídos y con muchas alegrías (las decepciones se me olvidan con rapidez: prefiero no computarlas). Y ahora, de pronto, me encuentro con El comprador de aniversarios, de Adolfo García Ortega; y no tengo dudas a la hora de admitir que se trata de la obra que más me ha impresionado en mi vida. Podrá pensarse que esa huella que tan hiperbólicamente señalo se deriva del tema que el autor aborda (los campos de concentración nazis), pero me adelanto a desmentir esa hipótesis: entre las lecturas mencionadas arriba se incluyen un centenar de tomos relacionados con el mundo horroroso que crearon Hitler, Himmler, Heydrich, Goebbels y otros malnacidos putrefactos: bastará con invocar los nombres de Markus Zusak, John Boyne, Primo Levi, Viktor Frankl, Jorge Semprún o Bernhard Schlink.

No.

La impronta que me ha dejado este libro de Adolfo García Ortega tiene mucha más relación, desde luego, con la brillantez literaria con la que ha sido redactado y construido que con los horrores que conforman su argumento. E imagino que hablar de “primores estilísticos” cuando se está abordando la lectura de un libro tan duro, tan sobrecogedor, tan desgarrador como este, puede antojarse casi un sacrilegio o una observación fría; pero les aseguro que no me mueve ningún espíritu frívolo. El escritor vallisoletano, consciente de la semilla llena de temblores sobre la que ha posado sus letras (una referencia diminuta en cierto libro de Primo Levi), tuvo que plantearse necesariamente la idea de cómo dar forma al material sensible que tenía entre las manos. No se trataba tan sólo de trasladar a los lectores un relato lacrimógeno, sino un relato sólido, robusto, bien organizado. Y a fe que consigue un resultado inmejorable, donde los planos narrativos, las perspectivas, los juegos temporales y espaciales, la imaginación y la documentación se unen para esculpir una novela imposible de olvidar; una novela que he tenido que leer a sorbos lentos, porque muchas veces sentía los ojos empañados o el corazón encogido (literalmente); una novela llena de dolores reales y nombres ficticios; una novela sobre la necesidad de no olvidar aquellos crímenes inauditos que llenaron de sangre el continente europeo; una novela por la que siempre le estaré agradecido a este escritor.

No se me ocurre mejor resumen o mejor consejo que pedirles que la lean: van a sufrir, se van a emocionar y van a aprender.

miércoles, 20 de septiembre de 2023

La llave en el desván

 


Mario, el atormentado protagonista de este drama, reflexiona en el segundo acto sobre el mundo de los sueños y dictamina: “Hace trescientos años un sacerdote español escribió nuestra primera comedia de interpretación de sueños”. Para, de inmediato, redondear su juicio: “Es curioso; hasta ahora no me había fijado en que el protagonista de La vida es sueño se llama también Segismundo. Igual que Freud”. Y es que, en efecto, nos encontramos ante una obra teatral donde el gran tema es un hondo interrogante: ¿qué nos quieren decir los sueños? ¿Cuál es el mensaje que nos quieren transmitir, bajo su código simbólico?

La acción arranca desde un punto más bien triste: Mario, cuyos padres murieron en dos desgraciados accidentes ocurridos el mismo día de su infancia, se encuentra en estos momentos al borde de la ruina. Ha estado durante años desarrollando un invento que podría haberlo convertido en millonario, pero una empresa extranjera se adelantó y patentó por sorpresa el mismo invento, cuando él ya se encontraba listo para hacerlo. Ahora solamente le queda la opción de vender la vieja casa familiar y tratar de sobreponerse a ese revés. No obstante, todo parece complicarse a su alrededor: su esposa Susana, por la que Mario siente adoración, parece distraída cuando está a su lado; su amigo Alfredo se comporta también de un modo esquivo; su cuñada Laura está pendiente de marcharse fuera de España con una beca; y Mario tiene una pesadilla en la que su admirado amigo Gabriel, médico, se obstina en descubrir las claves que expliquen los traumas de Mario. ¿Qué se oculta, tras todos estos ingredientes enigmáticos? Una densa historia de infidelidades, traiciones, traumas cenagosos, rencor, frustraciones y viejas cuentas pendientes, que Alejandro Casona construye con elevada pericia y que nos da como resultado una pieza teatral que resiste muy bien el paso del tiempo.

Tres fragmentos subrayo en mi ejemplar: “No hay mejor descanso que cambiar de cansancio”. “Siempre me han interesado los poetas. Generalmente, saben poco, pero enseñan mucho”. “Por grande que sea nuestro orgullo todos sabemos que la palabra de la ciencia será siempre la penúltima. Un paso más y empieza el misterio”.

lunes, 18 de septiembre de 2023

Mujeres

 


Es probable que de todas las injusticias que han burbujeado en el mundo desde el inicio de los tiempos (las diferencias entre ricos y pobres, blancos y negros, etc.) ninguna resulte tan persistente y tan marmórea como la que se ha establecido históricamente entre hombres y mujeres. Dueños del dinero, del pensamiento y de las armas, los varones han conformado un modelo patriarcal que, con pequeñas fisuras y evoluciones, se ha mantenido inmóvil durante siglos y aun milenios. Ellas son las silenciadas, las invisibles, las torpes, las sumisas, los ceros a la izquierda, las avasalladas, las insultadas, las explotadas, las incapaces. En el ámbito religioso, actrices de segunda fila (en el mejor de los casos); en el ámbito familiar, animales todoterreno que en la cocina y en la sala de costura disponían de su espacio idóneo; en el ámbito científico o artístico, anécdotas observadas con displicencia; en el ámbito político o empresarial, viragos ante las que se sonreía tetánicamente.

Para contribuir a la subsanación de esos errores, Eduardo Galeano compone este libro (titulado precisamente Mujeres), que es un alegato recio, inflexible, en favor de millones de mujeres famosas o anónimas, brillantes o discretas, egregias o humildísimas, que nos fueron dejando sus ejemplos de altivez, de dignidad, de esfuerzo valioso. Muchas veces son granitos (en el sentido de “cosas pequeñas”), pero siempre son granitos (en el sentido de “rocas firmes”): las narraciones sin fin de Sherezade; la premonición desatendida de Calpurnia; la conciencia social de Florence Nightingale; el orgullo legítimo de la faraona Hatshepsut; los avances científicos que nos legaron Marie Curie o Rita Levi Montalcini; el hondo testimonio creativo de Frida Kahlo; los bailes libérrimos de Josephine Baker… Pero también (en el platillo anónimo de la balanza, igual de importante) la terca negativa de las cinco putas que se negaron a atender en 1922 a los soldados argentinos que estaban fusilando a sus compatriotas; la firme dignidad inagotable de las Madres de la Plaza de Mayo; el aguerrido ejemplo legendario de las amazonas; o (reconozco que esta historia me impresionado de forma especial) la novelística historia de Elisa Sánchez y Marcela Gracia, dos gallegas que lograron casarse en 1901 gracias a una argucia (una de ellas se disfrazó de hombre) y que después se embarcaron hacia América, donde se les perdió la pista.

