Para
cerrar editorialmente el siglo XX, Santiago Delgado publicó en Murcia el
volumen Unos cuantos cuentos,
colección de diecinueve historias divididas en cinco bloques: “Suite itálica”, “Heptágono
sacro”, “Cuatro esquinas españolas”, “Cantata mursí” y “Tres tientos pictóricos”.
Allí nos
encontrábamos con delicias como Fra Melódico (un hermoso apólogo
hagiográfico que resulta imposible no relacionar con El milagro secreto, de Jorge Luis Borges), La Vestal (que
nos traslada al Aventino y nos refiere la historia de una mujer que recibió
sepultura siglos atrás y ahora resucita en forma de mariposa), Los gorriones de Segesta (que nos
emociona con el milagro compasivo de Zeus a favor de los élimos), Muerte de Polifemo (que nos sitúa en la
ancianidad del cíclope, gobernada por la amargura y la decepción, y que
contiene una de las citas más hermosas del volumen: “No es la muerte quien
iguala a los seres; es su indefensa caída en el amor”, p.27), Bruno, el cruzado (que contiene una
historia melancólica nacida en el puerto de Acre, muy cercano a la bahía de
Haifa), El último de Massada (en
cuyas páginas Santiago Delgado nos presenta al último superviviente de la
fortaleza, “un judío del común, el último hombre libre de Eretz-Israel”, p.50,
que se termina regalando la gloria rebelde del suicidio), Maqueronte (que reproduce la famosa escena en que Herodes Antipas,
tras el baile provocador y sensual de Salomé, voluptuosa hija de su esposa
Herodías, se ve en la obligación de concederle la única cosa que ella se
obstina en pedirle como premio: la cabeza rebanada del profeta Juan, que yace
en el calabozo), Una ventana en Toledo
(que nos ofrece una singular historia donde se aúnan con maestría el
romanticismo becqueriano y la sabia mezcla entre sueño y vigilia que Miguel de
Cervantes barajó en El coloquio de los
perros), La fonte (donde el escritor, incapaz de conformarse con la
elaboración de un simple pastiche, tiene la feliz idea de unir los destinos del
pícaro más célebre de nuestras letras con el de dos figuras cervantinas de
secular grandeza y memoria: la gitana que protagoniza una de las Novelas ejemplares; y un hidalgo
melancólico, aturdido por la absurda obcecación de sus compatriotas, que se
niegan a darse cuenta de que es el último y más grande de los caballeros que
han pisado el polvo de los caminos españoles), El cuarto sombrero de copa (que parte del argumento de la famosa
obra teatral del madrileño Miguel Mihura, que Santiago completa casi un cuarto
de siglo después, cuando un maduro Dionisio se presenta en el camerino de Paula
con la intención de cerrar alegremente su historia de amor, antes de que la
muerte los descalifique), El encuentro
(Federico y Miguel) (en cuyas páginas asistimos a la presentación entre
García Lorca y Hernández en casa de Raimundo de los Reyes, en Murcia)… Seguro
que no necesito seguir, porque la curiosidad de los lectores ya está
garantizada.
Es hora de acudir al libro para completar la lectura con las demás historias.
1 comentario:
Interesante libro el que traes. Desde luego por lo que leo en tu reseña son cuentos impregnados de literatura en todos sus flancos.
Espero que estés pasando unos felices días, Rubén.
Un abrazo
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