sábado, 30 de julio de 2016

La asamblea de las mujeres



¿Qué pasaría si las mujeres, hartas de encontrarse sojuzgadas por los varones, ideasen una estratagema para hacerse con el poder? Praxágora y sus amigas lo intentarán… y alcanzarán un éxito chocante.
Estamos en la Atenas clásica y, disfrazadas con las ropas de sus maridos y con unas barbas postizas, se presentan en la Asamblea y consiguen que se apruebe una ley para otorgarles a ellas el poder de la ciudad, habida cuenta de su elevada experiencia como gobernantas de sus propias casas.
El nuevo programa de gobierno, en todo caso, está claro para las féminas: “A nadie le estará ya permitido robar, ni en­vidiar a los vecinos, ni ir desnudo, ni ser pobre, ni injuriar, ni tomar prendas a los deudores”. Praxágora ha concebido un proyecto tan ambicioso como revolucionario (“Quiero que todos los bienes sean comu­nes, y que todos tengan igual parte en ellos y vivan de los mismos; que no sea éste rico y aquél pobre; que no cultive uno un inmenso campo y otro no tenga donde sepultar su cadáver; que no haya quien lleve cien esclavos y quien carezca de un solo servicio; en una palabra: establezco una vida común e igual para todos”), llegando a postular incluso algunas normativas eróticas de lo más variopintas (“Yo haré que las mujeres sean también comunes, de suerte que puedan acostarse con los hombres y hacer hijos con cual­quiera”).
El problema es que cuando llega la hora de que los varones aporten sus bienes al acervo común algunos se niegan a hacerlo. Tampoco se muestran conformes con la nueva ordenanza, que obliga a yacer con las viejas antes de hacerlo con las muchachas jóvenes.

Se generan de este modo dos o tres situaciones tragicómicas, que colaboran a mantener en pie esta comedia ligera y simpática, anticipo de las futuras utopías políticas, que aún se lee con una sonrisa.

jueves, 28 de julio de 2016

Escuadra hacia la muerte



Nos encontramos en plena Tercera Guerra Mundial. Un grupo de soldados se encuentran encerrados en unas dependencias donde deberán durante tres meses hasta nuevas órdenes. Todos ellos arrastran o esconden un pasado turbio: alguno se negó a formar parte de un piquete de ejecución, otro intentó desertar, otro mató a un sargento, otro fue un especulador que vendió la harina de sus compañeros… Resulta difícil distinguir qué tienen de escoria y qué de tristes supervivientes.
Al mando de este singular grupo se encuentra el cabo Goban, que con su espeso despotismo tiene claro lo que se espera de él y de sus hombres: “Necesito una escuadra de soldados para la muerte. Los tendré. Los haré de vosotros. Los superiores saben lo que han hecho poniendo esta escuadra bajo mi mando. Voy a ir con vosotros hasta el final. Voy a morir con vosotros. Pero vais a llegar a la muerte limpios, en perfecto estado de revista. Y lo último que vais a oír en esta tierra es mi voz de mando. ¿Qué os parece la perspectiva?”.
La respuesta vendrá en las Navidades, cuando el alcohol se alíe con la rabia y den muerte a su superior de una forma salvaje. A partir de ese acto, la situación se volverá aún más turbia: la tensión de ver que el enemigo no ataca, los remordimientos, el miedo a las represalias de un posible Consejo de Guerra, las desconfianzas…

Con un manejo habilidoso de la psicología, Alfonso Sastre nos pone ante los ojos a unos personajes que viven una situación límite, que saca lo peor de sí mismos. La obra ha perdido mucha fuerza temática con el paso de los años, pero ni un ápice de su intensidad anímica.

martes, 26 de julio de 2016

Un crucero de verano por las Antillas



No creo que se pueda definir a Lafcadio Hearn (nacido en Grecia en 1850 y muerto en Japón en 1904) como un escritor demasiado conocido, pero sí como un estilista de interesantes condiciones. Hay en sus páginas una música especial, una delicada textura que las vuelve deliciosamente magnéticas. Y esta condición, que no es fácil descubrir porque pocas editoriales españolas se han animado a publicar traducciones de sus libros, vuelve ante nosotros gracias a Un crucero de verano por las Antillas, que Regina López Muñoz vierte a nuestro idioma para la editorial Errata naturae.
Lafcadio se sube a un buque que parte de la costa norteamericana y que se dirige hacia el sur, recibiendo en su casco “el discurso atropellado de las olas” (cap.IV) y permitiéndole conocer la explosión de colores que el Trópico atesora y regala a sus visitantes. Porque en sus primeros días la crónica de este viaje se centra sobre todo en los aspectos cromáticos, fruto del deslumbramiento que el periodista, profesor y traductor experimenta ante los nuevos horizontes. Los rojos, los verdes, los amarillos y sobre todo los azules (cincuenta veces se menciona este color en las primeras veinte páginas del tomo) asaltan sus ojos y lo embriagan, hasta el punto de llevarlo a decretar: “No tienen cabida aquí los tonos fantasmales, únicamente hay colores luminosos y vivos como el fuego” (p.53).
En los sucesivos desembarcos que vaya realizando en Trinidad, San Vicente y otras islas de la zona, Lafcadio Hearn anotará curiosas observaciones sobre la condición atlética y fibrosa de sus habitantes, sobre la belleza diminuta y coqueta de sus cementerios o sobre la presencia de víboras venenosas, cuyas víctimas se ven sometidas a una putrefacción corporal que describe casi con morbo en el capítulo XVIII. También lo sorprenden durante sus paseos algunos espectáculos antropológicos, que registra con una objetividad no exenta de estupor: “Una multitud de mujeres negras con las piernas desnudas desfila ante nosotros, todas ellas cargando fardos o canastos en la cabeza y fumando cigarros muy largos” (cap.VIII).
Quizá la escena más llamativa del volumen aparezca en la página 42, en la que Lafcadio describe cómo los pasajeros del barco arrojan monedas para que los chicos nativos de Martinica se sumerjan y las busquen, como perritos bien adiestrados. Alejado de todo bochorno y de toda vergüenza por esa actitud prepotente o mezquina de sus colegas occidentales, el viajero se limita a anotar que los chicos son “decididamente guapos”.