Sin duda, una obra muy notable para hacernos pensar, para comprender un poco mejor las injusticias seculares que sobre las mujeres se han practicado y para intentar que enmendemos esos errores para el futuro.

sábado, 16 de septiembre de 2023

Lecturas españolas

 


Ese amor por lo antiguo, esa pasión lánguida y constante por el tiempo pasado (costumbres, libros, paisajes, tradiciones), que es innegable en Azorín, ha servido para que se le juzgue muchas veces como “reaccionario”, tanto literaria como políticamente; pero se trata a mi juicio de una notoria equivocación. Es evidente que el escritor monovero ama muchos aspectos del ayer, quién habría de negarlo. Ahora bien: extraer de ahí un juicio marmóreo sobre su alma entera es hipérbole torpe. Leamos, por ejemplo, lo que dice en “La España de Gautier”, uno de los artículos que se incluyen en estas Lecturas españolas, porque ilustra muy bien una parte de su ideología, acaso poco tenida en cuenta: “Lo pasado no se puede volver a vivir; la corriente del tiempo no puede ser remontada. Las calzas atacadas, como los cachivaches de la casa, las diversiones, las costumbres, todo se modifica y cambia. Vivamos nuestro tiempo”. No es (coincidirán conmigo) la frase de un retrógrado, sino la de alguien que aplaude también las bondades del presente. Porque Azorín es sobre todo eso: la mirada silenciosa y reflexiva de quien desea empaparse de su entorno de forma profunda. De ahí la lentitud y la minucia de sus descripciones: quiere observarlo todo, registrarlo todo, ponerle a todo un pequeño foco de admiración y de palabras, para que participemos de su experiencia y nos enriquezcamos con ella.

En Lecturas españolas, Azorín nos habla de la forma en que Juan Luis Vives recrea escenas humildes (acaso reminiscencias de la infancia) en sus libros; de su amor por la vida de aldea (utilizando como base el libro célebre de Antonio de Guevara); de la modernidad reflexiva de Saavedra Fajardo, que pedía a todos sus compatriotas tolerancia, mesura, apertura de mente y respeto colaborativo con los demás; de su predilección por la poesía festiva, no la barroquizante, de Luis de Góngora (“lo que prevalecerá”); de su reivindicación del casi olvidado aragonés Mor de Fuentes; o de su admiración rendida y absoluta por Benito Pérez Galdós o Pío Baroja… Todos esos españoles gigantescos fueron dejando su impronta en la vida nacional. A veces, de forma visible; a veces, secretamente. Pero su legado nos ha conformado como país. Frente a todas las lacras que nos han lastimado secularmente, y que Azorín enumera con rigor (“Causa de la decadencia de España han sido las guerras, la aversión al trabajo, el abandono de la tierra, la falta de curiosidad intelectual”), nos queda la esperanza de que aprendamos de estos prohombres cuál es el camino para afrontar de mejor manera el futuro.

Vuelve a maravillarme el escritor alicantino. Vuelve a dejarme en silencio (leer a Azorín supone adentrarse en una burbuja de silencio y calma).

Era un grande.

jueves, 14 de septiembre de 2023

El columpio

 


Años después de que muera Eloísa (quien abandonó su pueblo para irse a Francia y construir allí una familia), su hija decide volver a sus raíces y visitar el valle pirenaico donde aún viven sus tíos, a quienes no conoce, pero a los que ha avisado por carta de sus intenciones. Para su decepción, el encuentro se tiñe con colores más bien fríos: es recibida de un modo protocolario y silencioso, cauto y seco, que le hace pensar que quizá no debería haber tomado esta decisión.

Sabe que su madre y sus tíos, antaño, jugaban a todo tipo de aventuras, y que en una ocasión creyó verla a ella, su hija, anticipadamente, como en una especie de ensoñación vivísima. Ahora descubre también que su madre fue una virtuosa del diábolo, que adoraba ser balanceada por ellos en el columpio… y que se marchó del valle en medio de circunstancias más bien confusas, que incluían el desdén y el rencor. De hecho, la hija termina descubriendo en un cajón secreto todas las cartas que durante años les estuvo enviando desde Francia, sugiriendo una visita, sin que ellos en apariencia abrieran ninguna. ¿Qué extrañas y graves heridas se mantuvieron abiertas durante décadas, sin que nadie se preocupara por sanarlas?

Observando, la narradora de la historia va extrayendo conclusiones sobre los detalles del tiempo pasado y sobre las singularidades del presente; y no todas son agradables.

Cristina Fernández Cubas construye en El columpio una narración poderosa, sofocante y melancólica, llena de pasillos oscuros, en la que los dolores antiguos y las insanias del presente caminan de la mano para mantener a los lectores con el corazón en la garganta. Interesante.

martes, 12 de septiembre de 2023

No te veré morir

 


“Pasan los años y la vida tiene el color de los sueños incumplidos”. Lo escribió el gran poeta Pascual García, pero podría haberlo escrito el gran novelista Antonio Muñoz Molina como pórtico o como epílogo de su novela No te veré morir, de reciente publicación en Seix Barral. Porque, en esencia, la propuesta que nos regala esta vez el narrador jienense se articula alrededor de aquellas ilusiones o de aquellos paraísos que abandonamos o nos arrebatan, y que sólo logramos recuperar (si tenemos suerte) al final del camino, aunque sea de forma vicaria, melancólica o incompleta.

Gabriel Aristu ha tenido una vida, sin duda, exitosa: gracias a la esmerada educación que le pagaron sus padres, realizando muchos sacrificios (en el British Council de Madrid), ha podido alcanzar un elevado estatus económico en Estados Unidos. Tiene una esposa (Constance), un exquisito círculo de amigos (donde se integran personajes del mundo de las finanzas, la política, el arte y la banca) y un hogar lujoso, de los que ahora podría disfrutar plenamente gracias a la llegada de su jubilación. Pero una charla casual con Julio Máiquez, experto en arte que ha venido también de Madrid y que se convierte pronto en una especie de protegido suyo, vuelve a colocar en sus oídos un nombre: Adriana Zuber. Ella fue el gran amor de su juventud, aunque Gabriel prefirió desoír las llamadas de su corazón y trasladarse a California, con el fin de cumplir el destino de bonanza que sus padres habían diseñado con mimo para él. Quizá hizo bien; quizá se equivocó. Quién puede conocer con certeza la respuesta más adecuada, en este tipo de situaciones de bifurcación. Durante cuarenta y siete años no ha sabido nada de Adriana Zuber, pero la melancolía de su senectud (matizada por la superación de un cáncer) lo impulsa a subirse a un avión, tras mentir a su esposa sobre el destino de su viaje, que lo conducirá hasta su viejo Madrid, donde Adriana continúa viviendo en la misma casa.

Dividida en cuatro partes (que incluso parecen dotadas de cuatro respiraciones diferentes), la narración nos surte lentamente de detalles sobre la longitud de un amor dulce y quebrado, que ha nutrido de forma invisible toda la existencia de Gabriel, aunque sólo en la vejez haya sido consciente de las dimensiones reales de la herida que aquella ruptura trazó en su alma. En el mundo de los sueños sí que ha persistido la memoria de Adriana, pero en la realidad (en su universo de inviernos nevados, calefacción confortable, viajes continuos, contactos con gentes de elevado poder y restaurantes de precio prohibitivo) ha intentado mantenerla sepultada, neutralizada, invisible. Al rebasar la frontera de los setenta años, por fin, Gabriel ha tomado la decisión de enfrentarse a su ayer y reencontrarse con Adriana, aunque nunca hubiera podido imaginarse la sorpresa que le aguardaba en aquel salón donde ella lo estaba aguardando.

