lunes, 31 de octubre de 2022

Cuarteto

 


Son cuatro personas de alto nivel económico y social, que viven en Cataluña durante los primeros años de la democracia: Carlota es dueña de una importante tienda de antigüedades y está casada con Luis; Esteban (a quien todos conocen más bien por su apellido, Modolell) es arquitecto y está casado con Pepa. Un tiempo atrás, en 1977, conocieron durante un viaje a Luksor a Ventós, diez años mayor que ellos, quien desde entonces se convirtió en su amigo. Ahora, como un mazazo, la desgracia se abate sobre el grupo: Carlota ha aparecido ahogada, con un disfraz similar al de la Ofelia shakespeareana, y todos los indicios apuntan a un asesinato (en sus pulmones se ha encontrado agua jabonosa de bañera). Para redondear el estupor, las investigaciones revelan que estaba embarazada.

A partir del descubrimiento del cadáver, se activa un proceso de investigación del que se ocupa el inspector Dávila, quien comienza la ronda de interrogatorios: el marido es el principal sospechoso, pero cuando este manifiesta su ignorancia sobre el embarazo de su esposa, Dávila valora más bien la posibilidad de que el crimen lo haya cometido el presunto amante. Y todo se va enrareciendo de forma paulatina: un personaje que manifiesta su odio por Carlota, un personaje que se suicida, un personaje que esconde un secreto… Todos participan de un cuadro en el que nada es lo que parece, y en el que verdades y mentiras se van entrelazando constantemente. Sólo al final de la narración terminaremos de unir todos los hilos y alcanzaremos la solución del enigma.

Con eficacia sintética (y con la habitual brillantez de su prosa), Manuel Vázquez Montalbán coloca sus fichas de ajedrez sobre el tablero y nos propone una partida inteligente y sutil. Aceptemos el reto.

domingo, 30 de octubre de 2022

La Casa Rosmer

 


Beate, la desequilibrada esposa del reverendo Rosmer, se suicidó ante un tiempo; y desde entonces todo parece haberse enrarecido a su alrededor: la asistenta Rebekka no termina de encontrar su nuevo papel en la casa, ahora que la señora no está; el rector Kroll (amigo íntimo de Rosmer) se muestra inquieto por los rumores que circulan alrededor de la nueva situación doméstica del reverendo; y por el pueblo cunden las ideas progresistas (encabezadas por Mortensgård), que tienen a los poderosos “de toda la vida” sumamente alterados. Con esos mimbres iniciales, el noruego Henrik Ibsen hace que comience a funcionar su drama La Casa Rosmer, que leo en la traducción de Cristina Gómez-Baggethun para el sello Nórdica. Y si el punto de arranque es delicado, mucho más delicados y cenagosos se volverán los hechos a las pocas páginas, porque los lectores nos convertimos en dianas sobre las que el autor dispara sus certeras flechas: ¿qué motivó realmente el suicidio de Beate? ¿Qué extraños episodios de su pasado oculta Rebekka desde que llegó a la casa? ¿Qué siente en verdad el reverendo Rosmer por esa mujer, justo cuando se plantea apostatar de su fe religiosa? ¿Qué papel jugarán Kroll y el resto de sus amigos en el futuro de Johannes Rosmer, cuando manifieste su deseo de sumarse a las huestes progresistas que desean cambiar la mentalidad del pueblo? Y, de fondo, unos misteriosos y fantasmales caballos blancos que anuncian la muerte.

Siempre eficacísimo a la hora de provocar la inquietud en el lector, Henrik Ibsen despliega una trama en la que los remordimientos de conciencia, las medias verdades, las ideologías rancias y la tortura de los espíritus van conformando una historia llena de meandros y tinieblas, que se resuelve de un modo inesperado.

Qué delicia de autor. Qué dominio de los resortes dramáticos y psicológicos. Qué brillantez en los diálogos. Espléndido.

jueves, 27 de octubre de 2022

El charnego ilustrado

 


Recibió en el bautismo un nombre de aroma calderoniano (Simón Pedro Crespo) y sus inicios laborales se desarrollaron en un banco. Pero pronto aquel chico de buena familia y criado en un entorno burgués se dio cuenta de que lo suyo era la literatura, así que abandonó trabajo, familia y patria chica para irse a Barcelona y buscar allí su destino en el mundo de las letras. Evidentemente, la vida de un joven bohemio que aspira a ser escritor nunca es fácil; y la suya no podía ser, en ese sentido, excepcional. Simón tendrá que hospedarse en una pensión mediana (regentada por doña Lola), codearse con desocupados borrachines (Teófilo) e incluso con drogadictos (Carmelo) y aceptar trabajos tan peregrinos como breves (pegar carteles de cierto partido político durante la primera noche electoral; servir pizzas como motorista; empaquetar libros en un antro cochambroso). Los cantos de sirena no dejarán de sonar en sus oídos cuando comprenda que doña Lola muestra excesivo interés por su persona, y que bastaría con vencer sus escrúpulos morales para convertirse en un mantenido. Simón prefiere mantener la dignidad y no abalanzarse por ese camino, pero ignora que tendrá que vérselas aún con numerosas angustias callejeras: una banda de neonazis que lo toma por sudamericano y pretende golpearlo; una joven prostituta que quiere mostrarle su gratitud entregándole su cuerpo; unos policías que lo detienen, acusado de un crimen que no ha cometido, y que lo llevan a una comisaría de siniestra fama… Y, sobre todo, un final donde alegrías y penas se confunden y abrazan sobre el corazón del protagonista.

José Cubero Luna vuelve al territorio de la literatura con una novela de grato fluir, donde leemos interesantes reflexiones sobre la búsqueda de un camino personal y donde, sobre todo, contemplamos el mundo de los barrios bajos desde las pupilas de un chico con estudios, que decide sumergirse en la realidad para nutrir con ella sus futuras novelas y cuentos. Sin olvidarnos, claro está, de todos los instantes en que el autor nos desliza opiniones sobre el nacionalismo, las lenguas que conviven, las bandas fascistas que se enseñorean de las calles, las empresas de trabajo temporal o los abusos laborales favorecidos por la crisis. Además, nos ofrece unos magistrales retratos de distintas figuras, que deambulan por las calles y se afanan en la siempre ardua tarea de sobrevivir: Olga, doña Lola o el Tuerto se convierten pronto en personajes que el lector observa casi vivos ante él, dibujados con realismo sobrecogedor.

