Me
detengo hoy, estremecido y con un nudo en la garganta, sobre las páginas
terribles de El hombre acecha, el volumen de poesía que Miguel Hernández
compuso entre 1937 y 1938 y que dedicó a su amigo Pablo Neruda. Es una obra
impetuosa, emotiva y algo desequilibrada, en la que el poeta oriolano se deja
llevar por la corriente ideológica del momento, que a veces tiñe de mediocridad
(qué pena decirlo acerca de él, que no era mediocre) algunos de sus poemas. No
digo ya que aluda con fervor acrítico al “compañero Stalin” (lo hace en el
texto “Rusia”), o que le dedique unos versos a la ciudad de Jarko, donde ha
asistido al nacimiento del tractor (por cierto, buen poema), sino que permita
que un cierto enfurruñamiento infantil lo haga llamar a Hitler y Mussolini
“mariconazos” o que, en una composición como “Los hombres viejos”, en lugar de
concentrarse en retratar a los reaccionarios de un modo más denso y
crucificatorio, los llame hijos de puta, “pedos con barbacana”, cochinos,
cornudos o, en fin, alinee para dibujarlos palabras como cagar, eructar,
meados, cuernos y otras similares, todo ello muy inferior a su talento. Esa
chabacanería ramplona se me antoja triste, porque cuando la ira se expresa con
palabras de vuelo alicorto la denuncia (tan razonable como justa) se tiñe de
pataleta o se rebaja con el barro de la ordinariez.
Como
contrapeso a esa discutible línea semántica (discutible desde el punto de vista
estrictamente literario, sin entrar en consideraciones sociales, con las que
puedo estar de acuerdo), tenemos otros poemas que sin duda se elevan hasta
alcanzar la excelencia, y donde emoción y formulación literaria caminan de
forma armónica: “El hambre”, “El herido” (“Para la libertad sangro, lucho,
pervivo”) o “Canción última” (“Pintada, no vacía: / pintada está mi casa / del
color de las grandes / pasiones y desgracias”).
Pensando en los museos, en las bibliotecas y en las aulas, dice Miguel Hernández: “Ya sé que en esos sitios tiritará mañana / mi corazón helado en varios tomos”. Y quizá se equivocó. El corazón del poeta de Orihuela sigue palpitando con calor y con luz propia. No ha perdido brío ni intensidad. Lo seguimos leyendo con los ojos empañados y con la saliva bajando dificultosamente por la garganta, porque lo sentimos auténtico, eterno y nuestro.
1 comentario:
Me dejas sin palabras, las tuyas lo dicen todo.
Feliz Navidad 🎄🎉🎁💋
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