miércoles, 31 de julio de 2019

El relevo




Llegando a divertirme con algunas de sus páginas, acabo de leer El relevo, obra teatral de Gabriel Celaya (Escelicer, 1972), que juzgo entretenida pero banal. Es el típico juego onírico, surrealista e iconoclasta que, creyendo actuar como una bomba devastadora contra el Sistema y la conciencia humana, sólo sirve en verdad como inoperante cosquilla en la axila lectora. Obviamente, no me burlo ni de la persona Gabriel Celaya ni del escritor (al que siempre he admirado), sino de la candidez infantil de la propuesta: hacer una revolución repartiendo chucherías se me antoja una simple pose, que solamente sirve para enriquecer a los vendedores de pósters y de camisetas.
El autor guipuzcoano juega aquí a la fantasía, y me parece bien; pero siempre que no pretendiese nada más con sus páginas. Las propuestas lírico-oníricas no sirven nunca de nada: la Historia lo demuestra continuamente.
Pero luego, claro, nos encontramos con el humor de Celaya (“¡Qué bien hablas, Máximo! Casi no se te entiende”), con su ironía lúcida (“El amor es una cosa muy seria. Debemos aburrirnos como Dios manda”), con la belleza de sus disparates (“Te quiero porque dos y dos son cinco”) y con su seriedad psicológica (“El que a uno le crean feliz ayuda a serlo de verdad”). Y no renunciamos a aplaudir a este gran mago incomprendido de nuestras letras.

martes, 30 de julio de 2019

Crónica de Todmir




En 1997, el narrador histórico que vive dentro de Santiago tomó la palabra para componer una versión novelada de la vida del conde (o duque) Teodomiro, un personaje importantísimo del siglo VIII del que se saben bastantes cosas, pero del que todavía se ignoran otras muchas, que él rellenó con su fantasía hasta componer un extenso escrito dividido en tres partes.
En el que abre la historia (titulado “Las vísperas del elegido”) nos cuenta que Muhammad, presunto nieto putativo del conde, se apresta a cumplir en el año 743, ahora que su “abuelo” ha muerto, la promesa que le hizo de poner por escrito su vida. Desde el principio, advertimos que Muhammad admiró profundamente a su abuelo, por la anticipación histórica que supo demostrar con la Cora de Todmir, un sitio donde sangres, razas, culturas e idiomas se mezclaron con normalidad y sin escándalo. Por eso, él, Muhammad, compondrá aplicadamente la crónica de Todmir Ibn-Gandarias, caíd cristiano de Aurariola que nació en La Guardia, cerca de Tuy, en la costa gallega.
Mucha es la información histórica y cultural que en las siguientes páginas se nos va trasladando, pero creo el lector disfrutará especialmente con la secuencia que se centra en los baños de Mula, donde la bella y más bien madura dama griega Irene consigue que el dux de Aurariola fije sus ojos y su deseo en ella, hasta que logra conducirlo al matrimonio.
En la segunda parte, titulada “La gloria del señalado”, se nos sitúa varios años después: Irene ha muerto (sabiendo que una enfermedad incurable la minaba, tuvo el coraje de administrarse la dignidad socrática de la cicuta); Fátima, hermana del cronista, ha aumentado en belleza y en familia (ha tenido dos hijos); y Atanagildo, heredero de Todmir, además de haber sufrido abusos económicos por parte de quienes no tuvieron valor para exigírselos a su padre, ha perdido todo rasgo de grandeza en su porte, y muestra un aspecto. El cronista, destrozado íntimamente por la constatación de tantas ausencias, exclama: “Por todo eso, porque han muerto casi todos los que eran un poco yo mismo, cuando yo moraba aquí, he muerto yo un poco también” (p.125). En esta segunda parte de la crónica, Muhammad adopta un tono mucho más escéptico y menos entusiasta que en las páginas anteriores. La vida, con su tenaz goteo, ha limado muchas de sus ilusiones, y las ha reducido hasta límites que rozan la desesperación y la amargura. Su abuelo Todmir, que antaño le pareciera un gigante histórico y un poderoso señor adornado con las más exquisitas virtudes, ahora se le antoja un “lejano personaje, cabeza de pequeña comarca, pobre y exótica, poco digna de crónica” (p.125).
Y en la tercera parte del volumen, que se titula “Los escritos de Fátima”, se nos ofrece una novedad curiosa: ahora es la hermana de Muhammad la que, muerto éste, retoma la crónica. Este tercer bloque se rebaja drásticamente el número de informaciones históricas, y el tono de la novela se vuelve más alígero, menos erudito. Santiago, hábil narrador, sabe que los hermanos Fátima y Muhammad no son parangonables en sabiduría, y por tanto tampoco sus estilos pueden manifestar semejantes en este orden. En manos de la mujer, la crónica adquiere una fluidez desnuda y graciosa, que no sólo sirve como contrapeso a la sección anterior, sino que también posibilita que la novela termine de un modo elegante y airoso.
Otra demostración del buen hacer narrativo de Santiago Delgado, que espera con paciencia la llegada de más lectores.