La editorial MurciaLibro, que apuesta por las obras de José Cubero hace ya varios años, obtendrá sin duda un nuevo éxito con esta novela.

miércoles, 26 de octubre de 2022

Algún amor que no mate

 


Cuántas veces la institución matrimonial habrá sido, para las mujeres, una cárcel o un suplicio, un pantano de silencio o un estercolero, una frustración o un reino de sombras. Podemos intuirlo. Podemos imaginarlo. Podemos lamentarlo. Pero lo que hace la extremeña Dulce Chacón, mucho más gráfica y eficazmente, es mostrarnos toda la crudeza de esa terrible situación contándonos uno de esos tristes casos en forma de novela, con el título de Algún amor que no mate.

La mujer que protagoniza los hechos se casó enamorada, creyendo que su marido era el hombre de sus sueños; y al principio sí que fue sí. Mas el paso del tiempo y los reveses de la fortuna (problemas económicos, frialdad creciente entre ellos) fue convirtiendo ese territorio de paz en un infierno lacerante, en el que pronto llegaron las imposiciones (“mi mujer no trabaja”), los desplantes (irse a comer todos los días a casa de su madre y dejarla a ella sola), las vejaciones (ella tardará poco tiempo en descubrir que el perrito que presuntamente le regaló su madre era, en realidad, un regalo de su amante), los golpes (del empujón a la bofetada, de la bofetada al correazo) y el hundimiento emocional. Es entonces cuando hay que mirarse en el espejo y reconocer que se ha fracasado, que el sueño se ha convertido en pesadilla y que los siete colores del arco iris se han contagiado de gris. Asumir la derrota, llorar por cada caricia perdida, convertir cada moratón en un recordatorio de la infamia y comprender que prácticamente nadie a nuestro alrededor nos puede entender o consolar.

Con esta primera novela que publicaba, Dulce Chacón nos dejó una impagable radiografía del corazón humano y un dibujo atroz de las amargas soledades que pueden instalarse en el alma de una persona cuando comprende que solamente las pastillas pueden liberarla de un destino inmundo.

lunes, 24 de octubre de 2022

Los Caballeros del punto fijo

 


Durante una semana, voy recorriendo las páginas de Los Caballeros del punto fijo, el quinto volumen del “Salón de pasos perdidos” de Andrés Trapiello. Y otra vez se repite la deliciosa sensación de escucharlo, que ya creo haber consignado en tomos anteriores del autor leonés. En el fondo, apenas me importa sobre qué asunto se centre, porque cuando una persona inteligente habla me produce un elevado interés escucharlo, sea sobre sus paseos por el Rastro, sobre el indignante diario de Jaime Gil de Biedma, sobre un breve diálogo entre Gómez de la Serna y el dictador Francisco Franco, sobre una Semana Santa en el Puerto de Santa María, sobre Gorbachov o sobre don Quijote de la Mancha. Es un tomo que debe ser leído con un lápiz en la mano (en mi caso, un rotulador rojo de punta fina), para subrayar frases, dibujar asteriscos en los márgenes o englobar con aplauso un adjetivo o un adverbio oportunísimos.

Caminando junto a Trapiello lo escuchamos troquelar sentencias cuyo optimismo queda moderado en su rizo final (“El tiempo trabaja para la verdad. Si quiere”); afirmaciones que oscilan entre el pudor y el humorismo (“Lo de decirle a alguien que uno escribe es algo que por decencia no se le puede confesar ni a la familia de uno”); observaciones impregnadas de una lánguida lucidez (“La vida es estar preparado para lo que jamás sucede”); líneas que resumen en pocas palabras el más largo y complicado de los viajes (“La infancia es el lugar más lejano a donde uno podría ir”); aparentes boutades cuyo espíritu tiendo a compartir (“Que baile la juventud, se comprende. En un hombre de más de treinta años resulta patético”); humoradas gobernadas por la desacralización (“Lo que hizo Freud con los sueños fue un cinefórum”); frases que convendría grabar en mármol para su constante recuerdo (“Líbrenos Dios de los tontos solemnes”); códigos que deben ser tenidos en cuenta, por su sensatez y justicia (“En literatura, y es de suponer que en todo lo demás, los jóvenes tienen que buscar al viejo. No al revés. Al revés siempre es una forma de pederastia”); o, en fin, admirables observaciones sobre los vínculos sagrados que deberían establecerse entre el lector y la obra de la que acaba de emerger, tras unas horas o unos días de convivencia íntima (“Sería bonito pensar que un libro es una ciudad vacía, en la que el lector deja, al leerlo, el eco de sus pisadas nocturnas”).

Me cuesta mucho trabajo pensar que alguna vez pueda cansarme de leer a Andrés Trapiello.

domingo, 23 de octubre de 2022

El triciclo

 


En su obra El triciclo (que leí en 1987, mientras estudiaba en la universidad de Murcia, y que releo treinta y cinco años después), el melillense Fernando Arrabal ejecuta un asesinato sin malicia, justificado por la vital necesidad que tienen los pobres protagonistas de mantener a toda costa su vehículo. “El hombre de los billetes”, exterior a su candoroso reducto, va a ser la víctima que los va a salvar de la ruina con su inmolación. “Los policías”, igualmente exteriores, serán la mano que los condene y ejecute, la mano que simboliza a una sociedad más vasta, más cruel y más injusta. ¿Por qué todos los elementos represores actúan así contra ellos? “Porque pueden”, sentencia Apal, un personaje que solamente duerme, tal vez hastiado de conocer a la perfección los mecanismos del engranaje. En esas dos palabras se esconde una crítica ronca, desangelada y abatida. “Nos quitarán el triciclo”, podría servir como resumen brutal de la pieza, la asunción dolorida de que les van a arrebatar su modo de subsistencia, su ilusionado mundo.

Cuántas cosas dice Arrabal en pocas páginas.

Cuánta madurez fatigada, escondida bajo un argumento con toques infantiles.

Tengo que seguir explorando sus obras.

sábado, 22 de octubre de 2022

WhatsApp después de la muerte

 


Descubro con agrado el libro WhatsApp después de la muerte, de Javier Arizaleta (Lekla Ediciones), que me ha provocado ese placer tan sencillo, tan primigenio y tan gratificante de encontrar a un narrador que quiere contarnos una serie de historias, sin que los oropeles del lenguaje o el alambicamiento de la sintaxis nos distraigan. En sus páginas domina una oralidad tranquila, coloquial; y, sobre cualquier otra cosa, el tono que emplearía un amigo para trasladarnos un suceso que desconocemos y que, en su opinión, nos puede entretener o interesar.