Escrita con la prodigiosa habilidad de siempre, No te veré morir se erige en una de las obras más melancólicas y perfectas de Antonio Muñoz Molina, quien, como pedía Baudelaire, es un novelista sublime sin interrupción.

domingo, 10 de septiembre de 2023

El dolor

 


Hace ya casi medio siglo (en concreto, en 1975) apareció en las librerías españolas un volumen espeluznante titulado Cartas de condenados a muerte, víctimas del nazismo (lo divulgó la editorial Laia, con la traducción de Jaume Reig). Y en él se transcribían las últimas palabras que, en papel o en los muros de sus celdas, nos legaron infinidad de sufridores del holocausto nazi, en las horas previas a su monstruosa ejecución. Veinticuatro años después, a finales de 1999, pudimos leer este breve librito póstumo de la francesa (nacida indochina) Marguerite Duras, titulado El dolor y traducido por Clara Janés para la editorial Alba, que venía de alguna manera a redondear la imagen con el testimonio simétrico o complementario de una mujer que se consume de angustia mientras aguarda el regreso de su esposo, superviviente de un brutal campo de exterminio, y que nos contagia con su prosa desnuda, nerviosa, tensa y entrecortada las sensaciones de horror y de llanto continuo que la asaltan en esos días expectantes.

Es sin duda un libro emotivo y conmovedor, pero que se encuentra aquejado por un “pero” bochornoso, que quizá la editorial subsanase en una hipotética segunda edición (he manejado la primera): las brutales particiones de palabra a final de renglón, que nos añaden inmerecidas dioptrías: per-iódico, ter-ribles, guer-ra o compre-ndemos.

Ojalá se haya subsanado.

viernes, 8 de septiembre de 2023

Retratos familiares

 


Vuelvo a pasearme, veinte años después de mi primera visita, por los Retratos familiares de Ricardo Sumalavia, donde redescubro las interesantes historias que el volumen cobija, y que sirven para adentrarse por los pasillos menos luminosos y menos complacientes del alma humana. Vemos a Marcelo, que convive con Sandra y que decide instalar en casa a su hermano, que acaba de salir de un sanatorio mental (“Retorno”); acompañamos a un padre y su hijo, que se encaminan a la casa de una mujer para comunicarle la dolorosa noticia de que su marido acaba de morir en un atropello (“Puertas marrones”); conocemos a la joven Olenka, cuyo padre ha fallecido y que tiene que compartir domicilio con su madrastra Marina (“La ofrenda”); leemos la historia del joven periodista que, embriagado por la belleza de su vecina Isabel, termina manteniendo relaciones sexuales con ella y con su amiga Marcia (“Los climas”); viajamos junto a Mirna, que regresa en avión de un largo viaje y que experimenta en el aeropuerto una escena de reunión familiar (“La herida”); o nos sentamos con Maribel y su padre en un restaurante donde se produce una riña poco agradable en la mesa próxima (“Familia”).

El narrador peruano dibuja con pincel muy fino, y con él construye escenas de una delicada textura, que los lectores debemos completar concentrando nuestra atención en todos los pliegues del lenguaje, en todas las luces y sombras del comportamiento de sus personajes. De esa forma, se consigue penetrar con la hondura necesaria en el pozo del relato.

Créanme que merece la pena.

miércoles, 6 de septiembre de 2023

Epistolario

 


Leo en la edición de Agustín Sánchez Vidal para Alianza Tres la Correspondencia de Miguel Hernández, que lleva un pequeño prólogo de Josefina Manresa. Me ha resultado muy emocionante leerlas, porque me ha permitido hacerme un dibujo mental de las situaciones vitales y poéticas por las que atravesó el poeta oriolano.

Al principio, produce mucha tristeza comprender el continuo “ejercicio de súplicas” que impregna sus misivas: pidiéndole a Juan Ramón Jiménez que lo reciba en su casa y que le permita leerle unos poemas inéditos; rogándole a Federico García Lorca que interceda por él en algunos ambientes (“Moléstate un poco más por mí, hazme el favor. No te escribo más: ésta es mi última carta; en ella me lo juego todo”, febrero de 1935); suplicando a Pablo Neruda o al alcalde de su pueblo que le consiga una colocación; instando a su amigo Gabriel Sijé para que le mande dinero a Madrid, con el fin de pagar deudas (el dinero es el gran tema sofocante, que recorre estas páginas de forma obsesiva)… Pero también advertimos en estas misivas el profundo orgullo (incluso cierta vanidad hiperbólica) que despliega con respecto a sus versos. Pese a la pregonada humildad de la que continuamente hace gala, no duda en dejar que brote la rabia cuando le escribe al poeta de Fuente Vaqueros: “Usted sabe bien que en este libro mío hay cosas que se superan difícilmente y que es un libro de formas resucitadas, renovadas, que es un primer libro y encierra en sus entrañas más personalidad, más valentía, más cojones (a pesar de su aire falso de Góngora) que todos los de casi todos los poetas consagrados” (abril de 1933).

Mucho más dulces y placenteras son las misivas que dirige a Carmen Conde, Antonio Oliver Belmás y María Cegarra, amigos de Cartagena y La Unión, cuyas amistades sí que se advierten (no así con García Lorca) recíprocas. Igualmente es emocionante leer las cartas que envía a los padres de Ramón Sijé tras la muerte de este, pidiéndoles que lo sigan considerando hijo suyo; o el modo triste (esa doble palabra temblorosa) en que pregunta en septiembre de 1936 a José María de Cossío: “¿Es cierto, cierto lo de Federico García Lorca?”; o el tono terrible en que, dirigiéndose también a Cossío en septiembre de 1939, le suplica: “Pienso en su tierra de Tudanca, y a estoy dispuesto a trabajar en ella, a pastorear sus vacas, a lo que sea un trabajo manual, con tal de sacar mi familia, numerosa y necesitada, adelante. Si puede enviarme algún anticipo, o como quiera llamarle, por mi futuro trabajo en su tierra, hágalo sin demora, porque el hambre apremia”.

Qué años más duros y penosos le tocaron vivir al gran poeta.

Estas cartas (que conviene leer con lentitud y en el mayor de los silencios) están empapadas de esa circunstancia triste.

Conmovedoras.

martes, 5 de septiembre de 2023

Te espero ayer

 


Las hermanas María y Elena, ya casi ancianas, habitan en una vivienda del barrio de Salamanca y han decidido colocar en el periódico un anuncio donde ofrecen la posibilidad de alquilar una habitación a un caballero serio y formal. Su propósito último es conseguir que ese caballero se case con Mary, hija de María, a la cual quieren proteger de pretendientes indebidos. Tras rechazar a varios candidatos, terminan por elegir a Eduardo, un perito químico que anda buscando un sitio donde vivir. Este arranque es el que nos plantea Manuel Pombo Angulo en su obra dramática Te espero ayer, que pronto comenzará a girar hacia territorios más inquietantes, cuando advirtamos que “la niña” (como su madre y su tía la llaman de forma continua) se fue hace años de la casa, y se casó… ¡con Eduardo! Las ancianas, reacias a quedarse solas, se aferraron a la ilusión de creer que la muchacha seguía con ellas, y han terminado por refugiarse en una burbuja de desvarío, del que Eduardo y Mary pretenden sacarlas. Pero ese honorable impulso no resultará fácil de cumplir, porque la profundidad de sus heridas psíquicas es mucho mayor de lo que en las primeras páginas podíamos sospechar y terminará desembocando en un tercer acto donde humor negro, inquietud y falta de oxígeno terminan por asfixiar al lector.

