viernes, 31 de julio de 2020

La loca de la casa




Con este libro tautológico (así lo define), la escritora Rosa Montero nos da la mano para que nos paseemos junto a ella por los pasillos y los pasadizos de la literatura, de la imaginación, del amor y de la locura. Es decir, por todas las vidas que burbujean en la novela y también por todas las novelas potenciales que burbujean en cada vida. ¿Un libro de reflexión? Sí. ¿Un libro de invenciones? También. Resultaría difícil (ni lo pienso intentar) ponerle una etiqueta, pero es que volúmenes como La loca de la casa se construyen al margen de etiquetas. O quizá se edifiquen dejando que todas las etiquetas se superpongan, anulen o complementen.
“Escribir” (nos dice la autora) “es estar habitado por un revoltijo de fantasías, a veces perezosas como las lentas ensoñaciones de una siesta estival, a veces agitadas y enfebrecidas como el delirio de un loco”. Y en esa tarea de escritura, que es combate contra la muerte y también voluntad de conocimiento, quien redacta intenta mirarse en un espejo hondo: una lámina de azogue que le permita verse por dentro y verse por fuera y verse ayer y verse mañana, cuando el planeta ya no sea más que un pedrusco deshabitado absorbido por una estrella muerta.
En estas páginas deliciosamente fluidas y profundas, Rosa Montero reflexiona sobre el éxito, sobre el fracaso, sobre la dignidad, sobre la soberbia, sobre la vanidad, sobre la delicada frontera entre verdad y mentira, sobre la imposible frontera entre los sueños y la vigilia, sobre las mujeres de los escritores (qué pena que no hable de Zenobia Camprubí), sobre la existencia o no de una “literatura femenina”, sobre el periodismo. Y lo hace con una naturalidad admirable, aportando citas de escritores amigos o admirados, que iluminan el camino que nos quiere invitar a recorrer.
Y nos cuenta además la historia de cómo mantuvo un encuentro sexual con M. (un conocido actor de Hollywood), al que le presentó Pilar Miró. Y cómo son sus relaciones con su hermana Martina. Y cómo conoció a los nuevos inquilinos de la casa que ella habitó durante su infancia y primera juventud. Y después, con el desparpajo lúdico de una auténtica novelista (Rosa Montero lo es), nos avisa de la posible falsedad de todo lo narrado: quizá no tenga hermana, quizá no conoció a ningún M, quizá… Quizá. Gran palabra fabuladora.
Una obra fresca e inteligente que conviene leer, se sea escritor o no.

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