lunes, 26 de agosto de 2019

El día de gloria




Cierro la última página de la obra teatral El día de gloria, escrita por Francisco Ors (Ediciones MK, 1983), que tiene un tema muy interesante (el modo en que una mujer se libera de las opresiones que la limitan), aunque su formulación argumental me parece forzadísima. Está bien que Ors quiera mostrarnos el grado humillante de postración de un ama de casa, pero el modo en que carga las tintas en el dibujo de su entorno aproxima la historia a los taludes de la hipérbole (y casi de la inverosimilitud): un marido déspota y violento, que en el ámbito sexual ya ha dejado de ser un aliciente; una hija guapísima, que ha convertido en deporte olímpico el sexo con todo tipo de parejas; una hija fea, que ha optado por irse a vivir con un antiguo presidiario; una hija independiente y egoísta, que le deja siempre a su niña, para que sea la abuela quien la críe y cuide; un hijo homosexual que se va a vivir con un amigo de la familia (que tiene la edad suficiente como para poder ser su padre); etc.
Esa acumulación de circunstancias asfixiantes me ha parecido excesiva, con lo que la eficacia de la pieza teatral se resiente. Me cuesta creerme ese mundo, tan esperpénticamente trazado. De ahí que no haya conseguido sentirme tocado por la catarsis, ni siquiera cuando la protagonista decide mandarlo todo al cuerno con una acción liberadora.
Si ves en una fiesta a una mujer con el cuello sepultado de collares, pendientes aparatosos, anillos en todos los dedos, tres pulseras en cada muñeca, una diadema de oro, etc, no puedes estar seguro de si es realmente hermosa. Algo así me ha pasado con El día de gloria: su exageración la mata.

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