jueves, 29 de septiembre de 2011

Academia Europa




En octubre de 2008 le escuché decir a Luis Leante, durante una conferencia pronunciada en Molina de Segura, que la obra de la que más orgulloso se sentía era Academia Europa. Ignoro si el transcurso del tiempo ha modificado esa impresión, pero es probable que el escritor caravaqueño no se haya apartado mucho de ese parecer. Su protagonista es un joven estudiante de lenguas clásicas (como lo fue en su día el escritor) que, agobiado por las estrecheces económicas, ha de buscar empleo en una academia bastante singular. La entrada de ésta le recuerda a"una boca con los dientes podridos" (p.17) y es el preámbulo que lo conduce hasta don Segundo Segura, director de la misma, quien después de una entrevista voluntariosa y agónica le termina concediendo el puesto de trabajo. Su misión consistirá en enseñar física y química, ortografía, lenguaje, derecho y contabilidad; y se le pagará una miseria. Pero el protagonista, acuciado por la innoble asfixia del dinero, termina aceptando. Hasta ahí, en nada difiere esta situación de la que ha podido sufrir en un momento u otro cualquier licenciado que busca su sitio en el difícil mercado laboral.
Pero de inmediato comienzan a acumularse las anomalías a su alrededor: sus alcanforados compañeros de docencia (don Cirilo y don Efrén, que parecen "una fotografía en sepia", p.27); el ambiente opresivo de la academia ("la gruta", p.31); la extrañeza que le provoca que, ante su protesta, el director le doble el sueldo de forma instantánea con tal de que no se vaya y, además, le conceda la posibilidad de vivir allí, en un cuarto; la turbadora esposa de éste, Ariadna, que le transmite al joven licenciado un espeluzno de intriga y deseo... Pronto descubrirá que la madre de Ariadna se llama Pasífae; y que la hija de Ariadna y don Segundo (una auténtica lolita, tan afiebrada como peligrosa) se llama Egle... Se multiplican las resonancias clásicas, y también el aroma trágico y claustrofóbico de todo lo que rodea al joven filólogo, que empieza a sospechar que ha quedado atrapado en un ámbito estanco, pegajoso e irresistible, del que le resultará punto menos que inútil tratar de escabullirse.
Lo difícil (también lo complejo) de esta trama es que Luis Leante introdujo en ella muchos elementos de su propia experiencia laboral, debidamente adaptados para la ficción. Y el gran conflicto que se le planteaba era el de distanciarse de esos elementos para construir, ante todo, un edificio narrativo valioso y exento, proeza que consigue en cada una de sus páginas.
Cuando se publicó esta obra hace algunos años, después de obtener un premio de novela corta, elaboré una reseña sobre ella y dije que era cuestión de tiempo que alguien como Luis Leante terminara publicando en Alfaguara (a las hemerotecas remito para comprobarlo). Me hace feliz comprobar que mi vaticinio se ha cumplido y que el escritor caravaqueño está donde sin duda merece. Y por muchos años.

