Con este
libro tautológico (así lo define), la escritora Rosa Montero nos da la mano
para que nos paseemos junto a ella por los pasillos y los pasadizos de la
literatura, de la imaginación, del amor y de la locura. Es decir, por todas las
vidas que burbujean en la novela y también por todas las novelas potenciales
que burbujean en cada vida. ¿Un libro de reflexión? Sí. ¿Un libro de
invenciones? También. Resultaría difícil (ni lo pienso intentar) ponerle una
etiqueta, pero es que volúmenes como La
loca de la casa se construyen al margen de etiquetas. O quizá se edifiquen dejando
que todas las etiquetas se superpongan, anulen o complementen.
“Escribir”
(nos dice la autora) “es estar habitado por un revoltijo de fantasías, a veces
perezosas como las lentas ensoñaciones de una siesta estival, a veces agitadas
y enfebrecidas como el delirio de un loco”. Y en esa tarea de escritura, que es
combate contra la muerte y también voluntad de conocimiento, quien redacta
intenta mirarse en un espejo hondo:
una lámina de azogue que le permita verse por dentro y verse por fuera y verse
ayer y verse mañana, cuando el planeta ya no sea más que un pedrusco
deshabitado absorbido por una estrella muerta.
En estas
páginas deliciosamente fluidas y profundas, Rosa Montero reflexiona sobre el
éxito, sobre el fracaso, sobre la dignidad, sobre la soberbia, sobre la
vanidad, sobre la delicada frontera entre verdad y mentira, sobre la imposible
frontera entre los sueños y la vigilia, sobre las mujeres de los escritores
(qué pena que no hable de Zenobia Camprubí), sobre la existencia o no de una
“literatura femenina”, sobre el periodismo. Y lo hace con una naturalidad
admirable, aportando citas de escritores amigos o admirados, que iluminan el
camino que nos quiere invitar a recorrer.
Y nos cuenta
además la historia de cómo mantuvo un encuentro sexual con M. (un conocido
actor de Hollywood), al que le presentó Pilar Miró. Y cómo son sus relaciones
con su hermana Martina. Y cómo conoció a los nuevos inquilinos de la casa que
ella habitó durante su infancia y primera juventud. Y después, con el
desparpajo lúdico de una auténtica novelista (Rosa Montero lo es), nos avisa de
la posible falsedad de todo lo narrado: quizá no tenga hermana, quizá no
conoció a ningún M, quizá… Quizá. Gran palabra fabuladora.
Una obra
fresca e inteligente que conviene leer, se sea escritor o no.
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