Desde que
por primera vez leí el Lazarillo de Tormes (y creo que la de ahora ha
sido la tercera) experimenté una enorme sensación de lástima por el
protagonista. Pero no se trata (me adelanto a la opinión común) de una lástima social,
sino de una lástima humana. Podría pensarse que la misma se basa en episodios
como el del jarrazo que le pega el ciego en la boca y que lo deja para el resto
de su vida con los dientes desportillados; o en secuencias como aquellas en las
que los distintos amos le hacen pasar hambre y generan rugidos en su estómago.
Y sí, obviamente ahí siento pena por el chiquillo. Pero mi máxima congoja
siempre explota al final de su larga carta, cuando Lázaro, instalado con el
arcipreste de San Salvador y ganándose la vida como pregonero de vinos, se obstina
aplicadamente en no ver el amancebamiento que mantienen su mujer y el
religioso, negándose en redondo a escuchar las voces inquietas de sus amigos.
Los rumores de la localidad afirman que Lázaro es un esposo escarnecido, pero
él aprieta los labios y niega la mayor: no, su mujer le es fiel y el arcipreste
es un hombre de comportamiento decoroso. Nunca le harían eso. Por tanto, no
moverá un solo dedo para abandonar la ciudad o buscar otro empleo. Bastantes
sufrimientos ha tenido que padecer para situarse donde está. No
renunciará por nada del mundo.
Y ahí es
donde se encuentra la clave de mi lástima: comprobar que Lázaro no se puede
permitir el lujo de la dignidad. No es medalla a su alcance. El niño que vino
al mundo en medio de la pobreza ha logrado, trabajosamente, sacar la nariz del
fango y eso le hace feliz. Tiene que pensar (se obliga a pensar) que es feliz.
Le va en ello la supervivencia. Pero nosotros, que estamos fuera de la cortina
de humo y que contemplamos su oprobio, sentimos por él una congoja sin límites.
Traten otros del mundo y sus monarquías. A mí, como lector, me interesan los corazones. Y las lágrimas. Incluso las escondidas.
1 comentario:
En el colegio, la primera intentona por parte de Doña Esperanza para que leyésemos el libro fue todo un fiasco. A la segunda nos hizo elegir entre pintar lo que leíamos (tipo tebeo, cuadro, tríptico...a escoger) o representar en la próxima clase un pequeño teatrillo. Éxito absoluto.Ya imaginarás quien se subía a la tarima tras cada lectura 😅
Amo este libro.
Besos 💋💋💋
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