domingo, 25 de septiembre de 2011

El holocausto español



Bertolt Brecht, en uno de sus poemas más famosos, se interrogaba acerca de cuestiones en las que la mayoría de los seres humanos ni siquiera detenemos nuestra mirada reflexiva. Napoleón —se dijo el dramaturgo alemán— conquistó media Europa; determinado faraón construyó una pirámide; etc. Bien, pero, ¿lo hicieron solos? Indudablemente no: hubo a su lado estrategas, soldados, héroes, economistas, campesinos, constructores, operarios, fanáticos y peritos. Hubo miles de seres humanos que convirtieron el proyecto en realidad. Y esto nos lleva, lógicamente, a la condición simplificadora de la Historia. O por expresarlo con un juego de mayúsculas y minúsculas: se nos dice habitualmente Quién, pero no quién. Miguel de Unamuno, profundizando por ese sendero de análisis, llegó a lo que él llamaba la intrahistoria; es decir, el acercamiento al hecho menudo, puntual, concreto, anecdótico... y revelador.
Paul Preston, uno de los historiadores más prestigiosos y galardonados del mundo, nos acaba de ofrecer un descomunal trabajo que, con el llamativo título de El holocausto español (Odio y exterminio en la Guerra Civil y después), publica la editorial Debate. Su envergadura (más de ochocientas páginas) podría parecer un inconveniente, pero el lector termina olvidándolo en cuanto se sumerge en sus líneas. Con vocación de miniaturista, el académico británico recurre a una extensa lista de historiadores e informantes que, desde todos los puntos de España, han ido facilitándole lo que él requería: datos concretos, nombres y apellidos, cifras exactas y no manipuladas. En suma, historia rigurosa de lo que ocurrió en los cinco años anteriores al estallido de la guerra civil de 1936 y en los que vinieron después. Sin dejarse llevar por las hipérboles reduccionistas o inflacionistas, Paul Preston ha navegado por aguas difíciles para intentar aproximarse a la almendra de la verdad, ese territorio tan arduo (habida cuenta de los resquemores enquistados que siguen flotando y ardiendo a su alrededor). No duda para eso en emplear algunas fórmulas de innegable dureza, sin que la tiemble el pulso a la hora de hacerlo, tanto a la derecha como a la izquierda del espectro político. Por ejemplo, cuando se refiere a la «crueldad glacial» de Francisco Franco, en la p.132; o cuando nos habla de la traidora condición del asturiano Santiago Carrillo como «submarino dentro del Partido Socialista», en la página 467.
Esa misma fiebre verbal, a veces, conduce a Paul Preston hasta posiciones más discutibles. Por ejemplo, si echamos un vistazo a la página 96 veremos que nos habla de unos anarquistas que asaltaron una oficina de reclutamiento militar y que en ella «mataron a dos guardias e hirieron a un tercero». Apenas unas líneas más tarde, el historiador comentará que cuando los militares lograron rehacerse de la sorpresa repelieron el ataque de los anarquistas y «los mataron a sangre fría». Como puede observarse con nitidez, el tratamiento verbal de ambos sucesos es muy significativo: unos «mataron» y los otros «mataron a sangre fría». Y no es un ejemplo aislado. Si acudimos a las páginas 134-135 veremos que Preston nos habla de que en un enfrentamiento que se produjo en Sama de Langreo «perdieron la vida 38 guardias civiles»; mientras que en otro foco de conflicto «los rebeldes fueron aplastados por un regimiento del Ejército (...) causando la muerte de seis vecinos». Como se puede ver en este revelador uso de los regímenes verbales, los guardias (38) «perdieron la vida» y los obreros (6) «fueron aplastados». Pero como todos los asuntos relacionados con la guerra civil suelen ser más bien espinosos, ruego que no se me entienda mal. No estoy diciendo que la obra de Paul Preston deba ser juzgada como un libro tendencioso o demasiado marcado ideológicamente. Nada más lejos de mi intención. Por el contrario, se me figura un volumen valioso, fruto de un trabajo descomunal y bien hecho. Lo que digo es que deberíamos tener la cautela intelectual de verlo como una aportación brillante, lúcida, esclarecedora y sensata sobre nuestro último conflicto bélico, pero que no debemos caer en la tentación de considerar este libro como una Biblia incontestable. Casi nada lo es en el terreno de la Historia, y seguro que el propio Paul Preston aceptaría discrepancias y matices. Lo dicho: para leer, reflexionar y saber de dónde venimos.

jueves, 22 de septiembre de 2011

Kronos (La puerta del tiempo)