Abriendo el volumen nos adentramos ya en el relato que da título al mismo, en el que una confusión de destinatarios en los extremos de una comunicación telefónica terminará generando un hermoso vínculo entre dos seres que sufren y que encuentran en esta relación un lenitivo para sus padecimientos. Después nos informa sobre la sorprendente situación que vive un divorciado cuando consigue su nueva vivienda (“Se alquila”); sobre los divertidos juegos que vinculan a un padre con sus hijos (“¿Contamos?”); sobre la arrebatadora historia de amor que surge en la vida de un novelista (“El último capítulo”); sobre las inocentes pero irregulares prácticas que se desarrollan en el apartado de defunciones del Registro Civil (“Cinco minutos”); sobre la originalísima y surrealista idea de vincular los mundos de la música y de la poesía, con la CIA de por medio (“Los del 27”); o, entre otras historias, sobre las ventajas que se derivan de un oportuno cambio de casa (“Mudanzas”).

Y qué contarles del último escrito del tomo, dirigido a su fallecido padre (“Lo que te diría”). Mejor no les digo nada, pero les invito a que visiten el libro cuando antes y se emocionen con él.

Un primer libro que deja estupendo sabor de boca.

viernes, 21 de octubre de 2022

Relaciones imposibles

 


Existen tantas definiciones del amor como se quieran buscar, en los libros o en Internet: desde las frases edulcoradas hasta las cínicas, desde las puramente fisiológicas o químicas hasta las más etéreas y angelicales, desde las zumbonas hasta las sesudas, desde las resentidas hasta las extasiadas. Y no son pocas las personas que se atreven a sospechar que el amor puro, el amor pleno, el amor absoluto, no deja de ser una aspiración de inviable cumplimiento, que el cine y la literatura han llenado de tópicos acaramelados.

En su reciente libro Relaciones imposibles, publicado por MurciaLibro, Pedro Diego Gil López apuesta por mostrarnos en sus cuentos la creación de algunas parejas que causan asombro y perplejidad, por la condición disímil de sus componentes. ¿Qué tipo de vínculo amoroso (rápido y mutuo) puede unir a un delincuente barriobajero (el Lenguafina) con una jefa de policía de intachable trayectoria (Francisca Salvatierra)? ¿Qué asombrosas circunstancias tienen que concurrir para que un sacerdote (el padre Tomás) entregue su corazón a una joven prostituta (Rosa la Cuatroesquinas)? ¿De qué manera obra el azar para que la solitaria cajera de un comercio (Claudia) fije su mirada y su deseo en el mendigo africano que permanece en la misma puerta de su puesto de trabajo (Jawara)? ¿Qué extraño sentido del humor despliega el cosmos para que un atractivo equilibrista, ampliamente amado por todas las mujeres que lo rodean (Apolo) termine convirtiéndose en el amoroso cortejador de una enana del circo (Lorena)? Con estas y otras no menos vistosas piruetas narrativas, el autor nos obliga a suspender nuestra incredulidad asistiendo a las maniobras de las que Cupido se sirve para convertir a personas muy diferentes entre sí en enamorados entusiastas, dispuestos a enfrentarse a todo y a todos para defender su derecho a ser felices. Algunas de las aventuras terminarán de forma feliz, con vínculos estables e hijos comunes; otras se verán segadas por la muerte de uno de los dos integrantes. Pero la sensación final, dichosa y llena de luz, es que merece la pena abalanzarse por el tobogán del amor, porque en ningún otro sitio se pueden encontrar instantes de gloria y de plenitud tan increíbles.

Un libro que se lee con creciente placer y que alcanza en su relato último (celofán que envuelve el ramo de flores) una curiosa fusión narrativa más que notable.

miércoles, 19 de octubre de 2022

Museo de cera



No hacía muchos meses que acababa de desembarcar en la universidad de Murcia para estudiar Filología y, escrupuloso y lleno de avaricia, dedicaba el ochenta por ciento del tiempo a leer. Me interesaban los clásicos y los modernos, los locales y los foráneos, los prosistas y los poetas, los hombres y las mujeres. Una vez alcanzado el sueño de ingresar en la carrera que me permitiría ser profesor de literatura, tenía la ambición de leerlo todo, de empaparme de novelas, de llenar mis ojos con poemas, de tapizar mi corazón con cuentos. Y en 1986 llegué hasta una obra de la que había escuchado maravillas, y que había sido escrita por un tal José María Álvarez. Era mastodóntica y extraña. Era sorprendente y proteica. Yo nunca había leído nada que se pareciese, ni siquiera de forma lejana, a aquello. Llené el tomo (lo recuerdo bien, porque lo conservo) de subrayados, signos de exclamación, signos de interrogación y flechitas. Me embriagó.

Luego, cuando conocí la imagen borgiana del Aleph, volví a pensar en este tomo y comprendí que un volumen que contuviese todos los vinos del sur, todos los paisajes del mundo, todos los idiomas, toda la belleza femenina, toda la música de Mozart, todo el fulgor sherezádico, todas las cargas de caballería, todos los paraísos perdidos y todos los puertos de mar, podía ser considerado también un Aleph literario. Y, desde luego, Museo de cera era el más perfecto que yo conocía por entonces.

Un año más tarde (quizá dos, no sabría precisarlo), un amigo también aficionado a la lectura, me dijo que encontraba en esa obra un exceso de pedantería, por las citas continuas que, en varios idiomas, salpican el texto. Yo discrepé con aquel análisis y le comenté mi impresión: que las citas me parecían un reflejo de todo lo que Álvarez había encontrado en su navegación por el mundo de la cultura, mientras que sus propios versos eran lo que había buscado (o creado). Y que la conexión entre ambos territorios (hilos de oro o de niebla) bien podría ser su vida, o su espíritu, o la luz (primera y última) que lo justificaría para la posteridad.

Treinta y seis años después, dedico las noches de dos semanas a releer los poemas prodigiosos de Museo de cera y vuelvo a encontrarme con el éxtasis juvenil de entonces. Degusto con infinito deleite, una vez más, el universo de José María Álvarez, su dedicación extasiada y plena al arte, el alcohol, la belleza y el mundo, convertidos en versos asombrosos, versátiles, mudables y llenos de plenitud. Ningún óxido ha atacado sus páginas, ninguna humedad las ha rebajado o herido, ninguna sombra las enturbia. Durante esas dos semanas he visitado lupanares, he contemplado ocasos, he bebido vino, he escuchado el color del mar, he olido la fragancia tenue de los imperios desaparecidos, he afrontado espejos, he sentido a mi alrededor la majestad de las viejas alamedas y, cuando he sentido la vanidosa tentación de juzgar que estaba entendiendo al poeta, la sospecha de que quizá aún no del todo me ha obligado a un compromiso: releer la obra dentro de diez años.