lunes, 29 de julio de 2019

De mutuo acuerdo




Para cualquier disciplina artística (pintura, escultura, poesía, música, baile) se puede disponer de buena voluntad, invertir elevadas dosis de trabajo y sacrificar tiempo y dinero con el fin de obtener resultados. Es tan posible como plausible. Pero ninguno de esos ingredientes garantiza que pueda alcanzarse el éxito o la excelencia, porque el talento no es democrático. Se tiene o no se tiene. Es así de sencillo. No se trata de crueldad, de altanería, de jactancia o de soberbia: es un hecho.
Y Diana de Paco Serrano, cuando se pone a escribir teatro, dispone de talento. Es un aroma, una fluidez, una solidez que se perciben desde la primera página y que impregnan sus textos inequívocamente. La forma en que hace moverse a sus personajes, el modo en que hablan, sus reflexiones, los giros argumentales, todo está calibrado a la perfección para que la maquinaria escénica ruede y convenza. Y lo volvemos a comprobar en De mutuo acuerdo (y otras obras menudas), que le premió y publicó el sello Irreverentes. Nos encontramos allí con hombres débiles a quienes sus esposas han exprimido y engañado, a adolescentes que viven enganchadas a sus teléfonos móviles y que los utilizan como oxígeno, a extraños hipocondríacos que se entusiasman al contratar un seguro médico, a amigas maduras que en realidad se odian y se desprecian, a ninis espléndidamente retratados como metáfora del mundo en que vivimos… Y, llegados al final, esa delicia titulada Lapidarius, donde los personajes cervantinos de don Quijote, Sancho y Dulcinea quedan transfigurados y modernizados en un entorno psiquiátrico.
Costumbrismo irónico, señalamiento de las lacras eternas del ser humano, melancólico sentido del humor… Diana de Paco Serrano juega espléndidamente sus cartas para dejarnos un amargo sabor de boca y un insuperable retrato de nuestro tiempo. Como siempre.

domingo, 28 de julio de 2019

Las cintas de Anderson




Me termino, en dos tardes, la curiosa novela titulada Las cintas de Anderson, de Lawrence Sanders, traducida por Marta Isabel Gustavino (Ultramar, Madrid, 1980)… Veamos. Yo diría que es una novela esencialmente absurda, porque parte de una enorme cantidad de conexiones traídas por los pelos: orwellianas, huxleyanas, increíbles. ¿Es acaso “tragable” que se pueda verificar este ingente rompecabezas, este puzle urbano con micrófonos dispersos, no solamente por toda la ciudad, sino en los sitios y momentos adecuados? La hipótesis de la vigilancia electrónica del peatón ya no resulta tan descabellada en estos años de comienzos del siglo XXI; pero lo que sigue siendo descabellado es pensar que pueda ser espiable una persona, en veinte sitios de la ciudad, gracias a veinte departamentos estatales diferentes y desconectados entre sí. Eso, por lo que atañe a la credibilidad de la trama.
En cuanto a los aspectos puramente literarios, la novela no pasa de ser interesante, sin alcanzar mayores logros. Una novela más, entre el grupo de las normalitas.

sábado, 27 de julio de 2019

El escritor y sus fantasmas




Releo El escritor y sus fantasmas, de Ernesto Sábato, e inevitablemente vuelvo a maravillarme con sus ideas, con su prosa, con sus erudiciones y con su capacidad para hacer que el lector se intrigue o interese por asuntos que, apenas unas horas antes, ni siquiera habían pasado (quizá) por su mente. El narrador argentino era un auténtico maestro, no cabe duda.
Ahora, fruto del entusiasmo que esta relectura me depara, podría glosar con delectación las múltiples reflexiones que Sábato lanza en estas páginas: analizar su interés y profundidad, enlazarlas con otros autores, etc. Pero estoy pensando en algo mucho mejor: voy a trasladar a esta reseña sus palabras exactas, para que los lectores las disfruten sin intermediarios. Dicho por él, mejor que dicho por mí. Me cubro, pues, con los ropajes del Pontífice y procedo…
“Toda cultura es híbrida”. “En cuanto a la técnica, considero legítimo todo lo que es útil para los fines perseguidos, e ilegítimas aquellas innovaciones que se hacen por la innovación misma”. “La condición más preciosa del creador es el fanatismo. Tiene que tener una obsesión fanática, nada debe anteponerse a su creación, debe sacrificarse cualquier cosa a ella. Sin ese fanatismo no se puede hacer nada importante”. “No hay grandes temas y temas insignificantes: hay escritores grandes y escritores insignificantes”. “No hay peor conservatismo que el de los revolucionarios triunfantes”. “La madurez de un hombre comienza cuando advierte sus limitaciones”. “No hay gran novela que en última instancia no sea poesía”. “Los hombres escriben ficciones porque están encarnados, porque son imperfectos. Un Dios no escribe novelas”.

viernes, 26 de julio de 2019

Malos días




Hay días que son gozo, días que son tortura y días que se incorporan a la cloaca gris de lo indiferente. Pero de todos ellos se puede trazar, si se dispone de talento y de pericia narrativa, un relato espléndido, porque la literatura siempre ha estado en la forma en que se miran las cosas, en el enfoque que utilizamos para pirograbarlas en las pupilas y el cerebro de los lectores.
Victoria Pelayo Rapado, en su hermoso trabajo Malos días (De la luna libros), nos ofrece una demostración incuestionable de esa posibilidad. Por sus páginas desfilan personajes de sexos y edades diferentes, que se tienen que enfrentar a jornadas especiales, a horas de inflexión en las que sus vidas quedarán alteradas de un modo irreversible; y quien lee siente que los latidos de su corazón (más rápidos o más lentos, sonrientes o perturbados) se amoldan al ritmo que la autora zamorana imprime a sus textos.
Conoceremos así a Ángel, un joven que acepta un delicado y angustioso trabajo por el que le pagarán muy bien, pero que lo acongojará; y a Montse, una extraña sordomuda que trabaja como limpiadora en un hotel; y al padre y al hijo que, tras veinticinco años de separación orgullosa e inútil, se reencuentran en la casa del anciano; y a la muchacha que da a luz sin ayuda en el suelo de la cocina; y al agobiado repartidor que experimenta la ansiedad de estar sin tabaco, y que lo busca en todos los lugares donde realiza entregas; y a la tanatopractora que se siente minusvalorada, a pesar de la importancia de su actividad; y a muchos otros personajes que, diminutos y anónimos, circulan por el mundo con su cargamento de tristezas, alegrías y decepciones.
Gran libro, sin duda, que se lee con la gratitud que todos los buenos degustadores de literatura experimentamos hacia las personas que se preocupan de componer buenas obras.

