Leo y
termino Aquí y ahora, de Miguel Ángel
Hernández, sin llegar a entender muy bien la insistencia que varios críticos
han desarrollado en torno a la palabra “híbrido” para definirlo. La vida es
híbrida, como híbrido es el arte, híbrida es la amistad, híbrida es la
escritura e híbrida es la lectura: no podía responder a otro espíritu un
volumen donde esos cinco elementos se funden y complementan a lo largo del
tiempo. O, dicho de un modo más simplificado: si la vida es híbrida, el diario tenía
que ser híbrido.
Pero si
lo leemos etimológicamente, como la hybris griega, tampoco esta obra podía
funcionar de otro modo. Desmesura. Ansiedad. Límites. Voracidad a la hora de
escribir, de abrazar a los amigos, de beber, de acometer tareas como crítico de
arte, de viajar, de absorber lecturas. Aquí
y ahora se erige en crónica de muchas actividades, intelectuales y
emocionales: desde las visitas al Yeguas hasta las reflexiones sobre Mieke Bal
o Marcel Duchamp (“el más grande de todos los artistas del siglo XX”, p.210),
desde su amistad con Leo o Sergio del Molino hasta sus visitas esporádicas al
gimnasio, desde sus cervezas interminables y su vermut granizado hasta el
jägermeister (que raramente le sienta bien), desde su vesícula empedrada hasta
sus masturbaciones viendo porno gay, desde sus fotos vestido de escocés hasta
su viaje a China, desde su relación ambivalente con las redes sociales hasta el
poliamor… Todo queda registrado en estas páginas, como en una bitácora del
corazón, del cerebro, del estómago y del hígado.
Y por
debajo, como un poderoso río, el proceso de creación de El dolor de los demás, su novela más desgarradora, testimonial,
tortuosa e íntima. Una novela arrancada,
más que escrita. Una novela llorada,
más que redactada. Durante estas 268 páginas asistimos a su gestación y moldeado,
a sus vacilaciones, a sus enmiendas, a sus crisis, a los rodeos para encontrar
un tono, una voz, incluso un título (que finalmente le sugiere Vicente Luis
Mora), a sus inquietudes por el impacto que pueda tener esta narración en las
personas de su entorno y de su pasado; y, después del mazazo inicial que recibe
tras la lectura por parte de sus agentes (“La novela no funciona, dicen. Todo
es malo. Ni un solo halago. No va a ninguna parte”, anota abatido en la página
229), por fin la publicación en el sello Anagrama y el despliegue de las
repercusiones.
Arte,
literatura (escrita y leída), docencia, bares, exposiciones, sexo y partidos de
fútbol. Cómo resistirse a ese panóptico narrativo.
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