domingo, 11 de diciembre de 2022

La literatura de Pedro Cobos


En la portada de este volumen (cuya lectura abordé hace años y cuyas anotaciones acabo de recuperar ahora de un cajón) se sitúa como motivo central un simpático dibujo de Antonio Mingote, donde se reproduce a un moro que, ataviado con fez, chilaba de colores y babuchas, huye con una voluptuosa y sonriente mujer desnuda en los brazos; y, al inicio de la obra, Santiago declaraba con emoción que la había comenzado a redactar inmediatamente después de la muerte del autor, en el verano de 1989.

Como punto de partida, después de una lectura exhaustiva e inteligente de las obras del jumillano, Santiago advirtió en ellas tres particularidades que las unifican y cruzan: el Perdularismo (concepto que trasciende, mejora y dignifica el sentido tradicional de la palabra “perdulario” —cargado de matices peyorativos en todos los diccionarios, incluido el oficial de la Real Academia de la Lengua—, pues supone una visión socarrona, espontánea y arraigada “en los hombres y mujeres de nombre y apellidos concretos”, p.14), la Contrahistoria (Santiago establece, como es lógico, las conexiones con el concepto unamuniano de “intrahistoria”, pero considera que Cobos va mucho más allá, pues considera que “el autor murciano rebusca esa cotidianidad en los más humildes y demuestra cómo la Historia, sus ideas, sus consignas, su poder, influye y reprime […] a toda esa capa de marginados que forma el lumpen de la sociedad”, p.16) y el Humor (que podrá parecer un elemento curioso, dada la seriedad de los conceptos anteriores, pero que puede interpretarse como el subproducto resultante del choque y mixtura de ambos).

A continuación, expuestas con exactitud y con rigor dichas observaciones teóricas, Santiago Delgado analiza los cuatro libros más importantes de Pedro Cobos en función de las citadas categorías: ¡Ay de mi Alhama! (donde “se trata de pormenorizar cómo el Perdularismo musulmán fue avasallado por la Historia cristiana, consistiendo en ello la lección de Contrahistoria”, p.21. Mediante la maurofilia evidente de sus páginas y la cristianofobia que en todo momento las traspasa, Cobos nos ofrece “el negativo de la Historia” (p.46) que oficialmente se nos ha querido vender. Así, es notorio que en este volumen se termina “creando un clima de acusación y denuncia que acaba, definitivamente, por hacer del libro un alegato contra la injusticia, diferenciándolo bien claramente del libro de humor con que cualquier lector acaso despreocupado pudiera confundirlo”, p.48), La cruzada de los niños (donde se incide en la idea de que “el fanatismo impele a la estupidez para dirigir la Historia: las consecuencias las sufren siempre los más débiles”, p.58. Esa es la dura lección de Contrahistoria que la obra del jumillano nos ofrece, y cuyo esqueleto conceptual tan bien resume Santiago en un cuadro que figura en la página 74 del libro), Milán 3.1.3. (en la cual “la voluntad paródica del autor es evidente”, p.81, y donde se nos entrega una lección de Contrahistoria absolutamente genial, desmitificando la célebre visión de la cruz y la leyenda que al parecer la aureolaba (“In hoc signo vinces”) explicando que solamente fue un ingenioso truco perpetrado mediante pirotecnia china. Y así, mediante el humor, Cobos “ridiculiza la iconofilia”, p.99; y se puede llegar a la diáfana conclusión de que “La Historia es una disciplina de la cultura; la Contrahistoria es un asunto de conciencia”, p.101) y La vida perdularia (novela cuyo protagonista, en opinión de Santiago Delgado, es “el pueblo perdedor de la Historia” (p.112). E incluso va más lejos, afirmando con rotundidad que la obra trata de “cumplir el objetivo aparente: hacer la Contrahistoria de toda la Región de Murcia” (p.113); y añade a continuación: “Decimos aparente, porque el verdadero objetivo es […] determinar quiénes han sido verdugos, en la Historia, y quiénes perdedores, víctimas” (p.113). Es exacta la apreciación del crítico. De ahí que pueda afirmar a renglón seguido, sin vacilaciones, que “no es el de La vida perdularia un didactismo chusco histórico-geográfico con fines humorísticos o cómicos, no. Es un didactismo histórico-social, religioso y sobre todo humano, muy humano” (p.113). Y de ahí se deduce que la tesis central de este libro (al que Santiago señala como el “testamento ideológico” del autor en las páginas 126 y 141) es “la denuncia de la crueldad histórica que la intransigencia causada por el error teológico de partida ha originado en las capas menos poderosas de la sociedad”, p.123).

Como cierre del análisis, Santiago Delgado analiza poemas, canciones y otras producciones menores del jumillano, y menciona “una novela inédita, terminada aunque rehecha en su primer capítulo, titulada ¡Cieza libre!, ambientada en pleno triunfo del franquismo, donde se combinan el humor, la reivindicación política y, como siempre, la presencia de ese personaje colectivo llamado pueblo español” (pp.154-155). Años más tarde, vería la publicación, con prólogo y anotaciones valiosísimas del propio Santiago.

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