Resulta
difícil pronunciarse sobre el espíritu
que preside o gobierna las páginas de Academia
Zaratustra, del jerezano Juan Bonilla. ¿Nos hallamos ante un libro de
viajes? ¿Ante una aproximación a la filosofía de Nietzsche? ¿Ante un ensayo sui
géneris?
Conocemos
desde el principio a un andaluz que ha decidido emprender un viaje por
Dinamarca, Suiza y Alemania, pero que rehúye todo tipo de noticias sobre los
lugares que va a visitar, para que la sorpresa resulte absoluta (“Nada más
peligroso que hacerse ilusiones, pues cuando lleguen las decepciones no tendrá
uno a quién culpar de su frustración”). Lo único que tiene claro es que va a
atravesar “países en cuyas lenguas yo sólo sabía guardar silencio”, y esto le
permite enfrentarse a personas, paisajes y monumentos con total ingenuidad,
salvo el leve hilo hilvanador que supone ir buscando las diferentes academias
Zaratustra repartidas por el continente (unos extraños centros educativos donde
se enseñan las doctrinas contenidas en el célebre volumen del filósofo alemán)…
De Basilea le llama la atención la inexistencia de espejos; en Montreux se
interesa por la estela que dejó el novelista Vladimir Nabokov; en Ginebra
visita la tumba de Jorge Luis Borges (y aprovecha para deslizar un comentario
malévolo sobre “José Ángel Valente, el poeta mil veces laureado por las
instituciones que siempre se queja de que es un francotirador al que desean
reprimir”); en Berlín rememora la figura de la ambigua cineasta Leni
Riefenstahl; y en Copenhague aprovecha para hablarnos del reducto utópico de
Cristiania, una comuna libertaria en la que no rigen las leyes del país y en la
que, como en el resto de lugares del mundo, “cada cual es dueño de inventarse
sus certidumbres”.
Y, sobre
todo, lo que nos encontramos en este volumen es la prosa magnífica de Juan
Bonilla, siempre elegante, musical y lírica, que encandila y convence. Es uno
de esos autores a los que conviene conocer a fondo, porque raro resulta no
salir maravillados de sus obras.
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