Se trata de mi primera aproximación a la obra literaria del santanderino Manuel Pombo Angulo y, salvo sorpresa, no será la última.

domingo, 3 de septiembre de 2023

La soledad del farero

 


Resulta muy difícil (es una opinión que la experiencia me corrobora de continuo) componer un buen libro de microrrelatos, porque quien maneja el volante de las narraciones tiene que estar sorteando a gran velocidad y sin permitirse ninguna vacilación las curvas del chiste, de la gracieta, de la boutade y de la diapositiva. El lector, desde luego, no le dará tregua, ni le permitirá medianías. Y así tiene que ser: a una mesa de comedor se le puede tolerar una falla o una astillita; a un presunto diamante, no. De ahí que volúmenes como La soledad del farero y otras historias fulgurantes, del leonés Fermín López Costero, se agradezcan tanto.

En sus páginas nos encontramos con ese farero que idea una estrategia para erosionar la soledad extrema en que vive; con el fallecimiento de dos antropólogos en circunstancias harto misteriosas; con la decepción y el miedo que experimenta un zorro tras disfrazarse de gallina; con los beneficios que pueden derivarse de la excesiva carga burocrática que soporta el Diablo; con las desastrosas consecuencias de mostrarse demasiado locuaz con el compañero de viaje en el autobús; con un hermético club de poetas invidentes, que inauguró un griego y que en el siglo XX presidió un argentino; con una importante cirugía que no se puede realizar por motivos religiosos; con las obsesivas navegaciones por internet de un hombre recién divorciado; y, en fin, con todo tipo de fantasmas, sirenas, gnomos y personajes sorprendidos al filo de la sorpresa.

Este tomo regala una gran cantidad de momentos felices. Creo que merece la pena leerlo.

viernes, 1 de septiembre de 2023

El héroe

 


El retorno del guerrero que vuelve de una guerra ha generado infinidad de obras literarias, desde La Odisea hasta la actualidad. Una parte de ella glosa los fulgores del héroe que es recibido con agasajos y vítores; otra parte, detalla la tristeza del personaje que, tras regresar, se encuentra con el desprecio de sus congéneres, no conformes con el resultado de esa guerra. Pero lo que explora en estas páginas el gallego Manuel Rivas es mucho más sutil: la soledad que rodea a quien retorna de una guerra que, oficialmente, no ha existido, porque los medios de comunicación han recibido la orden de ocultarla. Ocurrió durante los primeros años del franquismo, con los combates en Sidi Ifni, de los cuales ha vuelto Arturo Piñeiro, exboxeador con el apodo de Robinson y personaje de la resistencia contra el dictador con el apodo de Caronte. Después de haber sido legionario y haber visto matar y morir, vuelve a su tierra y arrienda un bar con Lucía. La vida tiene que seguir, pero las ignominias que perpetra el Caudillo y el ambiente mefítico que impregna el país lo obligan a adoptar una posición. Tal vez no sea posible el éxito (“Yo no sé si hay llave, pero hay que vivir como si la hubiese”) y tal vez el desánimo intente desbaratarlo en más de una ocasión (“Nacer es lo que peor me ha sentado”), pero el corazón exige que se actúe.

Esta obra teatral, dividida en trece escenas, nos muestra la brillantez compositiva y el chisporroteo verbal que siempre encontramos en los libros de Manuel Rivas, que en este caso se concentran de forma especialmente brillante en las acotaciones, que llegan a sorprendentes aciertos (“Entran rendijas de luz matinal. El bar presenta ese desperezarse de las sillas que aprovechan el momento para sentarse sobre sí mismas”), y en algunos fragmentos del diálogo, donde la lírica y la desesperanza trenzan secuencias memorables.

El que sabe, sabe. Y Rivas es uno de los que más saben.

jueves, 31 de agosto de 2023

¡Adiós, Martínez!

 


Reconozco sin vergüenza y con alegría que ignoraba la existencia de esta obra de Almudena Grandes. Sin vergüenza, porque no pertenezco a esa estirpe soberbia de lectores y críticos que pretenden “saberlo todo”: mis lagunas son enormes. Y con alegría porque eso me ha permitido acercarme a una faceta ignorada de aquel diamante narrativo al que tanta devoción profeso desde hace años. Este relato se titula ¡Adiós, Martínez!, fue ilustrado por Sylvia Vivanco Extramiana y lo publicó el sello Alfaguara en colaboración con el diario El País en 2014.

Sus dos protagonistas principales son Casilda y Martín. Ella es una niña recién llegada al colegio, acomplejada por su timidez y por sus kilos de más; él, un niño solitario y con una ortodoncia algo aparatosa que, convencido de su inexistente atractivo físico y de sus nulas habilidades en el deporte, ha inventado a Martínez, un alter ego que es alto, guapo y juega de cine al baloncesto. Pronto, se unirán sus soledades y se irán fundiendo en una deliciosa relación de amistad, que los liberará a ambos de sus traumas y de sus ideas negativas.

Un texto indispensable para que nuestros hijos e hijas comprendan que solamente los idiotas se fijan y ceban en los “defectos” exteriores de los demás, perdiéndose así todas las luces que se encuentran en su interior.

Búsquenlo, para seguir recordando a Almudena Grandes.

martes, 29 de agosto de 2023

Todo ese fuego

 


En la casa parroquial de Haworth “todo era felizmente aburrido y normal” (p.18): tanto la sirvienta como las tres hermanas que se encuentran en su interior están realizando las tareas domésticas después del desayuno: planchan sábanas y camisas, hornean el pan, alisan con cuidado las camas, friegan las tazas del desayuno… En apariencia, nada de esta escena costumbrista parece incorporar matices que la hagan diferente de otra vivienda cualquiera del siglo XIX; pero uno de ellos sí que resulta bastante significativo: no, desde luego, que la vieja criada se llame Tabby, pero sí que las tres hermanas se apelliden Brontë. En efecto, la magnífica escritora Ángeles Caso (Gijón, 1959) coloca ante nuestros ojos el ambiente familiar de una casa que carece de matriarca (murió de cáncer, dejando seis hijos desamparados y convirtiendo en viudo al reverendo) y en la que la tía Elizabeth, soltera, ha decidido renunciar a todas las comodidades de su vida para desplazarse hasta allí y cuidarlos a todos.

Las vidas de Charlotte, Emily y Anne son tan grises como las de todas las mujeres de la época, quienes están destinadas a convertirse en sumisas esposas, madres continuas o institutrices de niñas tan grises e indistintas como ellas mismas; pero en las almas de estas tres jóvenes alienta un afán especial: el de publicar sus obras. Primero, las poéticas; después, las novelísticas. ¿Por qué no puede ser posible convertir en tinta sus fantasías? ¿Por qué no pueden soñar con hacerse famosas?

De momento, han de ganarse pequeños honorarios como pueden, porque los gastos de la familia y el escaso sueldo del progenitor las obligan a ello. Charlotte, por ejemplo, tuvo que emplearse como institutriz, “soportando a niños malcriados, padres groseros y madres estiradas y estúpidas como peces nadando en una pecera de agua tibia, que la miraban por encima del hombro y la trataban con displicencia porque era más pobre que ellas” (p.66). Obligadas a la discreción victoriana, viven en “la cárcel invisible de la vida femenina” (p.137), la cual les resulta tan castrante como insatisfactoria. Pero logran mantenerse firmes gracias a su humildad exterior y al fogoso cultivo de la literatura, que las ocupa en el silencio fértil de las tardes y las ha convertido (así lo piensa su padre) en mujeres “apasionadas y pensativas y aisladas y excéntricas” (p.104).