Un tomo en el que podemos descubrir la belleza formal de la prosa de Lafcadio Hearn, al mismo tiempo que nos adentramos en paisajes que todavía se mantenían alejados de la vorágine turística que hoy los acecha y pervierte. Dos meses de navegación, cinco mil kilómetros recorridos, unos ojos llenos de curiosidad y un buen escritor que lo vierte todo en 132 páginas deliciosas. Tan refrescante como llamativo.

domingo, 24 de julio de 2016

Correspondencia



Al vallisoletano Francisco Umbral le gustaba decir, con una mezcla de admiración y de estupor, que del genio se aprovechan hasta las migajas: fragmentos inéditos, piezas inconclusas, variantes textuales, obras de juventud arrumbadas en cajones o viejas carpetas… y epistolarios. Pero el caso que nos ocupa hoy (la mastodóntica correspondencia de Benito Pérez Galdós) adquiere matices distintos, porque supone un aprovechamiento glorioso, que viene a iluminar muchísimos aspectos literarios, sentimentales y hasta religiosos del egregio novelista. El volumen, que se extiende más allá de las mil páginas y que incorpora centenares de notas, ha sido preparado por los profesores Alan E. Smith, María Ángeles Rodríguez Sánchez y Laurie Lomask, encargándose la editorial Cátedra, en su Bibliotheca Avrea, de ponerlo en las librerías.
Resumir las innumerables direcciones de este tomo es una tarea condenada al fracaso, además de una impertinencia. Lo mejor es sumergirse en su oceánica belleza y descubrir todos sus pormenores: las consultas del escritor canario a Ramón de Mesonero Romanos sobre detalles ambientales, históricos o antropológicos que le permitan mejorar sus futuras obras; los análisis que efectúa sobre piezas literarias ajenas (como esas observaciones sobre La regenta que llenan la carta 74, absolutamente antológica); sus convicciones religiosas, en las que resulta tan contundente como falto de provocación o jactancia (“Carezco de fe, carezco de ella en absoluto. He procurado poseerme de ella y no lo he podido conseguir”, carta 16); sus flaquezas humanas, demasiado humanas, que lo llevan a considerar las críticas negativas como confabulaciones orquestadas o analfabetas; o su falta de aptitudes para las profecías (cuando la joven actriz María Guerrero abandona en 1894 la compañía teatral en la que se encuentra y decide formar la suya, Benito Pérez Galdós es tajante: “La Guerrero se va. Está loca y va de seguro a su perdición”, carta 296).
Mención aparte habría que dedicar a los dos veneros epistolares que el mejor novelista español del siglo XIX dedica a sus amantes Concha Morell y Teodosia Gandarias. Frente a la primera mantiene una actitud más quejumbrosa, lamentando la irregularidad de sus envíos, sus coqueteos durante las giras teatrales o sus súplicas para que se vean con más frecuencia (peticiones que Galdós desoye casi siempre, por encontrarse enfrascado en cualquiera de sus libros); frente a la segunda, en cambio, el tono es mucho más dulce, más extasiado, más lleno de ternura: la compara con Dios, le traslada hasta las confidencias más delicadas que nacen de su espíritu, se declara su esclavo y la enjoya con los atributos disparatados y ridículos que todo enamorado entenderá a la perfección: “Mi cielito, mi encanto, mi paz, mi alegría, mi ensueño, mi realidad, mi quitapenas, mi zozobra cuando no recibo la carta a tiempo, mi consuelo, mi norma, mi consultora, mi guía, mi maestra, mi compañía, mi goce, mi estudio, mi bien muy amado y mi centro magnético” (carta 725).