Añadiré una curiosidad: al pasar una de las páginas del libro, he advertido que era un poco más gruesa que las demás… y entonces he comprobado que se trataba de dos hojas pegadas. Eso significa que he tenido acceso a dos páginas nuevas, que en 1986 ignoré involuntariamente. O quizá es que Museo de cera (otra vez Borges me auxilia) sea siempre una hoja que infinitamente se abre en dos más, y que por tanto su lectura y su belleza son inabarcables. Ojalá.

martes, 18 de octubre de 2022

Casandra

 


Un nutrido cónclave de parientes pedigüeños rodea a la riquísima doña Juana, a la espera de obtener los caudales que necesitan para sus diferentes proyectos: Alfonso quiere comprar maquinaria agrícola moderna, con la que cultivar sus tierras (ante la sorna de doña Juana, que juzga el campo castellano tierra poco propicia para la obtención de cosechas); Zenón desea un caudal suficiente para ponerlo en el banco y recibir suculentos intereses; y Rogelio (que es el hijo adulterino que tuvo el fallecido esposo de doña Juana) desea la parte que le corresponde para vivir con libertad al lado de Casandra… Ese revoloteo de ambiciones parece no perturbar a la anciana, que sostiene con firmeza el control de sus propiedades y no se deja engatusar por hipocresías, ni influir por presiones, ni doblegar por chantajes. Pero, poco a poco, el lector va comprendiendo que la mezquindad anida del lado de doña Juana, porque las peticiones que le hacen son más bien modestas, si las comparamos con la abrumadora cantidad de sus riquezas. Y esa sensación de mezquindad volverá a asaltarnos cuando la vieja dama exija conocer a la famosa Casandra, pareja (que no esposa cristiana) del hijo que ella, estéril, no pudo darle a su esposo. Una vez que sus planes sean públicos y conocidos, la indignación recorrerá el ánimo de todos los parientes.

Maquiavélica y contundente, la trama que Benito Pérez Galdós plantea en su obra teatral Casandra (que cinco años antes había publicado como novela) resulta tan sofocante que, por momentos, hay que detener la lectura porque se siente el pulso acelerado. Es verdad que la anciana es la dueña y señora de sus riquezas y que, por lo tanto, puede hacer con ellas lo que mejor se le antoje; pero el modo sádico en que pone a todo el mundo a bailar hipócritamente a su alrededor para recibir unas migajas del festín (y, sobre todo, el destino final que reserva a su dinero) es tan inesperado, tan santurrón, tan indigno, que el lector acepta incluso con una extraña alegría el desenlace de las tres últimas páginas.

Una pieza dramática donde se reflexiona con gran eficacia sobre los melindres sexuales (percibo envidia hacia Casandra por parte de doña Juana), la absurda superioridad de quienes se consideran dueños de la moral, el almidón acartonado del inmovilismo y la falsa beatitud de quienes manejan su poder para doblegar el ánimo de quienes los rodean. Memorable Galdós. Como siempre.

lunes, 17 de octubre de 2022

Espectros

 


Todos los seres humanos recordamos, de un modo casi continuo, a quienes murieron; llevamos dentro opiniones viejas o heredadas, que no han sido creadas por nosotros; repetimos actuaciones que ya fueron ejecutadas por otros, en distintos momentos de la Historia; nos dejamos influenciar por noticias que, apareciendo en los periódicos, hace mucho que están caducadas o se repiten de forma tediosa bajo distintos ropajes. Somos, en fin, espectros, porque estamos influidos por espectros, habitados por espectros, dominados por espectros. Eso es lo que siente la viuda del capitán Alving, y así se lo explica con amargura al reverendo Manders en el segundo acto de este drama. Durante años, ha tenido que fingir que el suyo fue un matrimonio feliz, con un marido respetuoso y fiel; pero la realidad es que su relación fue ingrata, y que él llegó incluso a tener una hija (Regine) con una sirvienta. La muchacha trabaja ahora como doncella para la viuda (es su modo de cuidarla, protegerla y ampararla)… pero pronto deberá enfrentarse a otra serie de problemas, entre los cuales no ocupa pequeño lugar el devaneo que su hijo pródigo Osvald mantiene con Regine, ignorando el estrecho parentesco que los une.

Henrik Ibsen nos entrega en este drama una profunda reflexión sobre las ridículas convenciones sociales; sobre la hipocresía que nos viene impuesta por el entorno; y, también, sobre la eutanasia: cuando Osvald le confiesa a su madre que padece una enfermedad cerebral incurable exige de ella que, llegado el momento, lo libere de la vida. Se niega a convertirse en un vegetal o una carga. Lo crudo es que coloque esa tarea, inconsciente o sádicamente, en las manos de la mujer que lo trajo al mundo, quien se siente desgarrada cuando llega el momento decisivo.

Al acabar la pieza, como siempre ocurre con el autor noruego, notas el estómago encogido y el cerebro en estado de ebullición: es un logro que sólo alcanzan los mejores dramaturgos.

domingo, 16 de octubre de 2022

Una hora en la ciudad

 


Lo dice Antonio Garrido Hernández en la página 23 del libro, y le asiste la razón: el gran protagonista, el auténtico y cabal protagonista de este volumen no es este personaje o el otro, sino el conjunto armónico o chirriante de ellos. Es decir, la ciudad. En concreto, la ciudad de Murcia. Ella es la que palpita, languidece, se expande, fulge, repugna o duerme en los diferentes apuntes que conforman el libro. Y la suma de todos, de extraña manera, se convierte en un dibujo onírico y a la vez real de la urbe en la que se inspira.

En sus casi doscientas cincuenta páginas nos encontramos con intensos alegatos antirracistas; con gobiernos municipales que sufren el aldabonazo de una moción de censura; con crímenes conyugales de horrendo verismo; con adolescentes que se ven afectadas por desórdenes alimenticios; con cirujanos que han de abordar un delicado trasplante de hígado; con deudas que son pagadas con una larga efusión de sangre; con accidentes laborales; con exposiciones de arte moderno y conceptual (que resulta cansino, “porque el ser humano tiene pereza de concepto, como Hegel nos hizo saber”, p.128); con una secuencia sobrecogedora que está protagonizada por dos ancianos; con un obispo aguerrido y anómalo, que no duda en denunciar ante la justicia a un cura pederasta, con el que mantiene una entrevista desagradable; con la “ciudad subterránea” de la droga, que es siempre la parte que no ven los ciudadanos normales; con los tanatorios, donde comienza el infinito viaje que atraviesa la nada; o con gorrillas que, en una rápida charla, nos informan sobre la condición de su estado.

