miércoles, 29 de diciembre de 2021

Cancionero y romancero de ausencias

 


Pedía un abatido Miguel Hernández, en el último verso de su volumen El hombre acecha, que le dejásemos la esperanza; y esa súplica (que parece señalar a una persona a quien ya, ay, le queda poca de esperanza y se aferra a la ilusión de que la veleidosa veleta de los tiempos gire y le entregue mucha más) se adelgaza y se vuelve casi inaudible en los versos terribles, desgarradores y asordinados de su Cancionero y romancero de ausencias (1938-1941). El poeta oriolano, del que sabemos (hay cartas que lo atestiguan) que ocupaba buena parte de su tiempo en quitarse piojos, pulgas y chinches, siente que todo se reduce a su alrededor: el espacio, la luz, la salud… la esperanza. Y sus poemas se vuelven también más breves, más lacónicos, más diamantinos. También más dolorosos.

Nos habla del hijo que se murió a los diez meses de vida (“Cuerpo del amanecer: / flor de la carne florida. / Siento que no quiso ser / más allá de flor tu vida. / Corazón que en el tamaño / de un día se abre y se cierra. / La flor nunca cumple un año, / y lo cumple bajo tierra”); nos habla de sus desgarraduras (“Llegó con tres heridas”); nos habla del refugio siempre ancestral y querido de la amada (“Menos tu vientre”); nos habla del hijo que cumple dos años y cuya luz supone “la victoria del trigo”; o se lamenta a solas, con un susurro que tiene mucho de grito ahogado (“¿Qué hice para que pusieran / a mi vida tanta cárcel?”).

Pero, sobre todo (permítanme una confesión y una debilidad personal), nos regala las “Nanas de la cebolla”, uno de los dos poemas que siempre que lo leo me hace llorar con infinita tristeza, con infinita empatía, con desgarro inagotable, porque me imagino perfectamente (demasiado perfectamente) el dolor terrible que debió de sentir Miguel Hernández mientras lo redactaba, con las lágrimas quizá resbalando por sus mejillas. Cada vez que me lo encuentro (en un libro, en un estudio, en una antología) me propongo saltármelo para no volver a llorar; pero jamás cumplo. Y siempre lloro.

1 comentario:

La Pelipequirroja del Gato Trotero dijo...

Tengo la misma edición, de cuando estudiante. Pero me tengo que poner a releerlo, urge.

Feliz Año Nuevo 🍾🥂🎉🥳💋