La
semilla de la que nace un cuento puede estar en cualquier sitio: en las páginas
de un periódico, en la imaginación del autor, en la observación de la realidad
que lo rodea, en el comentario de un amigo, en la lectura de otro cuento… En el
caso de Cuadros con palabras, de José Ignacio Tamayo Pérez (Entrelíneas,
2022), el detonante de las historias hay que buscarlo en una docena de cuadros,
sobre los cuales el escritor de Gernika construye sus sorprendentes y más que
hermosas propuestas. Fijándose detenidamente en esos cuadros (célebres o
desconocidos), la mirada del autor va perfilando acciones, indagando en la
psicología de los personajes que aparecen y esculpiendo tramas tan delicadas
como convincentes. Siguiendo esa técnica, nos presentará a un chico tímido que
es marginado en su centro de enseñanza (“El idiota de la tienda de sodas”); a
un viudo que oculta determinados aspectos de su sexualidad (“El almuerzo de los
remeros”); al joven aprendiz de un pintor, que se encuentra extasiado con la
belleza de la muchacha que posa para el artista (“La mujer más hermosa de
Florencia”); la curiosa historia de un cuadro duplicado, que esconde un
misterio sobre la honorabilidad de una dama (“En el Moulin Rouge”); o a la
mujer que, atosigada por los celos de su pareja, no tendrá más remedio que
vender un carboncillo que pintó para ella un enamorado y jovencísimo Antonio
López.
Cuadros con palabras está lleno de ideas, ingenio y laberintos, de hipótesis más que sugerentes sobre el destino y los sentimientos de sus personajes; y, sobre todo, está redactado con una prosa magnífica, elegante y adictiva. Quieran los Hados que el autor prolongue este experimento en una segunda entrega: la leeré con auténtico gusto.
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