Retorno a
Alessandro Baricco, con su novela Tierras
de cristal, que traducen al alimón Carlos Gumpert y Xavier González Rovira
(Anagrama, 1998).
Para
comenzar con una anécdota chocante diré que los traductores cometen un error de
orden matemático al apuntar, en la página 148, lo siguiente: “Cinco palabras: «Patente
Andersson de las Cristalerías Rail»”. Salvada esa fruslería diré que el aliento
lírico que Baricco ha sabido imprimir a este pueblo es fantástico (no sé por
qué, me ha recordado algunas secuencias de Bohumil Hrabal). Me he sentido
conmovido por las existencias del estrafalario inventor Pekisch, de su
filosófico ayudante Pehnt, del ilusionado señor Rail (que alcanza a vislumbrar
en el ferrocarril las luces inequívocas de la modernidad y el progreso humano),
de Jun (pseudo-madame Bovary) y del resto de seres que pueblan este relato.
En esta
novela he sentido como si Baricco hubiera extraído una botella con formol de la
memoria, y en ese recipiente acristalado vivieran sombras, ilusiones,
proyectos, sueños dormidos y vidas aletargadas. Un delicioso experimento que
rescata el pasado con suavidad y con mimo. Alessandro Baricco tiene ojos de poeta.
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