jueves, 8 de diciembre de 2022

El lector de Julio Verne

 


Con la misma admiración y el mismo estremecimiento con los que leí Inés y la alegría (el primer volumen del ambicioso proyecto “Episodios de una guerra interminable”, concebido a la manera galdosiana por la madrileña Almudena Grandes) termino El lector de Julio Verne, la segunda entrega de la serie. Y sé que no tardaré en acudir a los demás tomos, porque he disfrutado (qué paradoja decirlo) con la asfixia, la mezquindad y la riqueza de caracteres que la autora nos regala en estas páginas, alejada de maniqueísmos y otros errores panfletarios.

Desde el principio, conocemos a Nino (Antonino Pérez Ríos), un chaval de nueve años (y no demasiada talla) que vive en la casa cuartel de la guardia civil en Fuensanta de Martos (Jaén), pues su padre trabaja para la Benemérita. Pronto, su mundo girará alrededor de tres elementos: la amistad con el enigmático Pepe el Portugués, que llegó hace poco al pueblo y se ha instalado en las afueras; los rumores relacionados con Cencerro, un combatiente republicano que se esconde en el monte y mantiene en jaque a las fuerzas vivas de la localidad; y la lectura de los libros de Julio Verne, que descubre de la mano de Pepe y que le abrirán el inabarcable mundo de la imaginación, donde el nombre de Benito Pérez Galdós aparecerá pronto. Estamos (casi olvidaba decirlo) en el año 1947.

Con un dominio abrumador de la música narrativa, Almudena Grandes nos va presentando a todas aquellas personas que, directa o indirectamente, marcarán el espíritu de Nino: la vieja maestra represaliada que lo aceptará como alumno; el guardia civil que, en realidad, es un comunista infiltrado en el Cuerpo; la chica con una cadera estropeada; las andanzas de Comerrelojes o de Fingenegocios… Y, sobre todo, nos traza el dibujo espeso, gelatinoso, de una época de delaciones, silencios acobardados, indignidades, palizas impunes por parte de la “autoridad” y amenazas continuas. Pero Almudena Grandes, novelista sublime, sabe que para trazar retratos humanos hay que prestar siempre atención a los matices, a las ambigüedades, a los secretos del corazón; y que el personaje blanco puede, en lo más íntimo, ser o sentirse negro; y que el atolondrado camufla a un ingeniero; y que el ingenuo puede esconder a un ajedrecista implacable… Pepe el Portugués vive en el monte y apenas sabe leer; el padre de Nino, en su trabajo como guardia civil, ejecutó por la espalda a Fernando el Pesetilla. ¿Son, en realidad, así? ¿O tal vez actúan bajo disfraces astutos o resignados, con los que sobrevivir durante un tiempo de ignominia? Descúbralo el lector de la mano de una de las mejores novelistas que ha visto nacer la literatura española en el siglo XX.

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