Adéntrense los lectores por este laberinto de jubilados, empresas de telefonía, parques, cajeros automáticos, semáforos epilépticos, peatones desoficiados o coléricos, rotondas, versos de Vicente Medina, purísimas de Salzillo o vendedores de pescado en la plaza de Verónicas. Creo que encontrarán, sumadas todas las imágenes, el perfume extraño de la ciudad, que era lo que el autor pretendía.

sábado, 15 de octubre de 2022

Diario de un maldito

 


Ojalá nunca lleguemos a descubrir cómo actuaríamos si la vida nos pusiese en una situación límite. ¿Incurriríamos en el bochorno, en la crueldad, en la infamia, en el ridículo? Creemos tener la respuesta porque, ingenuamente, creemos saber quiénes somos. No es así. Quizá seríamos el cátaro insobornable que se deja morir de inanición o de fatiga en Auschwitz; pero es más probable que fuésemos el ruin bípedo que se pliega al escarnio de la denuncia o del colaboracionismo, para merecer un mendrugo de pan o un poco de caldo o un lecho no devorado por las chinches.

Raúl Salom imparte clases de Química en la Universidad Complutense, está felizmente casado y tiene una hija pequeña. No es un personaje famoso, ni ostenta grandes éxitos en su currículum, ni acaricia aspiraciones demasiado elevadas. Un día, desde la ventana de su despacho, contempla cómo un tipo de aspecto brutal está amedrentando y golpeando a un muchacho indefenso, en medio de la extraña inacción de quienes asisten al espectáculo; y su sentido del deber lo impulsa a bajar rápidamente y tratar de interrumpir aquel atropello. Grave error. A partir de ese instante, su vida va a dar un vuelco dolorosísimo, porque los integrantes de la pandilla a la que pertenece al agresor violan y matan tanto a su esposa como a su hija. ¿Qué le queda, entonces, cuando el viento del horror barre por entero su existencia? Le quedan el alcohol y la autodestrucción (la idea del suicidio cruza su cabeza más de una vez)… pero también otras pulsiones no menos inquietantes, que incluyen una pistola. Y explosivos. Y sus tratos con un patriarca gitano al que llaman Cuervo, que se va a convertir en cómplice indirecto de muchas de sus atrocidades. Y una espiral de muertes que afecta tanto a delincuentes comunes como a personas de su entorno.

No, realmente no podemos saber con seguridad cómo actuaríamos si la locura derivada del dolor nos asaltase, si alguien nos arrebatara todo lo que tenemos y amamos, si la angustia nos golpease hasta el punto de conducirnos al callejón amargo del nihilismo… José Antonio Jiménez-Barbero obtuvo con esta narración (creo que la mejor de las suyas hasta la fecha, teniéndolas magníficas) el premio de Novela Breve de la editorial MurciaLibro, que ahora la edita. Una obra para reflexionar, para temblar y para interrogarse.

Ni se les ocurra perdérsela: cometerían un grave error.

viernes, 14 de octubre de 2022

Cuentos de un infante sabio e interesante

 


Afirmaba Friedrich Nietzsche que quien vuelve a los orígenes encuentra siempre principios nuevos. Y yo he recordado esa sentencia mientras leía los poemas que acaba de publicar Isabel Soler Luján en su libro Cuentos de un infante sabio e interesante. Porque la autora, lejos de perseguir una originalidad convencional, ha querido lograrla por un camino más curioso: el de enfrentarse a diez historias de don Juan Manuel (contenidas en su obra El conde Lucanor) y recrearlas en versos actuales, frescos, juguetones, que permitan a los lectores más jóvenes acceder a las enseñanzas del viejo texto. Y ese vertido en odres nuevos lo lleva a cabo no solamente por escrito, sino también de forma oral, porque al finalizar la redacción de cada poema incluye un código QR para que los lectores la puedan ver y escuchar recitando los versos. ¿Se puede concebir un espectáculo más completo, más variado, más seductor? Pues sí: las ilustraciones espléndidas con las que María Torres Signes enriquece y completa el tomo.

El resultado final, que ha salido a la luz en el sello Tirano Banderas, contiene las célebres historias del padre y el hijo que se montaron en un burro, del cuervo que fue engañado por un zorro para que soltase el queso que llevaba en el pico, del lazarillo ciego, de la esposa levantisca y de condición brava o del traje nuevo del emperador, entre otras. Es decir, episodios que don Juan Manuel inmortalizó en el siglo XIV y que ahora la poeta y especialista en cuentoterapia Isabel Soler vierte en moldes renovados, idóneos para utilizar en colegios e institutos.

Estoy convencido de que pueden convertirse en un instrumento didáctico de primer orden para acercar la literatura medieval a los lectores que comienzan su aventura por el mundo de los libros.

jueves, 13 de octubre de 2022

La zapatera prodigiosa

 


Treinta y cinco años separan al zapatero de su joven esposa. Pero mayor aún y más aparatosa e insalvable es la separación de sus caracteres: alegre, jacarandoso, extrovertido y locuaz el de ella (que no duda en charlar por la ventana con cuantos pasan, aunque se murmure sobre su posible fidelidad al marido); taciturno, medroso y suspicaz el de él (que se ha casado por consejo de su hermana, quien lo previno contra la soledad de la vejez). De tal forma que la casa es, de continuo, un polvorín, tanto por los roces que se generan dentro como por las asechanzas malintencionadas que la rondan por fuera. Al final, se produce un quiebro brusco en la acción cuando el zapatero decide marcharse, para no seguir soportando las burlonas insinuaciones de vecinos y comadres… Cuatro meses después, un viejo titiritero llega a la localidad con sus carteles y coplas; y la zapatera (que acaba de inaugurar una taberna para vivir y que se mantiene fiel a su fugitivo esposo) se emociona cuando lo escucha narrar en verso una historia de infamias, celos y navajas.

Ágil en el dibujo de sus personajes y pizpireto a la hora de concebir la música sencilla y popular de sus escenas, Federico García Lorca construye en La zapatera prodigiosa una “farsa violenta” llena de ingenuidad y frescura, pero también de interesantes análisis del temperamento humano, donde descubrimos que bajo la aparente liviandad puede esconderse la firmeza, que bajo los excesos casquivanos puede habitar la rectitud y que bajo la debilidad puede camuflarse la fiereza de un lobo cuando llega el momento de defender el cabal territorio de su vivir.