Las fabulaciones novelísticas donde se juguetea con la posibilidad de que exista una máquina del tiempo que vulnere hacia atrás y hacia delante el orden rectilíneo del mismo han sido frecuentes. El nombre de Wells es, en este tipo de narraciones, paradigmático. Ahora, Felipe Botaya se atreve a ensayar una variante muy ingeniosa titulada Kronos (La puerta del tiempo), que le publica la editorial madrileña Nowtilus y que se articula sobre un complejo experimento nazi que se ambienta en noviembre de 1944 y que tiene un objetivo: robar el Arca de la Alianza para, con su auxilio, impedir (en el pasado) el desembarco de Normandía e infligir una severa derrota a sus enemigos. Pero lo anonadante consiste en el método para obtenerla: viajar hasta la Etiopía del año 962 mediante la máquina bautizada como "La Campana" y conseguir que un comando especial se haga con ella.
La obra contiene, como no podía ser de otro modo, elementos excelentes y otros que no lo son tanto. Entre los primeros figura el capítulo I (uno de los mejores capítulos iniciales de novela de aventuras que he leído); las páginas dedicadas a la historia del Arca (en especial, el capítulo IV) y el ritmo narrativo de la mayor parte de la obra, llevado con buen pulso. Entre los elementos negativos están sobre todo aquellas secuencias que sirven únicamente (y ostensiblemente) de relleno: esas cuatro páginas que dedica a explicar la evolución histórica del arma MG42; las seis que le dedica al prescindible relato del secuestro de Mussolini; o las cuarenta que mete con calzador (y con poco tino, pues rompe la cadencia novelística) para contarnos cómo hubiera sido el futuro del mundo si los nazis hubieran logrado vencer a los aliados en la Segunda Guerra Mundial (páginas 185-224).
Felipe Botaya de todas formas es un narrador habilidoso, que consigue ir conjugando la documentación histórica real con el vuelo libre de la fantasía, para edificar una novela de sólido formato, que mantiene la tensión hasta el último segundo y que lleva a los potenciales lectores de la obra a formularse una pregunta: si los nazis consiguieron el Arca y llegaron a utilizarla, ¿por qué no alcanzaron su objetivo de variar el rumbo de la guerra? Y lo que es aún más importante: ¿existen pruebas de que los nazis viajaron realmente al pasado, a épocas remotas incluso? Un piolet incrustado en una roca del Cretácico (es decir, hace unos trescientos millones de años), unos bajorrelieves del templo de Abydos (donde se ven claramente figuras que son helicópteros y submarinos) o un cráneo datado hace 38.000 años y que presenta un inequívico agujero de bala (que el autor aporta en las fotografías que cierran el volumen y que son auténticas) sembrarán la curiosidad, la inquietud y el estupor de todas las personas que se decidan a abrir este libro.