Bicicletas blancas



Roberto acaba de cumplir 13 años y recibe de sus padres, como regalo, la noticia de que pasará el verano en Holanda para perfeccionar su inglés. Tal decisión, que no le hace ni chispa de gracia, lo hace refugiarse en su diario, donde muestra su desacuerdo y su rabia. Pero, como resulta obvio, no dispondrá de argumentos bastantes para contradecirles y tendrá que instalarse en Ámsterdam.
Allí, a través de su profesora de inglés, llamada Shanti, descubrirá los horrores del racismo, sea cual sea su forma o su color, y entrará en contacto con el mundo de la niña judía Ana Frank, que fue asesinada en el campo de exterminio de Bergen-Belsen por los nazis. Hasta tal punto empatizará con ella que terminará refiriéndose a la Segunda Guerra Mundial como “la guerra de Ana” (p.97). También descubrirá la pintura de Rembrandt e innumerables detalles sobre gastronomía holandesa, sobre el uso de las bicicletas en la ciudad, sobre el consumo de marihuana o sobre sus extensas calles y jardines.
Entretanto, en su localidad de origen, los padres de Roberto están viviendo su particular infierno: una relación cada vez más deteriorada e insatisfactoria.
Ambas pulsiones (lo que tiene ante sus ojos y lo que chirría a sus espaldas) hacen que Roberto deba enfrentarse a “esas cosas que le ocurren a la gente cuando viaja y se le desordenan las hojas de la vida” (p.130).
Un libro espléndido de una autora espléndida, que puede ponerse en manos de cualquier adolescente con la convicción de que le encantará.

jueves, 25 de julio de 2019

Sufrimientos de amor




Acabo de leer los Sufrimientos de amor, de Partenio de Nicea, que traduce don Antonio Melero (Gredos, Madrid, 1981). Se trata de un copioso ramillete de historias de amor, recopiladas y redactadas por el autor para que su amigo Cornelio Galo, si así lo estima conveniente, las use en sus poemas.
Me ha llamado mucho la atención la número VII, que trato de condensar en unas pocas líneas: un celta rapta a la bella Heripe; su marido acude presto a rescatarla pagan por ella una buena cantidad de dinero; pero ella, enamorada del celta, se decide a quedarse con él. Hasta ahí, podríamos considerarla una historia más o menos convencional o repetida; pero la sorpresa viene justo después, cuando el celta, horrorizado por la inconstancia veleidosa de la mujer, decide matarla por su infidelidad al esposo.
Teniendo en cuenta que el propio Partenio nos deja claro que estas páginas son una especie de “guiones” para que otro los desarrolle, la calidad literaria de las mismas no alcanza un nivel demasiado elevado. Los argumentos, eso sí, resultan enormemente sugerentes.

Como una buena madre



Potente como un huracán, el nombre de Ana María Shua (Buenos Aires, 1951) se yergue entre los grandes de la literatura argentina gracias a sus ensayos, relatos, poemas y novelas, todos de una calidad incuestionable. Acercarse a sus obras es sumergirse en un universo lleno de fascinación y magia, como el que nos embriaga en las páginas de este libro de relatos, publicado en el año 2002.
De un modo magistral, la escritora nos acerca hasta los agobios extremos de una mujer que atiende a dos hijos pequeños y un bebé, los cuales la sofocan con sus gritos, desobediencias, escatologías y gamberradas, generándole la sensación triste de que no cumple bien su papel (“Como una buena madre”); nos pedirá que acompañemos a la familia Ramos hasta Disneyworld y, posteriormente, a un asombroso espectáculo vudú, tan repulsivo como impresionante (“Auténticos zombis antillanos”); nos sumergirá en una historia de boxeo y determinismo que tiene al Flaco como protagonista y a Dani (hijo del narrador) como detonante (“La revancha”); nos susurrará al oído una preciosa fábula sobre el sentido de la vida y sobre sus azares y sorpresas (“Princesa, mago, dragón y caballero”); nos hará subir con Joaquín y Claudia a un coche que se verá implicado de forma tangencial en un crimen machista (“La mujer herida”); o nos pondrá ante los ojos al singular Juan Domingo, un ahijado de Perón que, determinados días de la semana, sufre la espeluznante metamorfosis que lo convierte en una bestia (“Vida de perros”).
Yo me he sentido particularmente atraído por la historia que cierra el tomo y que lleva por título “La columna vertebral”, una melancólica reflexión sobre el paso del tiempo y sobre los vaivenes y claudicaciones que la vida termina imponiéndonos: tras reencontrarse con su antiguo novio Alejandro Mallet en un congreso médico, la deportóloga Stella Dossi se deja llevar por los recuerdos y, olvidándose de su marido, se acuesta con él. Tras el sexo, y casi como cierre del volumen, la mujer se queda pensativa, dejando que Ana María Shua nos deslice estas líneas donde nos muestra cómo se siente su protagonista: “Vio la carne floja de los brazos y el vientre péndulo, colgando en un pliegue flácido sobre la pelvis, las mejillas mustias, el mentón borrado, el rimmel borroneado alrededor de los ojos, las arrugas abriéndose como grietas polvorientas en la gruesa capa de maquillaje, una mujer vieja, sucia, ridícula, ansiosa todavía por ofrecer su carne demasiado madura, un durazno blando y arrugado que alguien se olvidó de poner en la heladera. Una Wendy amatronada, menopáusica, sudorosa, que ve entrar una vez más, por la ventana, la figura siempre igual a sí misma de Peter Pan y sabe que ya no viene por ella, que no la recuerda ni la busca, una Wendy en la que es inútil gastar polvo de estrellas porque es demasiado pesada para volar hasta la isla de Nunca Jamás”.
Un libro hermosísimo y perdurable.

miércoles, 24 de julio de 2019

Mimiambos




Me reencuentro con un viejo texto que me recomendó mi compañero Miguel Haro Baidez (profesor de griego) y que leí originalmente en 1997: los Mimiambos, de Herodas, traducidos por José Luis Navarro González (Gredos, Madrid, 1981).
El tomo está compuesto por un conjunto de pequeñas piezas que me han parecido (en la mayor parte de los casos) deliciosas. Está, por ejemplo, el tema de la alcahueta que pretende tentar a la mujer casada, cuyo marido se encuentra en la guerra (mimo I); o el tema de la madre que pretende que el maestro corrija a palos a su díscolo hijo (mimo III); o la desvergonzada conversación de dos mujeres, que comentan las excelencias de un consolador de cuero (mimo VI); o la interesante interpretación que un hombre realiza de un sueño que ha tenido, anticipándose al psicoanálisis (mimo VIII); etc.
Me gustan el lenguaje, la estructura, la fluidez del diálogo y hasta la frescura de los tipos que son dibujados. Una sana ráfaga de aire fresco.
Frase que subrayé y que volvería a subrayar: “No es posible encontrar fácilmente una persona que pase la vida sin desgracias”.