Una muestra más del talante y del talento de este granadino universal, vilmente ejecutado por las hordas fascistas en el verano de 1936.

miércoles, 12 de octubre de 2022

Jaulas de hormigón

 


Nuestra propia casa se puede convertir, por diversos motivos, en un espacio feo y claustrofóbico, que nos atenaza, nos tortura, nos acongoja o nos erosiona. De tal forma que lo que debería constituir nuestro paraíso se convierte en nuestro más insoportable infierno. De esa manera se sienten los protagonistas de este libro de relatos que la madrileña Mayte Blasco publicó en 2021 en el sello Niña Loba; y así lo perciben también los lectores, gracias a la notable habilidad con la que están concebidos y redactados estos diez cuentos. Así, sentimos la angustia impotente de un hombre que permanece en estado vegetativo sobre una cama, mientras su mujer acumula contra él desdenes y gemidos sexuales con su amante; notamos la decepción de una madre que comprende que su hijo se desvía sin remedio por un sendero de rebeldía y delincuencia; asistimos al juego de seducción que establece Dani desde su ordenador con una mujer casada, que parece dispuesta a zanjar su matrimonio por su culpa; compartimos el vacío que siente una mujer que se sabe no deseada por su marido, y para la cual la casa se ha convertido en una ratonera insufrible; o advertimos que el pulso se nos acelera cuando la protagonista de otro de los relatos constata por la ventana que está siendo observada, acechada y muy posiblemente amenazada por un hombre malencarado que, quizá, terminará por subir hasta su vivienda.

Todos los protagonistas experimentan la infelicidad y notan cómo el gorgojo del dolor los va royendo sin misericordia, precisamente en un espacio (sus propias casas) donde sería esperable que las defensas se puedan relajar. Pero no es así. De un modo sartreano, todos ellos descubren que el infierno son los demás; y que puede haber un enemigo en cada persona que se nos acerque o que roce nuestras vidas. De un modo lorquiano, todos comprueban que las casas pueden convertirse en nuestra peor pesadilla, y que las llamas prenden siempre con más entusiasmo en nuestras cortinas, nuestras camas, nuestros muebles.

Un libro admirable, espléndidamente trazado y resuelto, que constituye el primer volumen de relatos de Mayte Blasco. Ojalá le sigan muchos.

martes, 11 de octubre de 2022

Catilina

 


Catilina se encuentra desencantado con el actual estado de Roma, a la que juzga una república podrida, donde todo se compra y se vende, sin atisbo de justicia o de integridad. Y eso le hace sufrir (“Soy aquel cuyo corazón no alienta sino por la libertad, el enemigo declarado de toda injusticia, el amigo de los débiles y los oprimidos; soy, en fin, el hombre que se agota en ansias de derribar a los poderosos de hoy”, acto I). El descontento, según se advierte de inmediato, no es privativo suyo: son varios los ancianos y poderosos que buscan, para remediar ese dislate “un jefe voluntarioso, inteligente y astuto”, que se convierta en el cabecilla de la necesaria rebelión. Podría ser Catilina.

Este, casado felizmente con Aurelia, se ha enamorado también de la vestal Furia, quien le propone que huyan juntos de Roma (“¡Quien sea libre, tendrá su patria en todas partes!”, acto I), aunque termina arrepintiéndose al descubrir que fue Catilina quien deshonró a su hermana y la empujó hacia el suicidio. A partir de ese instante, le declara odio eterno.

También su esposa Aurelia le pide que se vayan de Roma, pero Catilina confiesa que ha vendido las propiedades familiares para comprar votos y entrar en el Senado. Lo único que pueden hacer es desterrarse a la Galia y vivir allí como unos simples labradores, sin más esplendor que el derivado de los recuerdos. No obstante, las voces que claman para que Catilina se convierta en su dirigente son cada vez más acusadas y su voluntad flaquea.

Repárese de forma especial en los diálogos que mantienen el protagonista y su esposa, así como en la secuencia del tercer acto en la que, en paralelo, Furia y Aurelia nos narran el feroz combate que Catilina entabla contra las tropas del emperador: auténticos prodigios de penetración psicológica y de tensión escénica.

Catilina (que vio la luz por primera vez, autoeditada, en 1850, con el seudónimo de Brynjolf Bjarme; y que yo leo en la traducción de Else Wasteson para Aguilar) es una interesante e inteligente reflexión sobre los meandros de la ambición humana, sobre el sentido del deber y sobre el poder del amor, que Henrik Ibsen convierte en una pieza teatral de indiscutible grandeza.

domingo, 9 de octubre de 2022

Blanco Inmaculado

 


Quédense con un nombre: el de la oficial Lur de las Heras, que pertenece a la Ertzaintza. Quédense con otro: el de la patrullera Maddi Blasco. Quienes hemos experimentado durante años la seducción literaria y humana de la agente Eider Chassereau y el suboficial Jon Ander Macua (y que sufrimos con resignación la congoja de que Noelia Lorenzo Pino estipulase una pausa en sus aventuras) ya tenemos otra pareja de investigadoras que, emergiendo de la pluma impecable de la escritora irundarra, seguramente nos enamorará con la misma eficacia. Ellas (Lur y Maddi) son las encargadas de resolver el enredo que se desarrolla en el interior del caserío donde vive la familia Fritz, una secta religiosa envuelta en la polémica y que comienza a ver cómo varios de sus miembros mueren en extrañas circunstancias. Así arranca la acción de la novela Blanco Inmaculado, que ve la luz en el sello Plaza & Janés y que ha merecido elevados elogios de la crítica. Se ha dicho, por ejemplo (y así lo refleja el volumen, en una de sus solapas), que la autora se encuentra “en lo más alto de la novela negra actual”, que es “una de las voces más potentes del policiaco de nuestro país”, que es “referente de la novela negra vasca” o que se ha convertido en “una de las autoras más leídas del género negro”. Son elogios que, en mi opinión, se constriñen a una línea que, por limitada, resulta injusta. Noelia Lorenzo Pino no brilla en el género negro o policiaco (y menos todavía si lo reducimos geográficamente al ámbito vasco): Noelia Lorenzo brilla en la novela. Punto. Es una de las mejores novelistas que hay en España. Punto. Y lo afirmo con tanta convicción y con tanta rotundidad porque, después de leer todos sus libros, no solamente advierto sus valiosas cualidades para construir misterios, resolver situaciones policiacas o enredar y desenredar tramas llenas de sospechosos sucesivos, sino que disfruto también con sus descripciones, con la escultura íntima de sus personajes, con su análisis de los sentimientos humanos, con su lenguaje siempre deliciosamente medido (bailando entre lo lírico y lo eficaz), con sus meditaciones, con sus exploraciones sociológicas, con su serenidad contemplativa. No son mimbres que revelen a una gran escritora negra, sino a una gran escritora. Insisto: punto. Que el universo narrativo en el que se mueve con más regularidad pertenezca a esa parcela temática no debe cegar a quienes tenemos la obligación de evaluar los libros en cuanto “artefactos narrativos” (y pido perdón por la zafiedad del sintagma); y, en ese terreno, Noelia Lorenzo no tiene muchos rivales. Controla los tiempos, los ángulos de la mirada, la duración de las secuencias, la estructura de sus capítulos, los cambios de plano o de estrategia novelesca, los cierres. No flaquea en ningún territorio. Y eso la convierte en una solidísima realidad en la novela española.