La fascinante personalidad del laborioso escritor isleño se muestra en estos 1170 documentos con una frescura y una espontaneidad admirables, donde descubrimos desde su humildad hasta su soberbia, desde sus dolores de muelas hasta sus tribulaciones económicas, desde sus cartas de recomendación hasta sus napoleónicos gustos sexuales (“No te bañes hasta que no nos veamos”, le escribe a Concha en la carta 271). Un volumen que ayuda a entender mejor la figura del genial novelista.

viernes, 22 de julio de 2016

Malos y malditos



Este volumen explica, para lectores de poca edad, con una prosa sencilla pero no exenta de gracia, las figuras de los “malos” y “malditos” que el autor ha podido detectar en la historia literaria. Los primeros son aquellos que han elegido de forma voluntaria su opción negativa; los segundos, quienes se han visto impulsados u obligados a asumirla. No es lo mismo.
Así, Fernando Savater habla para sus jóvenes lectores de Polifemo, que pecó de no ser hospitalario con Ulises y sus hombres (“Acuérdate cuando veas en tu ciudad al extranjero, al inmigrante, al que pide refugio y comprensión. No seamos nosotros ogros odiosos para ningún ser humano”); del pobre fantasma de Canterville, atropellado por la modernidad (“Tal vez la época actual sea poco apropiada para los espectros tradicionales. Pero en cambio tiene sus propios fantasmas, menos románticos aunque quizá más amenazadores: el paro, la violencia terrorista, el hambre, el racismo... ¿Sabes? A veces echo de menos con ternura a los viejos fantasmas que sólo decían "¡uuuuuuh!”); del inteligente e implacable profesor Moriarty (“Entre Sherlock Holmes y él se traba una batalla titánica, porque cada uno de ellos es el mejor en su campo: uno como príncipe de los detectives y el otro como emperador del crimen”); o de Long John Silver, uno de los protagonistas de La isla del tesoro, volumen del que realiza una tajante y simpática afirmación: “Doy por supuesto que tienes en casa ese libro imprescindible: si no, corre inmediatamente a comprarlo aunque tengas que pedir limosna a la puerta de la librería hasta reunir su precio”.

Un libro para jóvenes que, estoy convencido, anima a leer muchas de las obras comentadas en sus páginas. Digno de aplauso.

miércoles, 20 de julio de 2016

La chica olvidada



En julio de 2015 leí y reseñé una novela de Noelia Lorenzo Pino. Nunca había tenido la oportunidad de acercarme antes a sus obras. Llevaba por título La sirena roja y la publicaba la editorial Erein. Yo, que no soy aficionado a la novela negra, la abrí por curiosidad y leí las cinco primeras páginas. Fue suficiente. Cerré el libro, me preparé un café y, de vuelta a mi sillón, me dispuse a leérmela entera. Había algo en aquella prosa, un fluir especial, un “gancho”, que consiguió mantenerme atento, encandilado, convencido.
Ahora, justo un año después, llega a mis manos La chica olvidada, su siguiente novela, también editada por Erein. Y me vuelvo a encontrar en sus líneas con los mismos agentes del orden que aparecían en la anterior: Jon Ander Macua, Eider Chassereau, Juncal Baraibar… Si en La sirena roja se enfrentaban a un despiadado desollador, ahora han de hacerlo frente a un teórico asesino múltiple. En 1999, una hermosa adolescente llamada Maika fue asesinada en Hondarribia de ocho puñaladas; en 2013 se produce un caso similar: Lorea Gálvez, de rasgos físicos parecidos, es la nueva víctima. Poco a poco, conforme avanza la investigación, va creciendo el número de sospechosos… hasta que se llega a la sorprendente resolución del caso.
Durante toda la obra, Noelia Lorenzo actúa como esos malabaristas que, para asombro del público, van aumentando el número de objetos que mantienen en el aire, sin que ninguno caiga al suelo o choque con el contiguo. Pero es que, además, el modo en que los matices de la trama van añadiendo o descartando sospechosos nunca es banal, ni forzado, ni previsible, como ocurre con otros (con muchísimos otros) autores: se llega al criminal sin que hayamos adivinado su condición en la página previa. Pura magia, bastante infrecuente en una novelista tan joven.
Aportaré otro detalle singular: al margen de la historia que la escritora nos cuenta, en sus libros existen otras narraciones paralelas e incompletas, que se van desarrollando en volúmenes sucesivos. Si en La sirena roja asistíamos a la desintegración del matrimonio de Macua, a la crisis momentánea que sacudía el de Eider y a la zozobra emocional de Baraibar, tras el suicidio de su pareja, en La chica olvidada descubriremos qué nueva persona entra en la vida del primero, qué matices de derrumbe asolan a la segunda y qué volcánica relación embriagará a la tercera. En la próxima fabulación de Noelia Lorenzo Pino (que Erein, fiel a su olfato, no dejará escapar) podremos ir completando esas tres novelas por entregas que la brillante autora nos propone y que resultan tan fascinantes como las tramas centrales a las que acompañan.

Yo no tengo ninguna duda sobre la calidad literaria y la inventiva novelesca de Noelia Lorenzo Pino, así que esperaré esa nueva producción con auténtica ansiedad. Se ha ganado el derecho a ser considerada una de las voces más prometedoras del panorama nacional.

