domingo, 12 de diciembre de 2021

Moratín



En el año 1893, un Azorín que a sus veinte años todavía firmaba con el seudónimo de Cándido, publicó en la Librería de Fernando Fe un pequeño opúsculo con el título de Moratín (Esbozo), donde realizaba una interesante aproximación al conocido dramaturgo dieciochesco, autor entre otras piezas de El sí de las niñas.

Comienza explicándonos que si durante los siglos XVI y XVII las letras españolas brillaban en Europa su ciencia se reducía a “una regular cantidad de tratados, algunos en verso para mayor claridad, sobre la manera de fabricar la piedra filosofal”. La llegada del siglo XVIII no mejoró el panorama, con una enseñanza universitaria dominada por la pedantería y los discursos huecos, un escaso interés por la divulgación científica (con las excepciones de Feijoo y Hervás y Panduro), una Iglesia que seguía obstinada en impedir el avance del conocimiento (con una Inquisición que “si antes era despótica e intransigente, ahora lo era mucho más”) y una literatura dominada por los aburridos preceptos clasicistas.

En ese ambiente nació Leandro Fernández de Moratín, que distaba mucho de ser genial pero sí que mostraba un innegable talento para la composición dramática.  Azorín, siempre enamorado de la figura del Fénix de los Ingenios, no resiste la tentación de establecer la comparación entre ambos, jugando con seis adjetivos de profunda exactitud (“Lope es genial, espontáneo, grande; Moratín, ingenioso, nimio, atildado”). Habría podido ser un brillante dramaturgo, pero la asfixia que los preceptos de la época ejercían sobre el ánimo de Moratín le impidieron alzar el vuelo; y le impidieron también comprender a quienes lo habían hecho antes que él, como William Shakespeare (“La obra del poeta inglés es como un inmenso bosque, grande y varia. Admirar a Shakespeare es como admirar la Naturaleza”).

Como cierre de esta aproximación biográfica y crítica, el escritor de Monóvar nos regala un resumen inmejorable del hacer moratiniano: “Los recursos escénicos de Moratín son lógicos y sencillos. Los diálogos, correctos y fáciles. Los modismos y muletillas, usados con mesura. Los personajes hablan con propiedad y entran y salen con razón, pero adolecen muchos de ellos de falsedad manifiesta”. Es difícil que se pueda decir tanto con tan pocas palabras.

Discrepo (también es justo declararlo) con una idea de esta obra: afirma Azorín que si Leandro Fernández hubiera nacido en el siglo XVII habría sido junto a los Lope, Quevedo o Calderón una figura de altísima importancia y brillo. No lo veo tan claro. Más bien tiendo a pensar que, instalado junto a prodigiosos escritores como los que cita, Moratín habría pasado inadvertido y hoy lo consideraríamos una figura de segundo o tercer orden. Por el contrario, entiendo que la fortuna de este dramaturgo madrileño consiste precisamente en que no nació entre genios; y eso le permite sobrevivir como monarca teatral del siglo XVIII, aquel erial.

1 comentario:

La Pelipequirroja del Gato Trotero dijo...

Interesante como mínimo. Cómo buena niña, digo sí 😅😉💋