Sigo con
Paco Umbral, tercamente empecinado, amorosamente empecinado, en leer o releer
toda su producción, traguito a traguito. Hoy he concluido su raro Diccionario para pobres (Sedmay
Ediciones, 1977), con una cubierta fotográfica de su mujer, María España.
¿Me he
divertido leyendo? Sí. ¿Hay en este volumen imágenes de alta calidad literaria?
Sin duda. ¿Se trata de un libro recomendable? Por supuesto. Pero (ay, los peros) he tenido la molesta sensación de
haber visto al alemán Albert Einstein resolviendo una simple ecuación de
segundo grado; o de haber contemplado a Emilio Butragueño jugando un partido de
futbolín. Es decir: genios haciendo cosas “chiquititas”.
A Paco
Umbral, a fuerza de admirarlo tanto literariamente, tengo que exigirle más,
mucho más que este libro ameno y divertido. A los superdotados hay que pedirles
sudor, y no sólo maña. Cuando se tiene la habilidad suprema de hilvanar el
lenguaje español con el hilo de oro de las metáforas, no se les debe aplaudir
que redacten prosa correcta, con leves diamantitos brilladores.
Una frase
para la sonrisa: “Los ricos no se prestan las cigalas ni los calzoncillos, pero
siempre se están prestando libros, para no gastar dinero y tenernos a los
intelectuales en la miseria”.
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