domingo, 17 de julio de 2016

Historia de la eternidad



Tenía 20 años cuando comencé a leer al argentino Jorge Luis Borges y, durante una década, lo devoré con admiración, con pasmo, con reverencia. Ahora que ya tengo 50 puedo afirmar que sigue siendo uno de mis dioses, de mis pocos dioses literarios. Releo hoy esta deliciosa Historia de la eternidad y constato algunas cosas que me parecen importantes… Me sigue fascinando la parla metafísica de Borges en sus meditaciones sobre el tiempo; la deslumbrante condición de las kenningar islandesas (que me maravillaron en mi juventud y que me siguen causando asombro); las inteligentes reflexiones que Borges enumera sobre la condición y espíritu de las metáforas; su riguroso examen pintoresco sobre las teorías del tiempo circular; o las procelosas observaciones que prodiga sobre las diferentes traducciones de Las mil y una noches.
Y, por encima de todos los aprendizajes intelectuales que he obtenido con el autor argentino, me queda siempre (entonces y ahora) el fulgor del lenguaje borgiano. Descubrir que un libro le resulta “servicial”, que la pequeñez del átomo es tal que “no lo sospechan los microscopios”, que una posibilidad remota es “computable en cero”, que a un explorador “lo agredió una alta fiebre” o que unos periódicos recibieron la publicación de cierto libro con gozo y le “dispensaron su ditirambo” son imágenes verbales que me embriagan. Hay libros que no contienen ni una sola comparable a ellas. Y Borges las depara con prodigalidad genial. Por eso lo amé y lo amo.

Ya seguiremos discutiendo en la eternidad”, dicen que dijo Miguel Servet a los que decidieron quemarlo. Yo seguiré leyendo a Borges en la eternidad.

viernes, 15 de julio de 2016

Los poetas del 27



Es habitual que, cuando se produce la jubilación de un profesor universitario, se le tribute por parte de algunos de sus discípulos o compañeros de trabajo un volumen donde se recogen estudios en su honor o textos que él mismo ha redactado y que se unen bajo el manto de una publicación exquisita. Esto último es lo que acaba de ocurrir con el catedrático Francisco Javier Díez de Revenga, una de las figuras más sobresalientes de la intelectualidad murciana del siglo XX. Publicado por Editum, y con un delicioso prólogo firmado al alimón por Ana Luisa Baquero Escudero, Francisco Florit Durán y Mariano de Paco de Moya, el volumen nos ofrece medio millar de páginas en las que el insigne homenajeado nos traslada una ingente cantidad de informaciones sobre aquel impresionante elenco de poetas que formaron la llamada Generación o Grupo del 27: Federico García Lorca, Pedro Salinas, Jorge Guillén, Luis Cernuda, Dámaso Alonso, Gerardo Diego, Rafael Alberti...
Conocedor insuperable de estos autores, el profesor Díez de Revenga nos lleva de la mano para que paseemos por los versos y prosas que redactaron estos vates irrepetibles, cuyas páginas él disecciona con inteligencia y finura, consultando sus libros, sus colaboraciones en revistas, las antologías donde se les acogió, las entrevistas que concedieron o los manifiestos que firmaron. En suma, condensando sus enciclopédicos saberes en un tomo imprescindible para la bibliografía del 27, donde nos habla de las vinculaciones de Picasso con estos poetas, del humor que desplegaron en algunas de sus composiciones, de la grata presencia de Murcia en algunos de los versos que redactaron, de la poesía que el maravilloso Vicente Aleixandre compuso durante la guerra civil de 1936, de las melancolías romanas de Rafael Alberti... Es decir, una constelación inmensa de versos, metáforas, temas, cartas, amistades y homenajes que nadie conoce mejor que el catedrático murciano.
Lo que diferencia este volumen de otros similares es que Los poetas del 27: Tradiciones y vanguardias no representa en la trayectoria del profesor Díez de Revenga “la obra de su vida”, sino la máxima expresión de una de las obras de su vida. Y no es lo mismo, ni mucho menos. Él, que ha investigado y escrito sobre Lope de Vega, Saavedra Fajardo, Buero Vallejo, Garcilaso, Juan Ramón Jiménez, Rubén Darío, Carmen Conde, Miguel Hernández, Castillo-Puche y más autores de los que caben en esta reseña (y quizá en toda una página), puede presumir de que su contribución a los estudios filológicos hispanos no es tan sólo el Everest, sino toda la cordillera del Himalaya: el K2, el Kanchenjunga, el Lhotse, el Makalu y los demás ochomiles.

No sé hasta qué punto los contemporáneos de Cervantes, Quevedo o Saavedra Fajardo eran conscientes (realmente conscientes) de las figuras egregias junto a las que el azar les había posibilitado convivir. Yo sí que tengo claro que recibir clases de Francisco Javier Díez de Revenga en la universidad de Murcia y tener la fortuna de leer sus libros ha sido un auténtico privilegio. Este volumen es una oportunidad más de reencontrarme con el Maestro.