Blanco Inmaculado, que acaba de salir en la editorial Plaza & Janés, es la última demostración de su poderío. Y es una obra tan potente, tan persuasiva, tan intensa, tan majestuosa, que me voy a permitir terminar la reseña sin contarles absolutamente ningún detalle de su argumento. Disfrútenlo ustedes mismos.

sábado, 8 de octubre de 2022

Pónticas

 


Retorno a las lamentaciones exiliadas de Ovidio que, como pude documentar con la lectura de Tristes, vivió sus últimos nueve años afligido por el destierro que para él decretó el emperador romano. En el Ponto, rodeado por los salvajes getas y sármatas, bebiendo un agua de sabor desagradable, rodeado por un frío hostil y unos pueblos que ignoraban su lengua y que mostraban costumbres brutales, el poeta latino se dedica, en esta especie de prolongación o segunda parte de la obra mencionada, a seguir escribiendo a sus amigos, a sus familiares y a su esposa, con el ruego (o la exigencia velada) de que intercedan por él ante el César.

Cada vez más erosionado por la cruda realidad de su entorno, Ovidio recurre a todos los mecanismos retóricos y emocionales para fijar las dimensiones de su drama: el acto de contrición (“Yo me arrepiento; si se puede confiar algo en un desgraciado, me arrepiento, y yo mismo me atormento por lo que he hecho”), la humildad extrema (“Yo soy aquel que en vano desea ser piedra”), la desesperación (“Con frecuencia invoco la muerte”) o la hipérbole casi sacrílega (“Los dioses están atentos para que nada amable me suceda”). Incansable, aunque quizá cada vez más cansado, Ovidio repite una y mil veces a sus interlocutores que aboguen por él, que repitan ante el emperador su pequeña súplica (ser trasladado algo más cerca de Roma, aunque no sea perdonado). Y ese círculo de imploraciones, que al principio se ceñía a los amigos más cercanos, se ensancha poco a poco hasta los amigos de segunda fila, e incluso a aquellos que, habiendo mantenido un trato más bien alejado de él, ahora se encuentran en una situación de poder. Al mismo tiempo, es curioso observar cómo la relación con su esposa parece resentirse con los años, porque Ovidio juzga que no está resultando demasiado empática o activa (en el libro III la define como “tan fiel como tímida y poco emprendedora”).

Como fruto de su insistencia, Ovidio obtuvo el vacío. Jamás fue perdonado. Su última respiración se produjo en Tomis, el 17 de marzo del año 17 d.C. De nada sirvió la poesía contra la terquedad o la saña del poderoso.

viernes, 7 de octubre de 2022

Breve historia del rey Arturo

 


Resulta fascinante comprobar cómo el azar o la determinación de algunos investigadores consigue demostrar que determinados lugares y personajes, que creíamos ficticios, fueron rigurosamente históricos. Estoy pensando, claro, en las búsquedas de Howard Carter en Egipto, que le permitieron localizar la tumba de Tutankamon; pero sobre todo en las excavaciones que realizó Heinrich Schliemann en Hisarlik (Turquía), que fueron determinantes para descubrir las ruinas de Troya.

Ahora acabo de leer un pequeño librito de divulgación que se titula Breve historia del rey Arturo, escrito por Christopher Hibbert y traducido por Sara Suárez Sánchez de León (Nowtilus). En él se resumen con gran amenidad las diferentes fuentes literarias e históricas que nos informan sobre la existencia del legendario (¿o real?) rey Arturo, de su castillo de Camelot y de su conocida Mesa Redonda. En líneas generales, se considera que es un personaje que vivió en algún momento del siglo VI y cuyos restos dormidos podrían encontrarse bajo el castillo de Sewingshields o bajo el castillo Richmond de Yorkshire. Igualmente, se afirma que en 1962 se descubrió la presunta tumba del monarca y que en los años siguientes comenzaron a menudear las excavaciones en la zona de Glastonbury, para tratar de certificar la autenticidad de la misma.

Por lo que respecta a las fuentes literarias, es sabido que el primer escritor que lo menciona es Nenio, en su Historia Brittonum (siglo IX). Un tiempo después, el clérigo Geoffrey de Monmouth, en su Historia de los reyes de Bretaña (siglo XII), explica que el escudo de Arturo tenía una imagen de la Virgen María y que su yelmo tenía la forma de un dragón. Y también en esa época (hacia 1175), Chrétien de Troya retoma la leyenda y la adorna con filigranas cortesanas.

En 1485, el misterioso Thomas Malory recopila y unifica todas las informaciones disponibles sobre la leyenda de Arturo, que no se puede sintetizar en pocas líneas, pero sí ilustrar con algunos fogonazos: Hijo ilegítimo del rey Uther Pendragón; extrajo la famosa espada del yunque; fue asesorado por el mago Merlín; se acostó con la bella Morgana (sin saber que era su hermanastra) y tuvieron un hijo, al que llamaron Mordred; cuando su espada se rompió en combate, Merlín le indicó que entrase con una barca en un lago, en el cual emerge una mano con una espada mágica (Excalibur); se casó con Ginebra y su padre le regaló a Arturo como presente de bodas la Mesa Redonda; su caballero Lancelot le fue infiel con la reina Ginebra; Mordred intentó aprovechar esa infidelidad para hacerse con el poder; herido en combate y sabiéndose cerca de la muerte, Arturo ordena que su espada sea devuelta al lago y que lo dejen en una barca a la deriva, para que las corrientes lo lleven a la isla de Avalon…

