En su libro Ensayo sobre
el amor humano escribió el filósofo francés Jean Guitton que “cada uno cree
que el deseo de la especie resuena secretamente sólo para él”. Y opino que
estas palabras ilustran de manera exacta el deslumbramiento que la pasión
erótica prodiga sobre aquellos a quienes impregna. Y opino también que esa
galvánica ilusión es la que posibilita que alguien como Pablo Neruda, con menos
de veinte años, se dejase arrebatar por la fiebre y compusiera estos poemas,
mezcla de equilibrio formal y torbellino interior, que serán con el paso de los
años en “el gran libro amatorio del siglo XX” (lo dijo Paco Umbral en Las palabras de la tribu) y que
conseguiría convertirse en todo un superventas de la poesía.
Jugando con una gran variedad de metros y estructuras
(estrofas de cuatro versos, pareados, rima consonante y asonante, alejandrinos,
endecasílabos), el poeta chileno se embarcó en la elaboración de un bellísimo
diccionario sensual, en el que para hablarnos de la amada acude a las imágenes
de la flecha, del musgo, la ola, la caracola, el pez, el pino, el rocío, la
noche o la nube; y nos hablará de la ciruela de su boca, del racimo de su
cabeza, de las uvas de sus manos, de su cintura de niebla, del pájaro que se
refugia en sus cuerdas vocales, de la ancha casa roja de su corazón o de sus
caderas que parecen islas. Son imágenes que participan de la idealización y del
atractivo físico, del éxtasis romántico (“Mi voz buscaba el viento para tocar
tu oído”) y del deseo sexual más arrebatado por esa mujer “donde mis besos
anclan y mi húmeda ansia anida”.
Pero lo más importante es que la persona que toma este libro e
inicia su lectura no está interesada por las conjeturas sobre las raíces
modernistas del poeta, ni toma en consideración la debilidad formal (más que
evidente) de algunos de los poemas, ni sonríe con displicencia ante las desmesuras
de un estilo que todavía se encontraba en formación. Esa persona que descubre
el prodigio sensual y literario de los Veinte
poemas de amor y una canción desesperada, en cualquier fecha, sólo atina a
pensar: “Esto es lo que yo siento”, “Esto es lo que me gustaría decirle”, “Esto
es lo que me gustaría que me dijera”. Por eso, este pequeño libro se ha
convertido en un clásico de la literatura del siglo XX.
1 comentario:
Cuando leí por primera vez algunos de sus poemas fue todo un hallazgo. Era todavía una adolescente, creía que mi dolor era único e infinito en aquellos tempranos desengaños amorosos. Sin embargo, esos versos ponían voz a como yo me sentía, más allá de la edad, del sexo, de la anécdota. Fue entonces cuando descubrí la magia de la poesía.
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