jueves, 14 de julio de 2016

El guardián entre el centeno



Pocos libros me habrán “perseguido” durante más tiempo que esta novela de J. D. Salinger, de la que me hablaron en mi juventud pero que nunca me decidí a abrir. Sentía curiosidad, ciertamente; pero, por lo que fuera, las circunstancias iban postergando mi aproximación a la obra. Incluso pasó por manos una biografía del autor, que me produjo enorme interés. Pero continuaba sin sumergirme en la historia de Holden. Hoy, con el traje de neopreno y las aletas de bucear, me he decidido por fin a realizar esa inmersión.
Holden Cauldfield es un chico inteligente y de inquietudes dispersas (practica esgrima, juega al golf, es un buen lector), que ha visto morir de leucemia a su hermano menor Allie y que estudia en el colegio de Pencey, del que acaba de ser expulsado. Durante unos días se dedicará a ir de aquí para allá, mientras su familia permanece ajena a su expulsión del centro escolar: beberá alcohol, se hospedará en hoteles infectos, contratará los servicios de una jovencísima prostituta, recibirá algunos golpes, fumará compulsivamente y, sobre todo, nos irá dejando sus impresiones sobre el mundo en que vive y sobre las ideas que tiene acerca de sí mismo, del futuro y de mil temas más.
Para Holden, todo su entorno (el mundo entero, quizá) está formado por idiotas y cretinos, ante lo que siempre se muestra altanero desde el punto de vista intelectual. Petulante en ciernes, cree saberlo todo y de todo tiene la auténtica verdad en sus manos, sin que exista posibilidad de discutírsela. Odia los convencionalismos (“Me paso el día entero diciendo que estoy encantado de haberlas conocido a personas que me importan un comino. Pero supongo que si uno quiere seguir viviendo, tiene que decir tonterías de esas”), cobija unas ideas religiosas muy claras (“Soy un poco ateo. Jesucristo me cae bien, pero con el resto de la Biblia no puedo. Esos discípulos, por ejemplo. Si quieren que les diga la verdad no les tengo ninguna simpatía. Cuando Jesucristo murió no se portaron tan mal, pero lo que es mientras estuvo vivo, le ayudaron como un tiro en la cabeza. Siempre le dejaban más solo que la una. Creo que son los que menos trago de toda la Biblia”) y es, en el fondo, un adolescente perdido que no sabe por dónde tirar, aunque su jactancia le impida darse cuenta. Ahí está la clave del protagonista, que quizá no habría advertido si me hubiera abalanzado sobre la novela con 18 años. Ventajas de la madurez.
El mejor instante del libro se produce, en mi opinión, cuando su hermana le pregunta qué le gustaría ser en la vida. La respuesta de Holden es antológica: “Muchas veces me imagino que hay un montón de niños jugando en un campo de centeno. Miles de niños. Y están solos, quiero decir que no hay nadie mayor vigilándolos. Sólo yo. Estoy al borde de un precipicio y mi trabajo consiste en evitar que los niños caigan a él. En cuanto empiezan a correr sin mirar adonde van, yo salgo de donde esté y los cojo. Eso es lo que me gustaría hacer todo el tiempo. Vigilarlos. Yo sería el guardián entre el centeno. Te parecerá una tontería, pero es lo único que de verdad me gustaría hacer”.
Al contrario de lo que ocurre con otros textos “juveniles”, esta novela puede ser leída en la madurez sin ningún rubor. Es sin duda un buen libro. Sobrevalorado (como todas las obras maestras), pero un buen libro.

martes, 12 de julio de 2016

Las aventuras de Pinocho



No sé cuántos años tenía yo. Quizá ocho o nueve. Pusieron en televisión la serie de Pinocho y, durante meses, no pude apartar de mi imaginación la melena azul de Gina Lollobrigida. Qué cara más dulce y más bonita. Ahora, cuarenta años más tarde, leo la obra original, de Carlo Collodi, y me reencuentro con aquellos personajes que tanto me llamaron la atención (la versión de Walt Disney, mira tú por dónde, jamás consiguió interesarme): el niño desobediente, que odia los estudios y que no piensa más que en jugar y divertirse; las artimañas de la zorra y el gato para robarle sus monedas de oro; las peripecias a las que tiene que enfrentarse para superar su etapa de aprendizaje…
En el texto de Carlo Collodi encuentro detalles que fueron edulcorados en su paso a la televisión o los dibujos: se indica que Gepeto “tenía un genio de todos los demonios”; que el muñeco Pinocho aplastó al grillo cuando éste se atrevió a sermonearle; o que el monstruo que se tragó a padre e hijo al final de la obra no era una ballena, sino un dragón gigantesco.
Pero lo más importante es cómo ha cambiado de forma radical mi percepción sobre el mensaje de la obra. Cuando la conocí siendo niño acepté sin demasiado problema que Pinocho era un desobediente y que merecía ser reprendido, por su aversión a los estudios y su afán de dedicarse todo el tiempo a jugar. Ahora, lo veo de otra forma. Pinocho actúa como un niño, como un niño auténtico, y no como un “adulto en miniatura”, que es lo que siempre pretendemos con ellos los mayores. ¿Que no quiere ir a la escuela? Lógico. ¿Que elige irse al País de los Juguetes, en lugar de dirigirse disciplinadamente al aula nada más salir el sol? Tócate las narices, pues claro. Tiene que actuar de esa manera. Es lo natural. Nos encontramos ante un niño, y eso es lo que sienten los niños. Cuando lo veo repetir una y otra vez frases de autoflagelación (“Siempre estoy prometiendo corregirme, y nunca lo hago”) me doy cuenta de que son afirmaciones que apestan a moralina y a mundo adulto, frases de niño con corbata y pelo peinado con raya en medio. Un asquito, vaya.
Digamos, pues, que me gustan los hechos de Pinocho; pero que me repatean un poquito sus juicios, pegajosos y rancios.