domingo, 18 de septiembre de 2011

Miradas cómplices



Me unen a la jumillana Ana María Tomás, desde hace bastante tiempo, muchos lazos de admiración literaria. He hablado de sus libros en periódicos, revistas, emisoras de radio y blogs. Y siempre me ha resultado sumamente sencillo subrayar las bondades de sus poemas, porque son tantas y tan evidentes que hasta un miope las advertiría sin vacilación. De ahí que encontrarme en la librería con un nuevo título salido de su pluma haya sido, como siempre, una delicia. Se trata de Miradas cómplices, un volumen editado por la Obra Social de la Fundación La Caixa y que va acompañado con ilustraciones de Javier Villa, Melero, Willy Ramos y Pepe Lucas. En sus páginas, Ana María Tomás continúa con su línea de poetización del mundo, que abarca tanto los aspectos externos (los conflictos entre palestinos e israelíes, las prostitutas de la calle Montera, la irracional agresividad en la que vivimos inmersos, la madre Teresa de Calcuta, el hambre en los países subdesarrollados) como los internos (la soledad, la tristeza, el sacrificio, el desamor, las ilusiones), de tal suerte que el poemario se transmuta en un magnífico crisol donde quedan consignadas todas las emociones positivas y negativas de la autora.
En este conjunto lírico, de tan hermosa como a veces terrible factura, destacan algunos poemas especialmente significativos. Por ejemplo, el que ocupa la página 24, donde Ana María Tomás reflexiona sobre la perversión de un mundo que fabrica armas para que se maten los otros y que luego, con hipocresía inaudita, finge compadecerse de las víctimas de esas armas, celebrando conferencias de paz, foros de reflexión y simposios sobre las posibles soluciones. O el delicioso conjunto de versos que completa la página 49 donde la escritora jumillana nos habla con fervor de alguien que la espera en casa, abnegado, dulce y comprensivo; alguien en quien se puede confiar a ciegas; alguien al que sin duda puede calificarse de inseparable de la poeta... Y una vez establecido ese catálogo de devociones y de inciensos la escritora apostilla como conclusión: «Cuando me mira desde el fondo de sus ojos, tan negros, me pregunto... por qué el hombre no podría tener el alma de los perros». Si el espíritu del poema no contuviera tanta tristeza en su raíz, casi estaríamos tentados de etiquetarlo como texto humorístico. Y no conviene dejar de lado el espléndido poema que llena de luces la página 98, donde la autora, lejos de rechazar su faceta como ama de casa, enarbola esas acciones (limpieza, planchado, lavadoras) como inmolaciones de amor y como sacrificios que ejecuta por devoción a los suyos.
En este poemario (nuevo peldaño de ascenso en la carrera literaria de Ana María Tomás) encontramos, eso sí, un rasgo que lo diferencia a mi juicio de los anteriores: en estas nuevas páginas se respira muchísimo más dolor, mucha más tristeza, mucha más decepción, muchas más lágrimas. Nos habla de corazones vulnerados, de traiciones que se recibieron como si se tratara de heridas, de venganzas moduladas por la serenidad (página 41), de la conveniencia de extraer la felicidad del tiempo presente (página 43) o de utilizar los golpes recibidos como fuente de crecimiento personal («Todo el estiércol que arrojaron sobre mí ha hecho florecer petunias y jazmines en mi alma», página 48). No es necesario ser un lector de finísimo olfato para comprender que la escritora ha sufrido algún duro revés en los últimos tiempos, y que su forma de exonerar ese dolor ha sido escribir versos y convertir esa tristeza en poemas que puedan servir a otras personas.Si es verdad, como ella misma asevera en la página 27, que «nacimos para ser felices», una de las tareas primordiales de la literatura tiene que ser la de transformar el padecimiento personal en belleza universal. Tres de los poetas que son citados con gran profusión en las páginas de Miradas cómplices (el sevillano Luis Cernuda, el italiano Francesco Petrarca y el chileno Pablo Neruda) lo hicieron así: tomaron sus dolores, prensaron su angustia y destilaron para la posteridad su lección de vida. Es cierto que siempre nos acechan los reveses, las traiciones y los desengaños, pero la grandeza de la escritura auténtica consiste en sobreponerse y llenar de luz el futuro.

