Leí
en enero de 2022 un poemario de Luis García Montero que se titula Poemas de
Tristia, y dejé consignada aquí la frialdad y la nada que me sugirió: ni
uno sola de sus composiciones logró emocionarme o maravillarme desde el punto
de vista literario. Pero como nunca he sido lector que se rinda a la primera o
que formule anatemas con una sola cata (me parece tan precipitado como
injusto), he decidido perseverar y me adentro en las páginas de El jardín
extranjero, siete meses después, para corroborar mi desagrado o, por el
contrario, admitir que este poeta granadino puede llegar a interesarme. Y,
aunque todavía con tibieza, me decanto por la segunda línea. He encontrado un aliento
lírico y también unos versos que me animan a no abandonar la exploración de
manera definitiva.
Dice
García Montero: “De mi infancia recuerdo la bruma de los barcos / y una luna
deshecha, tatuada en el mar”. Y ese último participio me hace elevar la ceja
con admiración.
Dice
García Montero: “el cemento enfermo de las primeras casas”. Y el adjetivo me
provoca aplausos visuales.
Dice
García Montero: “Hemos soñado ya todos los sueños”. Y el verso o aforismo me
inclina a cabecear con elogio.
Dice
García Montero a una mujer que está pendiente de “la hermosa presencia de tu
respiración”. Y me parece una bella línea de amor.
Y como el libro se cierra con una sección titulada “A Federico, con unas violetas” y me parece conmovedora, lo tengo claro: sí, continuaré explorando los versos de Luis García Montero. Se ha ganado ese derecho.
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