Ha sido refrescante retornar a las aventuras del muñeco de manera de Collodi. Y al cabello azul de Gina Lollobrigida, claro está.

domingo, 10 de julio de 2016

La edad media



Aseguraba el filósofo José Ortega y Gasset que “yo soy yo y mi circunstancia”. Pero la frase, tan ingeniosa como atinada, no ayuda a comprender, con exactitud, qué es el yo. Quién es yo. Y ahí se encuentra una de las claves del desconcierto y de la zozobra. Saber quiénes somos resulta, en realidad, un propósito mucho más inabarcable, porque supone conocer, ante todo, quiénes fuimos y cómo las casualidades y las causalidades han operado sobre nosotros, para moldear nuestro destino. No somos lo que comemos, como opinan algunos gourmets pedantes; no somos lo que leemos, como afirman algunos eruditos desinformados; no somos lo que queremos ser, como pregonan ciertos coelhistas intoxicados. Quizá la fórmula más aproximada sea afirmar que somos lo que fuimos… más algunas adherencias cronológicas.
Leonardo Cano (Murcia, 1977) aborda, en su novela La edad media, una investigación cruda y rigurosa sobre un segmento social muy determinado: un grupo de compañeros del colegio El Bosco que, desde la época escolar, conforman sin saberlo un microcosmos de la España de su tiempo… y de la del nuestro, porque es en la actualidad donde desembocan esos ríos. Minorías étnicas aceptadas a regañadientes; hijos de director que han de luchar contra la agresividad de sus condiscípulos; nenes ricos que intuyen que todo se les debe y que todo les caerá como el maná bíblico, con prontitud y munificencia; niñas pijas que oscilan entre el esnobismo de marca y la apertura de piernas; herederos de clientelas de papá; o mediopensionistas que tendrán que dejarse los codos para construirse un nido aceptable en ese territorio hostil y lleno de ortigas al que llamamos futuro.
Para trazar su dibujo, el autor murciano recurre a tres instrumentos de precisión, que va manejando con elevada eficacia: el primero está representado por el ayer, que se nos retrata con pequeños párrafos introducidos siempre con la conjunción copulativa “y”, lo que dota a estas secuencias de un aire lírico y de una velocidad narrativa diferente; el segundo está representado por un palacio de justicia, en el que trabaja como interino uno de aquellos chavales del Bosco, M, que asiste a la estulticia burocrática de sus compañeros y al engolamiento insufrible de los jueces, a la vez que se enfanga en algunos desvíos irregulares de dinero para financiar sus propias actividades; y el tercero no transcurre ni en el pasado ni en el presente sino en el no-tiempo y el no-lugar del ciberespacio, en el que Ignacio y Julia desarrollan o malbaratan su relación sentimental entre frases bobas, distancia geográfica, proyectos utópicos, ambiciones divergentes y reticencias.
Con estos tres canales, Leonardo Cano va vertiendo sobre los ojos del lector un abrumador caudal de agua que se va ordenando solo y que cristaliza en un cosmos de impresionante fuerza narrativa, donde no faltan la melancolía, la frustración, la amargura o el disimulo; y donde descubrimos que las sonrisas suelen ser máscaras y que bajo el brillo late, más veces de las que quisiéramos admitir, el fango del fracaso.

La editorial Candaya, fiel a su idea valiente de la literatura, vuelve a arriesgar con un autor emergente que, con las páginas de La edad media, pone en nuestras manos un texto sólido, innovador, musculoso y lleno de una torrencial fuerza narrativa. Para descubrirlo dentro de unos años, mejor hacerlo ahora.

viernes, 8 de julio de 2016

Un tranvía llamado Deseo



Stella du Bois vive en un ambiente familiar más bien chato, con su marido Stanley Kowalski (de procedencia polaca) y un bebé que crece en su seno. Atrás quedaron los días en que su hábitat era otro, cuando sus padres poseían la propiedad de Belle Rêve. Ahora, ha de convivir con vecinos gritones, vulgaridad ramplona y amigotes de su marido, que vienen a casa a jugar al póker y beber alcohol. No obstante, todo dará un vuelco cuando llegue a casa su hermana Blanche, maestra de escuela que decide instalarse unas semanas con ellos.
Desde el principio, la relación entre los dos cuñados será tensa, porque Blanche no manifiesta la menor simpatía por la persona que está “embruteciendo” a su adorada hermanita; y él no puede soportar sus aires de gran señora y de estirada y remilgada damisela. Harto de sentirse humillado en su propio hogar, Stanley decide investigar sobre el pasado de Blanche y descubre cosas más oscuras de las que ella está dispuesta a admitir. Cosas que, por supuesto, comparte con su amigo Mitch, que se ha comprometido sentimentalmente con la mujer. Ni ella es tan joven como quiere aparentar, ni su llegada a la casa de su hermana ha sido voluntaria: poderosas fuerzas la impulsaron.
La atracción física que su cuñado le produce supone además para Blanche un motivo de desasosiego, del que intenta mantenerse a distancia (“Con un hombre como Stanley, se puede salir... una..., dos..., tres veces cuando una tiene el diablo en el cuerpo. Pero... ¡Vivir con él! ¡Tener un hijo con él!”), pero que alcanzará un punto extremo cuando él la coja del brazo y la fuerce a entrar en el dormitorio. Quizá esa secuencia determine su comportamiento posterior hasta el final de la obra, donde irá mostrándose cada vez más errática y evasiva, hasta el instante en que venga el personal sanitario a llevársela.
Tennessee Williams nos plantea en esta obra una reflexión sobre las ilusiones que mantenemos en nuestro corazón, a pesar de que la vida se obstine siempre en golpearnos y rebajar nuestras expectativas. No hay fragancias parisinas en el cuello de Blanche, no hay millonarios esperándola para invitarla a un crucero, no hay un trabajo que la espere a su regreso, no hay esplendor familiar alguno (se ha perdido en el pozo del tiempo).

