Me
gusta escuchar a Andrés Trapiello en su “Salón de pasos perdidos”. Y digo bien:
escuchar. Porque cada vez que abro uno de sus volúmenes (para leer o releer)
siento que el leonés ha tenido la gentileza de instalarme en su despacho y que,
desde mi butaca, lo escucho decir estos pensamientos, estos recuerdos,
esta colección de apuntes autobiográficos. Y las horas fluyen mientras aprendo,
mientras me emociono, mientras sonrío. Vuelve a ocurrirme con Las nubes por
dentro, el cuarto tomo de la saga. Desde que se inicia la redacción con
Trapiello escribiendo la cifra 1990 en los márgenes de un periódico hasta que
culmina con la fiebre de M en Nochevieja, las casi quinientas páginas han volado
(y sonado) ante mis ojos, sin añadirles ni un gramo de fatiga o de
aburrimiento. Porque Andrés Trapiello (al que no conozco personalmente y al que
nunca he escuchado hablar) es mi amigo sin saberlo, a fuerza de tantas y tantas
horas compartidas en los últimos años. Y cuando observo los subrayados en rojo
que hay en el libro me da por pensar que son las frases que más o mejor han
sonado en mí y para mí: a veces, son párrafos densos, líricos, largos; a veces,
una sola palabra. Pero todas esas teselas conforman la vidriera o el tapiz de
mi escucha. No resumen nada. No remarcan nada. Son simples pinceladas
subjetivas que, por lo que sea, han calado con más eficacia en mi memoria, y
allí han decidido quedarse con el auxilio del rotulador. Os copio algunas (tengo
ciento veintisiete subrayadas en el libro: sería un abuso), pero no queráis
leer en ellas una sinopsis, sino un florilegio de humor, pensamiento, agudezas
y ternuras. Leed de forma individual el libro y solamente así alcanzaréis a
entenderlo. O, mejor, pedidle a Andrés que os deje sentaros a su lado y
escuchad, como hago yo.
“El remordimiento, la parte necrosada de la conciencia” (p.34). “El ingenioso dice cosas deslumbrantes porque no tiene nada más que decir” (p.48). “Cuando uno no pide más que lo que le den, siempre le dan a uno mucho menos de lo que pide” (p.53). “Maternura” (p.56). “La masa es un tumor que no tiene cura” (p.181). “Dios, el mayor haragán. Siete días de trabajo en toda una eternidad” (p.231). “Suele ser una calamidad quedar cautivo del elogio de un tonto” (p.335).
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