Probablemente,
existen diferentes formas de amor. O, dicho con más exactitud, personas que
perciben y viven el amor de modos distintos: con serenidad, con arrebato, con
obsesión, con miedo, con sorpresa, con gratitud, con alborozo. Nadie (nadie con
sentido común) puede sentirse capacitado para determinar cuál es el modo más
“adecuado” o más “normal” (perdón por los adjetivos) para definir una emoción
tan embriagadora, tan envolvente. La escritora francesa Annie Ernaux
(Lillebonne, 1940) nos ofrece en su libro Pura pasión (que traduce
Thomas Kauf para el sello Tusquets) una historia delicada y fogosa a la vez: la
intermitente relación erótica que mantuvo con un diplomático casado, que venía
de un país del Este. Ella, profesora y divorciada (sus hijos ya estaban
estudiando en la universidad), convierte las llamadas y visitas de este hombre
de ojos verdes en el acontecimiento sobre el que gravita (o alrededor del cual
gira) su existencia. Nada le importa sino pensar en él: camina por las calles y
rememora su voz; contempla escaparates de ropa y piensa en cómo aceptaría él
esa lencería o esa falda; visita museos y piensa en la relación entre las
pinturas y esculturas contempladas y el cuerpo de su amante.
Ahora,
años después de haber vivido aquella tormentosa posesión anímica (casi una
abducción), la escritora compone estas páginas, que tienen un inequívoco aroma
autobiográfico. En ellas trata de capturar el aroma de aquellos días, el fulgor
nervioso de aquellas esperas, el vacío y la plenitud, la aceptada e incluso
amada dependencia. Rechaza, eso sí, que estos párrafos deban ser considerados
como una forma de exhibicionismo, porque el exhibicionista “solo tiene un
deseo: mostrarse y ser visto en el mismo instante” (p.41), mientras que ella
expone las emociones, las llagas, los esplendores, los bochornos y los éxtasis
que tuvieron lugar en un pasado que comienza a difuminarse.
Obra interesante y breve, hecha de fuego frío (admítaseme el sintagma), que se lee en apenas una tarde.
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