Una triste reflexión sobre la condición humana y sobre los clavos ardiendo a los que nos aferramos para sobrevivir.

miércoles, 6 de julio de 2016

Los dioses cansados



Nuestro ayer no es un cofre de contenido homogéneo, sino un mohoso baúl donde cohabitan dos compartimentos estancos: en uno de ellos permanece, cobijado por una tela de seda o un plástico protector, el arco iris de un paraíso que nunca existió, pero que nos empeñamos en recordar con melancolía; en el otro, un espacio de sombra, cieno o pus que tapamos con arpillera y que nos negamos a recordar, para que su podre no nos infame. Fernando Pessoa, aquel genio que Portugal vio surgir y al que luego abandonó con el oprobio de su desdén, afirmaba que el poeta siempre es un fingidor. Pero el común de los seres humanos somos fingidores dobles: fingimos recordar un edén inexistente y fingimos olvidar los horrores que salpican y abochornan nuestro pasado.
Los protagonistas de la última novela de Andrés Pérez Domínguez (Sevilla, 1969) juegan peligrosamente a subir y bajar en un balancín inquietante: ¿es mejor enfrentarse a las ciénagas del ayer o sepultarlas con las arenas del olvido? ¿Conocer los actos de nuestros padres o abuelos nos ayudará a amarlos más o, por el contrario, arrojará una luz negra sobre el afecto que sentimos por ellos?
Nicolás Gallardo es un inspector de policía que, después de haber permanecido durante unos años en tierras alemanas, vuelve a la comisaría de Sevilla donde trabajó durante su juventud. El ambiente que se encuentra allí es hostil, porque algunos de sus antiguos compañeros le siguen recriminando sus comportamientos pretéritos; pero cuenta al menos con el apoyo incondicional de la comisaria, buena amiga de la adolescencia, quien pone en sus manos una investigación para que vaya acomodándose en su nuevo puesto: la muerte del exjuez y expolítico Leopoldo Barrena. Todo apunta a la idea del suicidio, pero existe la posibilidad de que no se trate de un fallecimiento voluntario. Nicolás entiende que se trata de un caso menor, con el que la comisaria pretende engrasar sus bisagras y permitirle un aterrizaje tranquilo en su nuevo entorno de trabajo, pero pronto comenzarán a surgir ramificaciones que irán enrevesando el asunto: un empresario que se dedica al sector de las cajas fuertes y que fallece en un accidente automovilístico, un hombre desesperado que tiene en su poder unos enigmáticos papeles por los que pretende conseguir cincuenta mil euros, fotos sobre las que el tiempo comienza a ponerse amarillo sin que pierdan su condición bochornosa, un constructor con más secretos de los que está dispuesto a admitir…

Dueño de una capacidad envidiable para construir novelas seductoras, Andrés Pérez Domínguez nos propone desde las páginas de Los dioses cansados (Alianza Literaria) una trama donde las pústulas del pasado burbujean entre la niebla y no permiten descansar a ninguno de los protagonistas. Somos (lo dijo Quevedo) presentes sucesiones de difuntos. Y a veces no encontramos al enterrador adecuado que nos alivie de esa carga.

martes, 5 de julio de 2016

Gog



No recuerdo la edad que tenía, pero era muy joven. Quizá 13 o 14 años. Había descubierto la literatura de la mano de mi tía Esperanza y me bebía los libros de Agatha Christie, Enid Blyton y autores similares de un modo voraz, a la vez que me hacía amigo de algunos burritos moguereños y algunos príncipes asteroidales. Y de pronto, un día, ojeando los tomos que mi padre tenía en su estantería, vi que su mano se adelantaba, sacaba un volumen titulado Gog y me decía: “Ya verás. Te va a llamar la atención”.
Lo hizo, desde luego, y por eso ahora, cumplidos los 50 años, releo el volumen en la misma vieja edición Reno, en la traducción de Mario Verdaguer.
El millonario Gog ha decidido, llegado a la madurez, emplear unas ingentes cantidades de dinero en conocer a seres estrafalarios, genialoides o anómalos, que le ofrezcan una imagen nítida de la Humanidad, sus rarezas y fallas. Salirse de los cauces de la normalidad para tratar de entender. Abandonar lo trillado para formular preguntas y, quizá, recibir respuestas.
En esa labor de búsqueda encontrará a músicos que han creado partituras arriesgadas, llenas de sonidos naturales u horrísonos; impostores que le aseguran que presenciará milagros generados por ellos; charlará con celebridades como Freud, Gandhi o Einstein; se las verá con escultores que trabajan con materiales tan efímeros como el humo; o desnudará a los farsantes de la nueva poesía… Huelga decir que me fascinó, a mis 14 años (y me sigue fascinando como idea y como desafío), el apunte “Profundidad china”, donde Papini escribe: “He leído en un libro chino algunos pensamientos tan bellos, justos y profundos, que quiero transcribirlos aquí para tenerlos más a mano”… y a continuación los copia. Por supuesto, en chino. Jajajaja.
Un libro inteligente que (lo sé ahora, décadas después) me abrió las infinitas puertas de la mejor literatura. Nunca le pagaré lo bastante a Giovani Papini, y a mi padre, la lectura de esta obra.