Mucho más constantes que su hermano Branwell (que malbarata su talento por los caminos de la vagancia, el alcohol y el láudano), se lanzarán a la aventura de publicar sus primeros poemas con seudónimos masculinos; y, posteriormente, entregarán al mundo sus asombrosas novelas: Jane Eyre (Charlotte), Cumbres borrascosas (Emily) y Agnes Grey (Anne). Esas obras nos permiten comprender que, además de ser “temblorosas como gorriones perdidos en el invierno y, al mismo tiempo, inmensas como aves gigantescas que pudieran sobrevolar el mundo y abarcarlo amorosas entre sus alas” (p.201), fueron también espléndidas narradoras, que se han incorporado por derecho propio a la historia de la literatura universal.

Ángeles Caso, moviéndose con habilidad y con brillantez entre los terrenos de la veracidad y de la fantasía (es historiadora y es novelista), nos regala un volumen fascinante, meticuloso en el dibujo de los paisajes, finísimo en la penetración psicológica de sus retratos y muy elegante en su plasmación literaria.

domingo, 27 de agosto de 2023

Palabras que son átomos de un gas venenoso

 


A veces, el éxito de un libro (y pongo en cursiva la palabra “éxito” para que todo el mundo entienda que me refiero a una noción comercial alejada de todos los estándares literarios: número de ventas, repercusión en los medios de comunicación, etc.) depende de circunstancias que nada tienen que ver con la calidad intrínseca del texto. Tomaré como ejemplo el volumen Palabras que son átomos de un gas venenoso, publicado por el sello Liliputienses y firmado por Los KFGC, que vio la luz en España pocas semanas antes de que explotase (ay) la nefasta pandemia del coronavirus, que con toda seguridad frenó muchas de las posibilidades del tomo. Son 331 páginas de pura explosión creativa, en las que un colectivo burbujeante, innovador, joven, aguerrido y atrevido, formado por varios autores (los textos de presentación están firmados por Ánuar Zúñiga, Gerardo Ocejo, Rodrigo Román, Andrei Vásquez y Jorge Sosa, pero se invocan igualmente los nombres de otros componentes, como Jorge Alberto, Jorge Armando u Oliver Ayrí), juega con las palabras, con el surrealismo, con la música, con las imágenes, con el humor, con el sexo, con las nociones sacrosantas (familia, patria, religión) y con todo lo habido y por haber. No parecen existir límites para su ebullición de verso y prosa, para sus proclamas de vida y rebeldía (“No hagas caso a los maestros, / las únicas opciones / son ser ninja o burócrata”), para sus viñetas líricas y visuales (“Dormir enredado en las sábanas de un hotel sin saber que la mujer que duerme junto a ti está muerta”), para sus metáforas tristes (“En la esquina un hombrecito verde y luminoso me avisa que tengo doce segundos para cruzar la calle. Lo miro caminar cada vez más rápido dentro de su círculo negro, no sabe que nunca llegará a sitio alguno. Quedan siete segundos, camino junto al hombrecito verde. Si todo sale bien, caminaré junto a él dos veces al día durante los próximos treinta y cuatro años, hasta que me retire. Tampoco llegaré a ningún lado”) o para sus escenas familiares reinterpretadas (“Cada año, después de soplar las velas, / cuando aprietas el cuchillo, / la gente canta más alto / para que no escuches / la voz en tu cabeza / gritando que el pastel eres tú”).

Este libro, que reúne varios años de investigación poética y de roturación de caminos, lo tiene todo para convertirse en un hito editorial no solamente en España, sino en el ámbito hispanoamericano. Y “cuando me toque devolver el carbono” (copio un verso de la página 147) sé que me sentiré muy feliz de haberlo paladeado, porque (y ahora copio otro de la página 35) “provocó una explosión de astillas en mi sangre”.

ESPECTACULAR.

viernes, 25 de agosto de 2023

Rescate en el tiempo (1999-1357)

 


Que yo recuerde, solamente tengo una máxima literaria, que procuro respetar de forma escrupulosa: no prejuzgar. Ni de forma positiva, ni de forma negativa. Ese autor al que etiquetan de nefasto o risible no recibirá esos dicterios de mí hasta que no recorra un par de libros suyos y me muestre conforme con el juicio de otros lectores. Ese autor al que asperjan con agua bendita no la recibirá de mi hisopo hasta que yo mismo devore sus obras y coincida con el juicio general. Me parece un criterio bastante razonable, que aplico tanto a poetas minoritarios como a novelistas superventas. En este caso, me he decidido a sumergirme en una larga narración de Michael Crichton, que se titula Rescate en el tiempo (1999-1357) y que me ha fascinado. Sus detractores argüirán que carece de los primores literarios de más encumbrados novelistas (yo qué sé: Kundera, García Márquez o James), o que resulta evidente su intención de atrapar a los lectores con el puro magnetismo de su trama. Pero mi respuesta sería igual de tajante: ¿y qué? Resulta evidente que Crichton se plantea esta obra como un ejercicio de seducción, como un artefacto para atrapar, casi cinematográficamente, a sus lectores; y a fe que lo consigue. Era lo que me ofrecía y es lo que acepto. El pacto narrativo es nítido: yo le pido que me convenza y Crichton lo hace. Resultado: un libro espléndido (a mi juicio).

De forma muy sintética, su tronco argumental se basa en una idea en apariencia descabellada: que la ciencia, apoyándose en criterios de la mecánica cuántica, es capaz de hacer posibles los viajes en el tiempo. Y un multimillonario excéntrico emplea todo su ingente capital en una empresa tecnológica que se mueve en esa línea y que lo logra. Desde entonces, comienzan los problemas, porque quienes se embarcan en esos experimentos se arriesgan a sufrir los riesgos que acechan a todos los pioneros. Entre ellos, el de quedarse atrapados en el pasado, cuando las máquinas transportadoras se estropeen. Es lo que le ocurre al profesor Johnson, que se desplaza hasta 1357 y que, por un error de navegación, necesita que un equipo de rescate acuda en su auxilio. A partir de entonces, resulta fácil imaginar el corpus central de la novela, que se desarrolla en dos planos: la actualidad (los esfuerzos del equipo científico para reparar las máquinas y conseguir que los aventureros temporales retornen al presente) y el pasado (donde la peste negra, los caballeros sanguinarios, los castillos inexpugnables, el idioma arcaico y el estado perpetuo de guerra los pondrán continuamente al límite de la muerte). Es fácil comprender que la adrenalina correrá por las venas del lector durante las casi seiscientas páginas del libro.

Y un último (y no pequeño) detalle: Crichton no se limita en este volumen a realizar un descomunal esfuerzo de documentación, como es habitual en este tipo de libros, sino que ese despliegue se desdobla en dos líneas igual de intensas, porque tiene que hacernos creíble el experimento, utilizando terminología y conceptos tecnológicos de primera línea, sin incurrir en inexactitudes, pero también debe ambientarnos con detalle en los usos culinarios, políticos, arquitectónicos o militares de la Edad Media. Asombra ese doble y espectacular tarea, que Michael Crichton resuelve con eficacia.

