Deliciosa
me ha parecido la obra teatral Otra
Fedra, si gustáis, de Salvador Espriu, escrita originalmente en catalán y
traducida por él mismo al castellano (Península, 1979). Tiene, sí, todo el
encanto del viejo mito griego, pero es que además Espriu le rebaja el
dramatismo por la irónica vía del humor. Pero, ojo, no conviene perder de vista
que sigue latiendo por debajo la angustia casi existencial de Fedra, con todos
los matices y toda la hondura de su sufrir.
Que Teseo
juegue al perdón y que Hipólito vuelva solemne su casta gallardía no diluye el
desgarro de la mujer, enamorada (como en el cuento) de un ayer reflejado por la
engañosa lámina del espejo.
Es
llamativo que me gusten tanto las revisiones modernas de los autores
grecolatinos: Cortázar y sus reyes; Giraudoux y su Anfitrión; Sastre y su otro
Anfitrión; las reflexiones teóricas de Diana de Paco Serrano… ¿Será verdad que
todo está dicho ya, y que lo único que hacemos es repetirnos?
Me
emociona el modo en que Espriu se define (“Veu les coses amb escéptica fredor”
/ “Ve las cosas con escéptica frialdad”) y el modo elegante y sobrio en que
defiende la lengua catalana (“Parlada per pocs, però no petita” / “Hablada por
pocos, pero no pequeña”).
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