No
pude resistir la tentación. Fue ver en la estantería estas conversaciones de
Laure Adler con George Steiner, con el título de Un largo sábado
(traduce Julio Baquero Cruz y publica Siruela), y abalanzarme sobre ellas. Los
impulsos no están para refrenarlos, sino para sucumbir a ellos: algo así
escribió una vez Oscar Wilde. Y me alegra mucho haber tomado la decisión,
porque el volumen me ha ofrecido excelentes ratos de lectura, tanto por parte
de Steiner (lo cual es innecesario subrayar) como por parte de la periodista y
editora normanda Adler (que conoce la obra, la vida y el pensamiento del
entrevistado, y que formula inteligentísimas preguntas).
Para
comenzar, un tema que podría haber resultado impertinente, pero que los dos
abordan con naturalidad: el brazo derecho que Steiner tiene inutilizado, casi
pegado al cuerpo. Su madre (explica) lo obligó desde muy niño para que fuese capaz
de manejarse con la “mano mala” y hacerle ver que el esfuerzo podía con todo.
“No debemos olvidar que Beethoven era sordo, Nietzsche tenía migrañas terribles
y Sócrates era feísimo. Es muy interesante tratar de descubrir en los demás lo
que han podido superar. Cuando estoy cara a cara con alguien siempre me
pregunto: ¿qué vivencias ha tenido esta persona? ¿Cuál ha sido su victoria, o
su gran derrota?” (páginas 12-13). Y a partir de ahí, una fascinante explosión
de reflexiones sobre la música, el nazismo, el futuro de Europa, el horizonte
que les espera a las Humanidades, la enseñanza o el judaísmo. Le ilusiona
(dice) seguir impartiendo clases en todas las partes del mundo (“Qué alegría,
este oficio en el que cada otoño tengo una familia nueva”, página 30). Le
inquieta (dice) lo que parece depararnos el futuro (“Vivimos en una sociedad en
la que lo kitsch, la vulgaridad y la brutalidad no dejan de aumentar”,
página 48). Le sorprende (dice) que la enseñanza actual desprecie la lectura y
comentario de la Biblia, uno de los textos que hay que conocer, porque
conforman la base de nuestra cultura (“Una de mis mayores desazones sobre la educación
actual, que defino como una amnesia planificada, es que cada vez se conoce y se
lee menos la Biblia, o bien se enseña como catecismo, lo que es todavía peor,
claro”, página 82). Y, sobre todo, se pronuncia sobre todo tipo de escritores o
filósofos, a quienes valora por sus contribuciones, y no por su ideología
(Heidegger, Céline o Sartre le parecen unas personas monstruosas, por su ciego
fanatismo fascista o comunista, pero insiste en la necesidad de no soslayar sus
obras, que han iluminado muchos aspectos de la cultura mundial). Sigmund Freud
y su teoría psicoanalítica, en cambio, le parecen una solemne bobada, sobre la
que ironiza (y de la que se burla) de un modo constante.
¿Le
gusta el cine? Sí, pero no ha profundizado mucho en él. ¿Le gusta la música
actual? No demasiado. George Steiner, sereno pero contundente, lo resume en una
frase estupenda: “Lo lamento, pero no es posible comprenderlo todo” (página 107).
En cuanto a sus consideraciones (largas, interesantísimas) sobre el Estado de Israel o la justificación del título de la obra (“Un largo sábado”), creo que es mejor que las descubran ustedes mismos leyendo la obra. Les aseguro que me van a agradecer el consejo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario