Conocemos
en estas páginas un buen número de anécdotas sobre Patricia, que ella
misma nos detalla con rápida y eficaz prosa: que fumaba mucho, que bebía muchísimo,
que mantuvo en su juventud una agitada y variopinta vida social (comidas, cenas
y copas por todos lados y con todo tipo de compañías), que experimentó
relaciones sexuales con varias mujeres, que colaboró desde muy joven en
revistas literarias con sus primeros relatos, que mantuvo una tensa relación
con su madre, que se deleitaba con la música de Bach y Mozart, que admiraba
profundamente a Greta Garbo y la bailarina española Carmen Amaya, que su
dentadura le dio problemas desde muy jovencita, que adoraba la técnica de Dostoievski,
que suspendió más de una vez el examen de conducir o que se trasladó a vivir a
Suiza en sus años finales para evitar la doble tributación de impuestos a la
que estaba sometida como norteamericana que vivía en Francia.
Pero
este descomunal volumen, que roza las 1300 páginas y que con tanta generosidad
como acierto publica Anagrama con la laboriosa traducción de Eduardo Iriarte
(me pongo en pie ante su esfuerzo), nos facilita una experiencia mucho más
intensa: sentir que viajamos por el interior (físico y temporal) de Patricia Highsmith,
que accedemos a recodos no siempre luminosos (tampoco siempre oscuros) de su
existencia, que buceamos por la zona abisal de su alma, allí donde las
vacilaciones, las certidumbres, las esperanzas y las decepciones se empujan y
superponen. Avanzar por las páginas de este mastodóntico tomo implica ir conociendo
a la persona que, con trazos nerviosos y urgentes, diarios y llenos de
sinceridad, nos va dejando las huellas de su evolución en todos los ámbitos:
laboral, sentimental, literario… Intentar una agrupación y explicación de todas
las líneas vertebradoras de estos Diarios y cuadernos requeriría una
treintena de folios y excedería las dimensiones de una reseña tradicional, así
que me limitaré, con todo el dolor de mi corazón, a copiar una pequeña parte de
las frases que he subrayado en el volumen, indicando entre paréntesis la página
de donde las he extraído. Que cada lector(a) realice, si lo desea, su propio
dibujo global con esos elementos, tan variopintos como intensos. En seguida
comprenderá que el resultado es fascinante.
“Un esfuerzo excesivo en la composición resulta evidente en la obra, y la torna artificial, extraña y, sobre todo, una creación débil e insegura” (45). “Hay que conocer tanto a los autores renombrados como a los menos conocidos: todo el mundo tiene algo” (57). “Me gustaría con desesperación hallar en mi interior el deseo de sentar la cabeza, amar a alguien de manera estable, no ser codiciosa, pero no puedo” (84). “Qué feliz soy cuando estoy sola. Veo toda suerte de cosas y se me ocurren ideas maravillosas” (86). “El hogar está en el corazón del amante, no en ningún lugar de la tierra” (95). “Tengo una arrogancia que nunca perderé, que en realidad no quiero perder del todo” (96). “El sexo, a mi modo de ver, tendría que ser una religión” (97). “La vida es una tragedia para quienes sienten y una comedia para quienes piensan; la mayoría de la gente no hace ni lo uno ni lo otro” (184). “Parezco vivir a base de próximas veces, lo que me desespera y me enfurece” (196). “La Biblia es un libro muy bueno, el más grande, en realidad” (237). “Es prácticamente imposible que dos artistas sean amigos íntimos” (287). “Casi todo el mundo vive porque cree que es más agradable que morir. Veo que la mayoría no tiene ni ambiciones ni objetivos” (332). “Es necesario estar a solas para darse cuenta de lo triste que está uno” (368). “¿Qué pediré a voces, piedad o la luna? No sé qué se consigue más fácil” (418). “La soledad es una emoción más interesante que el amor. Y alguien que es leal a su soledad es más fiel que cualquier amante” (454). “Leo a Kafka y me da miedo, porque soy muy similar a él. ¡Y tengo miedo, porque Kafka, pese a lo maravilloso que era, nunca alcanzó el nivel de un gran artista!” (544). “Me parece que no confío en nadie bajo el sol más allá de donde alcanza mi brazo” (600). “Mi epitafio 1953. Aquí yace alguien que siempre desperdició su oportunidad” (753). “Es mejor estar deprimido que confuso” (799). “Adoro las amistades. Son para mí el don más placentero y precioso que ofrece la existencia” (866). “Me resulta muy, muy difícil saber qué vicios perdonar a la gente (los míos también). Dónde plantarme y decir, por fin, eso está mal, y por lo tanto esta o esa persona ya no merece mi amor ni mi amistad” (877). “No estoy satisfecha conmigo misma en ningún sentido” (901). “Rara vez quedan fuerzas suficientes para gritar cuando se agoniza” (976). “Soy yo quien va adelantada y mi reloj el que me sigue” (1001). “Quizá la ciencia cree algún día libros comestibles, mucho más asequibles para el cerebro que leer nada” (1052). “Es mejor aprender a una edad muy temprana, pongamos los diez años, que el mundo y la gente son falsos en un 80%. Eso puede evitar que se sufra un colapso nervioso más adelante” (1128). “La infelicidad se debe al juicio personal de una situación” (1177). “El hombre rezando a Dios es el hombre hablando consigo mismo. ¿Por qué complica tanto las cosas el hombre, cuando son tan sencillas?” (1177).
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