miércoles, 14 de septiembre de 2011

El andar del borracho



A quien se le diga que un libro destinado a explicar los mecanismos que rigen el azar desde el punto de vista matemático y estadístico puede ser ameno, divertido y absorbente, pensará que le están tomando el pelo. Pero no es así. El andar del borracho es el título de esa obra, que publica en España el sello Crítica. Y Leonard Mlodinow (doctor en física por la universidad de Berkeley y guionista de éxito para la serie Star Trek) es su autor.
El proyecto que se marcó Mlodinow fue el de "ilustrar el papel del azar en el mundo que nos rodea, y mostrar cómo podemos reconocerlo en el funcionamiento de los asuntos humanos" (p.10), que es precisamente donde con más ahínco nos empeñamos en no verlo y en no reconocer su influencia. En efecto, como bien dice Mlodinow, nos gusta pensar que nuestros éxitos y nuestros fracasos obedecen a una especie de matemática exacta, que podemos controlar de alguna manera. Un buen equipo de fútbol obtendrá más victorias si contrata a los mejores jugadores; una empresa aumentará sus beneficios si está dirigida por un ejecutivo responsable; una película tendrá tirón comercial si su trama y actores son escogidos de manera escrupulosa... Pero aparece entonces Leonard Mlodinow y nos explica, desconcertantemente, que no es así. Que el azar interviene en cada parte del proceso a base de casualidades, imprevistos, giros inesperados, albures o chambas, y puede dar al traste con toda la organización racional que planifiquemos sobre el asunto. Y que por lo tanto el Barça o el Real Madrid no ganarán la Liga, Kevin Costner fracasará en su próximo largometraje o Bill Gates será desbancado de su trono en virtud de esos inesperados reveses aleatorios. O, para decirlo con una fórmula más literaria que técnica, esmaltada por el investigador: "La cuerda que ata la aptitud con el éxito es tan floja como elástica" (p.236).
Para explicar y convencer a los escépticos, Mlodinow aporta gráficos de todo tipo, razonamientos basados en teorías matemáticas y, sobre todo, disecciona un auténtico aluvión de casos concretos cuyas características desmienten lo que 'científicamente' confiaríamos que pasara. Además, nos cuenta la teoría estadística de que cuantos más fracasos acumulemos más cerca estaremos, paradójicamente, del éxito. Puro cálculo de probabilidades. Para ilustrarlo nos refiere que el primer manuscrito de Harry Potter sufrió nueve negativas de editores, que no consiguieron vencer la tenacidad de J. K. Rowling; o que un texto de John Grisham (Tiempo de matar) fue rechazado hasta por veintiséis editores, antes de ver la luz. Un buen caudal de anécdotas protagonizadas por Bruce Willis, la marca Coca-Cola, las obras completas de Shakespeare en serbio, la presentadora Oprah Winfrey o Marilyn vos Savant (la persona con el coeficiente intelectual más alto de la Historia) aumenta más aún los atractivos de este volumen que enriquece a sus lectores.

domingo, 11 de septiembre de 2011

Ficcionarium




Conocer a un nuevo buen escritor es siempre una enorme alegría, al menos para mí. Y si dicho escritor es además joven la alegría que experimento al conocer sus obras se multiplica, porque esto suele indicar que son mayores las posibilidades de que termine leyéndome dos, cuatro, diez, veinte libros suyos con el paso de los años. Me ocurrió con Pascual García, me ocurrió con Manuel Moyano y con unos pocos más. Ahora me ha ocurrido con el bilbaíno Fernando Palazuelos (1965), del que he podido leer la colección de relatos titulada Ficcionarium, que le publica hermosamente el sello tinerfeño Baile del Sol.
Ya desde su inicio se advierte que esta obra es muy prometedora, y que el lector encontrará en ella tanto excelencias literarias como finos detalles de humor. Así, cuando en La vitrina del geólogo nos explica la exposición de materiales que prepara un científico, lo que menos podemos imaginar es el curioso y rocambolesco origen de una de las piedras. El arca de Noé narra las divertidas vacilaciones del patriarca bíblico acerca de si llevar o no llevar termitas en su nave. Caballo de Troya nos cuenta las vicisitudes invisibles que acontecen a todos los soldados que se encuentran expectantes en el interior de la trampa, prestos a rendir la mítica ciudad. Linneo muestra no sólo la genialidad del botánico sueco, sino su mala uva y su extrema capacidad para el rencor. Contención de Gray explica la fatalidad que azotó a este inventor, que no consiguió patentar el teléfono antes que Graham Bell por dos horas de diferencia. Ojeriza es la simpática venganza senil de alguien cuyas tierras fueron expropiadas años atrás, y que se niega a aceptarlo con mansedumbre... Esta primera parte del tomo, que se conforma con 90 páginas de microrrelatos, es sencillamente fantástica.
La segunda parte, no menos excelente, se inicia con El retrato de Marie Van Cride, donde se nos instala en las obsesiones de un pintor que, tras pintar desnuda a su amante, se obsesiona con la idea de que el nuevo propietario del cuadro la va a gozar como él. Obsesión tiene como protagonista a un escritor que se ha quedado sin inspiración y que conoce a un anciano librero de viejo, que dispone en su casa de miles de fichas con argumentos literarios aprovechables. Vigilante nocturno se desarrolla dentro de un museo, de madrugada, y su protagonista es un empleado con unas aficiones y unas teorías pictóricas muy singulares. La vida desde abajo son las confesiones de un escritor que, en su juventud, robó sus poemas originales a un limpiabotas fallecido (adueñándose así de su talento).
Y la tercera parte se detiene en reflexiones más filosóficas o ensayísticas, que llevarán al lector a formularse preguntas sobre el ser humano, su destino o las trampas del tiempo. Se incluyen aquí perlas como Qué será de aquel muchacho (un niño que empujaba la silla de ruedas de su padre. Fernando Palazuelos se pregunta qué habrá sido de aquel chaval abnegado) o Criaturas (que versa sobre el mundo de la escritura y sus magias). Igual mérito, emocional y literario, tiene la pieza que lleva por título El mequetrefe (recuerdo de uno de sus viejos maestros de escuela, fascista, violento y atrabiliario, que gozaba pegando a los alumnos, entre ellos su propio hijo, al que ahora el narrador imagina convertido en pedagogo especializado en niños autistas).En suma, un volumen muy completo, que me anima a leer otras obras del escritor. Veo en su escaparate virtual de Internet (http://www.fpalazuelos.blogspot.com/) que ha realizado incursiones en el mundo de la novela (La trastienda azul, Pura chatarra, Las manos del ángel, Papeles de penumbra. Todas ellas publicadas por Lengua de Trapo), los relatos ilustrados (Designios. Diputación de Badajoz), el teatro (Billete a Vidanueva. Biblioteca Ciudad de Castellón) e incluso la poesía (La memoria de los esclavos. Baile del Sol). Hay, pues, donde elegir. Ya adelanto que, si no ocurre contratiempo, no van a pasar muchas semanas antes de que vuelva a dar noticias suyas en esta página de críticas. No andamos tan sobrados de buenos escritores como para permitirnos el lujo de conformarnos con una sola obra de uno que realmente brilla.

