La
literatura tiene un viejo truco que suele funcionar bastante bien: contar de la
mejor forma la historia que tienes entre manos. El problema suele venir a la
hora de estipular cómo se hace eso de “contar de la mejor forma”, pero ahí se
acaban las definiciones y entran el oído, el talento, la intuición de la
persona que coloca sus dedos sobre el teclado o aferra el bolígrafo. Unas veces,
elegirá una estructura compleja o innovadora; otras, la linealidad clásica;
otras, la primera o la tercera personas; otras, la sinuosa segunda… Son muchas
las posibilidades, pero no en todas anidará la magia. Hay que optar. Y
jugársela.
Andrés
Pérez Domínguez, que sabe de buenas historias porque ya nos ha dado algunas en
forma de cuento o de novela, repite éxito con La letra pequeña, una colección de relatos donde el gran tema es la
infidelidad, tanto masculina como femenina. Leeremos sobre maridos que están a
punto de ser abandonados por su esposa (“Dibujos animados”), sobre adúlteros
que reciben llamadas de teléfono en el momento menos oportuno (“Luna de miel”)
o sobre hombres de negocios que eligen disculpar su asistencia a citas con su
amante mediante la entrega de regalos (“Flores para Amanda”). Leeremos también
sobre escritoras que van a informar a su marido acerca de su infidelidad (“El
tiempo detenido”), sobre mujeres que provocan la desesperación de su pareja al
alejarse de ellos (“Ojos tristes”), sobre maridos que esperan llamadas
imposibles en el día de su aniversario (“El cumpleaños”) o sobre chicas que
optan por acostarse con su jefe, para medrar o por aburrimiento (“Duarte”).
Si me
aceptan una sugerencia anómala, yo les diría que ignorasen el índice editorial de
este fabuloso tomo y que comenzasen leyendo las páginas de “El cumpleaños”
(tercer relato). Les aseguro que después desearán sumergirse en todas las demás
del volumen.
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