A mí me ha convencido el trabajo del autor. Repetiré.

miércoles, 23 de agosto de 2023

Angelina o el honor de un brigadier

 


Una vez más (y las que quedan, espero) retorno a la literatura de Enrique Jardiel Poncela, uno de mis humoristas favoritos. Y lo hago en esta ocasión con su obra paródica Angelina o El honor de un brigadier, donde la incisiva pluma del autor nos invita a adentrarnos en un ambiente de 1880. Allí nos encontraremos con una serie de personajes que, bajo su aparente capa de seriedad, honorabilidad y status, resultan hilarantes en las manos del madrileño. De un lado, tenemos a don Marcial, el brigadier, un hombre campanudo, al que rodean dos mujeres más bien problemáticas: su esposa (que le está siendo infiel con el atildado Germán) y su hija Angelina (que está a punto de casarse con el ridículo petimetre Rodolfo). El problema se enturbiará cuando el amante de la madre… decida concentrarse en la hija. La muchacha, tan coqueta como inestable, admitirá el acoso del galán y se fugará con él; pero pronto comprenderá que las promesas escuchadas no tienen visos de cumplirse. Y, veleidosa, le formula la orden de devolverla a sus padres, para retomar la relación con Rodolfo, a quien intentará convencer de que fue raptada. Esa columna argumental, llena de vigor, situaciones equívocas, chistes ingeniosos y dobles sentidos, alcanzará su cumbre cuando el brigadier, decidido a defender el honor de su hija, rete a duelo al desahogado muchacho; porque todos los indicios le hacen descubrir que también ha sido el amante de su esposa.

Este drama de textura cenagosa y difíciles rumbos (¿cómo se perdona a quien te ha traicionado? ¿Con qué ojos se mira al ofensor, sin que la sangre hierva y las lágrimas inunden los ojos?) es conducido por Enrique Jardiel con mano sabia y humor saltarín. Eso lo libera de la típica pesadez calderoniana y, por instantes (hay burbujas psicológicas de muy notable calado, sobre todo cuando don Marcial reflexiona sobre la temperatura de su corazón), obliga a los lectores a sonreír, aunque el tema sea tan serio y tan amargo.

No voy a descubrir ahora (lo hice hace años) que Jardiel era un excelente escritor humorístico; pero lo que sí descubro en esta obra en verso es la aparentemente inagotable versatilidad de sus recursos. Y seguiré explorando otros libros suyos. Lo tengo muy claro.

lunes, 21 de agosto de 2023

El cupón falso

 


Algunos actos de nuestra vida acaecen sin generar consecuencias, pero no ocurre así, de ninguna manera, con el cupón que falsifica Mitia por consejo de un amigo. El muchacho necesita dinero para pagar una deuda, su padre es un hombre estricto que no quiere adelantarle esa cantidad… y la tentación que le pone ante los ojos su amigo Majin es muy poderosa: con una pluma, añade un 1 delante del 2’5 del cupón y aumenta así diez rublos de su valor. Una pequeña gamberrada de jóvenes, si se quiere, pero que tendrá consecuencias apocalípticas en manos de Lev Tolstói, quien usa este arranque argumental para urdir la historia de El cupón falso, que traduce Víctor Gallego e ilustra Ana Pez (Nórdica Libros).

Moviéndose de mano en mano, ese cupón falso genera un efecto “bola de nieve” absolutamente abrumador: personas que se sienten engañadas y que optan por engañar a otros, personas que se abalanzan por el camino oscuro y cometen crímenes, personas que pierden toda confianza en el ser humano y se dedicarán a sembrar el mal por donde vayan… Pero también (porque al efecto “bola de nieve” sucede el efecto boomerang) personas que descubrirán la luz de la fe (sobre todo a través de la lectura de la Biblia) y que enmendarán los yerros de su existencia para adentrarse por un sendero distinto. Tolstói nos invita así a que lo acompañemos por un viaje circular, que se inicia con el desaprensivo adolescente Mitia y que culmina años más tarde con el ingeniero Mitia. Un viaje que, obviamente, presenta inequívocos tintes morales y nos obliga a reflexionar sobre la condición humana y sobre los efectos de nuestras acciones, por nimias que nos parezcan a simple vista.

Es curioso. Pasan los años, cambian los gustos, sufren una evolución drástica los intereses de los lectores; pero los genios (Tolstói lo fue) permanecen con su brillo intacto. A esa eternidad la llamamos Gloria.

sábado, 19 de agosto de 2023

El hotel de los cuentos

 


Tras una experiencia no del todo satisfactoria con Carme Riera (leí y reseñé aquí su obra El verano del inglés, que me pareció un volumen para pasar el rato y poco más), he decidido volver a intentarlo con El hotel de los cuentos. Para mi alegría, he descubierto bastantes relatos que me han dejado buen sabor de boca, bien por sus toques de humor, por su construcción narrativa, por su final espléndido o por la elegancia con la que la escritora crea y conduce a sus personajes. Me siento muy feliz de este giro positivo. Suelo conceder una segunda oportunidad a todo aquel escritor al que, habiendo leído elogios sobre su obra y habiéndome adentrado en ella, no he terminado de encontrarle la brillantez en la primera aproximación. Siempre pienso que la culpa puede ser mía o de las circunstancias de esa lectura inicial.

En El hotel de los cuentos (Alfaguara) he conocido a una mujer que se excita con la voz telefónica de un hombre desconocido (“As you like, darling”); he escuchado la historia del escritor que, sabiéndose limitado, decide casarse con una autora famosa para ser “famoso consorte” y que, no consiguiendo su objetivo, opta por otra solución más drástica y divertida (“La seducción del genio”); he avanzado con una sonrisa, y finalmente con los ojos muy abiertos, por las cartas de amor de una adolescente (“Querido Thomas”); he sentido ternura por la ingenuidad casi delibesiana de un anciano que responde con todo el candor del mundo a las cartas comerciales que recibe (“Letra de ángel”); no he podido evitar un gesto de desdén ante el tipo (putero e imbécil) que protagoniza “La novela experimental”; he aplaudido en cada párrafo de “Que mueve el sol y las altas estrellas”, por su fina textura psicológica y su elegante cierre; y me he mostrado conforme con el espíritu que preside el relato “El alma de Moncho”, uno de los últimos del tomo.

El hotel de los cuentos y otros relatos de neuróticos me ha deparado dos jornadas preciosas de literatura; y eso me hace feliz. Seguramente mi primera incursión en la prosa de Carme Riera empezó por el lugar equivocado. Nunca es tarde para rectificar.

jueves, 17 de agosto de 2023

El triunfo de la belleza

 


Vuelvo a la narrativa de Joseph Roth, quien en esta ocasión me entrega un relato que, traducido por Berta Vias Mahou, publica el sello Acantilado con el título de El triunfo de la belleza. En sus páginas encontramos la rotunda narración que el doctor Skowronnek, un afamado ginecólogo, expone ante una persona sin nombre, a la que exhorta en voz baja: “Escríbala algún día”. El protagonista de los hechos fue un amigo suyo, joven atractivo, de buena posición económica y reverencial discreción (“El plebeyo es ambicioso. El hombre verdaderamente noble es anónimo”), quien se enamoró de una hermosa joven llamada Gwendolin, con la que contrajo matrimonio al poco tiempo. Aunque todo parecía idílico en ese enlace, pronto las cosas comenzaron a enrarecerse cuando Skowronnek descubrió de forma accidental que la dama le estaba siendo infiel a su marido. ¿Cuál debía ser su actitud ante esta infamia? ¿Mantenerse en silencio, para proteger la inocencia y la felicidad de su amigo? ¿Descubrirle aquella atrocidad y exponerse a su dolor o su despecho? Posteriores infidelidades de Gwendolin fueron agravando el sentimiento de incertidumbre del doctor.