Los hombres me explican cosas




Lo explica la norteamericana Rebecca Solnit con una metáfora exacta y luminosa: “Una mujer camina por una carretera de mil kilómetros. A los veinte minutos de empezar a caminar, ellos proclaman que aún le quedan novecientos noventa y nueve kilómetros por andar y que no lo conseguirá” (p.127). Se trata, en efecto, del acostumbrado enfoque cruel o derrotista que el machismo más energúmeno suele dedicar, con sonrisa displicente (en el mejor de los casos), a las mujeres que trabajan para el reconocimiento de la igualdad que les permita no verse convertidas en objetos o seres de segunda categoría.
En estos ensayos, que traduce Paula Martín Ponz para el sello Capitán Swing (por cierto, un buen detalle de la editorial el de poner el nombre de la traductora en portada. A ver si cunde el ejemplo) nos explica Rebecca Solnit que los hombres, secularmente, han vivido en un “archipiélago de arrogancia” (p.15) y que eso les ha permitido instalarse y vivir con absoluto confort en “Machistán” (p.34), el país sin fronteras de los brutoides. De tal modo que cada vez que se producía, por ejemplo, una violación, los resortes periodísticos o judiciales se repetían sin cambios: “Cada una de ellas, invariablemente, se presenta como un incidente aislado. Los puntos del dibujo están situados unos tan cerca de otros que son salpicaduras que se funden en una mancha, pero casi nadie conecta uno con otro o le pone nombre a la mancha” (p.39). O se tiende, de una forma aún más bochornosa, a culpabilizar a la víctima, porque paseaba sola de noche por una calle o plaza, vestía de un determinado modo o se atrevió a sonreír (o a no sonreír) al mastuerzo de turno.
Rebecca Solnit acude a todo tipo de fuentes serias para explicarnos la situación en que vivimos: ideas de Virginia Woolf, noticias aparecidas en los principales periódicos y televisiones del mundo, y hasta abrumadoras notas de instituciones médicas (por ejemplo, el informe emitido por el Journal of The American Medical Association, donde se precisaba que “la violencia doméstica es la principal causa de lesiones en mujeres entre los quince y los cuarenta y cuatro años; esta causa es más común que todas las muertes derivadas de accidentes automovilísticos, atracos y cáncer juntas”).
El resultado es un volumen lleno de devastaciones, pero también lleno de esperanza, porque cuando las ideas justas y las reflexiones inteligentes se ponen en funcionamiento y salen a extenderse por el mundo ya no hay vuelta atrás. Costará tiempo y esfuerzo, pero la victoria acabará por llegar. O, como la propia Solnit indica: “Hay gente que muere en esta guerra, pero las ideas no pueden ser eliminadas”.

martes, 23 de julio de 2019

Los Pelópidas




Riéndome como un energúmeno, me acabo la divertida comedia titulada Los Pelópidas, original de Jorge Llopis, que leo en la versión de Pedro Sáenz Almeida (Ediciones Clásicas, Madrid, 1995).
Desde el punto de vista profesoral o crítico, advierto con nitidez las facilidades del género, sus derrumbes y sus trucos más que previsibles; me doy cuenta de sus concesiones al público y de sus patochadas, en la línea del inefable Pedro Muñoz Seca… Pero juzgándolo desde el punto de vista del lector hedónico, del lector que se acerca hasta la obra con ojos sanos y sin adulterar por prejuicios eruditos, ¡no hay más remedio que reírse! Página a página brillan las sorpresas, las risas y las ingeniosidades, que se suceden sin tregua, para deleita de quien camina por las páginas.
Quizá tengamos ya suficientes (y sobrados) James Joyces en este mundillo de la literatura, y nos venga bien el aire fresco del fresco Jorge Llopis. Yo, por mi parte, le doy todos mis beneplácitos y mi enhorabuena, al igual que le doy las gracias a mi hermano Juan Francisco por haberme recomendado la obra.
He disfrutado como un bendito.

Usos amorosos de la postguerra española




Todos tenemos una madre o una abuela que crecieron en los años posteriores a la guerra civil de 1936; o hemos visto películas ambientadas en aquel mundo; o hemos leído obras de Carmen Laforet, Miguel Delibes o Camilo José Cela, que nos contaron aquel mundo de mojigatería, religiosidad superficial, militarismo casposo e hipocresía de cretona. Así que este ensayo lúcido, documentadísimo y de enorme amenidad, firmado por Carmen Martín Gaite y que obtuvo el XV Premio Anagrama en la modalidad de ensayo, constituye un repaso impagable con el que refrescar nuestras nociones sobre aquellos años cuarenta y cincuenta, que tan cercanos están y tan lejanos se nos antojan.
Todos los elementos que burbujearon en aquella España son aquí analizados con rigor, buena memoria y objetividad: la ambivalencia que se mantenía frente a los Estados Unidos, a quienes se juzgaba inmorales mientras se les envidiaba en secreto; la visión de la soltería femenina como un fracaso digno de conmiseración o burla (“La solterona era un tipo rancio, anticuado, cursi”); la Sección Femenina como plataforma de deporte y bailes regionales, que instruía a la mujer en la esencia de la sumisión, el recato y el españolismo; el humor de La Codorniz como subversión y aire fresco, que pasaba de mano en mano y de ojos en ojos; la niña Topolino, ejemplo de modernidad y snobismo, crudamente vista por quienes intuían el riesgo de su subversión; el interés que se desplegaba para que las niñas fueran educadas en colegios de monjas, de donde salían “doctoradas en vainica y letanías”; la exaltación de la virginidad y la gazmoñería; la conveniencia de que las mujeres aceptasen de buena gana que sus novios ya estuvieran “vividos” o “corridos” antes de acceder hasta ellas, porque la sexualidad masculina tenía urgencias que debían ser comprendidas; o la reglamentación estricta que regía ceremonias tan inanes como la presentación en sociedad de las chicas, la petición de mano o la forma en que se podía saludar a los chicos en la calle.
Una amplia batería de citas recogidas de publicaciones de la época nos permite conocer, con el léxico de entonces, el modo en que se adoctrinaba a varones y mujeres en aquel mundo grisáceo, nacionalcatólico y antiguo.

