George
Silverman es un niño que ha venido al mundo en unas circunstancias realmente
difíciles: sus padres, pobres y crueles, lo crían en un sótano; el hambre es la
invitada habitual de sus noches; y la soledad absoluta, su compañía más constante.
Así que cuando sus progenitores mueren de fiebres y el niño sale al mundo
exterior y es acogido por el Hermano Hawkyard parecería que todo lleva camino
de mejorar; pero no es así. Mejorará su situación, mas seguirá siendo una
persona íntimamente desgraciada, porque no logra encajar en un mundo hostil, en
el que se le considera un ser huraño y de trato difícil.
Ya
adulto, y cumplidos sus estudios universitarios, George Silverman se ordena
sacerdote, logrando al poco un puesto como educador. Pero en ese nuevo estado
tampoco encontrará demasiadas felicidades, por encontrarse con estudiantes
holgazanes y con madres exigentes y mezquinas.
No
contaré más.
Bástele
saber al lector posible de esta nota que Silverman terminará realizando el más increíble de los sacrificios, sin ser entendido por casi
nadie, y seguirá sufriendo la vileza de la incomprensión, trufada de insultos y
de desplantes. Treinta años después, el protagonista nos contará la verdad de
lo ocurrido, entre la resignación y la melancolía.
Una novela corta bellamente escrita y muy interesante desde el punto de vista psicológico, en la que volvemos a encontrarnos con la brillantez de Charles Dickens, prosista excepcional donde los haya.
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