En el año
1893, un Azorín que a sus veinte años todavía firmaba con el seudónimo de
Cándido, publicó en la Librería de Fernando Fe un pequeño opúsculo con el
título de Moratín (Esbozo), donde realizaba una interesante aproximación
al conocido dramaturgo dieciochesco, autor entre otras piezas de El sí de
las niñas.
Comienza
explicándonos que si durante los siglos XVI y XVII las letras españolas
brillaban en Europa su ciencia se reducía a “una regular cantidad de tratados,
algunos en verso para mayor claridad, sobre la manera de fabricar la piedra
filosofal”. La llegada del siglo XVIII no mejoró el panorama, con una enseñanza
universitaria dominada por la pedantería y los discursos huecos, un escaso
interés por la divulgación científica (con las excepciones de Feijoo y Hervás y
Panduro), una Iglesia que seguía obstinada en impedir el avance del
conocimiento (con una Inquisición que “si antes era despótica e intransigente,
ahora lo era mucho más”) y una literatura dominada por los aburridos preceptos
clasicistas.
En ese
ambiente nació Leandro Fernández de Moratín, que distaba mucho de ser genial
pero sí que mostraba un innegable talento para la composición dramática. Azorín, siempre enamorado de la figura del
Fénix de los Ingenios, no resiste la tentación de establecer la comparación
entre ambos, jugando con seis adjetivos de profunda exactitud (“Lope es genial,
espontáneo, grande; Moratín, ingenioso, nimio, atildado”). Habría podido ser un
brillante dramaturgo, pero la asfixia que los preceptos de la época ejercían
sobre el ánimo de Moratín le impidieron alzar el vuelo; y le impidieron también
comprender a quienes lo habían hecho antes que él, como William Shakespeare
(“La obra del poeta inglés es como un inmenso bosque, grande y varia. Admirar a
Shakespeare es como admirar la Naturaleza”).
Como
cierre de esta aproximación biográfica y crítica, el escritor de Monóvar nos
regala un resumen inmejorable del hacer moratiniano: “Los recursos escénicos de
Moratín son lógicos y sencillos. Los diálogos, correctos y fáciles. Los
modismos y muletillas, usados con mesura. Los personajes hablan con propiedad y
entran y salen con razón, pero adolecen muchos de ellos de falsedad
manifiesta”. Es difícil que se pueda decir tanto con tan pocas palabras.
Discrepo (también es justo declararlo) con una idea de esta obra: afirma Azorín que si Leandro Fernández hubiera nacido en el siglo XVII habría sido junto a los Lope, Quevedo o Calderón una figura de altísima importancia y brillo. No lo veo tan claro. Más bien tiendo a pensar que, instalado junto a prodigiosos escritores como los que cita, Moratín habría pasado inadvertido y hoy lo consideraríamos una figura de segundo o tercer orden. Por el contrario, entiendo que la fortuna de este dramaturgo madrileño consiste precisamente en que no nació entre genios; y eso le permite sobrevivir como monarca teatral del siglo XVIII, aquel erial.
1 comentario:
Interesante como mínimo. Cómo buena niña, digo sí 😅😉💋
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