Nos
puede ocurrir a cualquiera: encontrarte en la calle, paseando, detenido ante un
escaparate, valorando las ofertas en un pasillo del supermercado o en la cola
del cine; y, de pronto, una persona del ayer te saluda. Sus rasgos han
cambiado. Al principio, no sabes quién es. Tienes que realizar un esfuerzo para
rememorar su nombre o la relación que con ella te vincula. Pero cuando la
niebla comienza a disiparse te vienen a la memoria el dónde, el cuándo, el
cómo. Y el apretón de manos o el abrazo funden el hielo, antes de que broten
las preguntas. Qué ha sido de ti, cómo estás, tienes familia, en qué trabajas,
vives cerca, te acuerdas de. ¿Tomamos algo?
Gonzalo
Hidalgo Bayal nos cuenta en La escapada una situación de este tipo, en la
que él actúa como receptor de la sorpresa y su antiguo compañero universitario
Foneto (así lo llamaban, por su afición al estudio lingüístico de los sonidos) se
erige en figura recuperada. Con una prosa magnífica y de desarrollo lento
(absténgase los lectores apresurados o amigos de peripecias), el novelista
extremeño va engrosando y ramificando la historia con meticulosos detalles del
ayer, que iluminan lo que estaba oscuro o varían el color de lo que se
recordaba. Casi nunca sabemos cómo eran quienes nos rodeaban, o por qué
actuaban del modo en que lo hicieron: nos falta la reflexión y, sobre todo, la
perspectiva del tiempo. El personaje taciturno, o simpático, o silencioso, o
festivo, o huraño, tal vez escondía una personalidad cuyos perfiles no fuimos
capaces de entender; o lo impulsaban motivaciones secretas que ahora, cuando
advertimos la razón profunda, nos sorprenden o nos estremecen. Foneto, después
de haber cursado con brillantez los estudios de Filología Románica, terminó regentando
(es el verbo irónico que él mismo usa) un quiosco de prensa, hasta que ha
llegado a la jubilación. Y no ha compartido su vida con ninguna mujer. Las
causas las iremos descubriendo conforme avancemos por esta lectura llena de
guiños literarios, melancolías y meditaciones sobre el influjo que el tiempo,
esa gotera, ejerce sobre nosotros.
Gonzalo Hidalgo Bayal, maestro de la prosa, nos invita a adentrarnos en un libro bellamente triste, bellamente lánguido, sobre los misterios del corazón humano y sobre el atardecer de las vidas.
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