lunes, 22 de julio de 2019

Siete noches




Nuevamente al lado de Jorge Luis Borges, de quien releo las conferencias que se incluyen en el interesante tomo Siete noches (Fondo de Cultura Económica, Madrid, 1985), con epílogo de Roy Bartholomew. Sigo pensando que el maestro argentino es uno de los más grandes estilistas de nuestro tiempo; aunque en este caso (lo confesaré con rubor) me ha fatigado un poco. Entiendo que una cultura tan descomunal como la suya tiene que brotar de modo espontáneo, pero aquí he tenido la incómoda sensación de que no lo estaba escuchando a él, sino que asistía a un espectáculo en el que veía cómo el narrador amontonaba voces y voces superpuestas, que sepultaban la suya. ¿Por qué abusa tanto aquí de las citas, cuando poseía una voz tan admirable? Es una modestia ampulosa (no son unos términos incompatibles) que no alcanzo a explicarme. Con todo, sigo admirando al viejo maestro como el primer día.
Anoto las frases que he subrayado en el tomo: “No estoy hablando con todos ustedes sino con cada uno de ustedes”. “Cada uno se define para siempre en un solo instante de su vida”. “Los sueños son la actividad estética más antigua”. “En el desierto se está siempre en el centro”. “Hay personas que sienten escasamente la poesía; generalmente se dedican a enseñarla”. “Alfonso Reyes, el mejor prosista de lengua castellana en cualquier época”. “El mayor poeta español, fray Luis de León”.

A pie de aula




La profesora Aurora Gil Bohórquez, siempre tan atenta a todos los detalles del mundo de la enseñanza, nos plantea en este volumen, encabezado con un prólogo de Mariano Caballero Carpena, temas tan interesantes y tan controvertidos como la necesidad de plantear una política inteligente y razonada de itinerarios en el mundo escolar (“¿Todos iguales?”); o razona sobre la conveniencia de que los centros reinstauren la norma de que todos los alumnos vistan con uniforme, lo cual equipararía muchos más a los estudiantes, por encima de marcas, modas, caprichos, capacidad económica de los progenitores o gustos personales, a veces discutibles (“Uniformes”); o se detiene a analizar la influencia que pueda tener la televisión sobre ciertos comportamientos soeces de los alumnos, como la moda de enseñar el culo a las primeras de cambio, como forma de burla o de gran alegría (“Hacer un calvo”); o analiza el doble absurdo de las chicas modernas a ultranza y las chicas ñoñas de antaño, ambas representantes de modelos equivocados y alienantes, y ambas condenadas al fracaso personal (“Entre la Juani y la Laura”); o reflexiona, dolida, contundente, lúcida, sobre el papel cada vez menos reconocido de los profesores en la sociedad actual, que cree compensarlos de todos los escarnios y todas las vejaciones que sufren con la golosina de los dos meses de vacaciones (“Ser profesor”); o indica posibles innovaciones europeas que sería bueno incorporar al sistema de enseñanza español, anticuado y casi obsoleto (“Cañones en las aulas”); o explica las bondades que podrían derivarse de una biblioteca escolar que estuviese bien dotada, y administrada con mimo e inteligencia; o de la sanísima costumbre (que la autora aboga por recuperar) de leer en el aula, apoyada por las iniciativas más variopintas: establecer un horario de lectura en la biblioteca o llevar a escritores para que lean cosas a los alumnos; o reflexiona sensatamente sobre el desbordamiento marketiniano de los libros de Harry Potter, tan millonarios en ventas como inútiles para crear lectores continuos (“Mientras llega Harry”); o se manifiesta con nitidez por la necesidad de un criterio correctivo que permita mejorar la expresión escrita de los alumnos, lejos de bobadas pseudoprogres (“Ortografía”); o reivindica la imperiosa necesidad de que los profesores sean ayudados en su tarea de reciclaje tecnológico, para que la mejora de la calidad de enseñanza sea un hecho tangible, y no un puro deseo (“Un anunciado fracaso escolar”); o se detiene a lanzar su crítica a las modas indumentarias execrables, que infaman el aspecto de las clases (“El bañador en las aulas”); o se alarma por el revanchismo ideológico que aqueja a los políticos, más preocupados de eliminar lo que hizo el anterior en materia educativa que por buscar soluciones eficaces para el caos que encuentran (“Con la educación seguimos topando”); o constata cómo los primores de la caligrafía han sido sustituidos por un caos ágrafo de creciente horripilancia (“Letra de médico”); o, en fin, ironiza cachazudamente sobre los antropónimos modernos, influidos por la moda, el cine y la televisión (“Todos quieren a Jessica”). 
Como podrá observarse, he realizado una larga y proteica enumeración, pero puedo asegurar que no agota ni de lejos los abundantes caudales y las abundantes sugerencias que este libro nos arroja a todos, profesores, padres y alumnos, para que reflexionemos sobre el estado preocupante de nuestro sistema educativo. Con un lenguaje diáfano y con un profundo conocimiento del tema, la profesora Aurora Gil Bohórquez nos ofrece un análisis tan digno de elogio como de obligada lectura.

