Quico era
el menor hasta que nació Cristina. Y en una familia con seis retoños, un padre,
una madre y dos sirvientas (Vito, joven, lozana y bienhumorada; Domi, vieja y
huraña), la situación no es nada fácil para él; por lo cual no deja de llamar
la atención de todas las formas posibles, para recuperar su erosionado
protagonismo: pregona a los cuatro vientos que no se ha hecho pipí en la cama; suelta
la retahíla “Mierda, cagao, culo” a una señora que, en la tienda, lo confunde
con una niña; se pelea por un chupachups con su hermano; solicita una mano para
dormir; o, colmo de la zozobra, afirma haberse tragado un clavo, con lo que
pone en jaque a su pobre madre, que tiene que salir disparada en busca de un médico…
La tía Cuqui, que es una mujer dulce y encantadora, explica a Merche (mamá de
Quico) que el pobre sufre ahora el síndrome del príncipe destronado, y que
requiere paciencia, mimo y comprensión.
Pero el
maravilloso Miguel Delibes, vallisoletano de oro de las letras, no se pliega en
esta novela a un relato simplemente humorístico o salpicado de anécdotas
infantiles, sino que amplía el arco temático y emocional para hablarnos de
ciertos problemas sociales (el hecho de que al novio de Vito lo envíen a
cumplir el servicio militar en África, destino que otros más pudientes lograban
evitar), políticos (el padre de Quico es un fascista irredento, que define la
guerra civil de 1936 como “causa santa” y que le llega a espetar a su mujer, a
quien cree sospechosa de influir antipatrióticamente en sus hijos: “Esto no
ocurriría si a tu padre le hubiéramos cerrado la boca a tiempo, en lugar de
andar con tantas contemplaciones”) e incluso amorosos (se entrevé que Merche tiene
un amante, con el que habla por teléfono).
Como
siempre, leer a Miguel Delibes constituye una delicia y un regalo para la
inteligencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario