Vuelvo a
Albert Camus, uno es mis autores más admirados. Y lo hago con una pieza teatral
que se titula Los justos y que tienen
la bondad de traducirme entre Aurora Bernárdez y Guillermo de Torre (Alianza
Editorial, 1996).
Es un
texto hermoso y convulso, donde asisto a las hondas visceralidades de unos
revolucionarios que se disponen a matar en un atentado al gran duque Sergio de
Rusia, y que finalmente lo hacen. Pero lo más desgarrador acontece después de
ese crimen, cuando irrumpe entre ellos el remordimiento, con la durísima prueba
que un crimen de esa magnitud va a provocar en las conciencias e inteligencias
sensibles de algunos de ellos. ¿Es necesario matar para que deje de haber
muertes en el futuro? ¿Se cercena la injusticia siendo injusto en pequeñas
dosis, como profilaxis? Son interrogantes que no pueden ser contestados con
facilidad. Y en esos momentos es cuando van a tener que vérselas con las
respuestas.
Sigo
pensando que Camus es un autor magistral, muy superior a Sartre. No me lo
pareció así en mi juventud (Jean-Paul vencía a Albert), pero sí ahora. Quizá
los años, limando los impulsos adolescentes, te conducen hacia una sabiduría
más serena, más calmada, más reflexiva.
Tres
frases de la obra quiero recordar aquí: “Matar niños es contrario al honor”.
“No somos de este mundo, somos justos”. “¿Qué es una sentencia? Es una palabra
que puede discutirse noches enteras”.
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