domingo, 21 de julio de 2019

Cuadernos de La Romana




Durante varios días, a saltos, me he entretenido con el volumen Cuadernos de La Romana, del gallego Gonzalo Torrente Ballester (Destino, Barcelona, 1975), que me ha gustado en gran medida. A veces flojea, claro, como siempre ocurre cuando alguien habla con nosotros desde la urgencia periodística; pero no es menos verdad que suele dar en el clavo con sus ocurrencias, ironías y razonamientos.
Resulta curioso que no me sienta demasiado atraído por sus novelas, y que en cambio me satisfaga su estilo prosístico. Misterios de la literatura. Quizá debería perseverar en él.
Anoto las frases que me subrayado en el libro: “Tomar partido es injusto, porque se desprecian las razones del otro”. “Pienso que lo más difícil que hay es pasar por la vida sin elegir un papel y sin representarlo”. “En España no tenemos inventores porque no se desarrolla la imaginación de los niños”. “Encuentro odioso citar a nadie cuando la respuesta razonable está al alcance de cualquiera”. “Difícilmente un hombre malo es idealista”. “Somos tantos ya en el mundo que el aislamiento es el paradójico resultado del número excesivo”. “Los místicos han dado siempre miedo a las iglesias”.

Palimpsesto azul




No lo digo yo, sino el maestro Santiago Delgado, novelista, cuentista, profesor, académico, investigador y una de las voces críticas más autorizadas de nuestra tierra: “Es un poemario lírico de primera clase”. Cierto. Palimpsesto azul es un libro en el que la profesora universitaria Charo Guarino nos ha dejado una sencilla colección de poemas hermosos, en los que se nos habla de amor y desamor, de renuncia, de melancolía, de tristeza, de rabia y también de esperanza. Y todo ello salpicado por abundantes referencias cultas a personajes históricos (Julio César), poetas (Catulo), dioses (Cronos, Afrodita, Morfeo, Selene), ciudades míticas (Troya) y tópicos milenarios (carpe diem). Con versos breves, rítmicos, agilísimos, la escritora nos va comunicando su particular mundo de sentimientos y vivencias, del que podemos entresacar tres o cuatro ejemplos ilustrativos, que sirvan a los lectores como orientación acerca de lo que encontramos en este volumen editado por Raspabook: “Simbiosis” es un poema dulce, alígero, en el que se dirige a la persona amada para manifestarle su deseo de que ambos se fundan indisolublemente en uno, como prueba de amor y horizonte anhelado; “La salida está dentro” es un poema sorprendentemente fluido y coloquial, en el que se alcanzan hermosas imágenes, surgidas de la naturalidad del discurso. Es un buen ejemplo de cómo se pueden conseguir resultados líricos con palabras de enorme sencillez; “Cita en el parque” nos habla de un amor que deja su testimonio en la corteza de un árbol, y que allí alcanza su epidérmica eternidad; “La malquerida” tiene como gran protagonista a una mujer que, engañada en el pasado y dolida aún por la sal que se vertió en su herida, castiga ahora a todos los hombres que la rodean con su actitud de mujer fatal, que los encandila y maneja a su antojo, huérfana de sentimientos...
Pero es que cuando Charo Guarino se decanta por formas estróficas más duras y estrictas, como el soneto, nos entrega maravillas como “C’est fini”, donde advertimos la temperatura de un amor ya clausurado y que sólo ha dejado rescoldos amargos en el ánimo de la autora.
Si nos parece hermoso leer que los amantes auténticos son aquellos seres que se encuentran “abrazados en confusión proteica” o que la presencia imborrable del amado se manifiesta en “el timbre de tu voz inconfundible / incendiando mis venas”, entonces no tengamos dudas: hay que acercarse hasta las páginas de este Palimpsesto azul y disfrutar con sus versos.

sábado, 20 de julio de 2019

Mujeres de otoño




Ocho historias, muy bien contadas. A veces, el secreto de un gran libro de relatos se aposenta en un resumen tan fácil (tan arduo, tan infrecuente) como éste. Y es que Isabel Martínez Barquero ha logrado conducir su prosa, ha sabido organizar sus argumentos y ha sabido esculpir a sus protagonistas con un exquisito rigor para que el resultado final quede en la memoria y en el corazón de los lectores.
En estas páginas delicadas y eficaces nos muestra a mujeres que sufrieron en su juventud el escarnio de la infidelidad y que luego se resarcieron de un modo tan exhaustivo como confortable (“La señorita Clara”); a chicas que comprenden el profundo error vital en el que viven sus madres, obcecadas en ocupar el podio del triunfo, sin entender que ellas opten por otros mecanismos para alcanzar la dicha (“La huella del éxito”); a empleadas de fábrica que, hartas de la rutina laboral, de la hipocresía de sus compañeros y de la mezquindad de sus jefes, deciden desviarse del sendero trazado (“La ciudad escondida”); a mujeres maduras que observan con languidez triste cómo sus maridos ya no experimentan por ellas ni pasión ni entusiasmo (“Tibieza”); o a esposas que tienen que sobrellevar con humor, paciencia y cariño, las manías domésticas que, después de haber sufrido un ictus, asaltan a sus compañeros (“La felicidad apresada”).
Y, como cierre del volumen, una excepcional delicatessen que lleva por título “La última representación” y que se centra en Manolo, un artista envejecido y pasado de peso al que expulsan sin contemplaciones de su trabajo como cantante por su deterioro físico. El lector acaba con un nudo en la garganta y con lágrimas en los ojos durante la página final.
En suma, otra magnífica muestra del buen hacer narrativo de Isabel Martínez Barquero, que jamás defrauda.