No obstante, el marido termina por recibir la noticia y su reacción, tras la ira inicial, resulta sorprendente: decide consagrarse en cuerpo y alma a su esposa (que además ha sufrido una reacción psicosomática y se ha convertido en una enferma perpetua), para recuperar su corazón. Se inicia así un período de servidumbre bastante bochornosa, que terminará de forma abrupta cuando el pobre marido descubra que ella repite la actitud infiel con un enfermero. Convencido de la promiscuidad sensual de las mujeres, el doctor Skowronnek no se priva de rematar su historia con un párrafo de agria misoginia: “Sonreíd, pensé. Sonreíd. ¡Girad, meceos, compraos sombreritos, medias, baratijas! La vejez se os aproxima a toda velocidad. Un añito más o dos, y ningún cirujano del mundo podrá ayudaros, ningún fabricante de pelucas. Deformes, resentidas, amargadas, no tardaréis en iros a la tumba. Y más abajo aún, al infierno. Sonreíd. ¡Sonreíd!”.

Una historia ciertamente dura, que no se pierde en sutilezas, y donde la mujer no sale muy bien parada. Tan interesante como polémica.


miércoles, 16 de agosto de 2023

El valor desconocido

 


Me aproximo a mi primera novela de Hermann Broch, que se titula El valor desconocido y que traduce Isabel García Adánez para Sexto Piso. Es un libro bello y frío, cerebral y redondo, silencioso y lleno de estruendos. Me resulta difícil adherirle una etiqueta que pueda resumir lo que sobre él me gustaría indicar. Es como acariciar una esfera de acero.

De un lado, tenemos a los tres hermanos principales que protagonizan la acción: Richard (profesor de matemáticas, especializado en la teoría de grupos, que espera su hueco en el escalafón universitario, mientras sueña con realizar algún descubrimiento que haga avanzar la ciencia y sirva para explicar el mundo), Otto (pintor frustrado que se siente desplazado, en una sociedad en la que no termina de encontrar su sitio) y Susanne (fervorosa creyente, que tiene como objetivo más elevado el de ingresar en un convento). Del otro lado, tenemos a los personajes que rodean a esta tríada y que actúan como electrones que giran a su alrededor: la madre, viuda, que sigue buscando de forma inconsciente un amor que la haga sentir viva; el compañero docente que, llevado por el cinismo, ve en la ciencia un simple modo de trabajar; una becaria que se ilusiona con la proximidad erótica a Richard… Pero creo que lo más importante del volumen es el esfuerzo intelectual que Hermann Broch pone a la hora de codificar con un lenguaje necesariamente limitado el cosmos, poliédrico y confuso, de sus protagonistas. Y lo hace con una prosa que no es mediterránea, sino cerebral. Sin duda, me estoy explicando de un modo defectuoso; pero es que no me siento capacitado para decirlo de otra manera. Las reflexiones íntimas de los personajes, sus emociones, su modo de encarar la realidad o el amor, son frías, muy frías. No quiero decir desagradables o absurdas. En absoluto. Digo frías. Parece (y espero que se note mi admiración narrativa) como si por sus venas circulase mercurio, en lugar de sangre. De ahí que haya que estar tan atento para entender lo que se nos está queriendo decir sobre la fe, el desconcierto existencial, las ilusiones, el amor entendido como sorpresa y sobresalto o las ilusiones perdidas.

Un libro para leer con lentitud. Y para pensar.

lunes, 14 de agosto de 2023

Las cosas

 


Aprovecho el silencio de un par de noches de verano para disfrutar de mi primer libro de Georges Perec, titulado Las cosas y publicado por Anagrama gracias a la traducción de Josep Escué. Fue también, según leo en la pestaña biográfica del inicio, la primera novela de Perec; y fue galardonada con el premio Renaudot. Los protagonistas son Sylvie y Jérôme, dos veinteañeros que trabajan como encuestadores para diferentes empresas de publicidad y que, mientras viven en pareja en un ambiente de mediano confort, sueñan con un futuro de lujos exquisitos. “París era una perpetua tentación” (p.22) y ellos anhelan un horizonte donde restaurantes, mobiliario, ropa, licores y vacaciones llenen de colores la anchura de sus deseos. El consumismo en el que chapotean se fragua sobre dos pilares básicos: su entorno (“En el mundo en que vivían, era casi de rigor desear siempre más de lo que se podía adquirir”, p.52) y su propia inmadurez insaciable, que los impele a codiciar sin, por otro lado, estar dispuestos a asumir unos trabajos exigentes que les otorguen más sueldo (la lotería, una quiniela, una herencia inesperada e incluso, cómicamente, el robo, se les antojan mejores opciones que aceptar puestos de ejecutivos o de funcionarios). Esa línea, de forma inevitable, los mantiene eternamente insatisfechos o frustrados hasta que llegan a los treinta años y deciden trasladarse a Sfax, en Túnez.

Leo en la contraportada del volumen que “Las cosas es una aguda e irónica radiografía de la sociedad de consumo y, en particular, de la mistificación del confort y de los goces ofrecidos por un mundo cuya reconfortante banalidad propone múltiples espejismos de quimeras inasequibles”. Es un análisis brillante, pero sin duda sesgado, porque omite la evidencia de que los protagonistas, a mitad de camino entre lo infantiloide y lo snob, entre lo avaricioso y lo irreflexivo, desean, ansían, ambicionan o codician una burbuja superficial llena de lujos, PERO pretenden obtenerla casi por ensalmo, sin renunciar a su bohemia ni a su sacrosanta libertad. Son cátaros que sueñan con ser duques.

Con brillantez visual e intelectual (una técnica que me ha recordado en algunos momentos a Miguel Espinosa), Perec retrata muy notablemente el mundo en el que ahora vivimos, donde renunciar puede ser la única clave de la dicha.

Muy interesante.

domingo, 13 de agosto de 2023

La mansión Dax

 


Cada libro que leo del barcelonés César Mallorquí me produce la misma sensación: sé que va a fascinarme, pero me intriga saber cómo va a hacerlo. Por eso, claro, vuelvo una y otra vez a sus páginas: pocos autores me seducen tanto. Ahora me invita a que viaje hasta el último quindenio del siglo XIX y conozca allí al huérfano Alejo Zarza, que va a convertirse en protagonista (y narrador) de unos hechos trepidantes, que incluyen asesinatos sangrientos, robos de secretos de Estado, anomalías psíquicas, amores impetuosos, venganzas crudelísimas, amistades férreas y falsas identidades. Además, la historia utilizará con acierto varios mecanismos de analepsis y prolepsis, amén de una documentación exhaustiva (vestimentas, política, transportes, ciencia), que Mallorquí usa sin abuso y que impregna la novela sin otorgarle escandalosos brillos de charol.