Como último detalle, dejaré aquí un apunte. Cuando Gog le pide a un experto que le confeccione una lista con las mejores obras de la literatura, el millonario las lee y queda decepcionado. El resumen que ofrece nos permite adivinar a qué obras se refiere. Dejo en manos de los lectores que midan con este test su propio conocimiento de la historia literaria: “Huestes de hombres, llamados héroes, que se despanzurraban durante diez años seguidos bajo las murallas de una pequeña ciudad, por culpa de una vieja seducida; el viaje de un vivo en el embudo de los muertos como pretexto para hablar mal de los muertos y de los vivos; un loco hético y un loco gordo que van por el mundo en busca de palizas; un guerrero que pierde la razón por una mujer y se divierte en desbarbar las encinas de las selvas; un villano cuyo padre ha sido asesinado y que, para vengarle, hace morir a una muchacha que le ama y a otros variados personajes; un diablo cojo que levanta los tejados de todas las casas para exhibir sus vergüenzas; las aventuras de un hombre de mediana estatura que hace el gigante entre los pigmeos y el enano entre los gigantes, siempre de un modo inoportuno y ridículo; la odisea de un idiota que a través de una serie de bufas desventuras sostiene que este mundo es el mejor de los mundos posibles; las peripecias de un profesor demoníaco servido por un demonio profesional; la aburrida historia de una adúltera provinciana que se fastidia y, al fin, se envenena; las salidas locuaces e incomprensibles de un profeta acompañado de un águila y de una serpiente; un joven pobre y febril que asesina a una vieja, y luego, imbécil, no sabe siquiera aprovecharse de la coartada y acaba cayendo en manos de la Policía”. Hagan juego, señores.

domingo, 3 de julio de 2016

Nuevas teorías sobre el orgasmo femenino



Sobre los autores que comienzan en el mundo de la literatura se suele asperjar muchas veces una cierta dosis de incienso balsámico. En parte, porque el crítico se aferra a la esperanzadora idea de que serán el mercado o los editores quienes ejecuten la sensata acción de moderar la euforia del primerizo; y en parte, también, porque tiene la suficiente memoria como para recordar el ingente número de ocasiones en que expertos de gran valía metieron la pata sacudiendo estopa a voces emergentes que luego alcanzaron consagración.
En el caso de Diego Sánchez Aguilar, los elogios que puedan verterse sobre su reciente libro de relatos Nuevas teorías sobre el orgasmo femenino (editado por el joven sello Balduque, de Cartagena) serán todos justos y de ninguna manera deudores del paternalismo, la hipocresía, la amistad o la cautela. Son auténticas obras maestras del género. Lo repetiré, por si algún lector ha pasado los ojos distraídamente sobre la última línea: auténticas obras maestras del género. No se percibe en sus páginas ninguna vacilación estilística, ninguna bisoñez temática, ninguna falla estructural. Constituyen gráciles ejercicios de soltura y de plenitud literaria. Todo en estos relatos evidencia la huella de un escritor de genio.
Y no se trata tan sólo de que consiga elevadísimas dosis de belleza formal, sino que cuaja en cada una de las siete historias del volumen una propuesta donde la psicología y la sociología son manejadas con inusitada habilidad. Diego Sánchez se transmuta en un espectador privilegiado que observa su entorno y que lo disecciona con un bisturí o un escalpelo de lúcida precisión, entregándonos retratos en los que todos, ay, podremos contemplarnos: el oficinista cuarentón que, durante una celebración gastronómica de la empresa, se obnubila con la posibilidad de tener un escarceo erótico con la compañera nueva, joven y que, en apariencia, no lleva bragas; el hombre gris y sedentario que se excita con el blog sexual de una muchacha anónima; las mujeres de mediana edad que viajan hasta Cuba y viven su particular desmadre; la pareja de vida marital tediosa que escucha el trajín sexual estereofónico de los nuevos vecinos; la mujer que vuelve a encontrarse en una reunión de antiguos alumnos a su primer novio y siente un hormigueo que la lanza hacia él; el hombre que espera, mordiéndose las uñas y muerto de celos, a su mujer (que ha asistido a una cena de empresa y no parece tener prisa por volver a casa, quizá porque se siente atraída por algún compañero y está aprovechando la coyuntura para cepillárselo)... Vidas de clase media, como la de cada uno de nosotros. Vidas donde el deseo, el amor y el reconocimiento sufren altibajos. Vidas donde el gris se complace en bautizarnos con cada pitido del despertador. Vidas donde tendemos a centrar la mirada en los aspectos negativos y donde nos sentimos agredidos por el azar o la fortuna. Vidas donde siempre hay una lágrima esperando ser vertida.

Diego Sánchez Aguilar detecta esas situaciones, las analiza, las taxidermiza y las expone ante nuestros ojos con una prosa excepcional. Si quieren conocer a un estilista de primera fila entren en la página de la editorial y háganse con este libro. Me darán la razón.