Una leyenda llena de amor, crueldad, venganza, ansia de poder, religión (con las derivaciones sobre el tema del Santo Grial) y aventuras, que nos sigue fascinando como lo hizo con los primeros lectores.

miércoles, 5 de octubre de 2022

Cuentos completos

 


A punto de entrar el otoño, nos sorprendía el activo sello M.A.R. Editor con la publicación de los Cuentos completos de Francisco Javier Illán vivas, que van precedidos de un elogioso prólogo de Luis Alberto de Cuenca. Y, en ellos, como no podía ser de otra forma, los lectores habituales del escritor de Molina de Segura descubrimos el universo narrativo que lo caracteriza, lleno de todo tipo de ingredientes seductores: el humor (“La fiesta de cumpleaños”); el horror (“La isla”); los espacios inquietantes (“La casa de mi madre”)… Pero creo que debemos afinar nuestra mirada y no dejarnos engañar con las cortinas de humo que Paco Illán Vivas despliega en sus páginas: detrás (o debajo) de esos ambientes de pesadilla, de los aromas mefíticos que invaden las fosas nasales de sus protagonistas, de los aviones que no llegan a su destino, de las criaturas gelatinosas que perforan las tinieblas de sus caserones oscuros, de los vientos de locura y los ídolos de expresión impenetrable, de las extrañas fiestas nativas, de las espadas que parecen llamarnos con una voz antigua, de los viejos libros que parecen lastrados por una mancha oscura, del alcohol como un mecanismo de camuflaje o defensa, late una mirada sensible, la mirada de alguien que ha sufrido y que quiere convertir en palabras su dolor, para que los demás podamos compartirlo y, quizá, entenderlo.

Tampoco debemos dejar que nos despiste la incorporación de abundantes elementos culturales (literarios, musicales, cinematográficos o pictóricos), que el autor borda sobre el tapiz de sus cuentos. Si los enumerásemos (Umberto Eco, Lovecraft, Bizet, Simenon, Swift, la Biblia, el Corán, Agatha Christie, Cary Grant, Edgar Allan Poe, Ray Bradbury, Aldous Huxley, John Cage, Antonio Machado, Miguel Hernández, The Big Bang Theory, Gerardo Diego…), el lector podría llegar a conclusiones erróneas, porque el autor de estas páginas los introduce como pinceladas necesarias en el corpus narrativo, y no como adiciones pedantes. Forman parte del paisaje interior de Illán Vivas, al igual que San Pedro del Pinatar, Molina de Segura, La Alcayna, Alcantarilla o Torrevieja (citadas en varios de los relatos) conforman el artesonado de su paisaje exterior.

Acudan los lectores sin miedo (aunque dispuestos a pasar miedo) a estas variadas narraciones, que se van adelgazando conforme avanzamos hacia el final del tomo, hasta desembocar en un delta de microrrelatos muy llamativos. Conocerán así la auténtica valía literaria de Paco Illán.

martes, 4 de octubre de 2022

Nuestros comienzos en la vida

 


Después del buen sabor de boca que me dejó su novela En el café de la juventud perdida, me decido a leer una pieza dramática de Patrick Modiano que se titula Nuestros comienzos en la vida y que, traducida por María Teresa Gallego Urrutia, publica el sello Anagrama.

Cuatro son los personajes fundamentales sobre los que se asienta la obra: una actriz madura y en decadencia (Elvire), que vive obsesionada con sus fracasos de juventud y que malvive interpretando vodeviles de medio pelo; un periodista con ínfulas literarias (Caveux), su pareja, que se esfuerza por convencer a los demás personajes de su valía como poeta; un joven que redacta su primer libro (Jean), hijo de Elvire; y su novia, la actriz en ciernes Dominique (que ensaya La gaviota). Como se puede observar con este “dramatis personae”, el ambiente de la obra es inequívocamente chejoviano. Y también parece inequívoco el aroma autobiográfico que en algunos segmentos burbujea por la obra, donde podemos rastrear palpitaciones psicológicas, oníricas e incluso edípicas de elevada densidad.

Ahora bien, si se me pregunta por el esplendor teatral de la obra, diré que a mí me ha dejado frío. Pasaba las páginas y no lograba emocionarme, ni su lenguaje me maravillaba, ni su argumento me seducía. Un encogimiento de hombros ha sido el corolario, al llegar al final. No descarto que se trate de una incapacidad comprensiva por mi parte.

No descarto volver al flamante premio Nobel de Boulogne-Bilancourt, pero seguro que elegiré una novela.

domingo, 2 de octubre de 2022

La huerta en haikus

 


Hay en los haikus una peculiar belleza sencilla, una belleza de guijarros pulidos por el agua, que los vuelve poemas silenciosos. No hay en ellos pirotecnias, ni el estrépito que resuena a veces en otro tipo de estrofas, donde los acentos o las rimas se obstinan en adentrarse en nuestro oído. El haiku tiene la majestad de la calma. El esplendor humilde de las canicas o de los granos de arena de una playa. Y esa magia (tan difícil de conseguir) se percibe con claridad en las páginas de La huerta en haikus, el volumen que reúne la voz de treinta y siete poetas, coordinados por Aurora Gil Bohórquez e inspirados por las hermosas fotografías de María José Villarroya. Edita la obra el sello La Fea Burguesía.

La idea central del tomo es magnífica: observar imágenes relacionadas con el mundo huertano (limones, botijos, puentes, patos, rosas, acequias) y dejar que las palabras afloren, hasta convertirse en catedrales de luz y aire compuestas por diecisiete sílabas. El proyecto, a despecho de su aparente sencillez, es realmente arduo, porque en esos tres diminutos versos, en ese poema-bonsái, en esa gema de sonidos, tiene que contenerse un millón de sensaciones, al modo de un Aleph o un Big Crunch. El poeta tiene que elegir con cuidado sus palabras, para que cada una de ellas sea la perfecta y esté colocada en el sitio perfecto, porque el resultado tiene que sugerir, además de designar.

Todas las personas que colaboran en este hermoso homenaje a la huerta brillan a una altura notable, logrando que el lector experimente continuamente una dulce y apacible sensación para la que ignoro si existe nombre (una especie de síndrome de Stendhal, pero a la inversa: aquí no hay vértigo ni aceleración del ritmo cardíaco, sino todo lo contrario). De tal forma que, una vez leído el conjunto de los poemas, puede reabrirse el volumen de forma aleatoria, por aquí o por allí, leer un par de páginas y luego quedarse en silencio, reflexionando sobre ellas. Se me antoja que tiene que resultar una experiencia de lo más placentera y de lo más enriquecedora.

Prueben y me cuentan.