jueves, 8 de septiembre de 2011

El profesor en la trinchera




Será necesario admitir, como punto de partida, que vivimos un tiempo difícil para las personas cuya actividad profesional consiste en ponerse delante de un buen montón de alumnos y tratar de enseñarles. Da igual la asignatura (inglés, lengua, matemáticas, tecnología); da igual el nivel académico (ESO, bachillerato); da igual la localización geográfica del centro de estudio o el escalón social donde se sitúen la mayor parte de sus asistentes. Lo realmente conflictivo, generalizado y frustrante es que estos profesionales no pueden realizar en condiciones óptimas (ni siquiera razonables) su labor docente: alumnos que están obligados por ley a permanecer en los colegios e institutos hasta los 16 años, aunque no lo deseen; familias que se avienen a darles la razón en cualquier conflicto que puedan provocar en su centro de enseñanza; falta de motivación; peleas; introducción de elementos electrónicos y musicales no permitidos, que convierten los institutos en virtuales centros de ocio (móviles, ipod, auriculares); etc.
El profesor José Sánchez Tortosa, filósofo y escritor, publica en La Esfera de los Libros un tomo auténticamente luminoso al respecto, que se titula El profesor en la trinchera, y que muestra las dificultades, inconvenientes y hasta humillaciones a las que debe someterse un docente para lograr impartir una pequeña parte de su materia a una pequeñísima parte de sus alumnos. Miles de lectores de este tomo creerán que exagera; pero otros miles (quienes somos, como él, profesores) nos sentimos retratados en sus análisis, tan lúcidos como completos, tan implacables como irónicos, tan certeros como aleccionadores. Nos hablará del estrépito que se respira en las aulas ("Es el contagio el que explica que sea tan difícil romper la quietud muda de una sala de museo, de un teatro o de una biblioteca, donde reina un silencio casi total, y tan difícil mantenerlo en un aula de secundaria en la que lo predominante es el ruido", p.67); del error que supone no sancionar duramente a los alumnos perniciosos para el resto de sus compañeros y para el centro donde están aparcados ("La sospecha de la impunidad es el germen de la catástrofe educativa", p.145); de la implicación poco activa de los padres, que deberían "dejar que sus hijos se conviertan en adultos por sí solos, en lugar de perpetuarlos en una falsa infancia, impuesta y disfrazada de una mayoría de edad torpe, irresponsable y exclusiva para los fines de semana" (p.164). Y llega incluso a lanzarnos párrafos tan perturbadores como éste, que queda para la reflexión: "¿Se podría admitir como regla genérica que las generaciones educadas en principios autoritarios, por reacción, como Edipo matando a papá o el hombre a Dios, acaban siendo adultos demócratas y a la inversa? ¿Y si los Estados modernos han encontrado que resulta aún más eficaz para producir ciudadanos manejables y sin criterios propios la educación igualitaria y antiautoritaria que la jerárquica y autoritaria?" (p.73).
Leído sin prejuicios, este volumen da para horas y horas de reflexión.

