Cuando realmente quería ser malo y resultar vitriólico,
no hay más remedio que reconocer que el catalán Terenci Moix desplegaba unas garras de astracán de las que convenía
mantenerse alejado, pues eran en verdad mortales. Con su sonrisa picarona de enfant terrible y con aquellos ojitos de
no haber roto nunca un plato, el prolífico autor barcelonés comenzaba este
libro (donde se reproduce parte del diario de Miranda Boronat) con esta
secuencia demoledora: “Hallábame yo pía y contrita en el entierro del honorable
Jordi Pujol, presidente que fue de la Généralité de Catalogne, y no salía de
maravilla al apreciar el estado de la momia, tan linda como lo fue en otro
tiempo la de Evita Perón”. A partir de ahí, como resulta fácil de sospechar,
Moix no se permitió la cortesía de dejar títere con cabeza. Nadie es perdonado,
ni goza de inmunidad (salvo Jaime Gil de Biedma), en este festival satírico, en
este festín carnívoro de mordacidades.
¿Argumento de la obra? Pues podríamos decir que no
lo tiene, en puridad, salvo ese leve hilo que supone la historia de los amores
entre Myrna Lamour (Mar Flores) y el noble Flavio Fabiolo (Cayetano Martínez de
Irujo), que a punto está de ser torpedeada por unas cartas que pone en venta el
inecrupuloso barón Parbleu (Alessandro Lecquio). A Terenci Moix parece
interesarle en estas páginas, más que el consabido argumento rectilíneo y
cerrado, el retrato caótico, cáustico, diagonal, irónico, mordaz y chispeante
de la clase snob española de finales
del siglo XX, cuyos nombres reales resultan facilísimos de descubrir, bajo la
hojarasca de sus burlas. Así, nos habla de “esa presentadora tan mona y
menudita que da sorpresas a los menesterosos de televisión” (Isabel Gemio); de
una modelo repelente y ñoña llamada Truchi Pelacanes (Sofía Mazagatos); de la modelo del betún (Naomi Campbell); de la
hija de la folclórica y su marido bombero (Rociíto y Antonio David Flores); del
futurólogo Críspulo Saturnal, “uno de los peores cuerpos celulíticos que se
hayan visto en cualquier geriátrico” (Rappel) o de la famosa adivina Satanaza
Bernal, quien “ya es definitivamente una drag queen” (Aramís Fuster). Y no
menores insolencias (aunque subiendo muchísimo el nivel social) reserva Terenci
Moix para la soberana inglesa (“La reina petarda”) y para las peculiaridades
excretoras de Juan Pablo II (“Es dogma que un ano tan excelso sólo puede soltar
tocinillos de cielo”). Y tampoco se libran de la quema algunos representantes
del gremio de la pluma, sobre todo cuando Terenci habla de “la última novela de
Mario Xavi, Después del cricket piensa en
mi abuela de Oxford, que me han dicho que es el no va más de la penetración
psicológica”. Es evidente que lanza una flecha envenenada contra la novela Mañana en la batalla piensa en mí, de
Javier Marías... Pero tampoco desdeña la autocrítica cuando se refiere a sí
mismo definiéndose como “un mariquita barcelonés que presume de escritor” y que
se erige en “Robespierre de las letras patrias”. En ese tono ácido continúa,
disparando a diestro y siniestro, durante más de cuatrocientas páginas.
En suma, un despliegue frondosísimo de pullas
escrito con una prosa divertida, fresca, delirante y cuajada de aciertos
expresivos. No sólo fue uno de los más completos escritores de su generación
sino, sin lugar a dudas, el más temible y deslenguado.