Moviéndose con igual elegancia en el salón de baile de unos marqueses que en las lóbregas dependencias de un orfanato; dibujando con análoga precisión a un mayordomo dipsómano o a un periodista inescrupuloso; reproduciendo con idéntico rigor tanto el lenguaje de una envarada institutriz como el de un raterillo de poca monta; César Mallorquí vuelve a demostrar que es el rey de la novela juvenil española. Y lo hace con una narración compleja, tentacular y poliédrica, en la que nunca cae en simplismos (ni lingüísticos ni formales) para adular al lector indolente. Sirva como ejemplo la manera sinuosa pero eficacísima de la que se sirve para dibujarnos el alma de Sebastián Dax, cuyos meandros nos irán sorprendiendo, página tras página, hasta el final de la obra.

Eso es quizá lo que más me gusta de sus propuestas: que no trata de forma paternalista a su público, juzgándolo limitado en léxico o en psicología. Sus historias, siempre magistrales en su desarrollo y en su construcción narrativa, son musculosas, densas, esféricas. Y nosotros, desde el otro lado, las escuchamos embobados. Como tiene que ser.

Lo dicho: el Rey.

viernes, 11 de agosto de 2023

El cuaderno gris

 


Durante varios meses (es el libro cuya lectura más he ralentizado y dosificado en mi vida), he ido avanzando por las páginas de El cuaderno gris, de Josep Pla (traducción de Gloria de Ros y su esposo Dionisio Ridruejo), que me ha dejado una hondísima impresión. No me consigo explicar cómo es posible que se pueda escribir así (y me refiero a la fluidez, a la naturalidad, al vocabulario, a la capacidad de observación y a la profundidad psicológica) con veintiún años. Me parece un auténtico prodigio, no parangonable con ningún otro volumen que yo conozca.

El 8 de marzo de 1918, justo el día de su cumpleaños, el escritor de Palafrugell abre un cuaderno y anota: “Decido empezar este dietario. Escribiré lo justo para pasar el rato, a la buena de Dios” (p.14). Y a partir de ese instante, como un río tumultuoso, Pla observa y anota: desde retratos personales hasta detalladísimos paisajes, sin obviar la política, el nacionalismo, la religión, el sexo o la enseñanza universitaria. El resultado es un fresco abrumador, oceánico, insuperable, en el que Pla no solamente coloca adjetivos después de los sustantivos, como tan socarronamente pregonaba, sino que muestra la gestación de un estilo realmente inconfundible, donde la sencillez brilla de hermosura. Aquí nos habla, como es natural, de sí mismo: de su vértigo (“Siempre me ha resultado insoportable. Soy un animal de tierras llanas o, como mucho, ligeramente onduladas: un animal horizontal”, p.20); de su fervorosa adicción al café y al tabaco; de sus preferencias amistosas (“Me ha gustado siempre convivir con personas de más edad de la que reza en mi fe de bautismo. Los jóvenes de mi edad me han aburrido siempre”, p.127); de las mujeres (“A mí, siempre me ha parecido que las mujeres hacen perder mucho tiempo. Me debo haber equivocado. Siempre me ha gustado más perder el tiempo vagando o escuchando o leyendo”, p.618); o de la pomposidad (“Desconfiad de las cosas vagas que se escriban con mayúscula. Son trampas para bobos”, p.307). Pero también nos deja reflexiones interesantes sobre D’Ors, el catalanismo, las flaquezas de los varones (“Los hombres quieren ser escuchados. Es lo que les gusta más. Les gusta más que el dinero, que las mujeres y que comer y beber bien. Un hombre escuchado se convierte en un presuntuoso absolutamente feliz”, p.46), la importancia de las obras literarias menores (“Los que se dejan influir por los grandes maestros demuestran tener una personalidad insignificante. Las influencias de obras más pequeñas, de radio mucho más corto, puede ser, sobre una personalidad adecuada, sumadas y bien digeridas, mucho mejores”, p.86), la etapa de la primera juventud (“La adolescencia es la época más triste y menesterosa de la vida porque es el período de las ilusiones continuadas sin tener ningún medio de realizarlas y, por lo tanto, sometidas a seguidas, pequeñas o grandes catástrofes”, p.593) o los gestores de la res pública (“No he comprendido nunca el interés que entre la gente suscitan los políticos, lo que se suele llamar el valor humano de los políticos. En cualquier otro estamento hay gente más valiosa”, p.293).

La aducción de citas podría eternizarse. Pla es un arrecife lleno de ostras perlíferas, donde la vista nunca cesa de recibir brillos. Podrían recordarse sus descripciones paisajísticas del Ampurdán o del mundo rancio de la universidad catalana, llena de estudiantes gamberros y de profesores ridículos (inevitable recordar El árbol de la ciencia, de Pío Baroja); la forma en que nos habla de las pensiones pobretonas donde hubo de hospedarse; e incluso del modo en el que el joven Josep Pla evitó un suicidio (creo que merece la pena copiar aquí esas líneas, sobre todo por la forma en que las cierra: “Conxita, la hija mayor de la patrona, se ha querido suicidar hoy, tirándose por la ventana del patio. Pasaba justamente por el pasillo, cuando he oído que alguien abría aquella ventana. Me he vuelto y he visto a Conxita con medio cuerpo asomado a la barandilla… He corrido y he tenido tiempo de cogerla por las piernas y meterla dentro. Poca práctica de tirarse por las ventanas. Se hace de otra manera”, p.441).

Chispeante, lúcido, madurísimo, laborioso, inteligente y panorámico, Josep Pla me deja boquiabierto con este libro. Qué absoluta maravilla. La obra de un gigante de las letras. Y con veintiún años. Qué cabrón.

viernes, 4 de agosto de 2023

Con lo puesto

 


Maurice Ransome es un abogado británico que cuida mucho la pureza de su vocabulario, viste con elegancia profesional, adora la música de Mozart y habita con placidez en un hogar sereno, equilibrado y elegante junto a su diligente esposa Rosemary, amoldada a los gustos y rarezas de su marido. Hace muchos años, estuvieron a punto de tener un bebé (Donald), que no llegó a nacer. Esa vida burguesa, apolínea y más bien fría sufrirá un vuelco cuando, al regresar de la ópera, descubran que su casa ha sido desvalijada. Pero la gran sorpresa es que los ladrones no se han llevado tan sólo los objetos valiosos (televisor, cadena musical, etc), sino, rigurosamente, todo: desde las sillas hasta la cubertería, desde las cortinas hasta el papel higiénico, desde los cuadros hasta el asado que estaba dorándose en el horno. Todo está cubierto por el seguro, así que desde el punto de vista económico no van a experimentar agobios de ningún tipo; no obstante, en el proceso de “reconstrucción” de su hogar, Mrs. Ransome empieza a darse cuenta de hasta qué extremo se encuentra vacía. En su matrimonio nunca ha habido buen sexo, ni ternura, ni afectos expresados (“Nunca nos hemos abrazado, Maurice”), así que el vacío interior de la casa robada es también una imagen del vacío interior de su espíritu yermo.

Poco tendrá que rascar el lector atento para advertir o intuir que el esposo no ha logrado mayor dicha: entumecido por su educación puritana, sus represiones sexuales las vive en un secreto culpable (unas fotos y unas grabaciones obscenas que guarda camufladas en una estantería), y resulta evidente que tampoco él ha alcanzado la felicidad que buscaba.

Alan Bennett nos entrega una historia falsamente humorística (traducida por Jaime Zulaika para el sello Anagrama), en la que el protagonismo recae sobre dos soledades adheridas, dos silencios incomunicados, que habrían alcanzado el nirvana anestésico de no haber mediado este robo, que les revela la desnudez de su fracaso.