Vuelvo a
la Argentina de Jorge Luis Borges para leer el volumen La cifra, un tomo poético bien notable. Leído así, degustado en
traguitos modosos, los poemas de Borges saben a gloria, pero cuando he
intentado abalanzarme sobre muchos seguidos he acabado por experimentar los
estertores del ahogo. Borges, de tan borgiano, fatiga. En cada verso está
burbujeando Virgilio, y resuenan espadas mitológicas, y se escuchan los cuentos
embrujados y sherezádicos del Oriente. Habrá quien lo atribuya a
deslumbramiento intelectual de Borges y quien lo considere impostación
falsaria. Sea como fuere, creo que el maestro argentino era consciente de haber
construido un mundo aparte, cuyas claves (o llaves) eran innúmeras, y casi
todas procedían de los libros. Los lectores que quieren entrar en sus versos
deben aceptar desde el principio esa propuesta, para no incurrir en equívocos o
lamentaciones. Borges es así. O lo tomas o lo dejas. Él fabricó un universo
específico, hecho de libros, heterodoxias, simbolismos y paradojas, que pide el
esfuerzo intelectual de quien se
acerquen a sus páginas. Quien desee otra cosa, que busque a otro poeta.
Lo único
que no le “perdono” de este libro (por lo inconsecuente de la declaración, y
porque sabía que estaba mintiendo de una forma descarada) es que afirme ser “un
poeta menor del hemisferio austral”. Por ahí, no. La modestia es el atributo de
los soberbios enmascarados.
Tres
citas, que he subrayado con fervor: “La fama, que no merece nadie”. “La
longevidad es un insomnio que se mide por décadas”. “El sueño, ese pregusto de
la muerte”.
1 comentario:
Tienes razón. De borgiano, asfixia pero en dosis adecuadas fascina. Siempre aciertas, puñetero! Un abrazo en el día de mi santo, que debe valer doble!
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