Por
esos azares que siempre gobiernan la vida de todo lector, he aquí que todavía
no me había sumergido en ningún volumen poético de la académica Carmen Conde.
Así que cuando se ha cruzado con mis ojos el volumen Cancionero de la
enamorada no lo he pensado ni dos minutos, me he sentado en mi sillón
favorito y, con un café en la mesa, me he propuesto rellenar esa laguna.
Es
un poemario sencillo, donde dominan los octosílabos y la rima asonante, de
sonoridad agradable, y donde la escritora convoca todo un orbe de elementos
naturales (viento, flores, mares, jardines, trigos, nubes, estrellas, lunas,
bosques, corales, sauces) que, orquestados, sirven de ambientación para sus
sentimientos amorosos. Pero también para abordar el tema de la muerte (el
emotivo poema de la página 59 es magnífico) e incluso para recordar a las
generaciones futuras que ella existió, respiró y anduvo por los senderos del
mundo. No me resisto a copiar dos de sus estrofas:
“No
todos sabrán que fui
extensa
como la tarde,
solitaria
como el mar
aunque
lo surquen las naves.
Yo
quisiera que después
alguien
pueda descifrarme,
como
un mensaje de piedra
que
fue encerrado en el aire”
Un
tomo dulce, sereno y lleno de encanto, que puede ser releído a saltos, de forma
anárquica, sin que pierda nada de su perfume.
Volveré a ella.
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