Pocos autores pueden encontrarse en la reciente literatura
española tan brillantemente capacitados como Javier Tomeo para extraer jugo
narrativo de situaciones o detalles que, por su insignificancia, pasarían
inadvertidos para el resto de creadores. En Problemas
oculares se centra, como el título bien sugiere, en todos los asuntos
relacionados con el mundo de la vista. Y ese ámbito (que podría antojarse tan
limitado o poco sugerente) le facilita innumerables armas para disparar textos
sorprendentes hacia los ojos del lector.
Nos encontramos así con el aleccionador diálogo entre un bizco
y un miope; con los recelos dobles que desarrollan unos cegatos que han
decidido jugar al ajedrez sin apenas fiarse el uno del otro; con un miope
peleándose en la calle con un belicoso enano; con el protosuicida que acude,
desesperado, a un barbero que ve poquísimo para que lo afeite a navaja; con el
miope que se enamora entusiasta de una mujer horrible; con un capitán de barco
que es abandonado en una isla por su tripulación, harta de sus deficientes
ojos; por un mayordomo que es despedido en Navidad a causa de su incompetencia
visual; y, sobre todo, con el relato que lleva por título “La incertidumbre”,
donde se nos habla (la lectura política es casi inevitable) de un autobús que
es conducido por un miope que, pese a la votación democrática que se celebra
entre los pasajeros con el objetivo de relevarlo de sus funciones, continúa
guiando el vehículo hacia el borde vertiginoso de un acantilado.
Para divertirse durante una tarde con propuestas disparatadas,
en las que se nos habla de soledad, tristeza, conformismo, rencor o
estupefacciones, con ácidas gotitas de humor.
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