miércoles, 21 de agosto de 2019

El príncipe destronado




Quico era el menor hasta que nació Cristina. Y en una familia con seis retoños, un padre, una madre y dos sirvientas (Vito, joven, lozana y bienhumorada; Domi, vieja y huraña), la situación no es nada fácil para él; por lo cual no deja de llamar la atención de todas las formas posibles, para recuperar su erosionado protagonismo: pregona a los cuatro vientos que no se ha hecho pipí en la cama; suelta la retahíla “Mierda, cagao, culo” a una señora que, en la tienda, lo confunde con una niña; se pelea por un chupachups con su hermano; solicita una mano para dormir; o, colmo de la zozobra, afirma haberse tragado un clavo, con lo que pone en jaque a su pobre madre, que tiene que salir disparada en busca de un médico… La tía Cuqui, que es una mujer dulce y encantadora, explica a Merche (mamá de Quico) que el pobre sufre ahora el síndrome del príncipe destronado, y que requiere paciencia, mimo y comprensión.
Pero el maravilloso Miguel Delibes, vallisoletano de oro de las letras, no se pliega en esta novela a un relato simplemente humorístico o salpicado de anécdotas infantiles, sino que amplía el arco temático y emocional para hablarnos de ciertos problemas sociales (el hecho de que al novio de Vito lo envíen a cumplir el servicio militar en África, destino que otros más pudientes lograban evitar), políticos (el padre de Quico es un fascista irredento, que define la guerra civil de 1936 como “causa santa” y que le llega a espetar a su mujer, a quien cree sospechosa de influir antipatrióticamente en sus hijos: “Esto no ocurriría si a tu padre le hubiéramos cerrado la boca a tiempo, en lugar de andar con tantas contemplaciones”) e incluso amorosos (se entrevé que Merche tiene un amante, con el que habla por teléfono).
Como siempre, leer a Miguel Delibes constituye una delicia y un regalo para la inteligencia.

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