viernes, 19 de julio de 2019

Las sinsombrero




En cada lista donde se intenta resumir la generación del 98 o la generación del 27 (por citar dos bloques consolidados e ilustres) se producen divergencias con otras listas: se incluye a éste o se excluye al otro, se considera que existe un guía de la generación o se desecha esa posibilidad, etc. Pero existe una tónica común que las iguala de forma inmisericorde: dejan fuera de la nómina a todas las mujeres del grupo. Quizá algunas personas, con expresión disconforme, argumenten que no es así, pero la evidencia crítica es tan aplastante que apenas registra algunas leves excepciones. Las escritoras, diluidas en el grupo, pasan a ser preteridas o directamente olvidadas, incluso por sus mismos y “amables” compañeros, que las omiten en sus antologías y que no las suelen mencionar en aquellas entrevistas donde enumeran sus preferencias literarias.
Tània Balló se propuso abordar una investigación donde se reflejase la labor de estas mujeres ocultas, secretamente brillantes, inquietas y modernas; e inició su trabajo con las artistas (literarias y plásticas) del 27, que aparecían en las fotos del grupo, en las revistas de la época… pero que luego fueron silenciadas de forma casi unánime por la Historia de la Literatura.
En este volumen, enriquecido con los rostros muchas veces ignorados de dichas mujeres, nos encontramos con Margarita Manso (amiga de Federico García Lorca y Salvador Dalí, casada posteriormente con un falangista y protagonista de una impresionante escena sexual), Marga Gil Roësset (escultora sensible y enérgica que se enamoró de Juan Ramón Jiménez y acabó suicidándose, tras destruir una buena parte de su obra a martillazos), Concha Méndez (novia juvenil de Luis Buñuel, editora y gran viajera, que terminó sus días en el exilio mexicano, tras la guerra civil), Maruja Mallo (quien a pesar de haber sido pareja de Rafael Alberti durante años fue omitida por éste en sus memorias. Artista plástica que, ya en su ancianidad, vio cómo Pedro Almodóvar o Madonna se hacían con obras suyas), Ángeles Santos (creadora vallisoletana a quien Balló no duda en calificar como “una de las mejores pintoras del siglo XX”), María Zambrano (discípula de José Ortega y Gasset y gran luchadora por la República), María Teresa León (sobrina de María Goyri y Ramón Menéndez Pidal, que ha quedado a la sombra de su esposo Rafael Alberti, pese a la alta calidad de su obra. El alzheimer la derrotó en sus últimos años), Rosa Chacel (sobrina nieta de Zorrilla, empezó a leer a los 3 años. Empezó en el mundo de la escultura, pero luego pasó a la literatura. Esposa de Juan José Domenchina. Pidió su ingreso en el Opus Dei en 1952 y murió en 1999, sin obtener el reconocimiento global que merecía) y Josefina de la Torre (actriz, poeta y soprano, mantuvo un romance con Luis Buñuel. Fue ingresando en el olvido año tras año, aunque intervino en breves papeles televisivos, como en la serie “Anillos de oro”).
Con este trabajo de investigación y recuperación, Tània Balló contribuye de una manera poderosa al restablecimiento de la justicia artística, que tan esquiva se había mostrado con estas mujeres sin sombrero, intrépidas y avanzadas. Es un primer peldaño importantísimo.

El pensamiento mudo de los peces




Tengo la gran suerte (humana y literaria) de haber tratado a Lola López Mondéjar desde que comenzó a publicar libros. Hablamos del año 1997 y la obra fue Una casa en La Habana, que me gustó sobremanera y así lo escribí. Otro tanto hice tres años después en relación a Yo nací con la bossa nova. Luego, cayeron en mis manos algunos relatos suyos, dispersos por antologías; y muchos artículos de prensa, de los que iba sacando en el diario La Opinión. Pero me faltaba por leer un volumen completo de sus cuentos, un prontuario donde conocer por extenso las habilidades que atesoraba en el terreno (siempre tan resbaloso, siempre tan complicado) de la narración breve. Y ahora la editorial madrileña Páginas de Espuma, impulsada por Juan Casamayor, me ha dado esa oportunidad con El pensamiento mudo de los peces.
Y el volumen (conviene decirlo desde el principio) es fantástico. Y lo es por muchas causas: por su exquisito catálogo de personajes, por la sencillez elaborada de sus argumentos, por las indagaciones anímicas que nutren sus páginas (y que Lola, psicoanalista de profesión, borda), por su lenguaje ecuánime y ajustado. Así, nos encontramos con seres que viajan hacia la frontera y que nos permiten conocer los límites psíquicos del ser humano (“Tomy Amador”); con chicas doloridas, que sufren el acoso de un pasado atroz (“Mar”); con mujeres alienadas que, gracias a un aforismo de Paracelso, comienzan a advertir las paulatinas renuncias que pueblan su vida (“El pensamiento mudo de los peces”); o tenemos noticia de las dádivas sexuales que es capaz de ofrecer una mujer compadecida (“Rehén”); u observamos cómo un hombre puede convertir a una mujer en salvaguarda o en isla, frente al naufragio de la cotidianidad (“Marta”); o constataremos qué siente una muchacha herida por la bofetada de la decepción (“Pensamiento de amor”); o conoceremos a seres tan magnéticos como Clara (que elude una culpa mediante el artificio del conformismo), Luisa (que se retira al campo para no sufrir la agresión envidiosa de sus antiguos amigos) o Wuó (que alivia su soledad descubriendo la mágica frontera de la lluvia).
Mil historias, mil corazones, mil abismos. El pensamiento mudo de los peces es un vademécum de seres infelices, que vagan a la deriva en el naufragio del existir. Tal vez lo que Lola López Mondéjar pretenda explicarnos en estas veinte propuestas es que todos somos, en el fondo, fracasados irremediables, fracasados esenciales, que eludimos la asunción de ese dato mediante la añagaza de refugiarnos en la amnesia, o en la memoria corta de los peces, o en la memoria guadiánica. Quién sabe.

martes, 16 de julio de 2019

El tesoro de Jacinto Montiel




Jacinto Montiel trabajó durante años en la sede de la compañía eléctrica en Villa de Fuentes y ahora, convertido en un otoñal prejubilado, dedica su tiempo libre a ser cronista del pueblo y a tratar de demostrar documentalmente una de las obsesiones de su vida: la existencia de los chatos (unos gnomos que, al parecer, esconden desde tiempos ancestrales un espectacular tesoro). La consulta de documentos antiguos y las visitas a la prostituta Begoña, con la que mantiene una relación venal pero también amistosa, completan las horas de sus días.
Pero la tranquilidad de la zona se resquebraja cuando comienzan a producirse unos hechos inquietantes, que se suceden a velocidad de vértigo: la muerte de Pepe el Veneno, la desaparición y posterior muerte de Mauricio, la quema de unas carpetas, el furibundo ataque que tiene como víctima al sacerdote de la localidad, la llegada de un menesteroso circo zíngaro… ¿Qué está ocurriendo en Villa de Fuentes? ¿Por qué los efluvios del Mal parecen haber decidido cebarse con la sosegada población? Jacinto Montiel, decidido a averiguarlo, se llevará varias desagradables sorpresas, que lo obligarán a tomar decisiones a vida o muerte.
Con esta novela breve que tiene inequívocos aromas de fábula (y que en algunos tramos recuerda a La coartada del diablo, de Manuel Moyano), Ismael Orcero consigue seducir a sus lectores mediante una historia que va llenándose, página tras página, de enigmas, de preguntas sin resolver y de miedos que se adentran en el alma hasta producir espeluznos. La cubierta de Diana Escribano Henarejos, como siempre, acertadísima.

La voz melodiosa



Qué magnífica narración acabo de terminar. Se trata de la novela La voz melodiosa, de Monserrat Roig, traducida por José Agustín Goytisolo (Plaza & Janés, Barcelona, 1987). Es la historia de un chico feísimo al que su abuelo (un rancio hidalgo catalán) mantiene en su casa barcelonesa, escondido, creando para él un universo perfecto de sabiduría, profesores particulares y ternura (canalizada a través de la sirvienta Dolors). Cuando por fin el muchacho se hace adulto y sale camino de la universidad, el mundo estalla en su mente: los estudiantes izquierdistas, la represión del dictador Francisco Franco… y el amor, en tres de las páginas más hermosas que yo he leído con ese tema (159-161).
El final de la novela, de una concisa y tibia languidez, me ha encantado.
No me cabe la menor duda de que volveré a Monserrat Roig.
Apunto cuatro frases que he subrayado en el libro: "(La poesía es) el arte que más gente vanidosa y menos maestros produce". "La tristeza y la locura acostumbran a hacerse compañía". "Dios es el principal huésped del infierno". "El amor absoluto es siempre un amor equivocado".

lunes, 15 de julio de 2019

Cagliostro




Leo la estupenda biografía Cagliostro, de Roberto Gervaso, traducida por María Moreu (Espasa-Calpe, Madrid, 1977); y lo hago con entusiasmo y con pasión. Qué espléndido dibujo de una vida. El personaje, desde luego, era ya novelesco de por sí: fue un reconocido estafador, prostituyó a su mujer, conoció al seductor Giacomo Casanova, vivió durante seis meses en Barcelona, fue curado de la sífilis en Alicante, ingresó en la masonería (en el año 1777), etc.
Ahora bien, con esos esplendorosos materiales un biógrafo mediocre o aturullado podría haber compuesto una porquería de libro, y no esta maravilla que ahora concluyo. Se demuestra así, una vez más, que el atractivo de una obra no reside de forma esencial en lo que se cuenta, sino en la forma. Y ahí Gervaso demuestra ser un auténtico maestro.
Me ha impresionado especialmente la parte final, cuando se narran las infinitas vicisitudes que debió arrostrar Cagliostro en la cárcel. Pone los pelos de punta (a mí me los ha puesto) la saña de la Iglesia Católica con los disidentes (en el caso que nos ocupa, cuatro larguísimos años llenos de crueldad inaudita).
Un trabajo impresionante, que recomiendo con fervor.

Acompáñame



Contaba Jorge Luis Borges que cuando una de sus abuelas estaba agonizando en su lecho convocó a los miembros de la familia y les dijo: “Soy una mujer muy vieja, que está muriéndose muy despacio. Que nadie se alborote por una cosa tan común y corriente”. Pese a esa sentencia valerosa o estoica, la muerte sí que comporta para la inmensa mayoría de los seres humanos unos tintes de zozobra, ansiedad, desconcierto o pánico que convierten la situación en un trance de difícil acometido. La certidumbre de que un día cerraremos los ojos y no los volveremos a abrir deviene losa emocional que, queramos o no, actúa sobre nuestro ánimo de un modo determinante.

La muerte, contradiciendo a la venerable abuela del genio argentino, sí que es algo extraordinario. Más extraordinario incluso que el nacimiento, porque de éste no somos conscientes, pero de la muerte sí: sabemos (gradualmente o de súbito) que nos estamos yendo. Y tragamos saliva porque ignoramos si hay algo que nos espera al otro lado; y qué es; y cómo va a ocurrir. Le tememos al dolor. Le tememos a la incertidumbre.

La autora de este decálogo que hoy aparece en la página (editado por el sello Tirano Banderas) nos ofrece un utensilio auxiliar para que seamos capaces de acompañar de forma más adecuada a quienes se están yendo; para que sepamos qué decirles y cómo actuar; para que estemos a su lado en el proceso terrible y melancólico del adiós. Con palabras sencillas, que se deslizan ante los ojos de un modo fluido, la escritora nos va recomendando modos, palabras y gestos que su larga experiencia profesional en el mundo de la enfermería le ha permitido reunir e ir decantando, de tal modo que los lectores accedemos a una sabiduría fiable y confortadora.

Estamos señalados de forma unánime por la muerte. Y casi todos, también, vamos a enfrentarnos tarde o temprano a una situación terrible de permanencia junto a una persona agonizante, así que conviene leer este decálogo, que resultará útil para creyentes y descreídos, porque sus enseñanzas y consejos contienen tanta lucidez, tanta serenidad y tanto sentido común que resultaría imposible mejorarlo.