Existe
una extraña magia en el mundo de la literatura que no tiene que ver con las
palabras, ni con su orden, ni con los temas tratados. Decía León Felipe aquello
de que eliminásemos las palabras, la rima, que aventásemos los versos y que si,
tras esas operaciones, quedaba algo, eso era la poesía; y aunque podría parecer
que se trata de una boutade misticoide, lo cierto es que traduce muy bien la
esencia del misterio. Y dentro de la atracción literaria hay (absurdo me
parece negarlo) una parte de misterio. Yo lo percibo con claridad en los libros
de Manuel Rivas, donde siempre intento definir o atrapar los mecanismos de los
que se vale para provocar la emoción del lector y nunca, gozosamente, lo
consigo (utilizo el adverbio gozosamente porque entiendo que de esa
manera queda salvaguardado un mecanismo que me volverá a seducir en su
siguiente trabajo).
En La
mano del emigrante se repite el proceso. El escritor coruñés nos ofrece
tres propuestas muy distintas. En la primera (“La mano del emigrante”)
asistimos a la reconstrucción de la vida de Castro, que salió de su Galicia
natal para terminar como celador en el hospital Saint Thomas, de Londres. Es un
hombre respetuoso con el país que lo ha acogido y que tiene tatuados en una de
sus manos tres paíños, tres pajaritos diminutos. Descubrir por qué están ahí
nos conduce a través de una historia de pérdidas, dolores, frustraciones y
remordimientos. En la segunda (“El álbum furtivo”), Rivas simplemente nos
coloca ante los ojos unas imágenes que él mismo ha impresionado, y que
constituyen un recorrido emocional que el lector debe contemplar en silencio.
En la tercera, el escritor recopila los mimbres de varios naufragios reales y
nos explica la forma en que afectaron a una serie de personas, que logran
sobrevivir a ellos.
¿Un fresco de la Galicia marinera, dominada por la tiranía brava del mar y por la obligación de marcharse al extranjero para salir adelante? Sin duda. ¿Un canto de amor a su tierra, llena de heroísmos y resignaciones, de lágrimas y de hogueras en la noche? Por supuesto. Pero, por encima de todas las demás cosas, literatura de altísima belleza, que introduce sus dedos en tu corazón y te lo desgarra. Rivas es un auténtico gigante de la prosa y del manejo de las emociones.
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