jueves, 23 de diciembre de 2021

El hombre acecha

 


Me detengo hoy, estremecido y con un nudo en la garganta, sobre las páginas terribles de El hombre acecha, el volumen de poesía que Miguel Hernández compuso entre 1937 y 1938 y que dedicó a su amigo Pablo Neruda. Es una obra impetuosa, emotiva y algo desequilibrada, en la que el poeta oriolano se deja llevar por la corriente ideológica del momento, que a veces tiñe de mediocridad (qué pena decirlo acerca de él, que no era mediocre) algunos de sus poemas. No digo ya que aluda con fervor acrítico al “compañero Stalin” (lo hace en el texto “Rusia”), o que le dedique unos versos a la ciudad de Jarko, donde ha asistido al nacimiento del tractor (por cierto, buen poema), sino que permita que un cierto enfurruñamiento infantil lo haga llamar a Hitler y Mussolini “mariconazos” o que, en una composición como “Los hombres viejos”, en lugar de concentrarse en retratar a los reaccionarios de un modo más denso y crucificatorio, los llame hijos de puta, “pedos con barbacana”, cochinos, cornudos o, en fin, alinee para dibujarlos palabras como cagar, eructar, meados, cuernos y otras similares, todo ello muy inferior a su talento. Esa chabacanería ramplona se me antoja triste, porque cuando la ira se expresa con palabras de vuelo alicorto la denuncia (tan razonable como justa) se tiñe de pataleta o se rebaja con el barro de la ordinariez.

Como contrapeso a esa discutible línea semántica (discutible desde el punto de vista estrictamente literario, sin entrar en consideraciones sociales, con las que puedo estar de acuerdo), tenemos otros poemas que sin duda se elevan hasta alcanzar la excelencia, y donde emoción y formulación literaria caminan de forma armónica: “El hambre”, “El herido” (“Para la libertad sangro, lucho, pervivo”) o “Canción última” (“Pintada, no vacía: / pintada está mi casa / del color de las grandes / pasiones y desgracias”).

Pensando en los museos, en las bibliotecas y en las aulas, dice Miguel Hernández: “Ya sé que en esos sitios tiritará mañana / mi corazón helado en varios tomos”. Y quizá se equivocó. El corazón del poeta de Orihuela sigue palpitando con calor y con luz propia. No ha perdido brío ni intensidad. Lo seguimos leyendo con los ojos empañados y con la saliva bajando dificultosamente por la garganta, porque lo sentimos auténtico, eterno y nuestro.

1 comentario:

La Pelipequirroja del Gato Trotero dijo...

Me dejas sin palabras, las tuyas lo dicen todo.

Feliz Navidad 🎄🎉🎁💋