lunes, 5 de septiembre de 2011

Los pobres desgraciados hijos de perra



Cuando sobre la mesa de novedades de una librería se encuentra uno con un libro en cuya portada aparece un título como La máquina de follar (Bukovski), Gracias y desgracias del ojo del culo (Quevedo) o Coños (De Prada), la primera de las sorpresas está garantizada: la que expande las pupilas del lector y lo lleva, quizá, a coger el volumen entre sus manos. Carlos Marzal, el inmenso y exquisito poeta valenciano, acaba de sumarse a ese catálogo de marbetes editoriales de impacto con Los pobres desgraciados hijos de perra, una colección de cuentos que ha publicado en la editorial Tusquets.
Explicado este punto, pasaré a dar un consejo a las personas que puedan leer esta reseña: si juzgan este libro en función de su título tremebundo y por tanto desdeñan su lectura estarían cometiendo un error. Los doce relatos que componen la obra son otras tantas maravillas estilísticas, argumentales y emocionales, donde se nos retrata un mundo melancólico que se vertebra alrededor de Portacoeli y en el que la memoria y la reflexión son las herramientas más utilizadas. Con un poco de suerte es el magnífico relato sobre un verano de fútbol, amores imposibles, amigos que luego la vida erosionó y camaradería. En Leche de búfala iremos con Carlos hasta Italia, donde será hospitalizado a causa de unos dolorosos cálculos biliares y se encontrará con un viejo hindú del Punjab. Medio folio nos muestra a dos amigos que anhelan ser escritores, con diferente grado de éxito, lo que genera tensiones entre ellos. Tierras Hondas es una espléndida crónica de adolescentes en una urbanización de verano, donde vivieron sus primeras, intensas y efímeras relaciones («Amores haikus», como los bautiza Marzal en la página 87) y donde el aburrimiento era el ingrediente básico y hasta ecuménico. El narrador vivió allí un tórrido romance con María, que duró tres semanas eternas. Luego él, cobarde, la abandonó. Al cabo de los años aún la recuerda con gran nitidez, culpabilidad y nostalgia. En Los fundamentos de Noam, el narrador ha de enseñar sintaxis a su amigo Santi, refractario al estudio. Durante el verano, conoce a Adolfo, el hermano traficante de Santi, y a su abuela Victorina, dos personajes que le darán un enorme juego narrativo. Una fórmula mágica supone una espléndida reflexión sobre el poder del dinero para manipular, convencer y corromper a las personas. Casa nuestra nos presenta a Luis, un ex-profesor de bachillerato que se encuentra de baja por depresión, el cual asiste impotente al modo en que sus cuñados (y sus propias hermanas) le comunican que la vieja casa de sus padres, donde él vive ahora después de cuidarlos durante años, rodeado por los libros familiares, va a ser vendida para aprovechar sus posibilidades inmobiliarias. El primer tren de la mañana explora en el mundo del ayer y de la melancolía: para conmemorar los 30 años de la época de Portacoeli, el narrador se reencuentra con Adriana, su espléndida y explosiva novia de entonces, a la que vuelve a besar y de la que se vuelve a encandilar. Pero pronto descubrirán que hay trenes que pasaron y que se perdieron en la lejanía.
Hay, desde luego, más relatos en este volumen prodigioso, pero supongo que las breves aproximaciones que dejo aquí apuntadas pueden servir para que los lectores se hagan una imagen bastante nítida del conjunto. El poeta Carlos Marzal ha sabido sumergirse en las aguas del recuerdo y en el confuso mundo de los sentimientos humanos para demostrar, machadianamente, que el ayer no está en modo alguno escrito y que la memoria es un territorio virgen del que pueden brotar aguas muy reveladoras. Escribió el novelista francés Gustave Flaubert, en una maravillosa página de su Correspondencia íntima (traducida por Emma Calatayud para Ediciones B), esta frase excelente, que viene perfecta para ilustrar el espíritu de la obra que hoy comentamos: «Viajo por dentro de mí como por un país desconocido». Estos relatos ahondan en esa línea de introspección de un modo enérgico y brillante. Y es que bucear hacia adentro y hacia atrás es siempre la espeleología más ardua y más admirable. Carlos Marzal ha ratificado con esta obra que es un maestro de la literatura y de la psicología.

jueves, 1 de septiembre de 2011

Donde empieza la nada



El escritor auténtico (si el sintagma no es tautológico) se pelea siempre con el ángel, lo desafía, le lanza zarpazos, lo golpea, le exige que le entregue los secretos que trae de lo alto. La mayor parte de los "escribidores" (y aquí entramos en una categoría estética —y ética— inferior) se rinden pronto: en cuanto no les dan un premio, no les publican en la editora de su ciudad o los postergan en cualquier acto medianamente provinciano. Están hechos de arcilla. Pero los escritores de verdad, los que tienen el alma de acero y el corazón burbujeante de palabras hermosas, desgarradas y fértiles, prosiguen el combate con fe en sí mismos, con energía inagotable, hasta que la figura angélica se rinde y les entrega la antorcha.
Miguel Sánchez Robles pertenece a la estirpe de los combatientes llenos de fe, a la estirpe de los desgarrados, que se sacan las obras del alma y las van dejando en los papeles para que los demás podamos verlas y maravillarnos con su lección. Tras conseguir el VI Premio de Novela Corta de la Diputación de Córdoba, la editorial Algaida le editó Donde empieza la nada, un ejercicio de anatomía y de espeleología en el que un vendedor de libros que se ha quedado viudo y que está aquejado por una "especie de estrabismo existencial" (p.18) recorre los senderos interiores que lo llevan a la angustia, al vacío, a la constatación de que vivimos en un mundo que es trampantojo y celada; un mundo en el que somos "un nadie para siempre" (p.86) y donde todo "adviene como una hemorragia" (p.274). Lentamente, con fruición de profeta y con calma de taxidermista, Cosme López (el narrador) nos va contando sus vísceras, sus egagrópilas de hombre desengañado y dolido, sus observaciones purulentas y viscosas, llenas de lucidez ("Soy un hombre al que no se le puede engañar porque ya ha descubierto qué es la vida", p.67).
Nos hallamos ante un libro peligroso, sin duda. (¿Qué gran libro no lo es?) Ante un libro que retoma algunos de los cauces ya explorados en la anterior novela de Miguel Sánchez Robles, La tristeza del barro, y que se construye sobre una potente voz narrativa, hecha de estertores, poesía, úlceras y descubrimientos. Y todo ello servido con una prosa coloidal, escalofriante y magnética, donde acechan brillos, pero donde también nos salpican los horrores derivados de quien entiende la verdad y nos la cuenta ("Nadie quiere saber, ni que le digan, que no somos otra cosa que la ausencia de quien siempre quiso irse buscando un resplandor que no está aquí, nadie quiere saber que la vida se pierde y no llega a cumplirse, nadie quiere saber la verdad verdadera que todos rehuimos", p.171).
Cómo no estremecerse con este libro. Cómo no reconocer la maestría (casi siempre espeluznante) de Miguel Sánchez Robles. Esta novela es un espejo negro, en el que horroriza (pero donde es necesario) mirarse.